jueves, 22 de noviembre de 2018

UN DIA COMO HOY

Hay veces que trabajo de hada madrina. Es un trabajo que me  gusta mucho y lo practico de vez en cuando para  no perder el oficio. Mi amiga Elena Delgadova se marchó, desde Trencin, en Esolavaquia, donbe es profesora en la Universidad  a dar clases durante seis meses a la Universidad  de la Habana.
En  la  La  Habana vive, desde antes del verano, mi amigo del alma  Joan Roig.
Así que decidí, se tienen que conocer. Le envié un wats. a Elena y le dije... No te puedes perder un personaje como ese. Y le escribí a Joan Roig, .... No dejes  de conocerla.
Y se conocieron. Y se gustaron. Todos los estrafalarios del mundo, nos acabamos por conocer...
Me gusta  mezclar a la gente. Que los hilos invisibles, funcionen. Me gusta que el destino haga su función, pero que algunos  seamos capaces de ayudarlo. Ellos están ahí. Comparatiendo su vida, sus historias, su vino, sus conversaciones. 
Creo que para Reyes... Me pediré una varita mágica.

Gracias a todos, desde Requena, por acordaros de mi cumpleaños.

lunes, 19 de noviembre de 2018

TANIA

Lo que peor llevo de mi nueva vida en Requena son los domingos en la tarde-noche. Decía mi  amigo José Vázquez Ni en Pekín, ni el Lyon. Las tardes de los domingos son un tostón. 
Ayer tuve una agradable comida en La Matandeta con un par de amigos que me hablaron de la relación que existe entre la arquitectura y la sociología. Y de Le Corbusier, un agitador cultural, padre de la arquitectura moderna. En 2006 parte de su obra fue inscrita como Patrimonio de la Humanidad, bien cultural en siete países: Alemania, Argentina. Bélgica, Francia, India, Japón y Suiza. Realizó innumerables proyectos, muchos de los cuales no llegaron a ver la realidad, pero se proyectaron sobre generaciones posteriores de arquitectos. En agosto de 1965, a los setenta y ocho años de edad, se fue a nadar en el Mediterráneo francés, desoyendo los consejos de su médico. Su cadáver fue encontrado por unos pescadores. Le dió un ataque al corazón. Vamos, que se murió como le dio la gana, que es la mejor forma de enfrentarse a la muerte. 
Había caído la tarde y yo debía emprender mi viaje de vuelta hacia Requena. A esas horas la autovía está desierta. Llovía y yo puse a Leonard Cohen. La melancolía del canadiense me produce una sensación extraña mezclada con el paisaje que contempo. Como lágrimas en la lluvia. Se lo que me espera esta tarde noche de domingo, como todas. Lo he pasado tan bien con los míos. A la entrada de Requena hay una cafetería en la que suelo parar. Voy al lavabo y pido dos aguas en la barra. Una con gas y la otra sin. Pero por favor, sin un vaso de tubo. Odio los vasos de tubo como odio la lechuga iceberg.
Y allí está ella. Tiene menos edad de la que aparenta. Unos ojos que parecen sumergidos en un pozo, una sonrisa muy tenue. Se queda apoyada en la cafetera mirando cómo mezclo las aguas, cómo me las bebo y después me cobra y me dice adiós.
Tania lleva tatuado en el antebrazo interior derecho  el reloj del conejo de Alicia. Nunca cruzamos más de dos palabras. Pero ella me mira fijo a través de su profundo pozo. Sin pedir nada
Tania es la hija de una prostituta del barrio chino de Valencia. Su madre la regaló como al resto de los nueve hijos que tuvo. Un día, cuando no tenía  más de dos años y era una muñeca rubia preciosa, su madre la llevó consigo a un bar lleno de hombres. Mientras la madre buscaba un cliente, la niña jugaba en el suelo y la camarera, una chica que ya venía de otras historias sin final feliz, se enamoró de ella. La madre de Tania volvió más veces al bar por su trabajo, la camarera no le perdía la pista a la niña. Y un día, la madre de Tania se la regaló.
La historia es mucho más larga. El padre de Tania acabó de pareja de la madre de corazón, que fue a la consellería y reclamó a la niña. Se la dieron. Mejor eso que un centro de acogida.
Que por qué se todo esto si nunca cruzo más de dos palabras con ella que me mira desde la  profundidad de su misterio? Porque no creo en la casualidad, sino en los hilos invisibles que mueven a las personas y que cruzan sus espacios.
Esta semana, en Requena, me hice la manicura. La mujer que me atendió me contó la historia de Tania. Ella es su madre de corazón, la que la recogió. Eugenia no sabe  que yo conozco  a  Tania. Tania no sabe que hablo con Eugenia.
 Hay otra Tania en mi vida. Pero esa es otra historia.




