Como les anunciaba hace muy poco, vuelvo a escribir en mi blog, que fuera de él ya lo hice. Gracias a los amigos de siempre por la paciencia infinita en la revisión de lo que han sido estos últimos ocho años de mi vida, tantos como tiene este cuaderno de bitácora. Gracias a las nuevas amistades que se van sumando al camino, por leerme, por seguir estos pasos y su sombra. La vida se presta a la adición, no a la sustracción.
Si, se acabó el verano estacional y comenzamos septiembre celebrando el cumpleaños de Boro Borcha. Ese caballero a la antigua, que corteja a las mujeres desde el corazón y no la razón. El enamorado del amor. Amigo de sus amigos y de la convivialidad. Una persona entrañable que se atrevió a cruzar el foso del castillo encantado de La Matandeta. El arquitecto que nos enseñó Marruecos a Manuel y a mi, durante doce días y cuatro mil kilómetros. El pare conciliador y la mano amiga donde refugiamos nuestros miedos durante el confinamiento a que nos obligó la pandemia.
Hay mil y una anécdotas que contar de este caballero andante, pero les referiré una. Estaba yo dando clases en el IES Oleana de Requena y coincidí con una profesora sustituta, Merche Tamarit, con la que me une ahora una gran amistad. Al contarme que de formación era arquitecta, le mencioné a mi amigo, por si lo conocía. Boro Borcha es el mejor profesor que tuve durante la carrera.
Ximo Boronat, músico de jazz, después de un concierto en la sala Jimmy Glass me habló de los meses que pasó en la alquería de Boro, un refugio de bohemios, artistas y gentes de mejor vivir. La casa de Ovidi Montllor en Con el culo al aire.
La primera vez que vi a Boro en La Matandeta estaba renegando del arroz abanda. La segunda, me topé de cara con Els Joglars, los había traído nuestro ínclito amigo. Como dice Tere Borcha qué suerte he tenido de que me tocara este hermano...
Es de ser bien nacidos, ser agradecidos. Y esta familia lo es. Así, que para que septiembre nos sea un poco más dulce y nos prepare para el otoño ....