domingo, 27 de septiembre de 2020

MISCELÁNEAS

 Las gafas de leer aparecieron, misteriosamente, en el sofá, debajo de  un cojín. Y mira que  lo  había  revuelto  todo buscándolas. Para  mí, que los objetos que  me rodean tienen vida propia. Las gafas se  esconden, las llaves se aburren y se cobijan  detrás de los  DVDs, las gabardinas se cabrean porque no  llueve y  no las saco del armario. Por no hablar  de  los libros, que piden a gritos que los libere del confinamiento de  las cajas  en que los tengo metidos desde  hace años.


Aparecieron  justo  después  de  que  se  marchara  Kiko Veneno y sus  músicos, que actuaban  en  Valencia (Me quiero asegurar /Que mi sombrero  está  bien  roto y así los rayos/Pueden entrar en mi cabeza./Te quiero conquistar/Con el suave viento gratis  y fresco/De mi abanico de cristal).
Kiko Veneno es un poeta callejero que musica  sus versos. Lo trajo uno de los  miembros del grupo Los inhumanos (Manue' no t'arrime a  la pared, que  te va  llenar de cal, de cal).


Nunca pedimos  fotos a los  artistas  que  vienen. Entendemos que si eligen esta  casa es por  su tranquilidad, porque  quieren pasar  desapercibidos. No les hemos solicitado a los de  M-Clan, que son asiduos. Ni a los  de La Habitación roja.  Pero con  Kiko no nos pudimos contener. Gente  sencilla el gaditano. Y muy  amable.

Después subí  arriba. Iba  a  prepararme para  mi paseo de marcha  nórdica. Me dejé  caer  en el sofá y ... Et voilà! Allí estaban las  gafas.

Ya con mis bastones  y con una tarde  otoñal magnífica, me dirigí hacia  la  Travessa y de allí viré hacia  la izquierda, a la casa  verde.

Añadir título

Tengo un amigo que  vive y trabaja en el extranjero y me ha pedido que le  localice una  casita  en la Marjal. Le gustaría  comprarla y arreglarla. Está enamorado de  esta zona. Pensé  en esta por su  frondosidad, porque está al lado  de  dos acequias. Porque me gusta. Me  acerqué grabando un video y vi que  la  cadena estaba rota. La verja metálica la  habían movido y estaba  mal colocada. Al  fondo, detrás  de  otra verja, un perro ladraba. Salió un chico gritando:¡ Esto es una  propiedad privada!. Le dije que era  María  Dolores, de  La Matandeta. Se acercó a  mí. Estaba muy nervioso. Tenía  un aspecto muy desaliñado y un aire a inocencia que  no se la acababa.

Me contó que le habían entrado a  robar esa  misma  mañana. Le habían roto el candado y la cadena y, a pesar  de  que  tiene un perro  que impresiona, un terrier American Staffordshier, el animalito, que  responde  al nombre  de Saurón, es muy cariñoso y no hace nada. Jorge, que así se llama el muchacho, añadió que se  le habían llevado las  veinticinco  gallinas que cría, un grupo electrógeno y un motor de barca. El gallo rojo, que me despierta  todos  los  días al amanecer, como anda  suelto a  su aire, sigue por  allí, sin apercibirse  de  lo ocurrido.

Jorge me cuenta  que la  casa no se vende. Él va todos  los  días a cuidar de  las  gallinas. Iba. La casita verde  era de sus abuelos. El abuelo murió y la abuela  dejó de  ir. La  heredó su tío, que también es su padrino. También murió y se la dejó a él. 

El joven no debe tener más de treinta  años. Arregla motos y coches  a  domicilio. Los domingos invita  a  sus  amigos a paella en la  casa heredada. Sabe  que debería arreglarla, pero no tiene ni dinero ni  tiempo. Le dije que  si necesitaba cualquier cosa, ya sabía dónde encontrarme.


 Seguí caminando con mis  bastones y al final  de la  Travessa,giré hacia la  derecha. Me sobrepasaron un padre y su hija de unos siete  años, ambos en bicicleta. A la altura de  la Casa del  Eco, los encontré sentados en el murete que circunda la casa. El padre le demostraba que los sonidos revotaban y se  producía el eco. Sonreí. Les expliqué que, cuando mi nieto era pequeño, siempre veníamos aquí a  gritar. La llamábamos, la  seguimos  llamando la  Casa del Eco. 