jueves, 1 de noviembre de 2018

EL TANCAT Y JUDITH





                                                              A C. Ch. por  nuestras conversaciones





Hola, María, ¿Me llevarías  el viernes al Tancat  de la Pipa? Me he  apuntado a un curso de birdwatching. Estoy haciendo las prácticas  del máster en la  Agencia  Valenciana  de  Turismo y sabes que a la  gente de mi país le encanta observar pájaros.
Pues. claro que  sí. El viernes te recojo en el Kramer, comemos en mi casa y te  llevo.Y dónde cojones estará el Tancat de  la Pipa, pensé.
 César Chamorro había llegado a Valencia desde  Perú. Su familia era de la alta sociedad limeña. Parientes lejanos de los Vargas Llosa. Había hecho la preinscripción en tres universidades: Washington, Seattle y Valencia. Lo aceptaron en las tres. Llevaba trabajando para el gobierno peruano cinco años. Sacó su plaza entre setecientos aspirantes y hablaba el inglés, como si fuera para andar por casa. Tenía una novia lindísima que se había metido entre ceja y ceja casarse con él y tener un par de niños ya. Pero ya. Y lógico, a los treinta años, le entró el pánico.
Así que se vino a Valencia donde una de sus hermanas estudió sociología y trabajaba en una ONG. Está felizmente casada con un valenciano y tienen una niña. Otro, se repartía entre Barcelona y Madrid con proyectos de diseño y recalaba en Valencia con su mujer, analista de datos. Dos más, instalados en  los Estados Unidos. Vamos, que el niño no andaba por el mundo descalzo.
Sucedió que nos matriculamos en el mismo máster. No nos habíamos visto en la vida, pero creamos un grupo de watshap entre los compañeros (y compañeras, por supuesto) y yo empecé a enviar mi blog, mis amaneceres, mis canciones. Nunca las sirenas cantaron tan bien. Eran cinco horas de clases con gente que la mayoría habíamos pasado la mañana trabajando. A media tarde, yo sacaba de mi bolso de Mary Poppins una tableta de chocolate negro y la compartíamos. Había que subir la serotonina.  Cada vez se sentaba más cerca de mi. Hasta que... No se dio cuenta y me lo traje a casa. Cuando encuentro a alguien en la calle que me cae bien...
Aquí vio quiénes somos, escuchó nuestro relato. Esa primera Semana Santa en soledad, Manuel, él y yo nos hicimos un montón de kilómetros. Lo machaqué con las canciones en francés, con mis relatos, con mi poco sentido de la orientación. Nos perdimos un montón de veces.Y sin embargo, resistió.
María, ¿Me llevarías el viernes al Tancat de la Pipa? Y al fin del mundo, hijo, si hiciera falta.
Comimos una paella, hablamos de un montón de cosas. A sus treinta años, ya vivió uno en Israel. Trabajaba en un kibutz. Le gustaba el país, la ciudad. Lo malo es que siempre estaban tirando bombas. ¡Ja, ja, ja! Se marchó a Rusia para cuatro meses y el amigo de su padre, diplomático, olvidó recogerlo y se perdió. Esa es la mejor forma de encontrarse.
¿Vamos para el Tancat? ¿Qué estará en Silla, en Catarroja? Dos horas y media dando vueltas con mi coche amarillo por los caminals de la Marjal. Y él por el móvil hablando con la monitora e indicándome cómo tenía que llegar.
Pero, María ¿por qué cada vez que quedo contigo nos tenemos que perder? Porque forma parte de mis encantos. No, María, no es eso. Creo que se trata  de tu afán por sublimar la realidad y convertirla en literatura. Si te pierdes, sabes que encontrarás una historia. Pues eso.
Otra vuelta más. Llegamos por un caminal que da a parar a una valla sin salida de la autovía. Doy la vuelta y le digo Mira ahí tienes patos, ve mirándolos y nos vamos a tomar una cerveza.



