jueves, 2 de mayo de 2019

ESCENAS PARA DESPUÉS DE UN VIAJE

Boro Borcha lleva cerca de cuarenta años viajando a Marruecos. Le fascinan el país y sus gentes. Pero como toda buena historia tiene un principio y por ahí voy a empezar a contarla.
Bachir Harrac era un joven estudiante de medicina que compartía piso en Valencia con otro compañero procedente de Segorbe llamado Antonio Hernández Royo, quien años después sería nombrado Secretario General de la Consellería Valenciana de Sanidad. El joven entabló amistad con los amigos de su compañero, estudiantes de arquitectura. 
Tiempo después, la que ya era su mujer, estudiaba Humanidades en La Sorbona y cada vez que regresaban a su patria, pasaban por Valencia con su remolque, a saludar a las amistades aquí fraguadas y aparcaban en la alquería de Boro.
El suegro de Bachir, llamado Sir Driss, era el cacique de Alcazar- Kivir y había casado a sus dos hijas con un médico y con el joyero de la ciudad. Por tanto, quería que tuvieran mansiones acordes con el estatus adquirido. El joven médico marroquí acudió a sus amigos arquitectos valencianos y para allá que se fueron a conocer el terreno.
Nunca llegaron a proyectar nada, pero en Boro Borcha nació una pasión por Marruecos que al cabo de tantos años sigue conservando.


Ha viajado a este país infinidad de veces. Con la gente que quiere, con los amigos, con sus alumnos de la Universidad Politécnica, con sus colegas del Colegio de Arquitectos, con conocidos y con saludados. Y a pesar, de las muchas visitas, él se comporta como el maestro zen. No te enseña nada, solo te lleva para que tú descubras el lugar, saques tus propias conclusiones. Exceptuando la mañana de Volubilis y la medina de Fez, en que nos acompañó durante horas, el resto prefirió quedarse sentado en una terraza, sacar su cuaderno de dibujo y esbozar escenas, mientras Manuel y yo descubríamos las callejuelas, los bazares, las mezquitas, los entresijos de una sociedad de la que provienen nuestros ancestros. Durante ocho siglos los árabes estuvieron entre nosotros y buen testimonio dejaron en nuestra cultura, nuestra lengua y nuestras tradiciones.
Manuel ha quedado prendado, tanto como yo y ha descubierto una sociedad muy diferente a la suya. Donde se distingue el valor del precio, donde hay niños que tienen que hacer autostop para poder llegar a la escuela, niños que venden baratijas a la salida de las clases. Y lo que más le impactó, el niño de diez años que a las once de la noche, en la plaza Jamâ El Fna vendía galletas a un dirham cada una. Vio en vivo y en directo que la infancia no es igual de privilegiada en todas partes.
Fue un viaje largo, a veces pesado por los muchos kilómetros recorridos, y sin embargo mi querido nieto lo resistió y lo disfrutó como nadie. Incluido el descubrimiento de los higos chumbos.


Desde estas líneas quiero agradecer a Boro Borcha el viaje que hemos realizado y que él planificó arduamente.
Apareció el veintiocho de junio pasado por La Matandeta con una amiga y al ver cómo me encontraba, se sentó a mi lado y me dijo: Te voy a llevar a Berlin, a Marruecos... Tuvieron que pasar bastantes meses hasta que yo me preguntara ¿y por qué no? De momento, la nave va y el viaje ha sido fantástico para los tres.
Gracias a todos los que leyeron mis crónicas, por su apoyo y sus comentarios. Esos amigos con nombre y apellidos que me han seguido en mis andanzas, que me siguen desde hace seis años cuando empecé a escribir este cuaderno de bitácora, en el que comparto trazos de mi vida, lo que siento y cómo lo expreso.
Gracias por todo y hasta pronto.










miércoles, 1 de mayo de 2019

DE FEZ A NADOR

Estamos en un hotel que se llama Les Mérinides. Desde el balcón de la habitación se divisa toda  la medina de Fez. Mucha gente, que ama Marruecos, me había hablado de Fez. De su medina, del sabor árabe que tiene la más  antigua de la ciudades imperiales marroquíes. Emblema del país y capital espiritual y religiosa de  Marruecos, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Recorrer sus calles, asomarse a la  mezquita Karaouiyine, a las curtidurías. 
Fez bien vale una visita. O más de una. Si amamos el mundo árabe y somos capaces de acercarnos a su forma de entender la vida. La prisa mata, ya saben.







Han sido casi cuatro mil kilómetros por Marruecos. Un país increíble, donde la tradición y la modernidad andan de la mano. Un país lleno de contradicciones, como lo es el nuestro. Como lo es la vida. Un viaje para Manuel iniciático y que seguramente no olvidará nunca. En el barco que nos lleva de Nador a Almería, el cansancio nos puede. Pero el recuerdo de todo lo vivido es fantástico. Y eso es lo que importa.


DE MEKNÉS A FEZ

Meknés y Volubilis se encuentran situadas en la fértil llanura del Rharb y el Atlas Medio, en el centro de una zona agrícola que ha sido el granero de  Marruecos desde la antigüedad. En Meknés visitamos Dar el-Ma, la Casa del Agua, que alojaba las reservas de agua de la ciudad. Contiene quince habitaciones y cada una de ellas alberga una noria de agua con depósitos que antaño eran accionadas por  animales.



No nos detenemos mucho en Meknés. Es viernes y la Medina está cerrada. Así que nos vamos a Volubilis, donde pasaremos varias horas recorriendo las ruinas. Volubilis fue capital de la Mauritania Tinginata y el yacimiento arqueológico más importante del país. El lugar se pobló y comenzó a prosperar bajo los reyes mauritanos, desde el siglo III a.C. hasta el año 40 d.C. Volubilis fue elevada a la condición de ciudad libre y se convirtió en una importante urbe de la provincia romana de Tingitana. Cuando Roma se retiró de Mauritania en el siglo III, la ciudad entró en declive. Estuvo habitada por cristianos, pero cuando Idriss I llegó aquí en el 788, ya había sido islamizada.



Y al caer la tarde, después de comer en un local del mercado de Moulay Idriss, llegaremos a Fez.