martes, 28 de enero de 2020

CORMORANES



                                                                          El niño que imita al cormorán es aún más 
                                                                          maravilloso.

                                                                                                Kobayashi Issa
                                                                                       


Volvieron los cormorares a la  platja del Clot y el mar dominical estaba  en calma, plano y tranquilo, como si tres días antes no hubiera  sido capaz de enseñar las garras, la rabia, que le  hizo escupir sobre la primera línea de playa, olas de ocho metros, espuma amarilla, restos de basura  tirados desde los barcos, quién sabe cuántos días, cuántos meses antes. 
Miguelito barría la terraza de La Lola el domingo por la mañana, a primera hora del amanecer y me contaba que entre él y su hermano limpiaron la playa de arriba, la que tiene la caseta cerrada, por donde andan sueltos los gatos cuando esperan las sardinillas del pequeño.



Raramente paso  un fin de semana en Vinaròs, pero se dieron unas circunstancias que tuvieron que ver con la borrasca Gloria y que ahora no voy a  relatar. Pero me quedé aquí y bajé a la playa a ver amanecer y me acerqué hasta el Mozart, donde Sergi, el dueño, ya sabe cómo me gusta el café  con leche de la mañana, el único que el cardiólogo ha decidido permitirme, aunque no es precisamente el café el mejor  de los placeres que me  ha vetado.


De vuelta doy un largo paseo por el espigón. Desde la punta se divisa Peníscola. Cruzo el puerto por la plaza de toros, la más cercana al mar de todo el mundo, me anunció Remei en julio pasado, cuando supe que pasaría un curso junto al mar. Alcanzo la platja del Clot, ya sin Miguelito, que terminó sus quehaceres en la terraza de La Lola y emprendo el paseo hacia el Barranc d'Aïguadoliva.
Diviso el resto de colonias de cormoranes sobre sus rocas. Los cuento. Siempre hay el mismo número sobre los peñascos.

 

Cormoranes, cuervos marinos. Me pregunto por dónde andarían cuando las olas de ocho metros ladraban sobre la orilla. Dónde se refugiaron para seguir viviendo. Qué comieron durante esos días. Cómo consiguieron sobrevivir.


También me pregunto si seguirá habiendo gente obsesionada con tener un apartamento, una casa, en primera línea de playa. Pisando el mar. Como los cormoranes, los cuervos marinos de estas aguas.
Salve y ustedes lo pasen bien.



domingo, 5 de enero de 2020

LA VIDA QUE TE ESPERA





                                                                     A  Pilar Bornay



Constantemente, la gente me regala historias. Yo no me las invento. Me limito a transcribirlas.
Hace aproximadamente un mes, antes de  comenzar la Navidad, coincidí en el tren del domingo, a las seis y media  de la  tarde, camino de Vinaròs, con una chica  que  tenía  que bajarse en Benicarló. El vagón estaba vacío. Y nos acercamos la una a la otra, con  esa intimidad que saben compartir las mujeres, incluso con las desconocidas
Sarabel empezó a relatarme que nació en  el pueblo del alcalde, Zalamea de la Serena, en Extremadura .Allí vivió, la mayor de cinco hermanos, hasta los dieciocho, edad  con la que se  fue a Madrid.
Entró  a trabajar  en  una  cadena hotelera y  conoció al que, cuatro  años después, sería su  marido y padre de  su hija.
Sarabel  no le pedía mucho a la vida. Un piso, una niña de cinco años, un  marido  guapo  y trabajador. Pero un día, y sin venir a cuento para ella, la vida se desmoronó. Pedro había decidido  dejar  de llevar una doble vida. En un mes estaban divorciados. Sarabel se quedó con su hija, una hipoteca y viviendo en Madrid. Me cuenta que le salieron llagas  en los ojos de tanto llorar. Su madre quería que volviera  a Extramadura, pero ella ya  no se veía allí.
Una buena mañana se planteó en qué parte del mundo le gustaría  morar. Junto al mar. De pequeña, Sarabel había pasado  unas vacaciones en Peníscola y se dijo que por aquella zona. Vendió el piso, saldó la hipoteca y pidió el finiquito en la cadena hotelera. Sabía que, en caso de no encontrar  trabajo en la costa mediterránea, tenía suficiente dinero para resistir un año entero, con su hija y sin conocer a nadie.
Se alquiló un piso en Benicarló y al mes ya  estaba  trabajando. Empezó  a salir con otros hombres, pero tenía muy claro  que quien aceptara una relación con ella, también debía aceptar a su hija.
A los seis meses conoció a Ximo, se entendieron enseguida. Ximo es su segundo marido y padre de su segunda hija. Tienen un negocio  de herboristería  en Benicarló. Sarabel ha terminado el grado de  Nutrición y Tecnología de los  Alimentos en la  Universidad.
Se despide de mí con un abrazo y diciéndome que si llega a saber la vida que le esperaba  en Benicarló, no hubiera derramado ni una sola lágrima por lo que perdió  una vez en Madrid.
A ver si nos aplicamos la reflexión.
No llores más. Aún no sabes  la vida  que te espera.
Salve y ustedes lo pasen bien, mientras pasa el Gloria que en Vinaròs, como en muchos otros lugares de la costa, está dejando un paisaje triste, gris  y desolador.