Era una tarde preciosa, pero todos los bares y chiringuitos que encontramos a nuestro paso estaban cerrados. Cruzamos la autovía  y en frente de un tanatorio  encontramos una terraza donde sentarnos. César y yo empezamos a hablar de psiquiatría y me descubrió el periodismo gonzo. Me habló de Hunter y de su carta al amigo. Aquel joven de treinta años me estaba enseñando un montón de cosas que yo desconocía.  Ante nuestra vista, pasaban chicas preciosas. Vestidas de una forma atrevida y muy maquilladas. Entraban en el establecimiento en cuya terraza estábamos hablando. Hasta que me dí cuenta de la situación. Oye, César, ¿sabes que nos hemos sentado en la terraza de un puticlub? ¿Y qué es eso? Me respondió.
Entonces la conversación cambió de ámbito. Y me contó su primera pulsión sexual.
Tenía trece años, mis hermanos andaban por los dieciocho y los veinte. Yo los veía salir con chicas, hablar de sexo.  Traer revistas a casa con señoritas ligeras de ropa... 
Pero yo no tenía otra  obsesión que entrar en la habitación de mis padres, aquellas tardes  del verano limeño, cuando no había nadie en mi casa, salvo las macumas que dormitaban sentadas en la cocina y ante una reproducción de la Judith de Gustav Klimt,  masturbarme. No me ponían las revistas de mis hermanos, ni sus novias. Era sencillamente aquel cuadro. Aquella mujer dorada, su mirada lujuriosa, sus pechos duros como piedras, su mano triunfadora sobre aquella cabeza de hombre. No conocía la historia. Pero me gustaba ella. Tan diferente a las mujeres sumisas que venían a cenar con mis padres. Ella era solo ella. Una mujer desnuda frente al mundo y triunfadora. Con la cabeza de un hombre derrotado. Vengativa, dueña de su propia historia.  Capitana de mil batallas. Una persona tan igual a mí... Era una sensación extraña. Me encantaba la Judith de Klimt. Me obsesionaba con ella. Yo tenía que encontrar en el mundo una mujer así. Tenía  trece años, mi descubrimiento del placer sexual y a la Judith hasta que una tarde... Llegó mi madre y me pilló con las manos en la masa. No se enfadó. ¿O sí? 
¿Sabes que te digo? Le respondí. Si tuvieras treinta años más... Te tiraba los tejos.
Ja, ja, ja.
No, no te rías. Y seguro que no te me ibas a escapar.

NADIE

¿Por qué a veces no somos capaces de solventar una situación mental aunque  sepamos  que con el tiempo no podremos  más que  reírnos de ella?
A  lo  mejor porque no somos nadie.
Nadie es un personaje importante en la historia de la literatura al que no le prestamos  atención.
¿Qué le responde Ulisses a Polyfemo cuando están en la caverna y el primero le clava la lanza en el único ojo que tiene?
¿Quién me ha hecho esto? Nadie, responde Ulisses.
No somos nadie para destrozar la vida de otras personas, incluida la nuestra.
No somos nadie para demostrar amor, cuando lo único que buscamos es otro cuerpo  donde reposar nuestro propio abandono.
No somos nadie.
Uno de los mayores embaucadores de la literatura, incluida Scherezade, es Fernando Pessoa.
Pessoa en portugués significa persona. Pero también significa nadie.
Hay un montón de libros que yo leí cuando no tenía ni la edad ni los referentes necesarios para entenderlos. Uno de ellos es El año de la muerte de Ricardo Reis, de Saramago.
De todos los heterónimos que tuvo el gran escritor portugués, y me refiero a Pessoa, Ricardo Reis es el único al que no mató. 
Fernando Pessoa escribía a través de sus heterónimos. Les daba una partida de nacimiento, unos padres, una historia. Unos acontecimientos, un proyecto de vida, una realidad. Y al final, una muerte.
Excepto a Ricardo Reis que lo dejó vivo. 
Y eso le dio pie a José Saramago para matarlo. 
Yo leí  el libro cuando no debía. No entendí nada. 
Pero, Saramago, cerca de los sesenta, emprendió una carrera literaria que lo llevó directo al Nobel.
Después de El año de la muerte de Ricardo Reis, hay que leer Memorial del convento.
El resto... No somos nadie.


domingo, 2 de septiembre de 2018

EPIÍLOGO: TODO FLUYE

                                              Hay que caer y no se puede elegir dónde
                                        Pero hay cierta forma del viento en los cabellos,                                                                    cierta pausa del golpe,
                                        cierta esquina del brazo
                                        que podemos torcer mientras caemos.
                                                  
                                               Roberto Juarroz



                                A ti, Sergio Moreno.




