lunes, 13 de abril de 2020

EL LENGUAJE DE LAS AZOTEAS y VI




                                                                             Puro engaño de inocentes y desprevenidos, 
                                                                             el principio es un proceso lentísimo, demorado,
                                                                             que exige tiempo y paciencia para percibir en 
                                                                             qué dirección quiere ir, que tantea el camino como
                                                                             un ciego, el principio es solo el principio, lo hecho
                                                                             vale tanto como nada.

                                                                                                  La caverna
                                                                                               José Saramago



                                      Sólo te queda resistir, no ser como aquellos que, a medida que la intensidad
                                      de su imaginación juvenil va decayendo, se acomodan a la realidad y se 
                                      angustian el resto de su vida. Sólo te queda tratar de ser de los más obstina-
                                      dos, mantener la fe en la imaginación durante más tiempo que otros. Madu-
                                      rar con obstinación y resistencia: madurar, por ejemplo, dictando una con-
                                      ferencia de tres días sobre la ironía de no haber conocido de joven la iro--
                                      nía. Y después envejecer, envejecer mucho y mandar al diablo la ironía, 
                                       pero aferrándote patéticamente  a ella para  no quedarte  sin nada y ser el
                                      blanco espeluznante de la ironía de los otros.

                                                                          París no se acaba nunca
                                                                            Enrique Vila-Matas




                                                A Victoria Sancho-Tello, por su generosidad en estos días de 
                                                pandemia.






Nos casamos un Viernes de Dolores en la  ermita del pantano de Benagéber. Era  el  año 71. La ermita estaba medio en  ruinas, pues no la  restaurarían hasta cuatro años después. Aquella  boda  por  la  iglesia fue una concesión a mis padres, católicos recalcitrantes. Además mi padre había terminado  el proyecto de  aquel pantano... Como ramo, llevé una vara de  almendro en flor, que una tía tuya acababa de  cortar. Dijo que una novia no podía  ir sin flores al altar. Nos casaron los tres curas más progres del  momento. Y hubo comida y fiesta y una alegría inmensa de comenzar nuestra vida en común. Y luna de miel  en  los Pirineos.
Ya vez, cincuenta años hubiéramos celebrado estos días... Fue una revisión rutinaria  en  La Fe. Te encontrabas  perfectamente. Llevábamos bastantes  años  jubilados, nos habíamos  reinventado, como tantas  veces. Qué  sería del amor sin la imaginación. 
Nos  dieron el diagnóstico a  los dos  juntos, cogidos de la mano. No te asustaste. Dijiste a luchar de nuevo. Cinco años duró la lucha. 
Ahora, amor, la gente de tu edad, de la mía, se está  muriendo. No aquí en  Valencia, ni en  España. En  todo el mundo. En un mundo global, los acontecimientos son globales...
Faltaba nada para que te fueras, estabas muy sedado. Justo antes de  entrar en coma, con nuestros hijos  en la habitación, me pediste que  me acercara. Me diste las gracias por  tantas cosas, me regalaste las mejores palabras  de amor y... Tuve que salir  de la habitación entre sollozos, ahogada por los gritos que no debía  dejar escapar. Conseguí serenarme  y, al volver al cuarto, Mirta me abrazó. Mamá, se ha despedido de ti. Ya no está aquí.
Hoy está nublado y las azoteas sin sol no son lo mismo. He subido un momento, pero  no se ve a nadie. Solo se escucha la música en el piso del caballero del panamá. La terccera de Beethoven. La Heróica.  La marcha fúnebre, la preferida del doctor Barraquer.
Amor, la gente se está muriendo sin despedirse. No tuvieron nuestra  suerte. No hay manos a qué cogerse, ni perdón, ni agradecimiento que ofrecer. Y da igual el estrato social al que perteneces. El virus no establece diferencias de clases. Eso  en nuestro mundo tan limpio y civilizado.
Mientras aquí nos faltan camas en UCIs, mascarillas y recursos apropiados, en el largo listado de olvidados del planeta, donde el confinamiento no es aburrimiento sino supervivencia, ni siquiera existe  un estado que pueda ayudarlos. Los apátridas de  la tierra. Ellos, los  que  no tienen nacionalidad tienen que elegir entre  el hambre y el virus. Europa no ha sido capaz ni de ponerse de acuerdo en la distribución de los refugiados. Miles de ellos esperan en Grecia a  que  Europa mueva ficha. Y la Unión Europea no sabe qué hacer con una de sus grandes catástrofes. Nuestros valores  se hunden en el Mediterráneo. Nuestro mar, nuestra cuna.
Hoy no ha salido el sol y me he venido un poco abajo. Pero estoy bien. Tú cuídate mucho. 
Y espérame. No me da miedo viajar contigo.

