martes, 29 de octubre de 2013

LOS AMIGOS CORSOS

Dice mi amiga viajera, Pilar Ortí, que el único problema que le encuentra a viajar conmigo es que solo me implico emocionalmente. Es decir, mientras ella conduce el pequeño vehículo que solemos alquilar en cualquier parte del mundo, cuando decidimos largarnos a bambar a lo tonto, es que soy incapaz de interpretar un mapa. Ella me pregunta, ahora qué es hacia la derecha o la izquierda. Y yo le respondo invariablemente, ¿y qué más da? Por eso nos complementamos tanto. Y mi familia está segura de que algún día, no saben cuándo,  regresaré a casa. Porque viajo con Pilar. Que es psicóloga y sabe siempre interpretar los estados de ánimo que tenemos los demás.
Pues esto era que estábamos en Córcega, que ni a ella ni a mí nos venía bien económicamente largarnos hasta tan extraña isla. Pero como ya les expliqué en otras ocasiones, uno de los adjetivos de las viajeras para ser consideradas como tales, es el de ser intrépidas. Así que nos fuimos, desde Marsella y aprovechando los pingües resíduos de la beca Erasmus, que para algo una no se fue de fiesta, ni botellón.
Que por mayo, era por mayo, cuando nace la calor. A Derek Moxon, mi casero inglés en Francia, le encantaba que viniera Pilar a verme. La última vez le dijo a la puerta de la casa, que era una buena embajadora de nuestro país. Yo nunca le pregunté qué pensaba de mí. No fuera cosa que aflorara la sensatez inglesa y me pusiera las maletas en la puerta. 
Lo bien cierto, es que Pilar y yo nos presentamos a finales de mayo, después de pasar todos mis exámenes, en el aeropuerto Napoleón Bonaparte, de la ciudad de Ajaccio.
Cuando yo era pequeña, y muy empollona por cierto, en aquel libro de historia universal, en octavo de EGB, estudié que Napoleón Bonaparte nació en 1769, en la isla de Córcega que acababa de ser comprada a Italia por los franceses.
Y a bien cierto que después de haber estado allí, una puede entender el sentido de clan que tenía la familia Bonaparte.
En el mes de marzo pasado, Leroy Merlin, que estaba construyendo su primer establecimiento en la Corsica, sufrió un atentado, les metieron un par de bombas y se cargaron el centro comercial aún sin abrir. Fue un aviso. Leroy Merlin hubiera creado ciento cincuenta puestos de trabajo, ¿pero cuántos se hubieran perdido en la economía local si llega a abrir? Carrefour tiene varios centros abiertos en la isla, pero en ninguno de ellos se le ha permitido abrir gasolinera, porque hay muchas familias que viven de ello.  McDonald's no existe en la isla. ¿Es injusto proteger lo que es de uno y le sirve de sustento?
Pero ya estamos con las digresiones, como le ocurrió a Diderot en Jacques le fataliste et son maître. Lo bien cierto es estábamos Pilar y yo recorriendo la isla el primer día. Hicimos tantos kilómetros que empezamos en Propriano y acabamos en el norte. Ya saben ustedes, el componente emocional y los mapas. Así que cuando cayó la tarde, después de deslumbrarnos con el mar, las paredes graníticas y la poca urbanización que tiene la isla, se nos ocurrió pararnos en un acantilado y preguntar por el camino de vuelta. Imposible, señoras, ¿Saben ustedes que hicieron más de quinientos kilómetros? Mejor sigan hasta Calvi y quédense a dormir en algún sitio.
Ala! Y Pilar sin mirarme mal, ni echarme maldiciones, que para eso es psicóloga y entiende de lo divino y lo humano.
El primer sitio en el que paramos no nos convenció. El segundo Bed and Breakfast, lo vió Pilar por casualidad. CASA ALOHA. Jean Pierre abrió los brazos y nos acogió. No llevábamos ni cepillo de dientes, ni bragas de repuesto. Nunca me he sentido tan bien en casa de extraños. Isabelle, su mujer habla perfectamente español, según él, domina cada uno de los idiomas de los novios que ha tenido.
Esta semana vinieron a propósito a Valencia para estar en nuestra casa. No somos turistas. No tenemos clientes turistas. Todos somos viajeros, nos encanta la aventura y la gente que sabe disfrutar como nosotros.




 

miércoles, 9 de octubre de 2013

PENÉLOPE

Se lo llevaron a las tres de la madrugada. Los niños estaban durmiendo abrazados en una camita. Los despertó la sirena. Como a mí, que ya estaba sobre avisada de que cualquier día podría ocurrir.
 