 

Pero ahora mismo, Manuel ya no  tiene  ganas de jugar con el eco. Prefiere coger la bici con sus amigos y perderse por  los campos. Como hoy, que compartió con ellos su primera paella, aunque  fuera  en el restaurante de  su  familia. Qué deprisa  pasa  el tiempo. Y aún así, a veces pienso que me gustaría  cerrar los ojos y al abrirlos estar ya en 2022. Y que la pesadilla hubiera terminado.

 


Así se lo cuento a Emma, una joven  inspectora  médica con  la que coincido algunos días, camino del trabajo. Ella no sabe quién es  Emma Bovary y yo no sé cómo van las bajas laborales. Le hablo de Flaubert y  de literatura francesa  del siglo XIX y ella me  enseña  en su móvil las curvas de contagio. ¡Madre del Amor Hermoso! ¡Si estamos  mucho peor  que  en  marzo!. Asiente con la  cabeza. Me cuenta  que  al  principio del confinamiento, mucha gente quiso coger la  baja  laboral y al  anunciarse los ertes, los mismos corrieron  a por  el alta. Me cuenta  de  la  picaresca  de  este  país, de algunas  personas. Y así se nos  hace más  corto el trayecto.

Salve y ustedes lo pasen bien.


 


jueves, 24 de septiembre de 2020

CINE Y CAVA

 He extraviado mis gafas de leer. El sábado pasado, entre la mesa del despacho y mi apartamento que está justo dieciséis escalones más arriba. En La Matandeta. El despacho no debe de tener más de cuatro metros cuadrados y el apartamento unos cuarenta y cinco. Pues no las encuentro. ¿Será eso difícil, perder unas gafas en tan poco espacio? Pues lo he conseguido.

Leo y doy clases con una lupa en la mano. Como Sherlock Holmes. Y sigo buscándolas. Menos mal que conservo las de lejos. Por eso, no hubo excusa ni justificación para que el martes pasado, a las ocho de la tarde, Helena y yo no estuviéramos en la calle Rubén  Vela. Allí se encuentra el taller de la ceramista Mónica Martínez. Y hasta allí nos llevó la invitación de Carmen Coca, para asistir al pase de la película La familia, de la cineasta valenciana, de Catarroja, Giovanna Ribes.


Alrededor de una botella  de Dominio de la Vega, unas frivolidades saladas y  un ambiente cordial, nos dispusimos a conocer a Giovanna, su película y su forma de entender la vida a través de sus obras.


Giovanna Ribes es profesora en L'Escola d'Art Superior i Diseny, además de realizadora, guionista, artista audiovisual y productora. Con experiencia en el  mundo del cine documental, de  ficción, videoarte y creación.

Nació en Valencia, hija de emigrantes españoles en Ginebra. Estudió Filología Germánica y Técnica en Operaciones de Imagen y Sonido. Comienza  su pasión por el mundo audiovisual y empieza a especializarse en varias escuelas alrededor del mundo: en Londres, en el Media Production Services, en EE.UU. es seleccionada por uno de  los Films and Television Maine Media Workshop, en Rockport. Realiza cursos en Cuba en la Escuela de Cine y Televisión de  San Antonio de los Baños.Participa en  un curso de dirección de actores  con el prestigioso italiano Dominic de Fazio. Forma parte de la productora Tarannà films.

También es codirectora del festival Dones en Art. En definitiva, una mujer apasionada por su trabajo. Entre sus largometrajes se encuentran Todas íbamos a ser reinas, un documental sobre la escritora chilena Gabriela Mistral; El sueño temerario; La sinfonía de las grúas; Manuela Ballester: El llanto airado Un suave olor a canela.


 Sus trabajos en cuanto a cortometrajes son Cuba: blanco y negro; Solitud y El lento caminar de las orugas.Para televisión ha realizado La torre de Babel y el capítulo 26 de la serie Kim & Co.  Como productora, ha colaborado en Notas discontínuas de México,  El último guión, Tierra sin mal, Agua y El amor ya no es lo que era.



Añadir título

La familia es el último largo de Giovanna. Rodado en 2017, la directora nos enfrenta a la vejez y a  sus fantasmas. Escrita e interpretada en valenciano y realizada en blanco y negro, la historia arranca con un in media res, en mitad de  la historia, una imágenes desenfocadas y alguien que grita ¡Bruixa, bruixa més que bruixa! Y comenzamos con las historia de los Roger. Bisabuelo, padre, hijo, nieto .... Unos recuerdos que confunde el Alzheimer y una dolorosa decisión que ha de tomar la familia. Y una solución inesperada. 