Willy Ronis, fotografo umanista - Città Nuova - Città Nuova

domingo, 12 de abril de 2020

EL LENGUAJE DE LAS AZOTEAS V






                                                                       Buena verdad es que ni la juventud
                                                                       sabe lo que puede, 
                                                                       ni la vejez puede lo que sabe.

                                                                                     La caverna
                                                                                  José Saramago
                                                                                    

 Domingo de Pascua. He hablado con Mirta, los  niños están bien y Juan, su marido, en el Clínico trabajando. Hace días que  no lo ve. Quizás semanas. Yo sé que no me cuenta toda  la verdad para que no me preocupe y me insiste en  que  vaya  al mercado de Russafa, que me alimente bien y que, al menos camine hasta allí. Ida y vuelta. Que con la  azotea no es suficiente. Yo no soy persona de alto  riesgo. Bueno, soy hipertensa, pero estoy fuerte. Setenta y  tres años bien llevados. Siempre me he cuidado. Me encanta bailar. Lo hago todos los días. Ya estoy aquí otra vez. Sentada en mi hamaca fosfo contemplando el paisaje de las azoteas y de  los vecinos que se asoman  a ellas. 
El caballero del panamá hoy me  ha preguntado qué tal me encuentro, cómo lo llevo. Bien, bien. Cuando todo termine quedaremos para  tomar café o lo que sea. Me ha propuesto. He sonreído y asentido con la cabeza. 
La chica del ático se llama  Mónica y su  marido, porque es su marido, Pascual. Es muy agradable. Me ha contado que se casaron hace un año y querían tener pronto niños. Pero que  con el  panorama actual, mejor  van a esperar.
Me gusta la novela de Saramago. Muy apropiada para el momento  que  vivimos. Un alfarero, cuyo mundo  se extingue, un centro comercial que crece y amplifica nuevas formas de vida. Y una conclusión: No cambiaremos de vida si no cambiamos la vida.

            CONTROLES DE VISIÓN EN LAS ESCUELAS LOMENSES – Noticias Lomas                    

Ayer íbamos a hablar de Gabriel. Qué mal lo hice. Todavía  no me he perdonado.  Cuando terminara  aquel  primer curso, nos casábamos  por poderes en otoño y yo me iría a vivir con él a Bogotá. Gabriel preparaba su tesis doctoral con el hermano del Dr. Barraquer. Yo escribiría mi tesina, dirigida  por D. Joan Retglà, sobre Desarrollo en América Latina. Pero llegó el mes de abril y aquellas meriendas, los guateques  en casa  de tus  amigos y tus amigas que  me dicen que has roto  con tu novia, que bebes  los vientos por mí. Y yo, como siempre, sin enterarme de nada.
Quince de mayo, mi cumpleaños y un gran ramo de  camelias que me  trajiste. Como para  que siguiera  sin enterarme de nada.
Esa misma tarde, la de mi cumpleaños, Gabriel me llamaba desde Colombia para ultimar detalles de la boda. Y yo, balbuceando va y le digo que no estoy segura, que  no sé si estoy preparada para casarme, para irme tan lejos... Había que esperar, no me atrevía a afrontar la verdad de que cada vez estaba más cerca del abismo. Que mejor lo dejábamos todo en suspenso y ya veríamos.
En agosto, me saqué un billete en el  SEU para irme a  Londres con Ana Rubio, amiga y periodista. Nos buscamos una residencia de estudiantes. Así que te enteras y me sueltas que tú también tienes billete para el mismo vuelo, que vas a ver a tu hermano Juan, militante del PCE y exiliado.
Al llegar a Heathrow diluviaba y tu hermano nos invitó a quedarnos en su piso,sito en una callejuela a pocos metros de Oxford Street, muy cerca de Marble Arch. Todo el mes de agosto te llevamos detrás, te llevé detrás de mí. A Cambridge, a Oxford. Cómo nos reímos y cómo discutíamos de todo y por todo.
Dejé de escribir a Gabriel. Y cuando llegó la Navidad le dije a mi madre que en abril me casaba con un chico que ella no conocía de nada.
Fue el arrebato, como dicen los amigos de entonces que desde que te fuiste no han dejado de acompañarme, de visitarme, de revivir.
Nunca le dije a Gabriel que me casaba con otro. Al cabo de veinte años, volví a tener problemas de visión. Necesitaba una medicina que no se encontraba en España y le pregunté si me la podía conseguir. Me contestó con una carta muy escueta indicándome dónde la podía conseguir. Tiempo después  supe que  tardó mucho en casarse. Diez o doce años. Tuvo hijos y una niña se le murió con doce años. Le escribí dándole mi pésame. Me contestó con cariño y yo entendí que me había perdonado.
El verano pasado, fui a Murcia al entierro de mi  tía Blanca. Llegué tarde a la iglesia, con el funeral iniciado y mira por dónde me senté a su lado. A la salida, hablamos un momento y tomamos algo en una  pastelería cercana. Al día siguiente me envió unos pasteles de carne, típicos de la ciudad, que me gustan mucho. Con una nota y una frase de una canción popular colombiana que habla del amor verdadero que ni se aleja, ni se olvida.
Gabriel es muy conservador, muy religioso y está felizmente casado. Pero es  curiosa la vida y los cruces que nos va dando. A él y a Barraquer les debo haber disfrutado durante tantos años del la visión del mundo. Bueno, lo importante es que con el tiempo, me ha perdonado.
                                

