viernes, 31 de agosto de 2018

DECIMONOVENO DÍA: DESPIERTA EN LA CIUDAD QUE NO DUERME





                                                                                      "These vagabond shoes
                                                                                       are longing to stray
                                                                                       right through
                                                                                       The very heart of  New York.
                                                                                        I wanna wake up in the city
                                                                                        that doesn't sleep
                                                                                        and find I'm
                                                                                         king of the hill
                                                                                        top of the heap".
     

                                                                                                     New York, New York
                                                                                                          Frank Sinatra

Ayer por la tarde regresé en el metro, desde Washington Square, en el Willage, hasta el World Trade Center, allí empecé a caminar por la Avenida Broadway hacia Gran Central Station. Cada vez que preguntaba si iba en buena dirección, la gente me aconsejaba que cogiera el metro, pero  yo seguía caminando como si no hubiera un mañana. Atravesé el Soho, Canal Street y por tanto Chinatown. 
Broadway supera los límites de Manhattan. Comienza en Bowling Green y acaba en Albany, la capital del Estado. Tiene doscientos cuarenta y un kilómetros y fue una senda de los indios algonquinos, a través de los bosques de Manahtn. Cuando los holandeses fundaron New Amsterdam, la actual Nueva York, convirtieron la senda en una calle y la llamaron Breedewg. En 1664 los ingleses tomaron la ciudad y tradujeron el nombre holandés por Broadway.
Sigo atravesando la avenida y encuentro de todo. Una tienda de vitaminas en donde me surto, una de rebajas y allí me compro unos Levi's, el Empire State Building, los teatros. Y en el cruce con la W. 42, la Gran Central Station  que es mi objetivo.
Una ducha, una llamada... Pero me espera la ciudad que nunca duerme. Cojo el metro hasta Brooklyn Bridge, lo cruzo hasta la mitad y se me rompe uno de mis zapatos vagabundos. No estaré toda la noche despierta en la ciudad que nunca duerme.
El regreso es lento. Ya no pasa el 5 y me conformo con el 4 que me deja en la Nostrand Avenue, todavía ando un buen rato con un zapato roto.


Son las nueve y media de la mañana. Mi avión no sale hasta  las ocho menos cuarto de la tarde, pero  el viaje de regreso hace horas que comenzó. Guardar  mis cosas en la maleta, trazar el trayecto en metro hasta  el JFK Terminal 4, recoger mi ropa y  parte de  mis emociones de  estos días americanos. Otras muchas se quedan  aquí, esperando que  algún día vuelva  a buscarlas.
Quiero  estar despierta en la  ciudad que no duerme. Quiero estar siempre despierta en la vida  que me acompaña, en el tiempo que tengo para vivirla, en el  espacio que transitaré...






jueves, 30 de agosto de 2018

DECIMOOCTAVO DÍA: THE VILLAGE






                                                           


















                                                   "que comieron fuego en hoteles de pinturas o bebieron
                                                     trementina en Paradise Alley, muerte, o sometieron
                                                     sus torsos a un purgatorio noche tras noche".

                                                                                                          Aullido

                                                                                                        Allen Ginsberg



El remero no quiso cruzar el Atlántico conmigo. Dijo que tres seríamos multitud y prefería que nos encontráramos en el Village. Sabía que, de todos los barrios que tiene Nueva York, era el único en el que se avendría a que nos citáramos. El remero no cuenta muchas cosas,Never explain, never complain . Quizás porque está a vueltas de ciertos asuntos, sobre todo en cuestiones de amor,  o tal vez porque durante meses le resulté patética, tirada en mi sofá, unida a él por el watshapp. El remero tuvo  paciencia infinita conmigo durante todo ese tiempo que ya pasó.
Será por eso que me citó en el Village, sin día, ni hora. Quería cobrarse el trabajo dedicado a mi desvarío. 
Supe esta madrugada que la cita era hoy, entre otras cosas porque llevaba varios días en silencio. Cogí la línea cinco y solo tardé un par de horas en aclararme, pero llegué.
En Washington Square, los viejos jugadores enseñaban a los jóvenes, como si estuvieran rodando Buscando a Bobby Fisher. Pero ni rastro del remero. 


Comí en un pequeño thailandés, me tomé un helado en una  de las furgonetas ambulantes, caminé sin rumbo, en espera de que se produjera el milagro. Entré en un  café y pregunté al camarero, un negro con largas patillas, muy atractivo, si había entrado un hombre, español, serio y melancólico, oliendo a mar y a ron. Pero el camarero no me contestó.