 
El papel principal, el Roger anciano y perdido, corre a cargo del actor Pep Cortés, que moriría dos  años después. El actor está que  se sale. Y también Lola Moltó en el papel  de su mujer. Una mujer que sigue amando, pero que demanda  ayuda a sus hijos.


Cuando termina la película, muy bien construida desde el punto narrativo, entiendes perfectamente por que la directora la plasmó en blanco y negro. También el vestuario, el maquillaje, todo fue realizado, pensando en estos colores. Y en valenciano. ¿No vemos películas chinas con subtítulos en castellano? Pues también podemos ver películas valencianas subtituladas en otras lenguas, se dijo Giovanna Ribes. 

La película fue seleccionada en el Festival de Goa, India, para optar a la Medalla Gandhi de la Unesco. Giovanna distribuye ella misma sus películas.

En fin, después del film, charla con la directora, preguntas, respuestas, anécdotas. Una velada formidable. El próximo mes, el próximo encuentro, repetiremos.

Salve y enhorabuena, Giovanna Ribes.




lunes, 21 de septiembre de 2020

MARCHA NÓRDICA POR LA MARJAL

 


La marcha nórdica se inició en Finlandia, hacia 1930. Los esquiadores de fondo profesionales, durante el verano y el otoño, sin nieve, comenzaron a utilizar en sus entrenamientos bastones. Así intentaban mejorar su condición física y prepararse, con la intensidad adecuada, para el invierno.

El finlandés Mauri Repo, está considerado el fundador de la marcha nórdica. En EE. UU. a finales de los ochenta apareció una técnica con algún parecido.

Este deporte se basa en el uso de unos bastones especiales para caminar, similares a los del esquí, que además de trabajar los músculos de la parte superior del cuerpo, sirven de propulsión para avanzar.

Es un tipo de ejercicio que involucra al cuerpo entero y por tanto puede consumir un 40% de energía más que una caminata convencional. Es suave para las articulaciones y adecuado para todas las edades y niveles de estado físico. Y por si todo esto fuera poco, se practica al aire libre.








 

A mi me inició en este deporte  mi amigo Xavier Marí, que se ha convertido en una especie de filósofo de la marcha nórdica. Aunque él, más bien se define de obrero. La convocatoria fue en el parking de La Matandeta, el pasado domingo a las 9,30. Hubo presentaciones, distribución de bastones y estiramientos. Y emprendimos camino de la Travessa, apenas a doscientos metros de La Matandeta.

Los que se iniciaban en este deporte se quedaron con Xavier Marí, los demás comenzamos ruta con Javier Espinosa. Entre arrozales a punto de segar y patos sorprendidos. Dada la ventaja que llevábamos sobre el otro grupo, Espinosa, de vez en cuando nos indicaba ejercicios a ritmo de charleston, foxtrot, Travolta e incluso Los Rolling Stones. Anduvimos hasta el final del camino, viramos a la izquierda, pasamos las turbinas y nos asomamos al inicio de las matas de la Albufera. Todo ello en un ambiente festivo y distentido. 


Hace tres años que no piso un gimnasio. Prefiero hacer deporte al aire libre. Me relaja, me reequilibra, me baja el cortisol que acumula el cerebro a través del stress. Y tengo la suerte de tener esta ruta circular al lado de la casa. Pero el domingo la disfrutó y descubrió más gente.



 
Fueron doce kilómetros y tres horas de ejercicios en la Marjal, que algunos visitaban por primera vez.



 



Sobre la una regresamos a La Matandeta y la sesión final de estiramientos quedó obviada, de común acuerdo, en aras de estirar de la jarra de cerveza, que bien ganada estaba.

Entonces, empezó lo mejor. Comida en la terraza. Convivialidad. Nuevas amistades, intercambio de experiencias. A las fotos me remito.


Añadir título


 



Un día fantástico y una experiencia que  repetiremos el próximo domingo, 8 de noviembre. Habrá terminado la siega del arroz, los campos  estarán inundados y habrán llegado las aves migratorias que aquí tienen su paso.

Las plazas son limitadas. Anímense. No se arrepentirán.




sábado, 19 de septiembre de 2020

LA PUNTA DEL PARAGUAS DE PAQUITA SANTAINÉS




                                                                                 Dios esconde las cosas poniéndolas cerca de ti.