sábado, 11 de abril de 2020

EL LENGUAJE DE LAS AZOTEAS IV



                                                                                     




                                                                                         El pasado no sólo no es fugaz,
                                                                                         es que no se mueve de sitio.
                                                                                                  
                                                                                                      Marcel Proust.




Qué bien he dormido. Llevo instalada desde las diez en una hamaca que he subido a la azotea. Un par de libros: La caverna, de Saramago y Paris, no se acaba nunca, de Vila-Matas. Así viajaré otra vez contigo a esa ciudad a la que tanto nos gustaba escaparnos, cuando los niños y la economía nos lo permitían. Y cuando tu primo Pepe, alto funcionario de la ONU destinado allí, nos prestaba su apartamento del Quai d'Orsay. A recorrer librerías de segunda mano, escuchar jazz en las caves del Quartier Latin y pasear sin rumbo por la isla de San Luis ¿Te acuerdas aquella vez que comímos en la Brasserie des Lilas y en la mesa de al lado lo hacían Sartre, Simone de Beauvoir y Claude Launzman? Qué momento más emocionante. Para los dos, sobre  todo para ti, profesor de Literatura. Fue como vivir un pasaje de historia en nuestras vidas. Fetichistas que éramos. 
También me he traído unas hojas de papel en blanco, bolígrafos de colores y el sombrero negro de ancha visera comprado el último verano que pasamos en Xabia. La hamaca, de playa, es de color verde fosfo y combina muy bien con el negro del sombrero y mi ropa: Unos pantalones  ajustados y un suéter de cuello alto, también negros. Pero qué coqueta sigo siendo. A mi manera, porque la verdad nunca gasté mucho en atuendos, pero soy muy apañada para combinarlos. Y como tú siempre decías  hay que ver, la báscula tiene una pacto de vida contigo. Setenta y tres años, cariño y sigo usando la misma talla que a los dieciocho.
Mira, se acaba de asomar el señor del panamá al balcón. Lleva un café en la mano derecha y ha salido sin el sombrero. Con la mano izquierda me saluda y me ofrece su taza. Gracias. En su casa, suena  la 9 de Beethoven. La sinfonía está terminando. Pronto llegará  la Coral, ese símbolo de alegría y libertad, que ha tomado Europa como himno.
Europa. A ver cómo nos saca de esta. Solo bajo a por los periódicos los domingos. Compro cuatro y los voy leyendo durante toda la semana. No me dejo ningún artículo de opinión. Así contrasto. Dos informativos al día, y no quiero más noticias. Al principio me mareaba tanta información. He cortado por lo sano.
Acaba de salir a la terraza la chica del ático. Es rubia, de cabellos largos y cuerpo flexible. Me ha dado los buenos días y se ha estirado sobre la alfombrilla que llevaba debajo de un brazo. Empieza su tabla de ejercicios diarios.


