domingo, 19 de agosto de 2018

QUINTO DÍA: UNA PAELLA EN NEW HAMPSHIRE

Mi reloj biológico continúa sin adaptarse a este país. Escribo a mis amigos cuando es su madrugada y ellos me responden  cuando es la mía, ¡Aquí no hay quien se aclare! Ja, ja, ja. Estamos tan a gusto todos. Ellos porque les escribo. Yo, porque me responden.
En el pueblo  de Pollyanna, Littleton, no ha dejado de llover en toda  la  noche. Cuando aparecen Dominic y Joe en el pequeño comedor, yo ya he desayunado. Pero ellos prefieren un american breakfast y nos vamos a otro sitio donde se piden huevos con patatas y jamón.
Esta mañana iremos  al Washington Mount, el monte más alto de Nueva  Inglaterra,  me dicen. Está tan nublado que es imposible subir, así que nos vamos a Conway de shopping, donde descubro que la ropa, los zapatos... Todo está tirado de precio. Claro, María, porque New Hampshire está libre de tasas. Ah! ¿Cómo Andorra o Luxemburgo? Si, María y también Texas y Florida...
De regreso a Littleton les digo que yo no me cambio, que voy de negro para preparar la paella. Nos vamos a casa de sus amigos en Lisbon, hay que hacer una paella de marisco para veinte invitados. No, María. Tú eres una invitada hoy, muy especial. Tu charlas con todo el mundo y bebes vino. Joe preparará la paella porque es su patrimonio valenciano, me aclara Dominic.  Así que con la ropa, que me he comprado hoy, me voy hecha un pimpollo.


Estamos en una casa en frente del Pearl Lake, una casa idílica y un paisaje de postal sin filo. Thomas Simpson, el amigo de Joe, es importador de vinos europeos, aunque me cuenta que ha decidido,  hace poco, dedicarse solo a los vinos franceses. Su mujer, Rosalyn Page es ingeniera civil. Los amigos de mis amigos, son mis amigos.


Empieza a llegar gente. Dermott preparará una paella de pollo y conejo en la barbacoa Weber. Joe ha traído su propio paellero. Está muy nervioso, como si se fuera a presentar al concurso de paellas de Sueca. Yo bromeo con él. Vale que era una reportera de la televisión valenciana? Joe , ¿qué se siente ante el acontecimiento de preparar una paella de marisco para veinte? No me hace ni caso. 
Tengo que decirles lo que yo pienso de las paellas y los platos internacionales que se preparan fuera del lugar donde nacieron. No son platos, son representaciones. Así que, por favor, que nadie se escandalice con lo que voy a seguir contando. No empecemos con aquello de... Marededeu! Una paella amb choriso! No seamos tan dogmáticos. A la cocina no le sienta bien viajar. La cocina hay que probarla y disfrutarla donde nació. Pero hacer una paella en New Hampshire puede convertirse en una fiesta inolvidable.
La pizza viaja por el mundo entero, pero si este mediodía mi amiga napolitana Gaia di Filippo hubiera visto la que nos hemos comido con pollo, manzana, bacon y sirope de arce, se hubiera tirado de su hermosa cabellera rubia hacia abajo. Los rusos no entienden cómo puede llevar su apellido esa ensaladilla que nos comemos en España, los milaneses no ven en nuestro arroz a la milanesa a ninguno de sus antepasados y los centroeuropeos, muy discretos, se reprimen cuando nos ven preparar su gulash con pimentón de la Vera.
Lo importante no es el plato, sino lo que representa. Y el que quiera saber más sobre mi criterio, lo remito a mi entrada, en este mismo blog ESTO NO ES UNA PAELLA.


Joe me pregunta si le pone primero la sal. Claro, hombre, o la paella se te ennegrecerá. ¿No has visto la de Dermott? Y el aceite, ¿le hecho ya el aceite? Pero, alma de cántaro, ¿dónde tienes todo el arreglo? En el garaje. ¿Y a qué esperas para traerlo? Estoy muy nervioso, María, estoy muy nervioso. Dominic me sugiere si quiero un apron. Sí, dámelo  o me pondré perdida. La casa está llena de delantales de La Matandeta que les traje en mi primer viaje.



