miércoles, 24 de octubre de 2012

LAS FLORES DE MI MADRE

En Francia, la fiesta de Todos los Santos se sigue llamando Toussant y no veo mucha convocatoria de vísperas a fiestas de disfraces y calabazas encantadas. Quizás sí en  Bretaña, puesto que la tradición es de origen celta, implantada por la emigración irlandesa, obligada por las hambrunas, en Estados Unidos y Canadá y que ha vuelto a Europa para descubrirla en España, recientemente.
Así que por la Toussant, en Francia tenemos una semana de vacaciones los escolares y los estudiantes universitarios. Y todo el mundo se prepara a disfrutarlas.
Es el tiempo que aprovechan los Erasmus para viajar y conocer Europa. Unos irán a visitar a otros compañeros dentro del territorio francés, otros preferirán la randonnée en la Sainte Victoire y los más, disfrutar de los vuelos baratos para acercarse a Berlín o Pádova.
Yo vuelvo a Valencia, aprovechando los últimos vuelos de Ryanair que cierra la línea desde Marsella el próximo día seis hasta la primareva.
Y vuelvo a Valencia, con ganas de ver a la familia y a los amigos y con la obligación de cumplir con una cita.
Verán, para alguien como yo de convicciones agnósticas, hablar del más allá o de la otra vida, no tiene ninguna consistencia. No está en la lista de prioridades hacer las cosas bien, porque nos las compensarán en la otra vida. Hay que vivir ésta lo más intensamiente posible y procurando no molestar a nadie, aunque siempre no se consigue.
Es decir, después de llegar como caballo reventado a la meta de esta vida, no espero laureles, ni recompensas. 
Sin embargo, déjenme que les cuente, a esta hora intempestiva de las cinco de la madrugada, que viene siendo para mí una hora perfecta para reintegrarme en el mundo de los vivos, qué me ocurre con la muerte, con una muerte muy cercana que ocurrió hace treinta años: la de mi madre.
Cuando era niña pensaba que lo peor que te podía suceder en la vida era que desapareciera tu madre, porque todo tu mundo se vendría abajo. Ya lo veía yo en otras niñas, en los cuentos, en las historias y en la vida que intuía.
Y eso precisamente es lo que ocurrió. 
Mi adolescencia se estrenó con la certeza de que mi madre estaba sentenciada a muerte.
A esa época terrible de inseguridades en nuestra vida, de cambios fortuitos y de descubrimiento del mundo, la acompañó esta tragedia. Ya nada volvió a ser igual en mi mundo. Su muerte lo derrumbó como una pantanada. Hubo que volver a reconstruir el espacio y su hábitat.
Mi madre y yo siempre estábamos discutiendo. Ahora lo veo como las disquisiciones típicas de la juventud, frente al orden establecido. He vuelto a pasar por ello con mi hija, pero claro está desde otra perspectiva. Pero nuestra relación se rompió ahí. No tuvo continuidad, ni más etapas. La quebró su muerte.
Durante mucho tiempo tuve el empeño de vivir más años que mi madre, superarla en el tiempo. Pensaba que era una obsesión mía, pero cuando he conocido gente que también se quedó sin padres jóvenes, he visto que les sucede lo mismo.