¿Por dónde empezamos hoy, amor? Qué mal lo hice con Gabriel. Nunca me lo he perdonado. No me atreví a decirle que apareciste en mi vida y fue como asomarme al abismo. Un arrebato del que no quise escapar.
Pero volvamos a la universidad. La dictadura hacía aguas por todas partes. Yo, una chica de buena familia, católica y de derechas, educada en un colegio de monjas, me matriculé en la Facultad de Filosofía y Letras, una olla en plena ebullición. Las protestas estudiantiles se sucedían día sí, día no. Y ahí el franquismo demostró la prueba de su fracaso cultural e ideológico. 
1965, mi segundo año de carrera, la disolución del SEU, gracias a las movilizaciones universitarias y el apoyo de catedráticos como José Luis López Aranguren, Enrique Tierno Galván, Agustín García Calvo, expedientados por acudir a   aquella  manifestación en Madrid del 24 de febrero. Cómo corriste aquel día  delante de los  grises, no te cansabas de contármelo. Estudiabas tu carrera allí y andabas movilizado. 
Aquí, en Valencia, también. Todos los días ocurría algo. Una manifestación, un cóctel Molotov, una pancarta en la fachada de la Facultad, que algunos  habían colgado durante la noche. Y yo, una chica mal de casa bien, siempre metida en todos los fregados.
Mi padre era un hombre muy religioso y por supuesto  apoyaba a Franco. Pero al mismo tiempo, siempre fue respetuoso conmigo y mis ideas. En una de aquellas movidas, nos encerramos durante una  semana en la Facultad, con  Raimon. Al Vent. Recuerdo que mi padre vino a verme y nos saludamos a través de la rejas del primer piso: ¿Estás bien, hija? ¿Necesitas algo? Nunca me recriminó nada, nunca se opuso a la manera de vivir que yo, que nosotros iríamos eligiendo.


El concierto de Raimon en mayo de 1968 - elmundo.es | Fotografía


Años contundentes en nuestras vidas, que marcarían un nuevo futuro a este país, lo sacarían de la grisura y del apocamiento, de la falta de perspectivas, de la cultura plana que nos habían  inyectado y del aislamiento, social, cultural, humano. Y nosotros, estuvimos allí.
Pero quería hablarte de  Gabriel y, ahora mismo, te traiciono con Saramago.

viernes, 10 de abril de 2020

EL LENGUAJE DE LAS AZOTEAS III





                                                                     Si alguna vez la vida te maltrata,
                                                                     acuérdate de mí,
                                                                     que no puede cansarse  de esperar,
                                                                     aquel que no se cansa  de  mirarte.

                                                                                       Luis García Montero


Hubo luna llena esta noche. La primera  luna llena después del equinoccio de primavera. Semana Santa. A estas horas, ya estaríamos instalados en nuestro chaletito de Xabia, junto a la playa del Segon Muntanyar, hacia el sur de  la playa  del Arenal.
Una playa espaciosa y abierta por cuyas escaleras tú habrías bajado al amanecer para echar unas brazadas, mientras yo preparaba el desayuno para  tomarlo en  la  terraza.
Esta luna llena de abril me recordaba a la de Xabia, columpiándose entre los pinos. A las dos  de la  madrugada subí a  la azotea. No se veían muchas luces encendidas. Nadie estudia, nadie está insomne. No me  puedo columpiar  en las historias que  las lucecitas encendidas en los pisos me sugieren. Así que  lo haré en la  nuestra. En cómo se fraguó nuestra historia de amor y vida ...


Gabriel era murciano, como yo. Nos habíamos conocido en casa de mi tía Blanca, ¿la recuerdas? Tan frágil, tan menuda y tan parecida a su nombre. Celebrábamos su cuarenta cumpleaños y ella había invitado, además de la familia más allegada, a sus amistades del barrio. Entre ellas, Gabriel, sus padres y sus hermanos. Fue un flechazo. Enseguida nos  hicimos novios. Yo tenía dieciocho años. No fue solo mi primer amor, sino el hombre con el que descubrí  el sexo. La  pasión  que mi cuerpo era  capaz de dar y recibir.
El primo murciano, como lo empezó a calificar mi familia, había terminado Medicina y empezaba la especialidad de  Oftalmología. Era un médico de vocación. Consiguió una beca para estudiar en Colombia un año y después tenía  previsto instalarse  allí, seguir estudiando. Cuatro años después de conocernos, habíamos planeado que nos casaríamos  por poderes y yo me iría con él. En Bogotá estaría  nuestro primer  hogar. Yo lo adoraba. Pero además, sucedió aquello...
Gabriel había descubierto en mi cuarto año de carrera la enfermedad que padecían mis ojos: un glaucoma cortisónico elevadísimo, en los dos ojos, que me hubiera dejado ciega en menos de un año.
Cuatro operaciones seguidas en la Clínica Barraquer. Estuve allí tanto tiempo que me hice muy amiga del doctor Barraquer. Era la más joven de sus pacientes. Lo mío fue un caso muy importante y él lo explicaba a sus alumnos y colegas. D. Joaquín me invitó una noche a cenar a su casa y escuchamos una sinfonía de Dvorak. La del Nuevo Mundo. Consiguió frenar mi enfermedad su valía y el gran esfuerzo económico que llevaron a cabo mis padres. 
Pero terminé la carrera. Y a pesar de nuestros planes en común, fuí a trabajar a Cheste aquel curso, que cambiaría también el curso de mi vida porque llegó el arrebato.
Sí, el arrebato que fue conocerte. Hoy estoy cansada, he trasnochado demasiado. Ya hablamos en otro momento.

jueves, 9 de abril de 2020

EL LENGUAJE DE LAS AZOTEAS II




                                                                              Andábamos sin buscarnos,
                                                                              pero sabiendo que andábamos 
                                                                              para  encontrarnos.