Por mucho que corra Ulises, nunca alcanzará a la tortuga. La María Dolores que marchó hace veintiún días a Estados Unidos, no es la misma  que regresó  ayer. Las emociones que me perturbaron desde la madrugada del veintritrés de febrero, y quizás antes también... La rabia, la ira, el odio, el rencor, el menosprecio, han fluido fuera de mí, como si de un torrente imparable  se trataran. Nada fue lo mismo desde aquella fecha y nada lo volverá a ser.
Pero no quiero despedir esta crónica sin hablar de la víctima colateral de mi gran  equivocación. Es la única forma que tengo de  hacerle justicia.
Tiene  cerca de setenta años, vive en Sofía, Bulgaria y se llama Anka Koleva, Anie, nuestra Anie.
Llegó hace diecisiete años a  Valencia. Había  enviudado después de  la larga y dolorosa enfermedad de su marido y se había quedado con una exigua pensión. 
Junto con otro grupo de mujeres, fue reclutada en su país para venir al nuestro a trabajar. Anie pasó un mes recogiendo naranjas en los campos de Castellón. Un autobús la llevaba a ella y a otras compatriotas hasta Burriana cuando aún era bien cerrada la madrugada y las devolvía de noche. Pasado un mes, la mafia que las había traído cobró los sueldos y las dejó abandonadas en los  naranjales. Tuvieron que desandar el camino a pie.
Anie compartía piso con otra búlgara que por aquel entonces cuidaba de mi suegra, enferma de Alzheimer, es así como vino a parar a La Matandeta una temporada de comuniones. Era amable, muy trabajadora y su sonrisa resultaba muy  siniestra porque el stress provocado por la larga enfermedad de su marido, la había dejado sin dientes a los cincuenta y tres años.
Recuerdo que aquel septiembre, empezó a trabajar todos los días con nosotros y en cuanto se promulgó aquella ley de extranjería que abrió tanto la mano en un  país en plena burbuja  económica, le arreglamos  los papeles.
Anie trabajaba muy duro en La Matandeta y siempre  estaba contenta. Mi padre, con la ironía que lo caracterizaba, solía decir, esta mujer, antiguamente, hubiera hecho rico a su marido. El dormitaría a la sombra y ella con los machos araría el campo. Anie igual limpiaba los comedores, los lavabos, nuestra casa, que la de mi padre. O preparaba ensaladas y torraets. Cuando llegó Manuel y hubo que darle la primera  papilla, ni Helena ni yo nos aclarábamos y fue Anie quien lo convenció de que había que dejar atrás la tetina porque había llegado el momento de la cuchara.



Hace tres años, Rubén necesitaba personal en la cocina. Y yo me acordé de Ana Blasco. La habíamos conocido con veintiún años. La trajo una amiga, Alicia, para ayudar en la limpieza. Era quien despertaba a Helena los fines de semana para limpiarnos el piso.
Ana Blasco era como de nuestra familia. Cuando cumplió treinta años, yo le organicé una fiesta sorpresa con todos sus compañeros. Acabamos  en la Malvarrosa y menudo susto le habíamos dado. Es lo que ocurre en hostelería. Son muchas horas, mucho stress, un trabajo pesado y el roce hace el cariño. Y tanto.
Un buen día, se enfadó con Rafa por  lo que había cobrado y no volvió más. Eso también  es normal en hostelería, que por mucho que se pague, nunca lo estará bien.
Pero no perdimos el contacto. Ana  Blasco estuvo en el entierro de mi padre y en la  boda de Rubén y Helena.
Como dije, hace tres años, la volví a llamar. Era un rollo, me comentó Rafa porque no tiene carnet de conducir y había que  ir a buscarla y devolverla a Paterna, donde vive. Es muy lenta, añadió Rubén, dadas sus condiciones físicas, no resiste tres días seguidos de trabajo en la cocina. Pero yo aposté por ella. Por su bondad, su discreción, lo mucho que apreciaba a toda la familia.
Justo hace tres años es cuando peor  estaban las cosas entre nosotros cuatro. Las relaciones familiares y laborales no suelen  tener los  límites definidos y ya  se sabe que, cuando la miseria entra por la puerta, el amor salta por la ventana. Esta crisis no fue para personas normales, sino para personas excepcionales y nuestras relaciones se  resintieron.
Recuerdo que por entonces yo cursaba  el máster del  profesorado, en mi  afán por reinventarme y volver al mundo laboral, fuera de La Matandeta. Vivíamos en Sedaví y yo paraba poco por el restaurante. Anie, trata muy mal a Ana Blasco. Anie no se  porta bien con  ella, Ana Blasco dice que no tiene por qué aguantar ciertas cosas y se  marcha, empezó a decirme Rafa. Era incomprensible. Los fines de semana siempre se ha reforzado el personal de limpieza con gente de todas partes. Marroquíes, españolas, rumanas, bolivianas, ecuatorianas. Anie nunca tuvo jamás ningún problema con ellas. El trabajo  más duro siempre se lo llevaba nuestra querida búlgara y nunca tuvo una mala cara, ni una mala palabra con nadie.