sábado, 4 de enero de 2020

UNA CENA EN FEZ



  Puede que la medina de Fez encierre la ciudad medieval más hermosa del mundo, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Llegamos a la Puerta Azul sobre las siete de la tarde, ya oscurecido. El taxista que nos iba a conducir hasta el riad Al Pacha se puso a discutir con el policía que le increpó por haber aparcado delante de la puerta de la mezquita. Tan enzarzados estaban en su controversia que ni  se dieron cuenta que nos llevamos las maletas hasta el carro de un anciano que se ganaba la vida transportando los enseres de los turistas. Cruzamos callejuelas laberínticas en medio de las paradas de verduras, de frutas, de dulces, de pequeñas carnicerías que tienen animales vivos, a punto de ser sacrificados mirando a La Meca por el primero que los compre...  Todas ellas menos concurridas que las de Marrakech.
Cuando llegamos al recibidor del riad, nos despachamos con la noticia de que nos han cambiado la habitación a otro, situado muy cerca y de la misma propiedad. Carmen, al contrario que yo, es muy organizada. Hizo la reserva con dos meses de  antelación.


Pero Mohamed nos dice que el otro, ubicado, apenas a  diez metros en la misma callejuela, es mucho mejor, más tranquilo, aunque el  desayuno y la  cena serán en El Pachà. Han mareado a Carmen durante días con  las tarjetas de crédito. Le rechazaron hasta tres. Total para querer cobrar en metálico. En todas  partes hemos  tenido que pagar con dirhams o, a lo sumo, euros.
El nuevo riad es también muy bonito. Con la decoración árabe. Como el Corán prohíbe la representación de animales y personas, desarrollaron mucho la caligrafía, que aparece en todas la escayolas. Salvo los sufíes, turcos y persas, por eso tenemos en La Alhambra el Patio de los Leones.



Mohamed, que debe tener veintidós o veintitrés años, aguanta estoicamente, toda la retahíla de quejas que le lanza Carmen, añadiendo a sus comentarios Pero si tú eres simpática.... Qué más da que la cama sea de matrimonio, ¿no sois hermanas? Amigas como hermanas. Yo soy más práctica y le sugiero que al menú de  la noche, añadan una ensalada marroquí de regalo, por el cambio. Así será.




Tras la cena a base de la regalada ensalada, la harira y las pastillas, dormimos como reinas. Fez  tiene fama entre los marroquíes por su gastronomía. Doy fe de lo bien que  se come en esta ciudad. Y al día siguiente nos echamos a las callejuelas a comprar especias, a llenarnos de  olores y sabores como si nos hubiéramos metido en un cuento de las Mil y una noches. 












Visitamos la Mezquita Kariuán, que lleva el nombre de la ciudad tunecina porque Fátima, la piadosa y rica mujer que la mandó construir, era de allí. Aquí se ubicó la primera universidad multidisciplinar del mundo y, aunque como en todas las mezquitas árabes no nos dejan entrar, hacemos fotos del patio. Hoy es viernes, día semanal de fiesta en la religión musulmana y numerosos fieles acuden a rezar.





Hace días que le  estoy dando vueltas a un problema que he creado yo misma. Kenza Lamouasni nos llevó a un centro comercial en Marrakech. Compré tal cantidad de  botellas de aceite marroquí para La Matandeta, que va a ser difícil que las pueda llevar en la  maleta. Solo tengo una posibilidad de que alcancen  su destino, sanas y salvas,  y esa posibilidad se llama Boro Borcha.
Él salió de Valencia en coche, rumbo a Marruecos, el pasado veintiséis  de diciembre, con dos amigas. No hemos hecho el mismo recorrido, pero esta noche nos encontraremos en Fez, si ellos consiguen llegar  sin ninguna vicisitud.