                                                                                            Rayuela
                                                                                        Julio Cortázar


He dormido mal esta noche. Me ha vuelto ese inveterado dolor de cervicales. De madrugada, he tirado la almohada al suelo y he conseguido conciliar el sueño. Pero, he soñado contigo. Era Semana Santa, qué casualidad, estábamos en el chalet de Xabia, yo corregía exámenes y maldecía por dentro tanta ignorancia. Te has acercado por detrás, me has acariciado  la nuca, me has mordido el lóbulo derecho y has susurrado vamos, déjalo, la barbacoa nos está esperando.
A las ocho, me he preparado un café muy cargado, he puesto a Dizzy Gillespie y me he estirado en el sofá a leer. Sobre las nueve, el bebé de la vecina  ha roto en llantos. Se escucha todo tras estas paredes de papel. Creo que serían las doce, lo digo por los rayos de sol que  se  colaban en perpendicular y reflejaban en la pantalla del televisor, cuando he subido a la azotea.
La chica que ayer tomaba el sol en topless, hoy regaba las plantas y ha vuelto a saludarme con la mano. Viven en un precioso ático. Su novio o su marido estaba tumbado frente al  televisor viendo un documental sobre el desierto. En el balcón del caballero del panamá no había nadie, pero sonaba la Quinta de Beethoven a todo volumen.
Los niños futbolistas no estaban, sin embargo, el Pato Donald emitía  gruñidos desde algún apartamento.
En la calle, frente a la panadería, un policía local hablaba con un señor muy mayor. Se oía perfectamente la conversación. ¿Pero todos los días necesita usted comprar una barra de pan?¿ No puede hacerlo una vez a la semana?¿Vive solo? Usted es persona de alto riesgo. Vale, vale, de acuerdo. Vaya a su casa y enciérrese como todo el mundo.
La azotea se ha convertido estos días en mi ventana indiscreta. Una ventana que me distrae de la vida escayolada que llevo, que llevamos todos.
Pero, prefiero seguir hablando contigo. 


La primera vez que te vi fue en Cheste, en el año 69 del siglo pasado. Madre mía, el siglo pasado, cómo suena eso y en qué viejos nos convierte. Yo había acabado la carrera en junio, Filosofía y Letras, rama de Historia. Tú llegabas de Madrid donde habías sido jefe de estudios en un colegio mayor. Luis Illueca, rector de la Universidad Laboral te había hecho una oferta para que te incorporaras a su equipo. A mí me entrevistaron el vicerrector educativo y la jefa de estudios. Leyeron  mi curriculum, escucharon mis ideas sobre educación y me aceptaron. Nos dieron un curso de preparación para la docencia a todos los  recién llegados. Nos formaron para algo que sería diferente, una manera de enseñar distinta. Cuando llegué, tú ya estabas allí, pero mis ojos tardaron en verte.




Aquel año se matricularon dos mil quinientos alumnos, la mitad de los que lo harían el curso siguiente.
A los profesores nos distribuyeron por diferentes edificios, divididos en plantas y en colegios. Cada planta tenía Aulas-Materia. El Aula de Geografía era la 3, la de Lengua y Literatura, la 2. Mira por dónde, empezamos por ser profesores vecinos. Aquel compañero de barba prieta, ocho años mayor que yo, me imponía. Qué hombre más serio. Buenos días, hola y adiós.
Formamos un grupo de docentes muy jóvenes, muy lanzados, divertidos y contestatarios. De izquierdas en los últimos coletazos de la dictadura. A Franco todavía le quedaban seis años.
Así empezamos a relacionarnos, como colegas, compañeros. Yo tenía otros planes de vida para  el futuro. Estaba viviendo mi primer y apasionado amor. El año siguiente, cuando terminara el curso, me casaría por poderes y me iría a vivir a Bogotá con el oftalmólogo que  se convertiría así en mi marido.
Uf! Cómo pega ahora el sol. Pero si son las cuatro de la tarde y todavía no he comido. Y es ponerme a pensar, a hablar contigo y no controlo la fugacidad  del tiempo.
Vamos a tomar algo.