                                                                                             Ralph Waldo Emerson


Un restaurante es una escuela de psicología. Y al cabo de los años, una termina con una maestría sobre la condición humana. Dice mi amigo Joan Roig, con  tantos años cara el público, que cuando entra alguien por la puerta de su restaurante en Alcossebre ya sabe qué clase de persona es.


Conocimos a Paquita Santainés a inicios de un mes  de diciembre de .... Se acercaba la Navidad. La trajeron a ella y a su marido uno de sus hijos y su mujer que ya  habían estado varias veces en nuestra casa, para que decidieran si era el lugar adecuado donde celebrar la comida de Navidad. Se reunía toda la familia. Unas cuarenta personas. A Paquita se la veía una mujer dinámica y enérgica que se pasó todo el rato llamando Chavalín a su marido, aunque el hombre ya no cumplía los ochenta. Chavalín, ¿te gusta el sitio? Chavalín, ¿estás de acuerdo en que reunamos a la familia aquí? Chavalín asentía a todo. 
Llegó el veinticinco de diciembre y ocuparon el comedor azul, muy apropiado para reuniones hasta cuarenta  personas, antes de  la era  Covid. Al inicio del ágape, bendicieron la mesa. Los niños, y había bastantes, eran muy educados. A un veinteañero se le ocurrió pedir una botella de vino que no entraba en el menú y Paquita  lo puso en su sitio. Ella era una materfamilias. Un matriarcado con todas las de la ley. 
Al final  de la comida, ya mucho más distendidos, ante tanto hijo y tanto nieto, le pregunté si eran kikos y ella me contestó que sí. Se fueron contentos y dando las gracias. Y reservaron el comedor azul para el  veinticinco de diciembre del año siguiente.




Llegó la primavera y con ella, la víspera de Fallas. La Matandeta se preparaba ya de buena mañana para la batalla cuando, sobre las diez, sonó el teléfono y lo cogí yo. Era Pepa, la nuera de Paquita, la que la trajo para que nos conociera. Me decía que su suegro había fallecido y estaban en el tanatorio. ¡Ah, Chavalín! Cuánto lo siento. Verás María Dolores, necesitamos una comida sobre unas cuarenta personas para dentro de tres horas. Ha  venido mucha familia de fuera  al entierro y acabaremos sobre mediodía. No se pueden ir sin comer. Pero si estamos a tope. Son Fallas. Ya, pero si solo serían unos entrantes, unos arroces, el postre... Lo que queráis. María Dolores, haznos ese favor. Empecé a sudar con el teléfono en la mano. Cerré los ojos, calculé lo que podía ocurrir. El comedor azul era lo único que teníamos vacío. Vale, de acuerdo. Pero no vengáis antes de las dos. 
Me di la vuelta para asumir que  me faltaba lo peor. Decir que acababa de coger una reserva para cuarenta personas, cuando no teníamos bastantes camareros con  lo que ya había. La comida no era problema. Tenemos un gran congelador.
Le tocó a Aaron. Un chico que era la primera vez que trabajaba en hostelería. Paquita, como siempre hace, emplató los arroces, previamente haber bendecido la  mesa. Se fueron muy agradecidos. Aarón no volvió nunca más. Creo que abandonó la hostelería nada más empezar en ella.

 


Llegó mayo con sus flores. Y con su día de la madre. El domingo que más se trabaja de todo ese mes. A tope. Y llamó Paquita por la mañana. Había fallecido su nuera, Pepa, la que la trajo a  nuestra  casa. ¿Quéeee? ¡Una chica tan joven, tan llena  de vida! Si, María Dolores. Padecía del riñón. Le hicieron un trasplante. Lo rechazó. Por favor, necesitamos ir a comer sobre cuarenta personas. ¡Madre del Amor Hermoso! ¡La segunda vez, en lo que va de año! ¡Y los días que más trabajo hay!
Decidí no perder el tiempo con tonterías. Al fin y al cabo íbamos a darles de comer. De acuerdo, Paquita. Lo de siempre. En el comedor azul, que es lo único que tenemos libre y sobre las dos. 
Cuando se lo dije a Helena me espetó:¡ Madre, tú estás loca!. Y esta vez no hay ni un Aarón. Da igual. La  llevaré yo. Y así fue. Paquita bendijo la mesa. Se comportaron educados y agradecidos. Mi amiga  emplató los arroces. Y digo mi amiga porque ya habíamos empezado a serlo. Se marcharon y volvieron el día de Navidad al comedor azul. Fue mi última Navidad de casada.