Tenemos una cita en el Hotel Batha, donde se hospedan, a las nueve. Mientras tanto, después de comer un bocadillo mixto en un puesto de la medina, yo me voy para el hammam. No un hammam turístico, sino el público, donde acuden las mujeres de esta ciudad. Me acompaña Fátima, la dueña del riad, quien negocia el precio con la anciana que lo regenta. El hammam está lleno porque es día de fiesta. Las mujeres, sus amigas y sus niñas, con el jabón negro, restriegan sus pieles con la manopla típica de estos baños, al que acuden una vez a la semana. No he llevado nada. Una joven me ofrece jabón, una manopla y champú. Al cabo de media hora, decido que  ya he terminado mi limpieza corporal y me preguntan todas por qué me voy tan pronto. Mientras me cambio, otra mujer me regala medio plátano del que está comiendo.


Boro Borcha es la persona más generosa que he conocido en mi vida. Se cruzó en mi espacio en un momento muy difícil para mí y, como es un embaucador nato, me dio la ilusión necesaria para auparme del pozo en el que me había metido. Siempre le estaré agradecida y siempre será mi amigo.
Como un caballero que es, me resuelve el problema de las botellas de aceite. Las llevará en su furgoneta hasta La Matandeta. Y nos invitará a cenar junto a Victoria y Reyes Sancho-Tello, que viajan esta vez con él por Marruecos.
Al día siguiente, nos levantaremos a las cinco y media. Nuestro avión sale a las ocho. Y una vez más tendré pruebas de que Dios no existe, pero sí el Angel de la Guarda. Ya sentadas en el taxi, Carmen me preguntará si tengo el dinero preparado para pagar la carrera. En el último momento, me daré cuenta de que mi cartera ha desaparecido y corriendo, corriendo la encontraré en la cama  del riad, olvidada.
En el aeropuerto coincidimos con Joan Ribó, alcalde de Valencia. Pero esa es otra historia.
Salve y ustedes lo pasen bien. Ah, y feliz rentrée.

viernes, 3 de enero de 2020

AMANECER EN EL DESIERTO




                                                                     Camina  en el desierto, entonces notarás el valor  del                                                                             agua.

                                                                                                Desierto
                                                                                 
                                                                                          J.M.G. Le Clézio


     En el desierto de Merzouga, muy cerca de la frontera con Argelia, el campamento en el que  nos hospedamos tiene wifi y calefacción, que no funciona. El desierto ya no es lo que era. Me siento como una guiri invasora de  una realidad edulcorada. La cena es suculenta y después hoguera y tambores. Me imagino el Sacromonte lleno de americanos intentando bailar flamenco. Lo que hay que hacer para seguir adelante. No me gusta este desierto descafeinado y lleno de comodidades. Es más, no conozco otro.
Al día siguiente, nos levantamos a ver el amanecer. Aparece el sol a las ocho y cuarto. Y yo le añado la banda  sonora de Here comes the sun, de los Beatles.
Anoche nos dieron la posibilidad de volver a donde se encuentra nuestro mini-autobús a lomos de  dromedario . El resto del grupo decide que no. Hará mucho frío. Ya montamos ayer en dromedario. Pero yo persisto y a las ocho y media emprendo paseo con Mohamed, nuestro porteador de ayer. Un joven de veintiséis años que nació en una familia nómada, cerca de Ouarzazate.


Como Mohamed habla mal el  inglés y yo también, nos  entendemos a  la  perfección. Me explica que son cuatro hermanas  y cuatro hermanos. Que el trabaja  llevando arriba  y abajo dromedarios desde hace dos años. Pero es un empleo de temporada. En  verano, con temperaturas  de cincuenta  grados durante  el  día, el turismo  que llega hasta el desierto  es  nacional. Los precios son muy bajos.


Encontramos un par de  pozos y me dice que el  agua se encuentra  a  siete metros  de  profundidad. ¿Tan poco? Que las lluvias llegan en septiembre y octubre. Y que la  frontera  con Argelia, marcada  por el desierto, no está  bien delimitada  y es peligrosa. Hay piratas  del lado de Argelia.
Mohamed es un chico de mirada dulce que intercambia número de teléfono con los turistas.
Nos encontramos botellas  de plástico, latas abandonadas. Donde llega  la civilización, también arriba la barbarie.

Ha sido un paseo de una hora, a lomos de  dromedario. Una mañana soleada, sin frío ni viento. Por mucho que nos empeñemos en ser viajeros, no somos más que turistas en busca de rutas ya trilladas. Sin poder renunciar a la comodidad de nuestra  forma de vida.
Se acabó el desierto  de  los románticos. Nos vamos  para Fez.
Salve y ustedes lo pasen bien este  año  que ha acaba de comenzar. Que tengamos salud, paz y mucha  serenidad interior.