Como si de un mantra se tratara, me recité el nombre de todos aquellos que pisaron esas calles en busca de los sonidos del silencio, de la generación beat. Me canté My baby don't cares for me y creí ver a Nina Simone en un paso de peatones. Pero el remero no apareció.

Imploré a San Jimi Hendrix, me acordé de Bob Dylan, pregunté por Willem Defoe y me detuve en la posada Stone Well, de la calle Cristopher, a pesar de que estaba segura de que por allí no lo encontraríaHacia el este, por la Avenida Broadway, caminé cinco horas hasta llegar a la Quinta, y después a la Cuarenta y dos West. Cogí el metro y regresé a Sterling Street.
Estaba segura de que el remero no me había tomado el pelo haciéndome buscarlo en balde.
Y entonces, comprendí... La próxima vez que venga a Nueva York, siempre, me quedaré en el Village.
Eso era todo lo que el remero me quería hacer entender.










                                                                                             



                       



                                                                                                                       

















2

miércoles, 29 de agosto de 2018

DECIMOSÉPTIMO DIA: EL BURDEL DE LA CALLE AVINYÓ

El Museo de Arte Moderno de Nueva York está muy cerca del Rockefeller Center y a dos pasos de  la Quinta Avenida. No es un museo muy grande, pero  me ha  sorprendido con algunas de sus obras.
La primera sorpresa ha venido de Picasso. El famoso cuadro Les demoiselles d'Avignon, cuadro con que se inicia el cubismo y el arte moderno, se encuentra en una de estas  salas. Me he llevado un flash. No sé por qué, siempre pensé que se trataba de un cuadro de pequeñas dimensiones. Todo lo contrario, mide dos metros cuarenta y tres centímetros de largo, por dos metros treinta y tres centímetros de ancho. Picasso tardaba mucho en dar título a sus cuadros, a veces hasta dos años.  Apollinaire lo bautizó como El burdel filosófico y fue otro amigo del pintor, André Salomón, quien lo tituló Les demoiselles de  la  calle Avignó, que era  una calle de Barcelona  llena de  burdeles. Salvo estos amigos, nadie conocía la existencia de esa calle, así que empezó a confundirse con la ciudad francesa de Avignon y así ha llegado hasta nuestros días.



Es uno de los cuadros más visitados. También me han gustado mucho La última cena  de Andy Warhol, Starry night de Van Gogh, un Basquiat que tienen y los Nenúfares de Giveny de Monet. Y cómo no, Pollock.Aquí les dejo una  muestra gráfica de la mañana.













No sé lo que me ocurre, pero a mí la pintura  siempre me abre el apetitito. Cuantas más horas paso viendo cuadros, más hambre tengo. Me he dirigido en autobús desde la Quinta Avenida hasta la calle treinta y dos. He comido en un coreano. Yo me equivocaré de parada de metro, pero para las cuestiones  de condumio, tengo como un sexto sentido. Nunca  fallo. Será por haber pasado tantas horas entre restauradores y gastrónomos. He comido toda la carne que he querido y sus acompañantes por veinte dólares. Y a fé mía que  estaba bueno.



He caminado arriba y abajo de la Quinta Avenida, pero el calor me ha vencido y he regresado en metro a Sterling Street. En la terracita del landmark estaba sentado leyendo el inefable australiano que me ha invitado a acompañarle. Fumaba en pipa un  tabaco realmente oloroso y ahora si que  parecía un escritor de manual. Me ha  invitado esta tarde  noche a catar en su habitación un tinto de Barrosa Valley. No le he  respondido. Qué lástima, solo traje ropa interior de algodón.
Mañana tengo una cita  en Greenwich Village.