A medida que pasa el tiempo, mi madre se apodera de mí. No se asusten, les cuento. Me miro en el espejo y me doy cuenta de que mi físico, poco a poco se asemeja el suyo, de que su retrato, al principio difuminado, adquiere verdades en el mío. El color de los ojos es evidente, la  punta  de la nariz, la comisura de los labios. Hasta las arrugas son heredadas. Pero lo más curioso es la expresión. Mi cara está adquiriendo la expresión de mi madre. Cuando estaba contenta, cuando reprochaba... Ella, poco a poco, está ahí.
La confirmación más cierta la obtengo si me cruzo con algun familiar que hace tiempo que no me ve. No hace falta que me diga nada, lo veo en sus ojos. Noto la sorpresa que le produce mi rostro. Está claro que él también se ha dado cuenta de la transformación que se ha operado en mí con los años.
Una nunca llena vacíos vitales, simplemente se va acostumbrando a vivir con ellos.
A mí me gusta imaginar que ella ha vuelto y tenemos una larga conversación.
Primero le cuento todas aquellas cosas que se perdió porque ya no estaba aquí. La nieta que no conoció, mis primeros trabajos, mis viajes, la gente con la que me he cruzado  y con la que he compartido retazos de vida. Nos quitamos la palabra, nos atropellamos verbalmente, pero esta vez es ella la que me tiene que escuchar. Ahora soy yo la mayor. Le saco ya seis años de edad. Soy yo la que tiene más experiencia, la que da los consejos y hace los reproches. La que le dice que las cosas no fueron tan terribles como ella me pronosticó. Que no había nada que temer al echar a andar. Que el camino no era sinuoso, ni retorcido, ni lleno de trampas y fieras escondidas.
Que ni los hombres se aprovecharon tanto de mí, ni me hicieron tanto daño. Solo el justo para aprender la lección y meterlo en la mochila. Y seguir andando y experimentando.
Y entonces sí. Entonces le digo que siempre la echo de menos. Que nada volvió a ser igual desde que se marchó. Que noté mucho su ausencia el día que nació mi hija, el día que no supe qué hacer con mi padre y con el resto de la familia, el día que ...  Y tantos días.
A mi madre le gustaban las flores los días señalados. Y el día 1 de noviembre era uno de ellos.
Ya sé que no está aquí, que más allá, lo más probable, es que no exista nada. Que cuando uno muere se acaba y todo se acaba. Pero no lo puedo evitar. Tengo que llevarle siempre flores. Porque le gustan, porque así estará contenta conmigo y no se enfadará otra vez cuando llegue tarde; cuando le anuncie otro viaje, otra aventura. Le llevaré flores y no me dirá una vez más por qué tengo que ser tan diferente de mis amigas, por qué no puedo ser como  ellas y portarme bien y no intentar siempre confundirla. Y no querer ser, a toda cosa, la que tenga la última palabra.
Sí, lo mejor son los claveles rojos. O los gladiolos rosa. Así tendré fuerzas para decirle que ahora estoy en Francia y que he vuelto a estudiar. Y que no se enfade que en casa todos están bien y de acuerdo. Y que no frunza el ceño y me riña.
Vuelvo a casa por las flores. Ya lo dijo El Principito, "los ritos son necesarios".
Nos vemos en La Matandeta. Feliz Día de Todos los Santos.











