Cuando llegue la muerte, quiero que me encuentre vivo.
Proverbio de la Toscana
Esta semana, el miércoles, cayó un coche a la acequia. Al volver de Valencia, nos lo encontramos Helena y yo con las luces encendidas y el limpiaparabrisas en marcha. Avisamos a la policía local de Alfafar que para entonces ya andaba sobre avisada y que a su vez nos informó de que el asunto estaba en manos de la guardia civil, la grúa avisada y al conductor se lo había llevado una ambulancia en estado de shock. Hasta aquí la cuestión anormal de que un coche cayera a la acequia en pleno día, quedó dentro de la normalidad de la jornada. El resto, forma parte de un miércoles que pasará a la historia de La Matandeta como el que más coches pararon desde su inauguración.
Los conductores estacionaban delante de nuestra verja, se iban hacia la acequia, se hacían fotos con el móvil, llamaban a la familia, a los amigos, a los compañeros de trabajo y siguieron llegando vehículos hasta bien entrada la noche, mientras el coche seguía con los focos encendidos y el parabrisas en marcha. En realidad los surrealistas no inventaron nada, solamente enunciaron lo que constataban en la realidad.
En 1924, en París, André Bretón redactó el siguiente manifiesto: El surrealismo es puro automatismo psíquico por el cual se intenta expresar verbalmente o de cualquier otra manera, el funcionamiento real del pensamiento en ausencia de cualquier control ejercido por la razón al margen de toda preocupación estética o moral.
El miércoles, precisamente, también fue el cumpleaños de una persona, entrañable para mí, a la que si tuviera que encuadrar en un movimiento artístico, no desentonaría para nada entre los Apollinaire, Magritte, Man Ray, De Chirico, Dalí o Picasso. Hablo del profesor emérito de la Escuela de Arquitectura, Boro Borcha. Boro en valenciano se escribe con V, pero a él le gusta más con B. Primera premisa para pertenecer al círculo de los surrealistas.
A Boro lo conocí en La Matandeta que es donde suelo conocer a buena parte de las personas interesantes con las que me cruzo porque, más que un restaurante, es una ventana abierta al mundo.
Una tarde volvía yo de la Universidad cuando salía un grupo de comensales entre los que creí reconocer a Albert Boadella, Ramón Fontseré y otros componentes de Els Joglars. En la barra, junto a la caja, un caballero con un bigote blanco extraordinario, discutía con Helena. Cuando se marchó, le pregunté a mi hija qué sucedía. Es Boro Borcha, siempre se queja de algo, pero todas las semanas viene a comer.
Conocimos a sus hijos, a la madre de sus hijos, a su hermana, a sus amigos... Boro se convirtió en un habitual de nuestra casa.
Una noche me invitó a cenar a su casa. Vive en una alquería en mitad del campo y como yo sé que los surrealistas pueden tener ideas extraordinarias fuera de todo pensamiento racional, le pedí a mi amiga del alma, Carmen Minguet, que me acompañara.
El caballero se comportó como lo que es: todo un caballero por muy surrealista que sea. Y la cena y la conversación transcurrieron por los cauces del máximo interés.
Cuando mi separación matrimonial y posterior divorcio fueron para todos conocidos, Boro Borcha empezó a venir con más asiduidad por La Matandeta. Siempre acompañado por hermosas e interesantes mujeres de ojos inteligentes. Eso sí, cada vez que levantaba la vista, me tropezaba con su mirada.
Y al final sucedió, lo que tenía que ocurrir. La mancha de la mora, con otra verde se decolora.
Recuerdo aquellas vacaciones de Semana Santa y Pascua en las que recorrimos cuatro mil kilómetros en doce días por Marruecos. Para Manuel, mi nieto, que tenía diez años, fue un viaje iniciatico.
Ustedes han visto alguna vez a un europeo vestido de moro y cortando jamón en una kashba en medio del desierto de Merssouga? Yo, sí.
A ustedes les han propuesto hacer una performance en el mítico Hotel Mamounia de Marrakech?A mí, sí.
Sus historias son interminables y absorbentes. Una noche, de hace muchos años, Boro se encontraba de madrugada en la barra del Claca. Apoyada en la misma, una chica con la que entabló conversación. Cuando la muchacha le preguntó a qué se dedicaba, Boro contestó que al teatro. Y en qué teatro actúas? En el de la vida, contestó el arquitecto. La chica también era actriz en el grupo de Els Joglars . Al día siguiente, Boro apareció en el camerino con una caja de cava y unas copas. Y desde aquella noche, cada vez que el grupo actuaba en Valencia, se dejaban caer por la alquería, lugar de encuentro de noctámbulos, artistas, bohemios y, por supuesto, surrealistas.
Desde que lo conozco, y ya va para ocho años, me he cruzado con varias personas con formación en arquitectura. Todas han coincidido en una sentencia: El mejor profesor que tuve en la carrera fue Boro Borcha. Cómo lo hace, cómo lo ha hecho? Supongo que viviendo cada día de su vida como si fuera el último.
Su primera mujer, madre de sus hijos, María Asunción Mateo, era profesora de Literatura y después se convirtió en la mujer del poeta Rafael Alberti. La segunda, una arquitecta de reconocido prestigio. La tercera había sido Miss Bélgica. Con todas se lleva bien.
Podría seguir y seguir hablando sobre Boro Borcha. Creo que entre mis defectos no se encuentra el ser una persona desagradecida. Él me ayudó a pasar el duelo de mi divorcio. Y tiene para siempre mi cariño y mi afecto.
Este año hemos celebrado el 9. El próximo cambiamos de decena y lo haremos con una gran fiesta. Quieras tú o tú quieras.
Bueno. Que tengan una feliz semana. Yo ... Me voy a dar una vuelta por el mundo que hace tiempo que no salgo de La Matandeta.
Salve y ustedes lo pasen bien.
Vivir la vida es irreprochable...
ResponderEliminarY que viva, Justo!
ResponderEliminarCom que tindreu ocasió de tornar a parlar amb ell, digueu-li que he llegit la teua aportació literària, a la vida d'aquest magnífic espècimen humà, que conec des de fa més de 60 anys, parant compte que va ser alumne meu en l'Acadèmia Cid, quan va començar a estudiar la carrera d'Aparellador, i posteriorment, quan jo era professor de l'Escola d'Arquitectura de València, en l'últim curs de la formació acadèmica, vàrem tornar a coincidir i gaudir de les nostres experiències professionals i de viatgers, passant a ser novament alumne meu, al marge de la nostra profunda amistat.
ResponderEliminarQuan en els anys 60 va saber que el meu cognom en Basc significa “La Formiga”, va començar a dir-me afectuosament “Formigueta”, i per a mi sempre va anar simplement “Boro”.
Podria contar milers d'anècdotes, tant en la seua primera etapa com en les posteriors, però això quedarà entre ell i jo, però si que vull deixar clara una cosa, i així li ho heu de dir, és que estic preocupat perquè:
NO HAY SILLAS !!!!
Ell ho entendrà ràpidament.
Víctor Iñúrria (08-09-2024)
Gràcies, Victor
EliminarUna història molt interessant , com tu saps contar-les👏🏻
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