DECIMOSEXTO DÍA:: 236, STERLING STREET

En Brooklyn no tienes la sensación de estar en Nueva York, sino en una ciudad de  provincias. Los vecinos se mueven por el barrio a realizar  sus compras, se sientan en  los escalones de  la  entrada de  sus casas a dialogar entre  ellos, saludan a  los transeuntes, se  toman una cerveza. Todo tiene  otro ritmo. No es el  agobio de la gran  ciudad hecha para ser admirada, no para vivirla.
Me hospedo en un landmark que es como llaman a los edificios antiguos protegidos. Brooklyn tiene  personalidad, ves una  foto en  el  periódico, en  Google, en televisión y reconoces este barrio,


Esta es la  fachada  de la casa en  la que  habito, las ventanas  de  arriba a mano izquierda  se  corresponden  a  mi  habitación. AirBanB es muy popular en los Estados Unidos. Otra forma de hospedarse, la  idea  originaria  por  la  que  se  creó  es que compartieras tu  estancia con los  nativos y vieras su forma de  vida. Pero la verdad es  que a quien más he visto es al australiano, que  lleva  aquí  hospedado bastante tiempo. No sé quienes son  los dueños. El contacto  para alquilar la estancia  ha sido a  través  de AirBandB.



Es una casa cuidada, con la  madera  bruñida, muy limpia, en la  que me pidieron el primer día que andara  descalza. Los hoteleros en Valencia están en contra  de  esta forma de hospedaje, les parece competencia desleal. No lo creo, es un tipo de clientela muy diferente la que  se hospeda aqui a  la del hotel. Yo no me hubiera podido permitir diecisiete noches de hotel en Nueva York donde  la media ronda  los cien dólares diarios.


Tengo la  habitación más grande  de  la casa  y su  precio  se acerca a  los treinta y cinco dólares por noche, con  los gastos de  limpieza incluidos. También tengo derecho a cocinar  y a  un estante de la nevera. Estos son mi dormitorio y el estudio contiguo.


Las otras  dos  habitaciones con que cuenta el landmark son más pequeñas.



La cocina es de  uso común, pero quien más la  disfruta  es el australiano. Se llama Harry Button y lleva mes y medio en Nueva York preparando un reportaje sobre las muevas tendencias musicales en la ciudad que nunca duerme. Trabaja para varias  revistas y televisiones de su país. No sé por  qué entiendo mejor su acento que el americano, quizás porque me habla muy despacio.
Anoche bajé a tomar algo de fruta de mi estante y me lo encontré sentado en la mesa del comedor, solo, en  la casa no se  oía a nadie. Me invitó a sentarme y compartir con él la cena. Había  preparado una ensalada con rúcula, canónigos, queso  parmesano, arándanos  y manzanas. Y le había añadido  un sofrito de  bacon. Estaba rica, también tenía fiambres y quesos y una  botella de shyraz australiana. Nunca había probado la  shiraz australiana.
Me contó que se  ha casado y divorciado cuatro veces, pero no tiene hijos. Así le durarán poco los duelos, pensé. Ya se sabe  que  la  experiencia hace maestros.
Hablamos de  muchas  cosas, los  temas surgían  solos. Le conté el relato de Patrick White Las cacatuas, que leí a los diecisiete años. Un matrimonio, que lleva muchos años separado, aunque  viven en  la misma casa, en diferentes pisos, un día  vuelven a comunicarse porque en el patio aparecen unas cacatúas que se  instalan alli.  Se sorprendió  de que hubiera  leído a  su compatriota. Me habló  del libro que está escribiendo desde hace tres años y no consigue terminar. Mira, otro Batterbly como yo.
Estuvimos cerca de dos horas  conversando hasta que me dí cuenta  de  que me empezaba a mirar raro.
Cuando un hombre  te  mira raro te está dando dos opciones: O que salgas corriendo o que  te plantees que  ropa interior te pondrás la primera noche que te invite a  salir. Le hubiera pedido una foto, pero lo habría malinterpretado, porque yo pensaba salir corriendo.
Hoy  me  voy al MOMA. Salve y que  lo pasen bien.




martes, 28 de agosto de 2018

DECIMOQUINTO DÍA: DE PASEO POR NUEVA YORK

Ayer por la tarde llegué a Brooklyn agotada. Solo me equivoqué una vez con el metro. Un señor, muy amablemente cargó mi maleta y me acompañó hasta el andén correcto. En el landmark una chica de color limpiaba una habitación y el australiano preparaba huevos revueltos en la cocina. Me preguntó dónde me  había metido y cuando se lo expliqué se echó a reir y me invitó a compartir su cena, pero prefirí subir a mi habitación y descansar un rato. Después comprobé que en mi estante de la nevera, solo habían dos plátanos negros y un brick con zumo. Así que salí a la calle en busca de provisiones. La avenida  con que cruza Sterling Street es Nostrand Avenue, muy concurrida, llena de lavanderías, deli, peluquerías y tabaccos. Y también llena de negros, o tengo que decir gente de color, o afroamericanos, ¿qué es lo políticamente correcto? Bueno, pues eso.
Esta mañana me he ido a hacer turismo, esa cosas típicas que hace la gente cuando viene por aquí, a ver la ciudad y dar paseos. He cogido el metro hasta Wall Street y he buscado el toro. Había cola para hacerse una foto, así es que le he buscado el trasero y he comprobado que allí no quería nadie retratarse.Cambia  la perspectiva y cambian las cosas.