viernes, 19 de octubre de 2012

DE LAS SINERGIAS

¿Les he contado alguna vez que si nado por la tarde dos horas soy incapaz  de dormir por la noche?


Aquí me tienen, las tantas de la madrugada y sin pegar ojo. Y eso que motivos tengo para estar reventada como la Capitana. El jueves me casqué diez horas de biblioteca preparando el análisis de un cuento del escritor argentino Daniel Moyano que hoy viernes excluse ante la clase. Redacté veinte folios a una cara sobre La fábrica y cuando he iniciado mi disertación me he enterado de que solo tenía que haber preparado el comentario de tres párrafos y yo casi había preparado una tesina. Lo que tiene ser despistada.
Bueno, pues ya que hoy padecemos insomnio les contaré lo que sucedió esta semana.
En primer lugar decirles que la Facultad de Letras de Aix-en-Provence está formada por varios edificios unidos entre sí por pasillos laberínticos y se necesita un buen hilo de Ariadna para encontrar la clase que buscas. Sobre todo, los lunes por la mañana, como me ocurrió a mí el pasado lunes. Llegaba con retraso y andaba pasillo arriba, pas illo abajo cuando me crucé con una americana que también asiste a esa clase de los lunes de Literatura Medieval. Me mira a los ojos, me conoce, va en dirección contraria y tiene cara de saber dónde se encuentra. Pero no me dice nada. Cuando por fin llego la encuentro sentada en el primer banco. ¿Por qué no me avisó cuando vió que andaba perdida por los pasillos, de la salida del laberinto del minotauro?
Acaban las clases y compro una postal para Manuel, al lado de El Germinal, el dueño del pequeño tabac la mete en un sobre y me dice que correos no queda lejos, a diez minutos andando, él no vende sellos. 
Llego a correos y lo encuentro cerrado. No abren hasta las dos. ¿Por qué no me lo advirtió si vió que yo salía disparada hacia alli?
Se lo cuento por la noche a mi casero Derek Moxon quien me contesta: "Claro, en Francia la gente  piensa que tú tienes la obligación de saber". Le digo que la chica que no me ayudó en los pasillos es de Wisconsin. "Hay gente que parece haber nacido en Francia y sin embargo no es francesa" me contesta con su habitual flema inglesa.
Ha gente que no sabe lo que es la cooperación, digo yo.
Para hablar de sinergias, nadie mejor que mi amigo Xavier Marí. Es la persona más sinérgica que conozco. Alguien siempre dispuesto a cooperar con los demás, a crear corrientes de empatía para que las cosas funcionen. De todo esto hubiéramos hablado en nuestra cita del lunes por la noche si la lluvia no lo hubiera retenido a él y a su hija Inés en Génova. No llegaron a Aix hasta las doce de la noche.
Y sin algo de cooperación por mi parte, no hubiera tenido la suerte de conocer a Rose Prenderville, que aunque tiene apellido francés es una irlandesa de puro Collins, nacida en Dublin, aunque ha vivido en España, Inglaterra y Alemania. Junto con sus dos compañeras June y Liz, et moi même, constituimos el grupo de Erasmus plus âgées, de la Facultad de Letras de Aix. ¡Ya no estaré sola todo el día!
Rose me envió un correo el viernes pasado invitándome a ir de excursión con ellas a la Cantera de Bibémus, en cuyos paisajes pintó Cézanne diez óleos y trece acuarelas.
Esta cantera de calcarenitas ocres explotada desde tiempo de los romanos, estaba ya abandonada cuando empezó a pintarla Cézanne, considerado el padre de la pintura moderna. Un ser solitario e incomprendido en su tiempo.
El lugar merece la excursión y la visita. Es una hermosa y clara mañana de otoño. Hay poca gente y desde un mirador contemplamos la Sainte Victoire.  La guía da un sinfín de datos geológicos, cuesta seguirla. Mejor llevarnos por el encanto del lugar.
Y siguiendo con las sinergias, esta semana manifestación ante la Facultad de Políticas. A Albert Camus, Aix no le dió la bienvenida, pero sí a Marine Le Pen, la Presidenta del Frente Nacional, quien dió una conferencia el miércoles sobre la evolución de la extrema derecha en Francia desde 1972.

No hay árabes en la mani, sino jóvenes muy politizados dirá la prensa. A mi me parecieron estudiantes normales y gente de mediana edad. Miren que hermosa pancarta. 
Como ven, en estas y aquellas nos vamos entreteniendo y descubrimos cosas y gente nueva. Y nos volvemos sinérgicos, como los griegos, que a esta palabra sinergia, le dieron el significado de cooperación.
Nosotros también lo somos. Yo escribo y ustedes me leen, así yo no me siento sola y ustedes se entretienen.
Sean realistas, pidan lo imposible, sean sinérgicos.
Me he dado cuenta de que ya está amaneciendo, me voy a dar un paseo por el campo de Puyricard. Como dijo aquél, ya dormiremos cuando estemos muertos.
Que ustedes lo pasen bien. Hasta pronto.