EL LENGUAJE DE LAS AZOTEAS I





                                                                   La muerte nos roza a  veces los cabellos,
                                                                   nos despeina y no entra.
                                                                   ¿La detendrá quizás algún gran pensamiento?
                                                                   ¿O acaso pensamos algo mayor que el 
                                                                    pensamiento mismo?

                                                                                         Poesía vertical
                                                                                        Roberto Juarroz



                                                               Con su sola  presencia aligeraba la pesadumbre 
                                                               de vivir ... Que la luna pueda salir sin ti  ...
                                                             
                                                                                        V. S.T.



Han pasado ya tantos días de confinamiento, de soledad entre sesenta metros cuadrados, que al decimoquinto día me atreví a pedirle las llaves al presidente de la finca para subir al terrado a respirar, a dar vueltas en soledad y, por supuesto, a sentir la primavera en el rostro e imaginarme la brisa del mar en Xabia. Pero son las formas de la Ciudad de las Ciencias las que me devuelven el reflejo. 
Aquí no estoy sola porque hay otras azoteas habitadas de paseantes solitarios como yo. De pronto la gente ha descubierto un nuevo mundo, a través de ellas. Enfrente de la mía, una  chica lee un libro en topless. Me saluda con una  mano mientras con la otra se quita las gafas de sol. Hola, qué buen día, verdad. Le contesto con una inclinación de cabeza. A su, lado, su novio o su marido, duerme boca abajo, mientras con la mano derecha  la ciñe por  la cintura. Han improvisado la metáfora de la playa en su terraza.
En la finca de al lado, tres niños juegan a  la  pelota. Y se hacen gestos con las manos, como si de verdad estuvieran en un campo de fútbol, disputando un partido. Su abuela tricota sentada en una mecedora y de vez  en cuando, levanta la vista de la labor y les dice que se estén quietos. Pero cómo van a estar quietos, ángeles míos, si son carne creciendo.
Más allá, de la finca de la chica en topless he visto asomado a la barandilla del balcón de su casa, al hombre del sombrero que siempre me cruzo al entrar en la panadería. Cuando yo llego, sobre las nueve, él sale. Levanta ligeramente el panamá de su cabeza y me saluda con un gesto de los ojos. Acaba de hacer lo mismo, al darse cuenta de que estoy aquí.
Pero no tengo ganas de hablar  con nadie. Quiero verlos sin preguntar, inquirir qué tal lo llevan. Hoy he decidido que tú y  yo estaremos solos en este  confinamiento.
De pronto, me  han entrado unas ganas enormes de recuperar nuestra  intimidad, de vivirla como si no fuera  verdad que  hace un año  que te  has  marchado. A pesar del lenguaje que ahora mismo me están hablando las azoteas, ya es hora de que  recuperemos el nuestro ...


Valencia, sus azoteas

martes, 7 de abril de 2020

SEMILLAS






                                                                                  Todas las familias felices se parecen.
                                                                                  Las desgraciadas lo son cada una a
                                                                                  su manera.

                                                                                              Anna Karenina
                                                                                                  León Tolstoi



Manuel ha descubierto a sus padres con este confinamiento. Y sus padres se han apercibido de ese crío que llegó con un día de  vida a La Matandeta, directo del hospital donde la noche antes Helena lo había  alumbrado y al que tuvimos que criar entre  toda la familia.
Unos padres  jovencísimos y asustados por la que se les venía encima. Unos abuelos en plena forma y con ganas de disfrutarlo. Una familia de cinco bajo el mismo techo. Un techo que además de hogar  es  el lugar de trabajo. Los problemas laborales suben a la intimidad y la intimidad es un escaparate que puede contemplar todo el mundo. Cuando empezó a hablar, Manuel me llamaba mamá, imitando a su madre. Después mamá-aia. Soy l'aia.
Manuel no sabe qué es un fin de semana sin sus padres trabajando. Hasta ahora. O hacer un viaje familiar con ellos. Hasta enero. Así y todo, ha tenido mucha más suerte que su madre, que vino con siete  años a La Matandeta y empezó a  reclamar una familia normal, como la que tenía antes de abrir el restaurante:  La que cuando va al hipermercado mete poco en el carro, los domingos no trabaja y pasea el perro. Manuel no puede reclamar una familia normal porque no ha conocido otra. Sus padres siempre están  muy ocupados los  fines de  semana. Y cuanto más fiesta, más trabajo.


