jueves, 22 de noviembre de 2018

UN DIA COMO HOY

Hay veces que trabajo de hada madrina. Es un trabajo que me  gusta mucho y lo practico de vez en cuando para  no perder el oficio. Mi amiga Elena Delgadova se marchó, desde Trencin, en Esolavaquia, donbe es profesora en la Universidad  a dar clases durante seis meses a la Universidad  de la Habana.
En  la  La  Habana vive, desde antes del verano, mi amigo del alma  Joan Roig.
Así que decidí, se tienen que conocer. Le envié un wats. a Elena y le dije... No te puedes perder un personaje como ese. Y le escribí a Joan Roig, .... No dejes  de conocerla.
Y se conocieron. Y se gustaron. Todos los estrafalarios del mundo, nos acabamos por conocer...
Me gusta  mezclar a la gente. Que los hilos invisibles, funcionen. Me gusta que el destino haga su función, pero que algunos  seamos capaces de ayudarlo. Ellos están ahí. Comparatiendo su vida, sus historias, su vino, sus conversaciones. 
Creo que para Reyes... Me pediré una varita mágica.

Gracias a todos, desde Requena, por acordaros de mi cumpleaños.

lunes, 19 de noviembre de 2018

TANIA

Lo que peor llevo de mi nueva vida en Requena son los domingos en la tarde-noche. Decía mi  amigo José Vázquez Ni en Pekín, ni el Lyon. Las tardes de los domingos son un tostón. 
Ayer tuve una agradable comida en La Matandeta con un par de amigos que me hablaron de la relación que existe entre la arquitectura y la sociología. Y de Le Corbusier, un agitador cultural, padre de la arquitectura moderna. En 2006 parte de su obra fue inscrita como Patrimonio de la Humanidad, bien cultural en siete países: Alemania, Argentina. Bélgica, Francia, India, Japón y Suiza. Realizó innumerables proyectos, muchos de los cuales no llegaron a ver la realidad, pero se proyectaron sobre generaciones posteriores de arquitectos. En agosto de 1965, a los setenta y ocho años de edad, se fue a nadar en el Mediterráneo francés, desoyendo los consejos de su médico. Su cadáver fue encontrado por unos pescadores. Le dió un ataque al corazón. Vamos, que se murió como le dio la gana, que es la mejor forma de enfrentarse a la muerte. 
Había caído la tarde y yo debía emprender mi viaje de vuelta hacia Requena. A esas horas la autovía está desierta. Llovía y yo puse a Leonard Cohen. La melancolía del canadiense me produce una sensación extraña mezclada con el paisaje que contempo. Como lágrimas en la lluvia. Se lo que me espera esta tarde noche de domingo, como todas. Lo he pasado tan bien con los míos. A la entrada de Requena hay una cafetería en la que suelo parar. Voy al lavabo y pido dos aguas en la barra. Una con gas y la otra sin. Pero por favor, sin un vaso de tubo. Odio los vasos de tubo como odio la lechuga iceberg.
Y allí está ella. Tiene menos edad de la que aparenta. Unos ojos que parecen sumergidos en un pozo, una sonrisa muy tenue. Se queda apoyada en la cafetera mirando cómo mezclo las aguas, cómo me las bebo y después me cobra y me dice adiós.
Tania lleva tatuado en el antebrazo interior derecho  el reloj del conejo de Alicia. Nunca cruzamos más de dos palabras. Pero ella me mira fijo a través de su profundo pozo. Sin pedir nada
Tania es la hija de una prostituta del barrio chino de Valencia. Su madre la regaló como al resto de los nueve hijos que tuvo. Un día, cuando no tenía  más de dos años y era una muñeca rubia preciosa, su madre la llevó consigo a un bar lleno de hombres. Mientras la madre buscaba un cliente, la niña jugaba en el suelo y la camarera, una chica que ya venía de otras historias sin final feliz, se enamoró de ella. La madre de Tania volvió más veces al bar por su trabajo, la camarera no le perdía la pista a la niña. Y un día, la madre de Tania se la regaló.
La historia es mucho más larga. El padre de Tania acabó de pareja de la madre de corazón, que fue a la consellería y reclamó a la niña. Se la dieron. Mejor eso que un centro de acogida.
Que por qué se todo esto si nunca cruzo más de dos palabras con ella que me mira desde la  profundidad de su misterio? Porque no creo en la casualidad, sino en los hilos invisibles que mueven a las personas y que cruzan sus espacios.
Esta semana, en Requena, me hice la manicura. La mujer que me atendió me contó la historia de Tania. Ella es su madre de corazón, la que la recogió. Eugenia no sabe  que yo conozco  a  Tania. Tania no sabe que hablo con Eugenia.
 Hay otra Tania en mi vida. Pero esa es otra historia.




