sábado, 25 de agosto de 2018

GENTE COMO TÚ

Doménico y Joe son gente entrañable. Se cruzan con personas a las que solo vieron una vez en la vida y son capaces de preguntarles por la salud de la suegra, cómo va el niño con las clases de piano, o qué pasó con ese vecino que no arreglaba el jardín. Lo he comprobado en New Hampshire y aquí en Connectica. Esa clase de gente que jamás se siente extraña entre extraños. Da igual el país en el que se hallen o la lengua en que se tengan que hacer entender, vayan donde vayan, ellos encuentran personas  a quienes saludar. El desconocido no existe, es alguien al que solo tardaremos cinco minutos más en atender. He caído en la cuenta de que tenemos mucho en común. Como nos encontremos a alguien en la calle que nos caiga bien, enseguida nos lo llevamos a casa. Y  como si se tratara de diferentes eslabones de la misma cadena, me he acordado de mi padre y de Manuel.
Mi padre, cuando llegaba el verano y estábamos instalados en el apartamento de El Perellonet, en sus paseos se ponía al día de los pocos extranjeros que habían llegado para alquilar un apartamento o una habitación  en un piso. No hablaba francés, solo conocía cuatro palabras: bonjour, madame, monsieur, merci. Las suficientes para hacerse entender y compartir con ellos una paella, un esmorçaret. Y para casa que se los traía. Hace muchos años, en un viaje de trabajo a Rusia... No quiero seguir, me pegaron una buena riña por cómo me comporté con unos estudiantes nicaragüenses que conocí. El argumento que me dio mi jefe fue el de por qué te empeñas en quedar tan bien con gente que no volverás a ver en la vida. Justo lo contrario de lo que me había enseñado mi padre.


Manuel, desde los seis años, emplea esta expresión Me voy a hacer amigos.
Seguramente ella eligió aquella tarde la misma película que tú y las dos os dirigisteis a la misma parada de autobús, sin saber que andábais sin buscaros, pero sabiendo que andábais para encontraros, en aquel pueblecito pegado a Aix-en-Provence. O te la  cruzaste en el pasillo de la universidad extranjera, las dos âgées, perdidas en el propósito común de ser vosotras mismas,  ella oliendo a Irlanda, tú a costa mediterránea. O fue en la clase de la catalana que os daba traducción y te preguntó por qué tu apellido coincidía con el de un personaje del escritor Ferran Torrent. O simplemente empezaste a enviarle tus amaneceres y tus canciones y él, procedente de Quito, recién llegado a Valencia a  fin de cursar el mismo máster que  tú y evitar   una crisis vital que lo cercaba en su país de origen, sintió tu amparo y buscó tu apego. O fueron los ojos napolitanos más bonitos que habías visto en la vida, quienes te confundieron con la profesora de Literatura Comparada y la afillolaste durante el curso entero y ya no os habéis vuelto a soltar de la mano. O sencillamente que  entraste por primera vez en la  sala  de profesores de un instituto de secundaria y te hicieron sentir acogida y bien.
No te preocupes. Si piensas  que andar por el mundo es como dar una vuelta por el barrio, si sabes hacerte entender hasta por señas, vayas a donde vayas, nunca estarás sola. Siempre encontrarás a gente como tú.







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