Estaba muy cerca de Clinton Castle, la fortificación que construyeron los holandeses, que fueron los primeros  colonos europeos que llegaron aquí, desde allí se  coge el ferry para ir a la estatua de la  libertad y a Ellis Island, donde se  encuentra  el museo de inmigración y adonde llegaban los inmigrantes a pasar la cuarentena antes de poder entrar en la ciudad.




Por  la tarde, después de  comer en un chino de la Avenida  Broadway he cogido el ferry para Staten Island.Es gratis, estaba lleno de turistas. Hemos llegado a la estación, bajamos y dimos la vuelta para subir en otro que nos trajera de regreso. Nadie se ha quedado para visitar el barrio, pero yo me sentía como Melanie Griffith en Armas de mujer de vuelta a su trabajo en Wall Street.
El calor es sofocante y pegajoso, Nueva York es una ciudad mucho más húmeda que Valencia. En fin, turismo, turismo. Todos los  días no se puede ser una intrépida viajera.




lunes, 27 de agosto de 2018

DECIMOCUARTO DÍA: ELLA Y YO

- Conque dieciocho días sola en Nueva York. Y va y te lo crees y se lo haces creer a todo el mundo. ¡Ay, pobrecita mía que me la han abandonado y traicionado! ¡Qué lastima que nos da a todos que la seguimos por el mundo a través de  su blog!¡Madre mía, la pobre, a  su edad, sola y recién divorciada, pasando su duelo en Nueva York!
- ¡Cállate y ayúdame con la maleta! Vengo cansada y hoy estoy de  bajón.
- ¿Ya empezamos? La que debería estar de bajón soy yo, que me has tenido aquí, encerrada durante diez días, sin saber qué iba a pasar conmigo, si pensabas volver o no. 
- Bueno, todo  fue imprevisto. Pensé  que se trataba solo del fin de semana, pero la cosa se alargó. Estaba tan a gusto con  ellos, me hicieron sentir tan bien...
- Claro, y yo aquí, en esta habitación Airbandb que has pagado durante diecisiete días y en la que solo dormiremos seis noches, si  es que conseguimos  hacerlo. ¡Es absurdo!
- Así es, en el Año Absurdo que llevamos, suelen ocurrir cosas absurdas.
- Pues, todavía nos quedan cuatro meses. A ver, qué vas a hacer.
- De momento, descansar. Ayer la fiesta acabó tardísimo. Ellos se pasaron la  cena bebiendo vodka `polonesa. Joe y yo, solo vino neozelandés. Y haz el favor de levantarte del suelo que hay sillas y butacones. O recuéstate aquí en la cama conmigo.
-Pareces  mamá. Siempre te decía  lo mismo: María Dolores, no te sientes en el suelo. Ahora tú desempeñas su  papel. Con la edad  se te está  poniendo la misma cara, sobre todo cuando te enfadas y sacas el carácter. Cuando sonríes te  sigues pareciendo a papá.
- Si, ahora yo sería la  mayor, la  jefa. Tengo ya diez años  más que mamá, ella me  tendría  que  obedecer.
- Eso, será de lo que tú la obedecías a  ella. O no te acuerdas. No he  visto  en  mi vida a nadie con tanta imaginación para contar bolas en la  adolescencia.
- Ta geule!
- No, no me callo. Además, ¿para qué me hiciste venir si me has dejado sola, aquí encerrada? Por cierto, no pusiste bien la clave y la puerta estaba abierta. Los tres niños que viste a tu llegada no han hecho más que entrar y tocarlo todo.
- ¿De verdad? Pero tampoco dejé nada de importancia. Y te dije que vinieras porque no quería estar sola del todo. Este viaje podía acabar como el monólogo interior de Molly Bloom.
- ¿Y esa quién es?
- Cómo que esa quién es. Pero si me la presentaste tú. No recuerdas, en el San Vicente Ferrer de la calle Burriana, el BUP y el COU. Mientras tus compañeras fumaban por los rincones y hablaban de chicos, tú te encerrabas a la hora del patio en la biblioteca y devorabas libros. Aquel que te leiste durante dos semanas y del que no entendiste nada. París, Shakespeare and Cco, Sylvia Beach.
- ¡Ah! El Ulysses, de Joyce. No entendí ni papa. ¿Lo has vuelto a leer?
- Todavía, no, pero lo haré.
- ¿A que no te acuerdas de Miguel Angel Asturias?
- ¿Señor Presidente? No, para nada. Pero recuerdo dónde estaba mientras lo leía. En casa de papá y mamá. En primero de BUP.
- No nos desviemos de nuestro tema. ¿Para qué querías que te acompañara en este viaje? 
- Para no estar sola.
- Tú nunca estás sola. Vamos, anda, ponte guapa y salgamos a la calle. La vida nos está esperando.