jueves, 1 de noviembre de 2018

EL TANCAT Y JUDITH





                                                              A C. Ch. por  nuestras conversaciones





Hola, María, ¿Me llevarías  el viernes al Tancat  de la Pipa? Me he  apuntado a un curso de birdwatching. Estoy haciendo las prácticas  del máster en la  Agencia  Valenciana  de  Turismo y sabes que a la  gente de mi país le encanta observar pájaros.
Pues. claro que  sí. El viernes te recojo en el Kramer, comemos en mi casa y te  llevo.Y dónde cojones estará el Tancat de  la Pipa, pensé.
 César Chamorro había llegado a Valencia desde  Perú. Su familia era de la alta sociedad limeña. Parientes lejanos de los Vargas Llosa. Había hecho la preinscripción en tres universidades: Washington, Seattle y Valencia. Lo aceptaron en las tres. Llevaba trabajando para el gobierno peruano cinco años. Sacó su plaza entre setecientos aspirantes y hablaba el inglés, como si fuera para andar por casa. Tenía una novia lindísima que se había metido entre ceja y ceja casarse con él y tener un par de niños ya. Pero ya. Y lógico, a los treinta años, le entró el pánico.
Así que se vino a Valencia donde una de sus hermanas estudió sociología y trabajaba en una ONG. Está felizmente casada con un valenciano y tienen una niña. Otro, se repartía entre Barcelona y Madrid con proyectos de diseño y recalaba en Valencia con su mujer, analista de datos. Dos más, instalados en  los Estados Unidos. Vamos, que el niño no andaba por el mundo descalzo.
Sucedió que nos matriculamos en el mismo máster. No nos habíamos visto en la vida, pero creamos un grupo de watshap entre los compañeros (y compañeras, por supuesto) y yo empecé a enviar mi blog, mis amaneceres, mis canciones. Nunca las sirenas cantaron tan bien. Eran cinco horas de clases con gente que la mayoría habíamos pasado la mañana trabajando. A media tarde, yo sacaba de mi bolso de Mary Poppins una tableta de chocolate negro y la compartíamos. Había que subir la serotonina.  Cada vez se sentaba más cerca de mi. Hasta que... No se dio cuenta y me lo traje a casa. Cuando encuentro a alguien en la calle que me cae bien...
Aquí vio quiénes somos, escuchó nuestro relato. Esa primera Semana Santa en soledad, Manuel, él y yo nos hicimos un montón de kilómetros. Lo machaqué con las canciones en francés, con mis relatos, con mi poco sentido de la orientación. Nos perdimos un montón de veces.Y sin embargo, resistió.
María, ¿Me llevarías el viernes al Tancat de la Pipa? Y al fin del mundo, hijo, si hiciera falta.
Comimos una paella, hablamos de un montón de cosas. A sus treinta años, ya vivió uno en Israel. Trabajaba en un kibutz. Le gustaba el país, la ciudad. Lo malo es que siempre estaban tirando bombas. ¡Ja, ja, ja! Se marchó a Rusia para cuatro meses y el amigo de su padre, diplomático, olvidó recogerlo y se perdió. Esa es la mejor forma de encontrarse.
¿Vamos para el Tancat? ¿Qué estará en Silla, en Catarroja? Dos horas y media dando vueltas con mi coche amarillo por los caminals de la Marjal. Y él por el móvil hablando con la monitora e indicándome cómo tenía que llegar.
Pero, María ¿por qué cada vez que quedo contigo nos tenemos que perder? Porque forma parte de mis encantos. No, María, no es eso. Creo que se trata  de tu afán por sublimar la realidad y convertirla en literatura. Si te pierdes, sabes que encontrarás una historia. Pues eso.
Otra vuelta más. Llegamos por un caminal que da a parar a una valla sin salida de la autovía. Doy la vuelta y le digo Mira ahí tienes patos, ve mirándolos y nos vamos a tomar una cerveza.