Cuando le preguntaba a Ana Blasco qué tal se comportaba Anie con ella, siempre me contestaba con evasivas... Bien, si, no, depende, a veces. Pero Ana Blasco tiene esa virtud o ese gran defecto, nunca  te cuenta nada, aunque te lo pregunte  todo.
Como ya dije, estuve poco en La Matandeta, pero no entendía ciertas cosas que estaban ocurriendo.
A Helena y a Rubén también les parecía que el comportamiento de Anie con Ana Blasco era muy extraño.
No fue un buen tiempo, lo reconozco y a mí me calentaron la cabeza. Así, que puesto que Anie estaba en la edad adecuada para jubilarse y a mí no me parecía bien que le hiciera la puñeta a mi querida Ana Blasco, fui con Rafa al gestor para ver cómo estaba el asunto de su jubilación. Le expuse que no había derecho que se comportara así con una chica que solo había venido a quitarle trabajo. Rafa, a mi lado, callaba y otorgaba.
Llegó octubre y yo me marché por primera vez a los EE.UU. Desde allí le insistía a Rafa en que solucionara el problema entre Anie y Ana Blasco. Y ello pasaba por la jubilación de la primera.
A mi regreso, Rafa tenía los papeles preparados y cuando le planteó el asunto a Anie, ella le pidió dos años más en España. Solo dos años. Estaba ayudando a su hija a pagar  un piso en Sofía y los estudios de su nieto en Holanda. Solo quería dos años más con nosotros para irse con unos buenos ahorros.
 Firmó los papeles de su jubilación y  los echó a la cara de Rafa, pero ni lo amenazó, ni lo chantajeó.
La tarde de domingo en que despedimos a Anie, nos trajo dulces de su país que ella misma había cocinado y yo, a pesar de todo, no pude contener las lágrimas.  Ni ella, tampoco. Le regalamos un reloj.
Ahora entiendo la mirada de satisfacción que tenía Ana Blasco. Gracias a mí, había ganado. La mujer que podía delatarla se marchaba lejos. La misma mirada de satisfacción cada vez que nos veía discutir a Rafa y a mí. O cuando Helena le contaba algo negativo que nos había sucedido.
A principios de julio, escribí a Anie a través del Messenger para contarle los últimos y tristes acontecimientos que habían sucedido en mi familia. Me contestó que no se sorprendía de nada. Ella sabía desde hacía tiempo de la relación que existía entre Rafa y Ana Blasco y por eso no soportaba a aquella mujer. Se me cayó el mundo a los pies. ¿Qué había hecho yo? Ser injusta con la mujer que me quería y generosa con la que me estaba engañando.
¿Por qué no me lo dijo? ¿Por qué no me previno de lo que sucedía delante de mis ojos y yo era incapaz de ver? ¿Pensó que ella sola, a codazos y empujones sería capaz de sacarla de nuestra casa y de nuestras vidas?
Anie  los últimos años se había quedado completamente sorda, nos entendía porque al cabo de tanto tiempo era capaz de leernos los labios, por eso difícilmente podía expresarse en español. Además, nosotros en casa siempre hablamos en valenciano. ¿Fue esa dificultad la que le impidió tomar una determinación? No lo sé. Solamente sé que no era Anie quien se tenía que haber marchado de mi casa. Fue como tener a mi lado, durante  tres años a la madrastra de Blancanieves disfrazada de abuela de Caperucita Roja.
No creo que me lo pueda perdonar jamás, haber sido tan injusta con Anie, la mujer que dio tanto a mi  familia. Pero me erigieron en juez y me engañó  tanto el fiscal como el abogado defensor.
En cuanto tenga unos días, viajaré a Sofía para abrazar a Anie y volverle a pedir perdón. Le llevaré a ese niño, Manuel, al que vio nacer, ayudó a criar y al que quiere tanto.
No mereció  la pena sufrir  por quien hace tiempo  dejó de amarme  y además fue desleal conmigo. Para entender este axioma tan simple, he tenido que marcharme  muy lejos. 
No volveré a escribir en este blog sobre estos asuntos. He  cerrado este  capítulo  de  mi vida. Por fin. Le he puesto un candado y eché la llave al rio Hudson. No arranco la página, pero la paso.