Lo esposaron ante los vecinos jubilados, esos que siempre miran por la ventana de la planta baja, sin correr la cortina. La mujer salió en camisón y con una mañanita sobre los hombros, que quizás le tejió su madre cuando iba para recién casada. Se lo llevaron sin lamentaciones y sin conmisceración.
El día del juicio le cayeron diez años. No lloró. Ni tampoco lo hice yo. Ahora vienen sus amigos una vez al mes y me traen un sobre con dinero. Los niños crecen, van bien en el colegio. Mis padres me miran con compasión, y no me dicen palabra. Pero yo estoy bien. No necesito nada económicamente. No me hace falta su ilusión. Me he apuntado a un curso de la escuela de adultos. Estoy aprendiendo informática. Hay también excursiones de senderismo. Voy a verlo al vis-à-vis. No es amor, no es sexo. Pero tengo que cumplir. Él está allí, tiene su vida organizada en la cárcel, entre hombres, Yo los martes y jueves voy al Aquagim. Y diez años se pasan tan deprisa... No, no lo echo de menos. Él tiene su vida y yo vivo sin esperanza. Porque si le espero me paralizo y eso ya no sería vivir.
Mis padres me miran y no dicen nada. Es un espacio, un tiempo, solo para mí. Y él sigue allí...
 
 

LA DEDICATORIA

Qué casualidad. Fue organizar el mercadillo de segunda mano, ya que estamos todos tan paupérrimos y nos vendría bien empezar a reciclar,  y encontrártela toda desvergonzada,  como en aquel entonces, con las telas finas y de marca cara pegadas a la piel. Aunque sea en las páginas finales de un semanario dedicado a lo que no tenemos la gente corriente: Lujo y tonterías.  Le da igual, que el segundo se haya largado con una negra cuarentona y de culo reluciente, que la leche y la papilla de los niños sobrevivientes de aquel desastre encuentren algún día el beneficio a su duda entre el diseño de un Moschino mal ajustado a sus caderas de setentona sin derrotas, aparentemente.
No me gusta esta mujer, nunca me gustó. Demasiado ajustada a sus temores y a su furor. Y ahora que ya no le queda nada por hacer y que tiene demasiado acumulado entre aguas vivas... ¿Por qué no deja en paz a la próxima generación?




Le gustaba levantarse temprano los sábados. Ese era el día más importante en su semana. No trabajaba, pero tampoco tenía ningún compromiso. Entre semana, era demasiado prosaica su vida. Horario de funcionario por las mañanas, El cigarrito de vez en cuando, en la calle Colón, viéndo pasar a las mujeres desocupadas que pretenden ocupar el espacio de todas las vidas. Por las tardes, reportajes en la 2. No hay nada como los animales en plena naturaleza. A veces se despertaba, justo a la hora de cenar. Una sopita, un poco de jamón. Mi madre que me llama y yo con cincuenta y dos. Si, mamá. No te preocupes, ya me limpian la casa. Ya me coses algún botón.
Pero los sábados por la mañana, le encantaba visitar mercadillos de segunda mano. No rastros, hábito de profesionales sin oficio. Mercadillos, donde la gente lanzaba a la intemperie parte de la historia vivida, sin necesidad de palabras. Y el objeto preferido de su búsqueda, los libros con dedicatoria.
En París, encontró una vez la autobiografía de una prostituta con la dedicatoria de un feliz cumpleaños. Vaya usted a saber, cómo terminó aquella relación.
En Madrid, unas navidades, en la Plaza Mayor, un misal con una ferviente dedicatoria de una monja: A ti, padre espiritual donde lo haya, porque sin ti no sería posible este dolor.
Pero un mes de octubre, y pasando en bicicleta por la puerta de un lugar en el que jamás antes se había detenido, descubrió una dedicatoria: A Tala, sujetador y bragas de encaje, pan integral, habitación 207, Odiseo. Los libros los vendía una mujer de mediana edad, vestida de negro, cincuentona, que veía mal y sonreía peor. Había un almuerzo típico a cinco euros. Se sentó, pidió y la observó. Difícilmente podía tratarse del objeto de aquella dedicatoria. No podía imaginársela así. Enfundada en una talla treinta y ocho y a la  luz de penumbras de un hotel barato. Compró el libro y se marchó.
Justo un mes después, la misma carretera, la misma bicicleta y la misma mujer vendiendo libros. Solo que había menguado de talla y condición.
Encontró otro libro y otra dedicatoria: Tala, hay años en la vida en los que no ocurre nada, y de pronto, como contigo, todo se resume en una aparición, Odiseo.Era una novela de Joseph Conrad. Se acordó de La isla del tesoro, y de lo jóven que era cuando la leyó. La mujer apenas le sonrió mientras metía el libro en una bolsa de Mercadona.
Cogió la bici y siguió. Esta vez el bocadillo era de pisto con longanizas.
El mes siguiente, volvió a pasar a la misma hora. La mujer vestida de negro vendía una vez más libros. Y el hojeó hasta dar con la dedicatoria. Siempre nos quedará Paris. Odiseo.
La miró a los ojos y no observó cambio ni perturbación.
El invierno estaba agotado. Así que volver por la misma carretera en plena primavera le pareció un regalo y una atenuación. Pronto llegaría el verano, se acabaría la bici y empezarían los domingos al sol. Así que volvió a coger la bicicleta y se detuvo una vez más en el mismo sitio ante la mujer vestida de negro. Revolvió entre los libros hasta que encontró uno con dedicatoria. Adiós, Odiseo.
Y eso fue todo.