Era una tarde preciosa, pero todos los bares y chiringuitos que encontramos a nuestro paso estaban cerrados. Cruzamos la autovía  y en frente de un tanatorio  encontramos una terraza donde sentarnos. César y yo empezamos a hablar de psiquiatría y me descubrió el periodismo gonzo. Me habló de Hunter y de su carta al amigo. Aquel joven de treinta años me estaba enseñando un montón de cosas que yo desconocía.  Ante nuestra vista, pasaban chicas preciosas. Vestidas de una forma atrevida y muy maquilladas. Entraban en el establecimiento en cuya terraza estábamos hablando. Hasta que me dí cuenta de la situación. Oye, César, ¿sabes que nos hemos sentado en la terraza de un puticlub? ¿Y qué es eso? Me respondió.
Entonces la conversación cambió de ámbito. Y me contó su primera pulsión sexual.
Tenía trece años, mis hermanos andaban por los dieciocho y los veinte. Yo los veía salir con chicas, hablar de sexo.  Traer revistas a casa con señoritas ligeras de ropa... 
Pero yo no tenía otra  obsesión que entrar en la habitación de mis padres, aquellas tardes  del verano limeño, cuando no había nadie en mi casa, salvo las macumas que dormitaban sentadas en la cocina y ante una reproducción de la Judith de Gustav Klimt,  masturbarme. No me ponían las revistas de mis hermanos, ni sus novias. Era sencillamente aquel cuadro. Aquella mujer dorada, su mirada lujuriosa, sus pechos duros como piedras, su mano triunfadora sobre aquella cabeza de hombre. No conocía la historia. Pero me gustaba ella. Tan diferente a las mujeres sumisas que venían a cenar con mis padres. Ella era solo ella. Una mujer desnuda frente al mundo y triunfadora. Con la cabeza de un hombre derrotado. Vengativa, dueña de su propia historia.  Capitana de mil batallas. Una persona tan igual a mí... Era una sensación extraña. Me encantaba la Judith de Klimt. Me obsesionaba con ella. Yo tenía que encontrar en el mundo una mujer así. Tenía  trece años, mi descubrimiento del placer sexual y a la Judith hasta que una tarde... Llegó mi madre y me pilló con las manos en la masa. No se enfadó. ¿O sí? 
¿Sabes que te digo? Le respondí. Si tuvieras treinta años más... Te tiraba los tejos.
Ja, ja, ja.
No, no te rías. Y seguro que no te me ibas a escapar.

NADIE

¿Por qué a veces no somos capaces de solventar una situación mental aunque  sepamos  que con el tiempo no podremos  más que  reírnos de ella?
A  lo  mejor porque no somos nadie.
Nadie es un personaje importante en la historia de la literatura al que no le prestamos  atención.
¿Qué le responde Ulisses a Polyfemo cuando están en la caverna y el primero le clava la lanza en el único ojo que tiene?
¿Quién me ha hecho esto? Nadie, responde Ulisses.
No somos nadie para destrozar la vida de otras personas, incluida la nuestra.
No somos nadie para demostrar amor, cuando lo único que buscamos es otro cuerpo  donde reposar nuestro propio abandono.
No somos nadie.
Uno de los mayores embaucadores de la literatura, incluida Scherezade, es Fernando Pessoa.
Pessoa en portugués significa persona. Pero también significa nadie.
Hay un montón de libros que yo leí cuando no tenía ni la edad ni los referentes necesarios para entenderlos. Uno de ellos es El año de la muerte de Ricardo Reis, de Saramago.
De todos los heterónimos que tuvo el gran escritor portugués, y me refiero a Pessoa, Ricardo Reis es el único al que no mató. 
Fernando Pessoa escribía a través de sus heterónimos. Les daba una partida de nacimiento, unos padres, una historia. Unos acontecimientos, un proyecto de vida, una realidad. Y al final, una muerte.
Excepto a Ricardo Reis que lo dejó vivo. 
Y eso le dio pie a José Saramago para matarlo. 
Yo leí  el libro cuando no debía. No entendí nada. 
Pero, Saramago, cerca de los sesenta, emprendió una carrera literaria que lo llevó directo al Nobel.
Después de El año de la muerte de Ricardo Reis, hay que leer Memorial del convento.
El resto... No somos nadie.