Ha llegado septiembre y hay que ponerse a trabajar. El lunes a las nueve tengo que estar en Requena, en el Instituto Oleana, donde este  cursó impartiré clases de francés. Lo primero que  pienso preguntarles a mis alumnos es por qué el instituto se llama así.
Tengo que ver cuándo es la defensa del trabajo de final de máster de mis compañeros porque quiero asistir y tengo que hablar con Rosa Yagüe mi tutora, quien entendió que primero era yo y mi equilibrio psicológico y, después, seguir con Enoturisme en Terres dels Alforins. El cas de El Celler del Roure. Ahora, ya estoy preparada para seguir con el proyecto.
He de llamar a Emèrit Bono, por la semblanza que me ha pedido Emili Marín para su libro sobre la transición.
Necesito un fin de semana largo para ir a Milán. Gaia di Filippo, que ahora vive allí, quiere que pasemos unos días juntas. En Dublin, me espera Rose Prenderville, como las dos hemos vivido lo mismo,  seguro que tenemos mucho de qué hablar.
Antes de que acabe el año, quiero ir a `Puyricard a visitar a mi casero inglés, Derek Moxon. Acaba de cumplir ochenta y cinco años y no queda mucho tiempo. Phillippe y Guylaine Fortyn me ofrecen su casa durante mi estancia. En Marsella, Sonia Lefèvre  sigue teniendo un sofá para mí, siempre y cuando ella  no ande por Nueva Zelanda, Malaisia o Cabo Verde.Y esta vez, no tengo que dejar de pasar por Eguilles, Constance Thiery estuvo  en agosto en Benicassim y quería acercarse a verme a La Matandeta, pero yo andaba ya por Nueva York.
Carmen y yo tenemos que llevar al joven ecuatoriano, Carlos Chungata, a Madrid. Y Elena Delgadova y Juanma Puig, cada vez que vienen a casa me invitan a visitarlos en Eslovaquia, pero ese viaje tendrá que esperar a la Semana Santa. En mayo, Dominic y Joe quieren que coja un Ryanair y nos encontremos en Oporto. Y después está la cuestión del australiano que me ha pedido que vaya a Merlbourne y me enseñará Australia.
Y organizar un gran Buida la Cambra para dentro de un mes en La Matandeta…

Creo que este será un buen otoño. No, no lo creo. Estoy segura de ello.
Gracias por todo y hasta pronto.





viernes, 31 de agosto de 2018

DECIMONOVENO DÍA: DESPIERTA EN LA CIUDAD QUE NO DUERME





                                                                                      "These vagabond shoes
                                                                                       are longing to stray
                                                                                       right through
                                                                                       The very heart of  New York.
                                                                                        I wanna wake up in the city
                                                                                        that doesn't sleep
                                                                                        and find I'm
                                                                                         king of the hill
                                                                                        top of the heap".
     

                                                                                                     New York, New York
                                                                                                          Frank Sinatra

Ayer por la tarde regresé en el metro, desde Washington Square, en el Willage, hasta el World Trade Center, allí empecé a caminar por la Avenida Broadway hacia Gran Central Station. Cada vez que preguntaba si iba en buena dirección, la gente me aconsejaba que cogiera el metro, pero  yo seguía caminando como si no hubiera un mañana. Atravesé el Soho, Canal Street y por tanto Chinatown. 
Broadway supera los límites de Manhattan. Comienza en Bowling Green y acaba en Albany, la capital del Estado. Tiene doscientos cuarenta y un kilómetros y fue una senda de los indios algonquinos, a través de los bosques de Manahtn. Cuando los holandeses fundaron New Amsterdam, la actual Nueva York, convirtieron la senda en una calle y la llamaron Breedewg. En 1664 los ingleses tomaron la ciudad y tradujeron el nombre holandés por Broadway.
Sigo atravesando la avenida y encuentro de todo. Una tienda de vitaminas en donde me surto, una de rebajas y allí me compro unos Levi's, el Empire State Building, los teatros. Y en el cruce con la W. 42, la Gran Central Station  que es mi objetivo.
Una ducha, una llamada... Pero me espera la ciudad que nunca duerme. Cojo el metro hasta Brooklyn Bridge, lo cruzo hasta la mitad y se me rompe uno de mis zapatos vagabundos. No estaré toda la noche despierta en la ciudad que nunca duerme.
El regreso es lento. Ya no pasa el 5 y me conformo con el 4 que me deja en la Nostrand Avenue, todavía ando un buen rato con un zapato roto.