DECIMOTERCER DIA: THE LAST DINNER

Son las cinco de la madrugada y oigo traginar a Doménico  por la cocina. A las ocho, cuando bajo y los saludo, the great  cooker ya  ha  sacado del horno  el  pan y acaba de meter lionesas, está batiendo la crema conque las  rellenará y encima de la mesa tiene  una  gran  lasaña preparada y me ennumera  los diferentes ingredientes que la  componen. También hay una ensalada de tomates con ajo y hierbas de Provenza y una caprese. Además, tres bandejas grandes llenas de tomates de  diferente  tamaño procedentes del jardín de Joe, quien añade que  es nuestra tomatina particular y que algún día le gustaría asistir a la verdadera, en Buñol. En el poco espacio libre, yo escribo con mi  ordenador. Hoy a las cuatro, tenemos cena ¿o comida? Yo no me aclaro, en el  jardín, y vienen varias amistades. 
Anoche la cena fue ligera, clams, o sea almejas crudas que compró y abrió Joe y la clam chowder que nos quedaba. Nos bebimos una botella  de prosecco con los aperitivos y un Sauvignon blanc neozelandés que había comprado yo. Les he dicho que de los vinos me ocupo yo porque se empeñan, ellos y sus amigos, en agasajarme con vinos españoles y no consigo hacerles entender que no quiero vinos españoles porque ya los conozco y lo que quiero probar son los de Napa, Australia, Sudáfrica, Nueva Zelanda, los tienen como rosquillas. Los blancos de Nueva Zelanda son frescos, muy afrutados, ligeros y dejaron atrás, hace tiempo, el corcho y los tapones de silicona. Todos vienen con rosca. 
Aquí el alcohol no se  vende en los supermercados ni en las tiendas, sino  en centros especializados, tan grandes como the groceries. Y ocurre con los vinos lo mismo que con los alimentos: puedes pedir lo que quieras, de la parte más recóndita del mundo, que te lo han traído.
Un blanco neozelandés viene a costar unos diez dólares y a partir de ahí, puedes ir subiendo.
Esta mañana con Joe, hemos hecho nuestro recorrido  habitual de  los tres supermercados, no sea cosa que a Dominic le entre  el mono y tengamos un disgusto. En una sociedad tan consumista, los supermercados abren todos los días, de ocho de la mañana a nueve de la noche. Cuando salíamos, hemos encontrado a Steven y sus tres, ya famosos, perros. Tres setter. Sigo intrigada  con los perros.
Después de the groceries a la playa. Pero, Dominic cambiará dos veces la hora de la cena: a las cuatro, no. A las cinco, tampoco. A las seis y media. Una gran cena de despedida entre amigos que también son míos. Mucha  risa y demasiada comida.  Dominic nos deleita con su plato estrella: Mejillones con chouriso portugués y  beans, La cena acabó con  los marshmallows a la barbacoa, que son una especie de chucherías a base de albúmina y azúcar que se pinchan en un palo y se pasan por el fuego. Entonces saben a merengue, están buenas y todo.
Mañana, lunes, vuelvo a Brooklyn. Aquí les dejo la crónica fotográfica del día. Feliz semana.


Desayuno en la terraza. Los eggs and jam llegarían cinco minutos después.


Con los perros de Steven.




En la sociedad de consumo, la máquina no cierra ningún día.


Branford Point Park Harbour.




Carpe diem, memento vivere!




Joe and me. And Patrick Reynolds, El mercader de Venecia



Esperando al resto de invitados


El plato estrella de Dominic muscles with chouriso and beans.



Devorando silver queen.



