Ya no está en mi vida. El posesivo nuestro, el tiempo verbal conjugado en la primera persona del plural, ha desaparecido de mi vocabulario. El dolor no es solo psicológico, también físico. Es un dolor peor que el que produce el duelo, la ausencia por la muerte. Porque sigue vivo y seguramente su traición y deslealtad la está viviendo con satisfacción, como un logro que lo acerca a la felicidad. Lo bello y lo siniestro, según te toque una orilla u otra.
No era una desconocida, esa es la tragedia, que no era una desconocida, sino alguien cercano. Una chica que conocíamos hace más de veinte años. Una chica de altos valores, a quien creía incapaz de hacerme daño. Pero todos tenemos un lado oscuro, incluso aunque no lo sepamos. Y yo a ella se lo había visto un par de veces, pero me confié y la llamé. Le dí trabajo. A pesar de la incomodidad de tener que hacer veinte kilómetros para traerla y llevarla a La Matandeta. Uno de sus miedos es el carnet de conducir. Otro volar. Robar maridos, no se encuentra entre ellos. Pero eso lo averigüé demasiado tarde.
Nos reíamos juntas, le contaba muchas cosas. La quería. Por eso tardé tanto en ver la evidencia. Por eso viví aquí y allí engañada, traicionada por los dos.
Ahora, están juntos. Quién sabe qué nos traerá a todos el tiempo. Cuando ya nada importe.
Un señor a punto de cumplir los setenta. Invadido por sus miedos y sus frustraciones. Con una enfermedad crónica amenazante.
Una mujer, ya de mediana edad, con cuarenta y cinco años, que nunca antes había sido amada. Que no conocía la plenitud ni del sexo ni del amor. Alguien que huye y alguien que teme perder el último tren para conocer algo de la vida. La verdad de la vida.
Qué hay después del amor? Quizás, más amor.