Así que los abuelos, ya en segunda línea  en el frente de La Matandeta, suplimos las carencias de unos padres trabajando. Hizo viajes con nosotros a Francia, fines de semana de excursión, veranos en la Vall d'Ebo. Y tuvo un soporte emocional que supimos darle entre todos.
Cuando llegó la separación y el abuelo se marchó definitivamente y además lejos, hubo que reinventar el tiempo y el espacio. Un niño que se pasa el verano vestido de futbolista, cambiando  día a día de equipaje, ¿qué querrá hacer? No es muy difícil adivinarlo. Pues jugar al fútbol.
El deporte rey ha servido para que Manuel tenga una ilusión no solo los fines de semana, sino para que el  entrene le sirva de disciplina y socialización. A pesar de que sus padres no pueden ir a sus partidos, está conforme porque sabe lo que están haciendo. Hay toda una cadena solidaria de otros padres que lo llevan y lo traen a los encuentros.
La primera  Semana Santa tras la separación, los dos solos, dimos muchas vueltas por Oropesa. Hasta que invitamos a Carlos  Chungata a unirse a nosotros y hacer turismo por  la provincia de Castellón. La compañía que me hicieron, cómo me cuidaron todo el tiempo.




Una tarde de mayo, sábado, le dije, sabes que hay una ciudad junto al mar igual que Nueva York y me contestó con un ¡es mentira! ¿Te apuestas una cena en Calpe? Le espeté. Y para allá que nos fuimos los dos. No olvidaré nunca la  expresión de su cara al ver los rascacielos de Benidorm frente al azul marino. Claro, la cena de Calpe la pagué yo.



Las últimas vacaciones de Pascua, la única condición que puse a mi compañero de viaje para recorrer en coche cuatro mil kilómetros por Marruecos, fue que Manuel tenía que venir  con nosotros. Porque si no, iba a quedarse doce días  sin salir de  La Matandeta.
Fue todo un descubrimiento para  él. Y se portó como un campeón. Tenemos expresiones de aquel viaje que nos hacen reir: Jabdulila! Geoda auténtica! Papel higiénico auténtico! Geoda de 130.000 años! Vaqueros de 40 años, los primeros que salieron!




Y llegó el pasado verano. Y la invitación de Roberta Barbuscia de ir a Sicilia y compartir unas vacaciones con su familia. Y yo volví a poner la condición  de que iría pero con mio nipote. Aquella noche y el paseo por la Valle dei Tempii, lo que nos reímos las cuatro  con él. Tengo hambre, tengo sed, tengo sueño. Mientras Guido pensaba que pasábamos la tarde tranquilamente en la playa, nosotras atravesamos en coche  doscientos kilómetros hasta llegar  primero a la casa de Pirandello y  después a Agrigento. ¡Estáis locas! Sentenció el pater familias, para regocijo de Manuel. Dijo locas, por tanto no me incluyó a mí.
De aquel viaje, también conservamos una expresión: ¡Como no hay iglesias en Palermo!




Un fin de semana, volví de Vinaròs y, de repente, había desaparecido el niño. Hay un chaval en La Matandeta que responde al nombre de Manuel y ya es  tan alto como su madre.
  Manuel se ha encontrado con que el horror de una pandemia, le ha devuelto a él y a sus padres  un tiempo precioso, lejos de los problemas del trabajo, el stress de los fines de semana, las facturas de los proveedores o los números rojos del banco.
Mientras el pánico se apodera de muchas vidas, destroza familias y lleva a los países al límite, a Manuel le ha alcanzado lo bueno de lo malo. Tener a sus  padres plenamente consigo. Como una familia normal. Ayer por la tarde, plantaron semillas de hierbas aromáticas, de flores. Trabajaron en la jardinera que destrozó el Gloria, jugaron al fútbol, vieron la TV juntos. Todas esas cosas que la mayor parte de las familias comparten habitualmente y que en la vida de Manuel tienen otro cariz.
Es la  primera vez en su vida que estamos tanto tiempo con él, a pleno rendimiento, se maravilla Helena.
Sí, bienvenido sea lo bueno de lo malo.









lunes, 6 de abril de 2020

CARTAS VIRTUALES


Querida María Dolores:

El otro día, en el super, vi a tu amiga María, guardando la distancia de seguridad  con la mascarilla y los  guantes. Le dije que te acordabas de cuando os sentabais juntas en el colegio. Sonriendo me contestó que te  admiraba, te quería y sentía respeto por todo lo que has conseguido hacer, pero que estaba segura de que tú lo sabías.
Me pareció un poco triste, afectada por tantos enfermos y personas muertas. Tú la conoces mejor que yo, tiene vocación de servir y es sanitaria.
Se despidió con unos versos de Joaquín Sabina:

                                "Quién me ha robado el mes de  abril,
                                 cómo pudo sucederme a mí?
                                 Lo guardaba en el cajón,
                                 donde guardo el corazón"

Me alegro mucho de que, por fin, tu atribulada alma, después de dos años, empiece a encontrar la paz.
      Abrazos virtuales para todos.   