Los invitados van llegando. Hi, Maria. Nice to meet you. Se descalzan y Thomas va sirviendo vino.
En la terraza, Dermott me enseña el conejo, el pollo, el sofrito, el jamón y el chorizo. Tiene una paella de dos y condumio para treinta. María, ¿cuándo hecho el chorizo y el jamón? No, cariño. Mejor nos lo tomamos de aperitivo. Se acerca una invitada, Dermott, ¿por qué no le pones a la paella el jamón y el chorizo?



Me voy con Joe. María, ¿cuándo hiervo las gambas? ¿las gambas, para qué? No, las tienes que sofreir y retirarlas. Dominic, que es el cocinillas de los dos, pero se niega a hacer una paella, preparó el sofrito en casa. Hombre, podías haber picado los ajos. Y me enseña en el móvil un video en donde una mustia prepara una arroz abanda con los ajos enteros. Esto es lo que hay. Menos mal que también elaboró un buen fumet de pescado y por ahí nos salvaremos.


Hay que medir el arroz y el caldo. Una de arroz, dos de caldo. Atención con el fuego. Los invitados han traido entrantes ya elaborados. Más vino. Catherine me da a probar un pescado. Es realmente delicioso. Shark, me dice. Un tiburón de cuatro metros que pescaron sus hermanos y que una vez limpio, díó ciento ochenta kilogramos de carne.



Vamos, Joe. Pideles un periódico. María ¿te vas a poner ahora a leer el New York Times? No, darling. Es un truco porque nos falta un poco de caldo. Menos mal que en esta casa, todavía no leen la prensa por Internet. Se me acerca Robert, un constructor, y me cuenta que su sobrino fue el año pasado a Barcelona, alquiló un coche y se marchó a comer una paella a La Matandeta. Gracias por el piropo.
Hay una coach de San Francisco, que veranea aquí y habla un poco de francés. También un ingeniero que me dice chistes pornos en francés, hasta que se acerca su mujer, Patsy, y lo pone en su sitio.
Ahora, empezamos a servir la paella. ¿Tú no comes, María? No, yo prefiero el tiburón. Nunca había probado un pescado tan sabroso. Hay un matrimonio muy mayor, Martha y John, que han sido profesores de matemáticas en Harvard y que ahora viven aquí todo el año.


Cuando terminamos la paella, Joe dice que se va a beber vino, que no puede más con tanta tensión. Gracias, Maria. Si no llegas a estar aquí..
Hay un arquitecto que me mira raro y me pregunta que hasta cuándo me quedo. ¿Yo? Hasta cuando me digan Joe y Doménico.




Ya ha oscurecido y pasamos dentro. Han traído también pasteles y nos sentamos algunos alrededor de la mesa del comedor. Me preguntan cosas de España. Si estoy bien aquí. Después, sin que nadie les diga nada, se ponen a recoger todo. La anfitriona ha sacado tuppers y empiezan a repartirse lo que ha sobrado.


Enseguida se ponen a fregar y vuelve a estar todo limpio e impoluto, como si no hubiera habido fiesta. Thomas me da a probar un Burdeos blanco, con barrica y le digo que no puedo con él. Así que trae un semillon blanc neozelandés, de tapón de rosca, fresco, joven y ligero.


En el porche  nos sentamos con Rosalyn y Diana, la mujer de Dermott. Ellas me preguntan qué pienso de los EE.UU. y en un arranque de sinceridad les digo que cómo puede ser que siendo tan ricos, todavía no hayan solucionado el tema de la sanidad para todo el mundo.
La velada va terminando. El anfitrión propone un brindis y no sé qué dice de María que todos me miran y se ponen a aplaudir.
¡Cúanto me he reído! ¡Ay, Dioses del Olimpo! ¡Qué ganas tenía de estar feliz un rato!

3 comentarios:

  1. Qué bonic compartir cultura .
    La millor forma de saber respectar_nos. I si estaves feliç, no es pot demanar més.

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  2. Maria,

    Tu saps que jo, per raons culturals y antropològiques, he viatjat per quasi tot el món, i he contactat amb moltes cultures, pobles, costums i formes d’enfrontar-se a la vida.

    Sempre les he tingut un profund respecte i sols els he escoltat, per tal d’aprendre tot el que n’he pogut, perquè sempre he pensat que:

    Cada passa que pegues respectuosament en altres terres del món, aprenent dels seus habitants, t’ensenya que:

    “El Món mai no és sols el teu Món”,

    Fent-te avançar, pessic a pessic, en el teu nivell HUMÀ.

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  3. Interesante y amena crónica. Fuerza y mucha suerte.

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