sábado, 13 de octubre de 2012

LA AMIGA VIAJERA

Decía el escritor Josep Plà que en la vida están los amigos, los conocidos y los saludados.
Yo, además a los amigos les añado adjetivo calificativo. Verán, está el amigo ideal para jugar al tenis, pero con el que nunca saldríamos de viaje. El amigo del alma que conocimos en la infancia y que siempre nos acompaña en los momentos difíciles, pero al que no debemos pedirle dinero prestado. El amigo para la fiesta, pero al que no le sienta bien el traje de diario. No son los amigos los que nos defraudan, sino nosotros los que nos engañamos cuando a un amigo le pedimos aquello que no está en condiciones de hacer por nosotros porque no es esa su calificación.
En fin, todo esto para contarles que Pilar Ortí, que llegó el jueves de la semana pasada y se quedó hasta el martes, es mi amiga viajera.  Nos conocimos en la Escuela Oficial de Idiomas, en una clase de inglés a la que solo asistíamos, paradojas de la vida, la profesora y nosotras dos, con lo que muchas veces, las clases en lugar de gramaticales se convertían en terapias. A las mujeres, nos dan dos palabras y nos montamos un monólogo a lo Molly Bloom.
Nuestro primer viaje fue a Paris y desde entonces no hemos dejado de hacerlo juntas. Pero puestos a calificar, les diría que no somos unas turistas, sino unas viajeras. Para entender la percepción nada mejor que lo que nos dejó Paul Bowles en El cielo protector. Pero un viajero no es solo aquel que no sabe cuándo será el regreso, sino también el que viaja por el solo placer de ver pasar la vida, sentado en cualquier parte del mundo.
¿Y en qué consiste eso de ver pasar la vida? En multitud de pequeñas cosas.
Les pondré unos ejemplos.
En Paris, a la salida del Museo Châtelet, que es el museo dedicado a la ciudad, nos sentamos en un pequeño jardín, A muy poca distancia, en otro banco, un matrimonio de mediana edad hablaba muy bajo. Eran italianos, del norte, por el tono, Estaban separándose y se repartían los recuerdos y los muebles de una larga convivencia. No había odio en sus palabras, ni reproches, ni amenazas. Nos maravilló la educación con que aquella pareja ponía un epílogo a su relación.
En Milán, todas las noches acudíamos a una pequeña trattoria a cenar. Las mesas eran corridas y el dueño, con un físico y unos modales a lo Ugo Tognazi en La jaula de las locas, se empeñaba siempre en cambiarnos de sitio. Pero nosotras preferíamos la mesa situada enfrente de la caja. Allí su mujer, una rubia de mediana edad, rotunda en carnes, al finalizar el servicio, cogía un cuchillo de sierra, de los de cortar el pan, y arremetía contra un jamón, que poco a poco iba destrozando. ¿Qué hacía aquella mujer, cortar jamón o enfrentarse con la virilidad de su marido?
Bueno, queridos amigos, pues en eso consiste  bambar a lo tonto por el mundo y ver pasar la vida. Detenerse en todas aquellas cosas que la ficción fue volcando en el paisaje cotidiano.
Como bien ha podido comprobar mi casero, Derek Moxon, Pilar es una mujer de carácter. Una vez, también en la Escuela de Idiomas, una jóven alumna se quejaba a la profesora de que en la biblioteca solo habían películas en blanco y negro muy viejas, de directores como Fellini, Passolini, Visconti. Pilar no pudo más ante tanta ignorancia y le espetó a la susodicha: "Mira, nena, esas películas son como yo, viejas, pero interesantes". Esa es mi amiga Pilar.

El viernes por la mañana yo tenía clases, así que Pilar se marchó sola a Aviñón que queda a 70 km. de Aix. Aquí tienen ustedes su famoso puente sobre el que on y dance, on y dance tout en rond.
Pero el sábado y el domingo son nuestros, así que muy temprano y con el cochecito que alquiló Pilar emprendemos ruta hacia los pueblos del Luberón, auténtico enclave del savoir vivre provenzal. A vdes. quizás les suene el Luberón porque últimamente salió en la prensa internacional porque allí fotografiaron a los Duques de Cornualles en su intimidad.
Entre los pueblos de esta zona se encuentra Apt, con el mayor mercado provenzal que he visto en mi vida, Gordes, donde Mitterrand tuvo casa de veraneo; Lourmarin, pueblo natal de Albert Camus; Lacoste, con el castillo del Marqués de Sade; Saint Rémy de Provence, mi favorito, algún día les explicaré porqué...













Pero el domingo atacamos el mar  y nos vamos a Cassis, auténtica joya portuaria. En su pequeño puerto de muelles con colores tornasolados, tomamos un barquito para visitar Les Calanques, futuro parque nacional, a pocos kilómetros de Marsella.
¿Sabian que la estatua de la Libertad, el canal de Suez y la plaza Trocadero de Paris, están realizados con piedra de Cassis extraida de Les Calanques? Port Miou significa en provenzal, lPuerto Bonito, y es la primera cala a la que se accede por el mar. Pero, Les Calanques son también un lugar perfecto para practicar el senderismo y encontrarse  entre otras cosas, con la hierba Gouflé, única en el mundo.
Para los amantes del submarinismo, decirles que en esta zona se encuentra la gruta Henri Cosquer, la gruta más antigua documentada hasta hoy, con 27.000 años.
Y por último, no hay que marcharse sin tomarse un blanco de Cassis y ver las vistas desde Cap Canaille.

