viernes, 27 de enero de 2017

LA VUELTA AL MUNDO EN VEINTICINCO AÑOS

Habré renegado unas trescientas cuarenta y cinco mil quinientas setenta y cuatro veces durante estos últimos veinticinco años de haber montado un restaurante en mitad de la  Marjal. De haber seguido en la aventura a  mi padre y a Rafa Gálvez. Sin saber el oficio, sin vocación, sin calcular los riesgos, ni el peligro. El hombre propone y la  mujer apechuga. Por amor se cometen las mayores barbaridades, se cae en muchas trampas, se transforman las vidas previstas en imprevistas. Mi vida a los veinte años parecía ya estar programada. Y sin embargo, las jugadas del azar, te pueden llevar por donde menos te imaginabas.
La  he repetido hasta la saciedad. Es una de mis frases favoritas... Si a los dieciocho años me hubieran vaticinado que pasaría doce años de mi vida llevando la cocina de un restaurante, hubiera salido corriendo y todavía me estarían buscando. 
Hay que consumir mucha imaginación y esfuerzo  cuando uno se mete en embrollos de los que no conoce la salida.
Y a pesar de todo, otra de mis frases favoritas es... La cantidad de gente que ha conocido esta familia, sin salir de casa.






En veinticinco años y en una empresa familiar de estas características ocurren muchas cosas, como en la relaciones muy largas, en las que hay tiempo para todo. Para el amor y el desengaño. Para la ilusión y la desesperanza. Para los desencuentros amargos y las más apasionadas reconciliaciones. A veces me parece imposible que hayamos llegado hasta aquí. Un restaurante al que los profetas no le daban más de seis meses de vida. Y lo hemos hecho hasta a pesar nuestro.
Hay gente que vive a seis kilómetros de La Matandeta y jamás ha cruzado el umbral de nuestra puerta. Hay gente que vive a seis mil kilómetros y ha venido a propósito a Valencia a comer en casa. No será solo por los arroces, digo yo.
Pero el verso, me lo puso en la boca el poeta Jaime Gil de Biedma... Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos aunque nos guste la misma canción.
Me hice cocinera a la fuerza, porque ya saben que a la fuerza ahorcan. Y de mi cabeza salió la coca de hojaldre con morcilla y cebolla, el mullador de llisa, el calamar con blanquet. Mis recuerdos familiares trajeron el pastelón de la abuela. Rafa Gálvez puso su ojo y su paladar en el mundo del vino y nuestra primera carta apostó por los valencianos y por las catas. Nos inventamos Els divendres dels tastavins. Pero siempre, lo que nos sacó adelante en aquella época fueron los arroces de mi padre hechos a leña. Su allipebre y su ilusión.
Y como solo éramos aficionados, tuvimos que trabajar duro para convertirnos en profesionales. Mis recuerdos y mis diarios de aquella época están llenos de anécdotas. Ellas forman parte de mis historias.Resultado de imagen de La Matandeta




En la vida de las personas siempre hay una lotería. Y la nuestra se llama Helena y Rubén.
A la niña, que cumplió siete años en el restaurante, le dio por seguir con la gastronomía y la restauración. Helena ya es sumiller, como su padre  y Rubén ha sido el mejor fichaje de cocina que ha tenido La Matandeta en estos veinticinco años.
Muchos de los platos que todavía conserva la carta salieron de mi cabeza, pero es Rubén quien les ha dado técnica y oficio.
Aunque no todo ha sido un camino de rosas. La crisis nos ha hecho mucho daño económica y personalmente. Son muy difíciles las empresas familiares, porque se mezcla todo: el trabajo, las emociones, la tensión,.. Las relaciones familiares se centrifugan con las laborales y... Cuando la miseria entra por la puerta, el amor salta por la ventana.
Durante muchos años, yo pensaba que si no estaba allí, en el restaurante pasaría algo malo, igual que pensaba Rafa Gálvez. O mi padre, que si no venía, ocurriría una catástrofe. Todo pasa y todo queda. Pero lo nuestro es pasar. A una etapa, le siguen otras. Y todas quedan sobre el poso de las anteriores. Como los sustratos en la tierra.
A aquellos afanes, le seguirán otros.