Sobre el mes de noviembre de hace dos años, me llamó porque deseaba concretar el día de Navidad. En el comedor azul. La trajo su hijo, el de la primera vez. Que además es inspector de Hacienda. El que había enviudado de Pepa, la nuera encantadora. Comimos juntas. No sabía nada de mi divorcio. Yo andaba bastante alicaída y descentrada. Me hizo reir. Y entonces, me contó su historia...
Mira, María Dolores, ¿has visto mis cuatro hijos, dos chicos y dos chicas? Sí y lo mucho que te quieren. María Dolores, amiga, la realidad es como una cebolla. Está hecha por capas. No son mis hijos biológicos. Yo me casé con un viudo. ¿Cómooo? Abrí unos ojos como albaricoques. 
Yo nací en Carcaixent y me hice bordadora. Tenía mucho trabajo. Entonces se bordaban los ajuares para casarse, las sábanas nuevas, las toallas  que  se  compraban, las bolsas del pan. Se bordaba todo. Y yo estaba considerada  como muy buena en mi oficio. Tenía novio y nos íbamos a casar. Ya nos habían echado las amonestaciones. Solo faltaban quince días. Recuerdo que una vecina me había pedido que  le  bordara el ajuar de su hija. Yo no daba abasto y le dije que no. Recuerdo que  era  una  noche que llovía, volvíamos a mi casa y él, antes de  entrar, me sugirió que  cuando nos casáramos, cogiera  también el ajuar de  la hija de la vecina. Entramos en el zaguán de la casa de mis padres. Encendí la luz, cerré  el paraguas y con toda  la fuerza y el empuje de que fui capaz, lo clavé en el suelo mientras gritaba: ¿Pero tú qué  quieres? ¿Una mujer o una esclava? Y seguí clavando la punta del paraguas en el suelo una y otra vez al tiempo que repetía: ¡Que no, que no me caso contigo! 
Armé tal escándalo, que mi madre se levantó de la cama, toda asustada. 
Cuando supo de qué se trataba empezó a darle la razón al que hasta entonces y durante siete años había sido el hombre que me  llevaría al altar. Mi traje de novia ya estaba preparado. Y seguí clavando la punta del paraguas en el suelo, como un mantra de reafirmación. Y repitiendo una y otra vez ¡Que no me caso!
No, no me casé. Me marché a buscar trabajo a Valencia. Debía ser mitad  de los años sesenta. Tengo ochenta y un años. Así que... Encontré colocación en una tienda de pinturas de  la calle del Mar. Vendía mucho. Creo que valgo para estar cara al público. Llegaron las Navidades y mi jefe no me quiso pagar la extra. Dijo que con las comisiones que me llevaba ya tenía bastante.
Y venció enero y un cliente que  había abierto a su vez otra tienda del mismo sector, me ofreció trabajo. Le pedí quince días para despedirme. Cuando se enteró mi jefe, se enfureció porque no le había dado el plazo de un mes que entonces era reglamentario. Usted, tampoco me pagó la extra y también era reglamentaria.
En la nueva tienda conocí al que después sería mi marido. Entré a trabajar en Telefónica por las mañanas y seguí con la tienda  por las tardes. Fui una chica del cable. Chavalín era el jefe del Gabinete Jurídico.
Y sigo con los ojos bien abiertos y con la boca en modo exclamación. ¿Os casasteis enseguida? Qué va. Estuve siete años pensándomelo porque aquello de casarme con un viudo... ¿Conocías a lo niños? Y tanto, todas  las tardes los tenía en la tienda de pinturas. Su madre había muerto muy joven y ellos llevaban mucho tiempo sin una  presencia femenina, un referente. Al final cedí y nos casamos. 
En cuanto tomé posesión de aquel hogar, me di cuenta de que había que poner orden. Si nadie se hacía la cama, yo tenía que cargar con cinco. Establecí reglas, horarios y normas.
Paquita me cuenta que es miembro de la Obra y también me pregunta si, aparte  del que era mi marido, me he acostado con otros hombres. ¡Paquita, que eres del Opus! Si, pero no soy ninguna mojigata.
Paquita a sus ochenta pasados, tiene más vitalidad y energía que mucha gente de cuarenta. Durante el confinamiento estuvo sola en su piso de la  avenida de La Plata. Todas las mañanas, le enviaba mis amaneceres y en cuanto fallaba tres días, ya me estaba escribiendo. ¡Niña! ¿qué pasa que no amanece?
Cuando convoqué el crowfunding fue espléndida y generosa. Vamos que ya tiene casi pagada la comida de  Navidad de su extensa familia. Y también vino a comer este verano con sus sobrinos de Carcaixent.
Es una  persona admirable. La quiero mucho. Otra mujer valiente y decidida con la que me he cruzado en la  vida. ¡Ah! Ya me  ha  avisado que al próximo viaje a La Alcarria, se  viene conmigo.
Salve y ustedes lo pasen bien.