Son las nueve y media de la mañana. Mi avión no sale hasta  las ocho menos cuarto de la tarde, pero  el viaje de regreso hace horas que comenzó. Guardar  mis cosas en la maleta, trazar el trayecto en metro hasta  el JFK Terminal 4, recoger mi ropa y  parte de  mis emociones de  estos días americanos. Otras muchas se quedan  aquí, esperando que  algún día vuelva  a buscarlas.
Quiero  estar despierta en la  ciudad que no duerme. Quiero estar siempre despierta en la vida  que me acompaña, en el tiempo que tengo para vivirla, en el  espacio que transitaré...






jueves, 30 de agosto de 2018

DECIMOOCTAVO DÍA: THE VILLAGE






                                                           


















                                                   "que comieron fuego en hoteles de pinturas o bebieron
                                                     trementina en Paradise Alley, muerte, o sometieron
                                                     sus torsos a un purgatorio noche tras noche".

                                                                                                          Aullido

                                                                                                        Allen Ginsberg



El remero no quiso cruzar el Atlántico conmigo. Dijo que tres seríamos multitud y prefería que nos encontráramos en el Village. Sabía que, de todos los barrios que tiene Nueva York, era el único en el que se avendría a que nos citáramos. El remero no cuenta muchas cosas,Never explain, never complain . Quizás porque está a vueltas de ciertos asuntos, sobre todo en cuestiones de amor,  o tal vez porque durante meses le resulté patética, tirada en mi sofá, unida a él por el watshapp. El remero tuvo  paciencia infinita conmigo durante todo ese tiempo que ya pasó.
Será por eso que me citó en el Village, sin día, ni hora. Quería cobrarse el trabajo dedicado a mi desvarío. 
Supe esta madrugada que la cita era hoy, entre otras cosas porque llevaba varios días en silencio. Cogí la línea cinco y solo tardé un par de horas en aclararme, pero llegué.
En Washington Square, los viejos jugadores enseñaban a los jóvenes, como si estuvieran rodando Buscando a Bobby Fisher. Pero ni rastro del remero. 


Comí en un pequeño thailandés, me tomé un helado en una  de las furgonetas ambulantes, caminé sin rumbo, en espera de que se produjera el milagro. Entré en un  café y pregunté al camarero, un negro con largas patillas, muy atractivo, si había entrado un hombre, español, serio y melancólico, oliendo a mar y a ron. Pero el camarero no me contestó.


Como si de un mantra se tratara, me recité el nombre de todos aquellos que pisaron esas calles en busca de los sonidos del silencio, de la generación beat. Me canté My baby don't cares for me y creí ver a Nina Simone en un paso de peatones. Pero el remero no apareció.

Imploré a San Jimi Hendrix, me acordé de Bob Dylan, pregunté por Willem Defoe y me detuve en la posada Stone Well, de la calle Cristopher, a pesar de que estaba segura de que por allí no lo encontraríaHacia el este, por la Avenida Broadway, caminé cinco horas hasta llegar a la Quinta, y después a la Cuarenta y dos West. Cogí el metro y regresé a Sterling Street.
Estaba segura de que el remero no me había tomado el pelo haciéndome buscarlo en balde.
Y entonces, comprendí... La próxima vez que venga a Nueva York, siempre, me quedaré en el Village.
Eso era todo lo que el remero me quería hacer entender.










                                                                                             



                       



                                                                                                                       

















2

miércoles, 29 de agosto de 2018

DECIMOSÉPTIMO DIA: EL BURDEL DE LA CALLE AVINYÓ

El Museo de Arte Moderno de Nueva York está muy cerca del Rockefeller Center y a dos pasos de  la Quinta Avenida. No es un museo muy grande, pero  me ha  sorprendido con algunas de sus obras.
La primera sorpresa ha venido de Picasso. El famoso cuadro Les demoiselles d'Avignon, cuadro con que se inicia el cubismo y el arte moderno, se encuentra en una de estas  salas. Me he llevado un flash. No sé por qué, siempre pensé que se trataba de un cuadro de pequeñas dimensiones. Todo lo contrario, mide dos metros cuarenta y tres centímetros de largo, por dos metros treinta y tres centímetros de ancho. Picasso tardaba mucho en dar título a sus cuadros, a veces hasta dos años.  Apollinaire lo bautizó como El burdel filosófico y fue otro amigo del pintor, André Salomón, quien lo tituló Les demoiselles de  la  calle Avignó, que era  una calle de Barcelona  llena de  burdeles. Salvo estos amigos, nadie conocía la existencia de esa calle, así que empezó a confundirse con la ciudad francesa de Avignon y así ha llegado hasta nuestros días.



