jueves, 16 de abril de 2015

LAS HISTORIAS, LOS RELATOS

En mi familia, siempre se contaron historias. Era una manera de tener presente nuestro relato, íntimo y ancestral,  la infancia se acuna con relatos, El abuelo Matanda tuvo siete hijas, cada una con un nombre y una personalidad distintos. Nelo,  lo intentó y lo volvió a intentar, hasta siete veces, pero nunca llegó el hijo deseado que cultivara los campos de la Marjal. La tía Concha, la menor de las siete hermanas ocupó el lugar en la  ayuda al padre quien se la llevaba para arar el campo o sembrar el arroz.
Con relatos, se va asimilando un pasado en el que a veces se trasluce el dolor y la tragedia, como la muerte, por desgracia, de mi abuela Dolores.
Les decía a principios de año, que se necesita un buen relato para seguir viviendo, sobre todo en los tiempos que corren. Estoy segura de que las parejas no se separan porque termine el amor, sino porque finiquitan el relato que las unió. Y, a fuerza, de no querer seguir imaginando nuevas páginas, unos cambian de partenaire, para emprender una nueva relación y un nuevo relato y otros miran hacia otro lado, aunque permanezcan juntos, como en el cuadro de Picasso El Arlequín y su mujer.
Cuando decidimos convertir la granja de mi padre, Manuel Baixauli Romeu, el Matanda, en un restaurante tuvimos que buscar un nombre que impuso él solo su presencia, La Matandeta. Puesto que toda la familia del abuelo Matanda había heredado el nombre, qué menos que una de sus biznietas al crear el restaurante en lo que antiguamente fueron sus campos de arroz, respetara a su ancestro y a sus orígenes, poniéndole por nombre La Matandeta.
Pues bien, recuerdo que poco antes de que abriéramos las puertas, durante un viaje de trabajo a Sicilia, isla apegada donde las haya a su pasado y a sus tradiciones, un ínclito director general de Relaciones Institucionales de la Generalitat, me preguntó cómo le habíamos puesto al restaurante. ¿La Matandeta? Con ese nombre nunca llegaréis a ninguna parte. Veinticuatro años después, nosotros hemos llegado hasta aquí y él hace tiempo que no se le ve por parte alguna. Les  puedo asegurar que no hay cosa que más les guste a los clientes que se les cuente la historia y el origen del nombre. 
Nos hacen falta relatos, me dice mi amigo, el escritor y pescador Paco Baixauli Mena. Sí, nos hacen falta relatos para entendernos, pero también para saber vendernos. Hay un pequeño pueblo en la Provenza llamado Venasque, no tendrá más de ochenta habitantes y sin embargo, cuenta con tres restaurantes con encanto que se llenan durante todos los días del verano. Aparte de las vistas espectaculares del paisaje provenzal que se pueden contemplar desde este lugar, se dice que sobre una piedra, situada cerca de la iglesia y junto al mirador, descansó María Magdalena, en su huida de Tierra Santa, tras la muerte de Jesús, y antes de morir ella misma y ser enterrada en la Sainte Beaume. Nadie ha podido atestiguar históricamente si el hecho es cierto, pero el relato les ha dado a los habitantes de la zona para mucho, entre otras cosas para mejorar su economía y su calidad de vida.


Vengo observando de un tiempo a esta parte, que el relato ha entrado en el mundo de los vinos. Lejos de llamarse Marqués del Potosí, Castillo de la Guadaña o Señorío de Más Arriba, han aparecido nombres en las etiquetas españolas como La Charla, La Pelea, Habla del Silencio, La Gresca, Paquito el Chocolatero.
Para mí, el primero en estar en el momento oportuno, en el lugar adecuado, fue Mala Vida, de Bodegas Arráez, de la Font de la Figuera. Una etiqueta rompedora con el nombre de lo que hemos llevado todos durante estos años, una metáfora de la crisis. El vino se ha vendido solo. La gente se sentía identificada con su nombre y su etiqueta. Un acierto de Toni Arráez, quien en realidad buscaba el consumo de la gente joven y sin embargo ha conseguido unificar gustos sin tener en cuenta categorías de edad.


Pero hay una bodega que ha llamado especialmente mi atención por el nombre y las etiquetas de sus vinos: El sentido de la vida, El tiempo que nos une, Rabia, Remordimiento, Todo sobre mí. Independientemente de que los vinos, de la DO. Jumilla y de la Tierra de Castilla, presenten una calidad excelente y para hablar de ello hay personas mucho más cualificadas que yo, su presentación ya encierra en sí todo un relato. ¿Quién puede estar detrás de una bodega cuyos vinos llevan tan singular nombre? La pregunta nos llevó hace unas semanas hasta Fuente Álamo, en Albacete, a la quesería Cerrón, donde Juan José Cerdán inició su empresa hace más de veinte años y desde donde la extendió a viñedos y bodega.

En mi vida había visto una bodega tan integrada en el paisaje como la que tienen ustedes en la foto. Lejos de ostentcticiones y edificios vinícolas como catedrales, la bodega de la familia Cerdán parece querer pasar completamente desapercibida para la gente y sobre todo para el medio ambiente, como sí solo tuviera derecho a estar completamente integrada con él.
Sus vinos tienen nombre peculiares. El sentido de la vida, dedicado a su madre. Él me dice, una mujer coqueta y a la que le encantaba viajar. Uno de sus hijos, con permiso del resto de la familia, ha dedicado uno de sus mejores vinos a la foto de la madre, quien le dió a Juanjo y a sus hermanos el sentido de la vida y las ganas de emprender aventuras.
Pero si Juanjo Cerdán emprendió esta aventura, junto a su esposa Juani y sus hijos, es porque, a fin de cuentas, se nace con vocación funcionarial o se nace emprendedor.
Toda la familia está al pie del cañón, salvo el pequeño que amplía estudios de biología marina en Noruega. Y antes, ya lo hizo en Brasil. Una familia que trabaja duro para seguir adelante, pero innova y emprende. Y si no, dénse una vuelta por sus pagos y sus vinos,. Aunque lo de los vinos, lo tienen difícil. El ochenta por cierto de su producción se dedica a la exportación. Para florituras, ya están los de siempre.
Salve y ustedes entiendan El tiempo que nos une.