                                                       Blue Eyes.



Querida Blue Eyes:

Qué casualidad. La vida está llena de casualidades, aunque, te digo la verdad, yo creo que la casualidad no existe, siempre hay algo o alguien que la provoca.
Volviendo al principio. la canción  de Sabina, la envié por watshap a mis amistades junto con el amanecer, el sábado por la mañana. Pero me dejé a María, como me dejo a tantos otros, porque los voy saludando aleatoriamente. Así y todo, me paso una hora con el asunto, cada  día de este confinamiento. Qué casualidad porque ese día María no tuvo mi amanecer, ni mi canción. Y tú me la remites, ahora, como si telepáticamente hubieras recibido mi mensaje.
Quién me ha robado el mes  de abril, desde el punto de vista de la retórica literaria, es un Ubi sunt, (ubi sunt qui ante nos in hoc mundo fuere? Dónde están o qué fue de quienes vivieron antes que nosotros?). Este tópico literario se utilizó mucho durante el barroco español. El imperio había hecho aguas por todas partes y los poetas se dedicaron a cantar las añoranzas de lo que un día fuimos y dejamos de ser. Recuerda, por ejemplo el poema A las ruinas de Italica, de Rodrigo Caro: Estos, Fabio, ¡ay, dolor! que ves ahora/ campos de soledad/mustio collado/ fueron un tiempo Itálica famosa.

Joaquín Sabina, incombustible, va a por más - Cadena Dial

Sabina, que es un hombre muy culto y un gran conocedor de los clásicos españoles, nos regaló en esta canción un Ubi sunt. Una preciosa canción que viene como anillo al dedo a estos momentos que estamos viviendo y los que vendrán, además de encontrarnos en este mes, sin que podamos salir de casa a disfrutarlo.
Me imagino a María, muy preocupada por sus padres, tan mayores, consternada por la situación y con ganas de salir corriendo a ayudar al mundo entero. Pero dile que se calme. Cada uno tenemos que hacer lo que debemos de hacer. Yo, dar clases, atender a mi alumnado y ayudarlos a seguir motivados. Y lo hago echando al tarro toda la imaginación de que soy capaz.
También tengo una familia por la que pelear, una vez más. A medida que me hago mayor, soy más consciente  del  valor de la familia, como lo soy de los amigos. Cuesta mucho crear, construir una familia y mucho más mantenerla unida.
Y sí, mi atribulada alma, como tú bien dices, estos días empieza a encontrarse en paz consigo misma. Me ha costado mucho llegar hasta aquí y María bien lo sabe.
Por favor, tú que la tienes cerca, abrázala de mi parte. Y dile al oído que, una vez más hemos escrito las mejores redacciones de la clase.
Un beso, Blue Eyes. Por favor, cuídate mucho.


                                                                 María Dolores.







viernes, 3 de abril de 2020

VIERNES DE DOLORES

Por fin viernes. A las cinco de la tarde. Llevo desde la ocho y media delante  del ordenador. Media  hora  para comer. Esta  semana le he vuelto a  dar cincuenta vueltas a  la  plaza de Vinaròs, con un poco más de rendimiento. Muchas horas y me  da la  sensación de que los resultados no acompañan. Hay alumnado que ha desaparecido. Si ya les costaba hacer alguna cosa  en clase, ahora deben campar a  sus  anchas.


Puedo dar fe del esfuerzo que está  haciendo el sector de la enseñanza en estos días. Desde  sus casas, sus ordenadores personales, su teléfono y su  responsabilidad. Un esfuerzo callado y constante, como una  gota malaya. Poniendo deberes, aprendiendo TIC's a marchas forzadas, corrigiendo, dando explicaciones. Porque las clases On line, quedan para los de bachiller, la Universidad. Pero, hay muchos hogares sin internet, con un solo ordenador  o sin ninguno. Niños recibiendo deberes por  el móvil. Dicen que la  consellería va a  repartir  tablets, ya ...
La otra noche, una compañera del Leo, subió una foto con la  metáfora  del Titanic. La humanidad se hunde, y nosotros, los maestros, como los músicos del Titanic, seguimos tocando la partitura de la enseñanza, poniendo deberes, corrigiendo, adelantando temario, repasando lo dado. 
No sé si  son ellos  los que nos necesitan, o nosotros, que no queremos perder  sus  risas, sus ganas de  vivir, su alegría. 
La humanidad, no volverá a ser igual. Pero nosotros seguimos poniendo los mismos deberes.
Salve y ustedes disfruten de esa  tarde de viernes de Dolores.