domingo, 6 de septiembre de 2020

LA ISLA DE LOS FRANCESES



Vinieron Xavier Marí y Javier  Espinosa con una amiga para que organizáramos una jornada de marcha  nórdica por la  marjal. Como ellos se definen, son  dos obreros de este  deporte. Entre  nota  y nota, Espinosa y yo empezamos a desgranar los muchos amigos que tenemos en común. Y es  que al final de tantos años, el  mundo es un pañuelo a poco que te  hayas  movido  por él.
Espinosa me  regaló dos  historias. La de Kapingamarangi, que dejo para  otro  día, provocada porque hablamos de islas y de territorios de ultramar y, dado que se  coló de  refilón en mi watshap una  foto del  Sirocco y de su capitán Toni  Nieto y de que  ambos somos amigos de parte de la  tripulación que  en esos momentos surcaba las aguas  de Baleares, pues Espinosa me contó la historia del  primer campo de  concentración que existió en el mundo y de que  fue español.
Me gusta  escribir relatos. Y también me encanta que me  los  cuenten. La seducción de las palabras.


En tiempos de Napoleón, el ejército  francés entró  en España como el que entra en  la cocina del vecino a coger un poco de perejil. Con la excusa de que  iban a invadir Portugal, el rey  los dejó pasar, me imagino que a  cambio de una gran suma de  dinero. Y la familia  real fue llevada a Fontenaibleau. No nos vamos  a  enzarzar en los  pormenores del levantamiento  del dos de mayo de 1808, sino en  la batalla  de  Bailén, primera derrota del  ejército francés  en campo  abierto, comandado  por el general Dupont, frente  a las tropas del general Castaños. Hasta dieciocho mil soldados franceses se rindieron. Tras  la batalla, las capitulaciones de  Andújar en  las  que se  estableció que los franceses abandonarían  Andalucía  y entregarían sus armas, mientras las autoridades españolas se comprometían a garantizar la vida de  los  heridos hasta que fueran  repatriados. La realidad fue que España  no contaba con barcos suficientes  para realizar este  transporte y pidió ayuda  a  Gran Bretaña. Esta  aceptó y se inició el traslado por  toda Andalucía hasta  Sanlúcar de Barrameda, padeciendo por la mala  alimentación y la  disentería.
Llegado a este punto, el  gobernador  militar de Cádiz decidió  deshacerse  de ellos. Y se empezó a esfumar  la ilusión de que  fueran canjeados por  españoles.
Tras varios meses, una parte de los barcos  recaló en las Canarias y el  resto, unos diez mil  prisioneros en Mallorca. Pero no fue  posible atracar las embarcaciones ante  las protestas  y  tuvieron que  desembarcar en la  isla de Cabrera.


Tras un año de  travesía, los prisioneros franceses acabaron en aquella  pequeña  isla. También hay que  entender el rechazo  español ante  las tropelías que  habían cometido los invasores.
Cabrera se convirtió en una prisión natural durante cinco años, donde se hacinaron los  soldados franceses sin recursos  y en condiciones infrahumanas. Unas pocas cabras  salvajes y un  pequeño manantial. En el inicio del cautiverio, las autoridades enviaron víveres cada cuatro  días  que eran insuficientes: sacos de habas, mendrugos de pan. El hambre comenzó a hacer estragos y cuantos más muertos habían, más prisioneros se enviaban de otras zonas de España. Los oficiales franceses intentaron organizarse en  la isla que produjeron algunas mejoras, pero la vida en Cabrera continuó siendo un infierno. La violencia, el caos, los suicidios,  los intentos de fuga y las enfermedades estaban  al orden del día. Los cuerpos de los muertos se amontonaban en el  suelo. No había útiles para enterrarlos. Al final decidieron  quemarlos. Semanalmente  se  formaba  una gran hoguera.