Resultado de imagen de La Matandeta

Lo que no te mata, te fortalecerá. Y aquí estamos. El domingo lo celebraremos con una fiesta. Pels 25.
Mucha de la gente que nos ha confirmado la asistencia estuvo también el día de la inauguración. Otros los hemos conocido a lo largo de estos años. Algunos han trabajado con nosotros y han sufrido en esta casa lo suyo. Todos merecemos celebrarlo. Todos forman parte de nuestra historia.
La vuelta al mundo en veinticinco años porque esa es la sensación que nos embarga , de haber tenido la suerte de conocer gentes de toda clase y condición, de todos los países y lenguas. La otra tarde, Rafa Calabuig nos comentó que algunos restaurantes cada vez nos parecemos más a una ONG. Y razón no le falta. Y Joan Roig me dijo hace muchos años que lleva tantos cara al público que cuando entra alguien por la puerta del Can Roig, ya sabe qué clase de persona es. Un restaurante es una buena escuela de psicología. Recuerden la película de John Ford, Pasión de los fuertes....
¿Usted nunca ha estado enamorado? No, yo siempre he sido camarero.
Les esperamos el domingo porque nos merecemos una fiesta. Ustedes y nosotros. Gracias por acompañarnos todos estos años.
Gracias a José Luis Navarro por sus fotografías y a Melomans por sus canciones.Mostrando IMG-20170101-WA0016.jpg


       


                                   





























jueves, 19 de enero de 2017

DÍAS DE NIEVE Y LIBROS

Me he despertado a las ocho y veinte y he pensado, diez minutos más y arriba. Tenía rehabilitación a las diez menos cuarto en el Hospital de Ontinyent. Pero a las ocho y media he mirado por la ventana y... ¡Madre mía! Estaba todo nevado. No era un sueño, no. Si hoy es jueves, estamos en Fontanars. Desde finales de septiembre, hay mañanas en las que me despierto y hasta que no soy consciente del espacio, no sé si estoy en La Matandeta o en Fontanars. Aquí, gracias a la generosidad de Dani Belda, Rafa Gálvez mejora su salud, mientras aprende a elaborar vino. Y yo intento seriamente escribir un libro. 
Al poco de llegar, le pregunté a la gente ¿aquí nieva? Nevaba hace muchos años y muy fuerte. Pero eso se acabó. Y mira por dónde, llegamos nosotros y llega la nieve. Yo creo en la señales. Año de nieves, año de bienes. Nos hemos atrevido llegar hasta la farmacia de Ana Belda, que ayer nos dió sus esquís para que se los acercáramos a afilar a Ontinyent, pero claro, ha  sido imposible. Las carreteras están cortadas. Ni siquiera se ha abierto el colegio. El médico no ha venido.
He estado pensando en tí, me ha dicho. Claro, ayer les conté que cuando íbamos al Colegio Sedaví nos llevaban a ver la nieve. No a practicar deportes de invierno a la Virgen de la Vega. Ir a ver la nieve era un espectáculo en sí. Otro regalo que me hizo la vida. Despertarme en casa y ver todo el paisaje nevado. No dejaré nunca de sorprenderme, Además la lluvia es glotona, ruidosa, monta escándalo. La nieve es un regalo silencioso que se presenta de repente.


Así, que aparte de decirle a la familia que estamos bien,  y que Ana y Roger nos cuenten que nunca habían visto una máquina quitanieves por la calle Mayor de Fontanars, no queda mucho más que hacer. Refugiarse en casa con los libros. Y de pronto me ha llegado un sentimiento de culpabilidad que no me quito de encima desde hace años.
Los libros. Mis libros. Reformamos nuestra casa y los metimos dentro de cajas que llevamos a uno de esos grandes almacenes donde la gente guarda sus cosas cuando lo necesita. Pensábamos que si había una gota fría, en La Matandeta se nos mojarían. Y como la vida está llena de paradojas, lo que se inundó fue el almacén donde los teníamos guardados. Así y todo, rescatamos unos dos mil. Que ha día de hoy, todavía siguen guardados en las cajas.