Panzianella alla Domenico.



Con los marshmallows.

DUODÉCIMO DÍA: DOLCE FAR NIENTE

Esta mañana  Doménico se ha  levantado con el firme propósito de ordenar la casa y limpiarla. Pero cuando llevábamos diez minutos sentados, uno frente  al otro, tomando el desayuno, ha arqueado las  cejas y me ha mirado fijamente  a los ojos. Enseguida  le he adivinado  el pensamiento y he tratado de ser con él, lo más asertiva  posible: Pero, Dominic, con el día tan espléndido  que tenemos hoy...¿Por qué no lo dejas para  cuando llegue el invierno y tengas dos  metros de nieve fuera y no puedas recorrer ni siquiera  los supermercados? 
Out of the blue, se ha puesto de pie, ha sonreido,  ha levantado el dedo índice de la mano derecha y ha dicho: I have a good idea! Vámonos a la  playa!



La playa es una  bahía que en  inglés  es harbour, o sea que Pearl  Harbour, donde la liaron los  japoneses  y los americanos entraron en la  Segunda  Guerra  Mundial, significa Bahía  de la Perla. Por cierto, bahía es una palabra  árabe que significa maravillosa. Quan sap la meua  xica!
Nuestra pequeña bahia se llama Branford Point Park y allí nos hemos instalado, al  lado de Lorraine, una amiga  de Doménico más conocida como Big moth y a fe mía que lo es. En la vida había visto un ser humano mover la sin hueso a  tal velocidad, no le daba tiempo, ni a respirar. Además, se ponía roja, yo  pensaba  que  se  asfixiaba. Mientras tanto, Dominic asentía con la cabeza, yes, yes... Of course, all right, hablaba tan rápido que era imposible que yo la entendiera. La escena era muy cómica, porque no había forma  de  que Dominic pudiera  meter baza. en la conversación. La escena resultaba cómica, porque además Lorraine es mucho más alta que Dominic, un enanito en comparación.  Me ha entrado tal  risa, que  me he tirado al agua  de cabeza, no fuera a  pensar Lorraine  que  la española era una maleducada.



Cuando he salido del mar, Big Moth  había vuelto a su hamaca y dormitaba. Ahora, entiendes el apodo? Es que no para, es imposible detenerla. Ha tenido tres maridos y debieron de salir huyendo  la noche de  bodas. Dominic! Hemos oído a  nuestras espaldas, ¿Qué está comiendo tu amiga? Dominic ha gruñido y me ha dicho sin contestarle ¡Y a ella qué le importará! Y a continuación, muy amablemente ha pasado a  enumerarle las exquisiteces que me había preparado para este mediodía . Eso sí, él solo ha tomado un  yogurth griego. Ni en la playa dejan de pasar   la mano por la pared, a mediodía.


La toalla de Big Moth estaba llena de libros y le he  preguntado a Doménico que para qué traía tantos libros a la playa. Pues, ¿para qué va a ser? ¡Para leerlos! Elemental, querido Watson. No sé ni para qué pregunto. ¿Todos a la vez? ¿No sabrá que existe el e-book?


En fin, un par de días de relax, sol, playa, risas y dejarse querer y cuidar por los amigos.
Salve y que  tengan  un feliz fin  de semana.


sábado, 25 de agosto de 2018

GENTE COMO TÚ

Doménico y Joe son gente entrañable. Se cruzan con personas a las que solo vieron una vez en la vida y son capaces de preguntarles por la salud de la suegra, cómo va el niño con las clases de piano, o qué pasó con ese vecino que no arreglaba el jardín. Lo he comprobado en New Hampshire y aquí en Connectica. Esa clase de gente que jamás se siente extraña entre extraños. Da igual el país en el que se hallen o la lengua en que se tengan que hacer entender, vayan donde vayan, ellos encuentran personas  a quienes saludar. El desconocido no existe, es alguien al que solo tardaremos cinco minutos más en atender. He caído en la cuenta de que tenemos mucho en común. Como nos encontremos a alguien en la calle que nos caiga bien, enseguida nos lo llevamos a casa. Y  como si se tratara de diferentes eslabones de la misma cadena, me he acordado de mi padre y de Manuel.
Mi padre, cuando llegaba el verano y estábamos instalados en el apartamento de El Perellonet, en sus paseos se ponía al día de los pocos extranjeros que habían llegado para alquilar un apartamento o una habitación  en un piso. No hablaba francés, solo conocía cuatro palabras: bonjour, madame, monsieur, merci. Las suficientes para hacerse entender y compartir con ellos una paella, un esmorçaret. Y para casa que se los traía. Hace muchos años, en un viaje de trabajo a Rusia... No quiero seguir, me pegaron una buena riña por cómo me comporté con unos estudiantes nicaragüenses que conocí. El argumento que me dio mi jefe fue el de por qué te empeñas en quedar tan bien con gente que no volverás a ver en la vida. Justo lo contrario de lo que me había enseñado mi padre.