Muchos soldados intentaron fugarse. A nado o arremetiendo contra alguna de  las barquitas  que llegaban  con provisiones. Solo unos pocos tuvieron éxito. Hubo represalias  por parte  de  la  autoridad  española, dejando de enviar víveres. Los supervivientes tragaron con todo. Insectos, largartijas y cualquiera  cosa susceptible  de echarse a  la boca. Se practicó  el canibalismo. El hambre pudo con cualquier rasgo  de humanidad. Hasta perder la cabeza. He leído  en Internet que las  fuentes  que  hablan de la  práctica del canibalismo, cuentan que primero se comían los  cadáveres que  yacían en el  suelo, pero tiempo después se  pasó al asesinato  para poder  disponer  de carne, aunque  fuera la de  sus camaradas. Ante tal situación, las autoridades decidieron aumentar las  raciones  y  el  agua potable  que  eran enviados, así como evacuar a los enfermos más graves. Eso fue el origen de  que muchos franceses se  autolesionasen.
El 17 de abril de 1814, ellos estaban  allí desde 1809, terminaba la Guerra  de  la Independencia y un mes  más tarde  los  prisioneros de Cabrera quedaban en  libertad. Imagínense lo que restaba allí.



Esta pasada  noche apenas he podido dormir. Me he  despertado sobresaltada por un extraño sueño  en  el  que  aparecían unicornios  alados, seres mitológicos y todos  sucedía en  un teatro  por  el  que  volaban y yo estaba sentada en un palco. Quizás sea `porque anoche volví a ver Las brujas  de  Zugarramundi.
De pronto ha venido a mi mente una portada  de libro, Cabrera y su autor, Jesús Fernández  Sántos. Y de  que lo  leí a principios de  los  años  ochenta. Y de que el autor, a través  de un personaje, narra todos  estos  hechos.
Pero también me he acordado de aquel viaje de septiembre, con el Sirocco, hace doce años. De la llegada al puerto  de Cabrera y de  las praderas  extensas  de  posidonia. De cómo se veían tras unas aguas translúcidas. Del paseo  que dimos, del rato  sentados en  aquella  terracita  del  único bar...
En realidad, hoy quería hablarles de marcha nórdica. Pero la  historia  de Javier Espinosa pudo más conmigo.
Que tengan  una feliz rentrée.


sábado, 5 de septiembre de 2020

NUESTRA AMIGA CARINA





Fue un mes de agosto cargado de visitas y de emociones. Tras el confinamiento, la gente tiene ganas de moverse, de disfrutar de la joie de vivre. Una de esas visitas entrañables e inesperadas fue la de Carina. Por la mañana, había visto en el Facebook un foto suya con su  pareja en Paris. Y a mediodía estaba  entrando por la puerta, sin avisar. ¿Pero tú que haces aquí? ¿No estabas en el Sacré Coeur? Eso fue el fin de semana.
Carina Moya González, aunque nació en Francia, se siente muy española. Así lo atestiguan su  retranca y sentido del humor.
En Estrasburgo, capital de la Alsacia, sus padres, emigrantes de Algemesí, crearon un hogar para sus cinco hijos. Carina, la pequeña, nació en esa ciudad y en ella estudió hostelería. Dio sus primeros pasos profesionales en un restaurante gastronómico de Kronenburg, ciudad cuyo nombre les sonará a cerveza y a película española de los años ochenta (Historias del Kronen). De allí entró a trabajar en el Hotel Hilton de la ville que alberga la sede del Parlamento europeo.
 El Hilton. De su restaurante gastronómico La maison du boeuf, Carina tiene muchas anécdotas que contar.
Cuando ella trabajaba , entre los clientes habituales, se encontraban la cantante Nana Mouskori, la actriz Isabel Adjani, el entonces primer ministro Michel Rocard y políticos de todo el amplio abanico europeo. Carina se acuerda de Jean Marie Le Pen, lider por aquel tiempo del Frente Nacional, ultraderechista, conocido  por sus ideas racistas sobre la inmigración. Al sr. Le Pen le encantaba tomar el desayuno en su habitación y siempre  se lo servía Sami, un joven de raza negra. Al cabo de un tiempo, el sr. Le Pen pidió a la dirección que le cambiaran  al camarero y así lo hicieron, pasando a encargarse de los desayunos Mohamed, un camarero árabe. Le Pen no volvió a protestar. Debió entender la indirecta.
Una noche, con el restaurante gastronómico lleno, el polémico empresario y político Bernard Tapie celebraba con los suyos. En un momento en el que su esposa se levantó para dirigirse a los lavabos, Carina se acercó a preguntarle si tomaría café, al tiempo que oían a voz en grito: ¡Cariño! ¿Follamos esta noche? La señora Tapie, sin inmutarse, respondió a la muchacha: Por favor, doble y muy cargado.