Hay noches en las que no puedo dormir y los oigo gemir. Allí metidos en sus celdas, esperando el indulto o la ejecución. Porque tengo que decidir quiénes se quedan conmigo y quiénes se van a un Buida la cambra, a una biblioteca pública o sencillamente los abandono al lado del contenedor, a la espera de que pase algún chamarilero y se los lleve.
Y eso me obsesiona y lo voy retrasando durante meses, no. Años y años.
¿Cuál tiene que ser mi criterio de selección? Con algunos lo tengo muy fácil. Los leí, no dejaron el menor poso en mí y se acabó. Y los lanzo feliz al viento, nunca a la hoguera. No hay ningún libro, por mal escrito que esté, que se merezca ser lanzado a la hoguera. Recuerden Farenheit 451.
Hay libros que fueron escritos con una clara intención de ganar dinero. Pero, ¿Qué culpa tienen ellos? Ya hicieron bastante por sus dueños, que no sus escritores.



Y vamos a ver... ¿Qué hago con Crimen y castigo, Los hermanos Karamazov, Anna Karenina? Si me los regaló mi padre antes de cumplir los doce años porque le cobraba los recibos de los pisos que vendía. ¿Qué hago con la biografía de Isadora Duncan, si aquel amor que no fue posible me dejó escrita la siguiente dedicatoria Y al final de la resaca, apareciste tú.  ¿Por qué desprenderme del Siddharta de Hermann Hesse, del profesor que quería  enseñarme algo más que literatura?
Hay una cosa que los psicólogos llaman memoria episódica. En realidad a la psicología le empieza a interesar la memoria cuando aparecen los ordenadores. No es la psicología la que crea los ordenadores, sino al contrario. La memoria les interesa a partir de analizarlos. Por eso sabemos que existen difentes tipos de memoria. La memoria a corto plazo, a largo plazo. La memoria semántica. La memoria episódica.
¿Saben ustedes qué  estaban haciendo el día que murió Franco, el 23 F, el día del atentado a las Torres Gemelas, el día que Donald Trump ganó la elecciones? ¿A qué sí? Eso es la memoria episódica.



Bueno, pues los libros que he leído tienen que ver mucho con mi memoria episódica. Aunque no recuerde su contenido, sé perfectamente que libro andaba entre mis manos en aquellas ocasión...
Mientras esperábamos el avión, de regreso de nuestro viaje de novios, yo leía en el aeropuerto de Mallorca La casa de los espiritus, de Isabel Allende, justo el capítulo del entierro del poeta y lo hacía mientras me caían unos tremendos lagrimones, para sorpresa de mi recién estrenado marido.
Durante aquellas tardes que duró la lenta agonía de mi madre El escarabajo, de Manuel Mújica Laínez, consiguió que me evadiera de aquella situación. La noche que pasé en el hospital, a la espera de que naciera mi hija, Octubre, octubre, de José Luis Sampedro me acompañó en la dulce espera, porque a Rafa Gálvez no lo dejaron quedarse.
Y en aquel viaje por las islas Baleares, en el que buceé por primera vez de la mano de un intrépido caballero, Notas sobre Paris, de Josep Plà, formó parte de la tripulación. 
Siempre me he negado al e-book, aunque cuando me lo han preguntado, no he sabido por qué. Yo prefiero subrayar, releer, poner mi nombre en la primera página y la fecha en que comencé la aventura de leerlo.
Pero el psicólogo Miguel García, además me dió una poderosa razón: Con el e-book, no se produce la memoria episódica. Esas generaciones de escolares a las que los maestros se empeñan en introducirles las lectura electrónica no conseguirán recordar en qué momento de sus vidas conocieron "Platero y yo", o tantos otros tesoros literarios. No existirán para ellos referentes temporales de  la lectura, porque no se producen con el e-book, que no deja de ser más que una pantalla electrónica.




El nombre castellano libro viene del latín liber, que significa originariamente parte interior de la corteza de los árboles. Y ahí tenemos un recuerdo de la historia de la escritura. Porque antes de que se conociera el papiro se utilizaron cortezas de árboles para  escribir. Y seguimos conservando el recuerdo en la palabra  que utilizamos cada vez que iniciamos una  nueva lectura.
Bueno con todos mis respetos para los entusiastas  del e-book, seguiré leyendo en libros.
Así recordaré dentro de unos años que cuando nos sorprendió aquella gran nevada que nos dejó aislados un par de  días en Fontanars, yo releía a Juan Rulfo, releía Un viñedo en la Toscana, leía Dublinesca de Vila-Matas, y  terminaba La promesse de  l'aube, de Roman Gary.
Feliz fin de semana.