Manuel, desde los seis años, emplea esta expresión Me voy a hacer amigos.
Seguramente ella eligió aquella tarde la misma película que tú y las dos os dirigisteis a la misma parada de autobús, sin saber que andábais sin buscaros, pero sabiendo que andábais para encontraros, en aquel pueblecito pegado a Aix-en-Provence. O te la  cruzaste en el pasillo de la universidad extranjera, las dos âgées, perdidas en el propósito común de ser vosotras mismas,  ella oliendo a Irlanda, tú a costa mediterránea. O fue en la clase de la catalana que os daba traducción y te preguntó por qué tu apellido coincidía con el de un personaje del escritor Ferran Torrent. O simplemente empezaste a enviarle tus amaneceres y tus canciones y él, procedente de Quito, recién llegado a Valencia a  fin de cursar el mismo máster que  tú y evitar   una crisis vital que lo cercaba en su país de origen, sintió tu amparo y buscó tu apego. O fueron los ojos napolitanos más bonitos que habías visto en la vida, quienes te confundieron con la profesora de Literatura Comparada y la afillolaste durante el curso entero y ya no os habéis vuelto a soltar de la mano. O sencillamente que  entraste por primera vez en la  sala  de profesores de un instituto de secundaria y te hicieron sentir acogida y bien.
No te preocupes. Si piensas  que andar por el mundo es como dar una vuelta por el barrio, si sabes hacerte entender hasta por señas, vayas a donde vayas, nunca estarás sola. Siempre encontrarás a gente como tú.







viernes, 24 de agosto de 2018

UNDÉCIMO DÍA: EL PUEBLO DEL MARFIL

Ivoryton está en Essex. Es un pequeño pueblo de Connectica. Ya sé que Connectica se escribe Connecticut, pero a mí me gusta españolizar la palabra, como hacemos con Nueva York y tantas otras. Este pueblo, en cuyo cartel de bienvenida está indicado que es el único lugar del mundo que se llama así, con la palabra Ivory (se les habrá olvidado Côte d'Ivore), fue una de las varias áreas industrializadas en el valle del río Connectica. Hasta aquí llegaron inmigrantes de Suecia, Alemania, Italia y Polonia, como los de Eddie Brunnelli y Lennie Kysz que esta tarde nos acompañan al teatro en Ivoryton.


El pequeño lugar, que además adquirió el nombre de la materia prima conque trabajaba, se llenó de casas para los trabajadores y sus familias, para los encargados, para los empleados de primer nivel; de economatos donde adquirir los alimentos de subsistencia, de  escuelas a las que acudir los hijos de los inmigrantes que ya no volverían al lugar de origen de sus padres. Nunca más que entonces, este lugar fue la tierra prometida de la que les habían hablado allá, en su lugar perdido de la vieja Europa.


La compañía que aquí se estableció controlaba el monopolio de toda la producción de marfil en los Estados Unidos. La zona prosperó entre 1860 y 1930 y llegó a emplear a seiscientos trabajadores. Ivoryton fue famosa por la fabricación, a partir del marfil, de teclas de piano. Cualquier concierto en el teatro más importante o en el más humilde de los escenarios, llevaba el sello de Ivoryton. Hasta finales de la primera mitad del siglo XX en que este material fue  sustituido por el plástico. Protegimos a los elefantes y la liamos con el plástico, pero siempre la estamos liando.


No queda ni rastro de aquella producción de marfil, ni de los trabajadores que emplearon sus vidas en sacar adelante dicha  industria. Pero sus descendientes siguen  aquí, en  la tierra prometida  que  encontraron sus abuelos, América. Ahora Ivoryton se  ha transformado en un bonito pueblo veraniego, con un teatro, Playhouse, al que acuden compañías de todo los Estados Unidos. Esta noche, A chorus line, es representada por un grupo de Nueva York. El espectáculo está servido.