El martes se marchó Pilar, pero el lunes llega, desde Italia, el amigo Xavier Marí con su hija Inés. Hemos quedado para cenar. No se pierdan el próximo capítulo. Un abrazo desde la Provenza.

miércoles, 3 de octubre de 2012

LA MAÑANA QUE ME ENCONTRÉ CON SAMUEL BECKET.

No me gustaría caer en el vicio de los estereotipos, aunque mi casero, Derek Moxon, es muy dado a ellos. Ya saben, aquello de que los valencianos somos meninfot, los andaluces vagos y los franceses antipáticos; pero he empezado a darme cuenta de algunas cosas.
¿Sabían que los conductores de autobús franceses hablan por el móvil mientras nos transportan? Y no me refiero a un caso esporádico, no. Casi parece lo normal.
Al principio me pareció que se trataba de un manos libres. Pero, no, hoy he tenido la posibilidad de confirmarlo, tanto en mi viaje de ida a Aix, como de vuelta a Puyricard.
Se lo cuento a Derek y me contesta con su flama inglesa "Y de qué te asombras, no sabes que estás en Francia, donde las leyes se hicieron para no ser cumplidas". Sin embargo, yo pensaba que eso ocurría en mi país y que esa es la fama que nos acompaña. "No, mujer, la fama la tienen los italianos".
Puestos a contar otra de los franceses en esta línea, les relato una que raya con el absurdo.
El otro día me crucé media ciudad andando porque necesitaba un certificado médico para poder obtener el carnet deportivo. Sonia Lefèvre, de la Oficina de Relaciones Internacionales,  me recomienda un gabinete, completamente gratuito para los universitarios donde hacen revisiones médicas. Y allí que me presento a las ocho y media de la mañana.
Mi primera interlocutora me solicita la cartilla de vacunación y yo le contesto que en España los adultos, que yo sepa, no tenemos cartilla de vacunación. Entonces me recibe una doctora más mayor que yo, pero de ese tipo de francesas que tanto se da en estos lares, de las que no comen por no ensuciar el cuarto de baño, y me vuelve a pedir mi cartilla de vacunación, requisito sin el cual no me pueden dar el certificado médico.
Le vuelvo a repetir que yo no tengo cartilla de vacunación y que vengo de España, el país vecino, no del tercer mundo. "A no, sin cartilla, no hay certificado. Cartilla con las vacunas del tétanos, ....." y contra la rabia que siento.
Al final del día, será mi marido y un amigo médico quienes, vía internet, solucionen mi problema.
¿No les parece absurdo? A estas alturas ya deben de afirmar conmigo que la realidad siempre suele serlo mucho más, que la ficción.
Martín Asslin, calificó de absurdo en los años sesenta el teatro de Ionesco, Becket, Adamov y éstos respondieron, "¿absurdos, nosotros? No, la realidad es la que es absurda".
Me tomo une nouasette, en el Germinal, el café que tengo yendo hacia la Facultad de Letras, y abro las páginas de La Provence y me encuentro con la siguiente noticia: Una nonagenaria ha sido encontrada muerta en una papelera. Tras la autopsia practicada a la anciana se ha podido comprobar que la muerte fue debida a causas naturales . La mujer fue encontrada con todo su dinero, cerca de la residencia donde vivía.
Y entonces me acuerdo de Final de Partida, la obra maestra, según el crítico Harold Bloom, de Samuel Becket. Considerada una de las piezas más crueles del teatro contemporáneo,  el autor situa en el escenario cuatro personajes que viven encerrados desde tiempos inmemoriales en una habitación sombría. Nada del mundo exterior penetra en ese agujero, apenas una débil luz, difundida por dos ventanas demasiados altas.
Hamm, el padre, Clov, el hijo, que no dejan de torturarse.
Pero Nagg y Tell, los abuelos, sin piernas después de un accidente de tandem en el que las perdieron, están casi ciegos y viven en dos papeleras situadas una al lado de la otra. ¿Dónde mejor ubicar lo que ya no sirve para nada que en una papelera? Como a la nonagenaria de Saint Rémy-d'Hèrez.
Nada, lo dicho: nada tan absurdo como lo real.
Menos mal que esta tarde llega Pilar desde Valencia.