De allí y con dieciocho años, se marchó al Hilton de Londres y pasó por varios gastronómicos.
A través de un conocido común, supimos de la existencia y la profesionalidad de aquella muchacha. Un uno de noviembre, Día de Todos los Santos, con La Matandeta que apenas llegaba al mes de su existencia, cruzó el umbral de nuestra casa. Organizó camareros y servicios. Y nos ayudó mucho a nosotros, unos recién llegados al mundo de la hostelería.
Los clientes, y sin embargo amigos, como Remigio Oltra, que empezaron a venir por aquí hace la friolera cantidad de  veintiocho años, quizás recuerden a aquella chica  luminosa y sonriente, con un suave acento francés.
Pasa el tiempo y nunca lo hace en balde. Carina decidió volver a Estrasburgo y hasta allí fui a buscarla para  que regresara con nosotros. Recuerdo una cena pantagruélica en La maison du boeuf porque a Carina le había tocado en un sorteo como premio por su cumpleaños. Champagne y foie franceses, carro de quesos y licores. La cena costaba tanto como el sueldo de Carina de un mes. 
Esa velada conocí al belga Paul Doyen, que era su jefe y que tiempo después se establecería en Valencia y abriría, junto con otros socios  La Papardella, Il Pomodoro, Vicios Italianos. Hasta un total de trece y un hotel tienen en estos momentos en la ciudad del Turia.
Pero la sorpresa, este  mediodía del mes de agosto, es por partida doble. Carina ha invitado a comer a Paul Doyen, su mujer italiana, Laura y  sus dos hijos que igual  hablan en valenciano, que en castellano, en francés o italiano.


Carina volvió a España, a trabajar en nuestra casa y en otros establecimientos de la ciudad. Y se volvió a marchar  a Francia. Se instaló a los pies del Lubéron, en Apt, Provenza. 
En plena rebeldía adolescente enviamos a Helena un verano a su casa. 
Ahora Carina tiene cuarenta y ocho años, una hija casi con la misma edad que ella tenía cuando llegó aquí, dos tiendas de ropa, una  en  Apt y otra en Orange. Y una nueva pareja.
Es una de las mujeres más decididas y valientes  que he conocido en la vida. Y he tratado con bastantes.
¿Ven ustedes? Hoy sí que tenía ganas de escribir.
Que disfruten del  fin de semana. Que la gota fría  ya casi está  aquí.




viernes, 4 de septiembre de 2020

DE AMOR Y MASCARILLAS





Pablo Hernández, nuestro abogado, nos contó que, después del confinamiento, las demandas de divorcio se han disparado. Los jueces les dicen que se tranquilicen, que se lo piensen detenidamente antes de dar el paso. Pero hay mucha gente que erre que erre. Una cosa es compartir unas horas al día, a la semana, un mes de vacaciones juntos y cada  uno a su rutina. Y otras más pesada quedarse tres meses confinados con la pareja, a veces en un espacio de pocos metros cuadrados. Los resortes crujen y los cimientos de la relación se vienen abajo. Y si no que se lo pregunten a mi amiga Gaia de Filippo, que pasó el confinamiento con su pareja en un pisito de Milán, con la perrita. La relación se quebró  después de dieciséis años. 
Sin embargo, también existe el caso opuesto. Los que han utilizado el enclaustramiento para darse cuenta de lo fuerte que es su unión. Como mi amigo Vicent Seguer, que después de catorce años r y tres  meses encerrados con un solo juguete, ha  decidido firmar los papeles con su pareja.
En La Matandeta, hemos tenido de esto último. Lo hemos asumido  y los contrayentes lo han disfrutado.
Hoy no tengo más ganas de escribir. A las fotos me remito. Otro día les cuento la visita de nuestra amiga Carina.
Salve y ustedes lo pasen bien.