Es uno de los cuadros más visitados. También me han gustado mucho La última cena  de Andy Warhol, Starry night de Van Gogh, un Basquiat que tienen y los Nenúfares de Giveny de Monet. Y cómo no, Pollock.Aquí les dejo una  muestra gráfica de la mañana.













No sé lo que me ocurre, pero a mí la pintura  siempre me abre el apetitito. Cuantas más horas paso viendo cuadros, más hambre tengo. Me he dirigido en autobús desde la Quinta Avenida hasta la calle treinta y dos. He comido en un coreano. Yo me equivocaré de parada de metro, pero para las cuestiones  de condumio, tengo como un sexto sentido. Nunca  fallo. Será por haber pasado tantas horas entre restauradores y gastrónomos. He comido toda la carne que he querido y sus acompañantes por veinte dólares. Y a fé mía que  estaba bueno.



He caminado arriba y abajo de la Quinta Avenida, pero el calor me ha vencido y he regresado en metro a Sterling Street. En la terracita del landmark estaba sentado leyendo el inefable australiano que me ha invitado a acompañarle. Fumaba en pipa un  tabaco realmente oloroso y ahora si que  parecía un escritor de manual. Me ha  invitado esta tarde  noche a catar en su habitación un tinto de Barrosa Valley. No le he  respondido. Qué lástima, solo traje ropa interior de algodón.
Mañana tengo una cita  en Greenwich Village.

DECIMOSEXTO DÍA:: 236, STERLING STREET

En Brooklyn no tienes la sensación de estar en Nueva York, sino en una ciudad de  provincias. Los vecinos se mueven por el barrio a realizar  sus compras, se sientan en  los escalones de  la  entrada de  sus casas a dialogar entre  ellos, saludan a  los transeuntes, se  toman una cerveza. Todo tiene  otro ritmo. No es el  agobio de la gran  ciudad hecha para ser admirada, no para vivirla.
Me hospedo en un landmark que es como llaman a los edificios antiguos protegidos. Brooklyn tiene  personalidad, ves una  foto en  el  periódico, en  Google, en televisión y reconoces este barrio,


Esta es la  fachada  de la casa en  la que  habito, las ventanas  de  arriba a mano izquierda  se  corresponden  a  mi  habitación. AirBanB es muy popular en los Estados Unidos. Otra forma de hospedarse, la  idea  originaria  por  la  que  se  creó  es que compartieras tu  estancia con los  nativos y vieras su forma de  vida. Pero la verdad es  que a quien más he visto es al australiano, que  lleva  aquí  hospedado bastante tiempo. No sé quienes son  los dueños. El contacto  para alquilar la estancia  ha sido a  través  de AirBandB.



Es una casa cuidada, con la  madera  bruñida, muy limpia, en la  que me pidieron el primer día que andara  descalza. Los hoteleros en Valencia están en contra  de  esta forma de hospedaje, les parece competencia desleal. No lo creo, es un tipo de clientela muy diferente la que  se hospeda aqui a  la del hotel. Yo no me hubiera podido permitir diecisiete noches de hotel en Nueva York donde  la media ronda  los cien dólares diarios.


Tengo la  habitación más grande  de  la casa  y su  precio  se acerca a  los treinta y cinco dólares por noche, con  los gastos de  limpieza incluidos. También tengo derecho a cocinar  y a  un estante de la nevera. Estos son mi dormitorio y el estudio contiguo.


Las otras  dos  habitaciones con que cuenta el landmark son más pequeñas.



La cocina es de  uso común, pero quien más la  disfruta  es el australiano. Se llama Harry Button y lleva mes y medio en Nueva York preparando un reportaje sobre las muevas tendencias musicales en la ciudad que nunca duerme. Trabaja para varias  revistas y televisiones de su país. No sé por  qué entiendo mejor su acento que el americano, quizás porque me habla muy despacio.
Anoche bajé a tomar algo de fruta de mi estante y me lo encontré sentado en la mesa del comedor, solo, en  la casa no se  oía a nadie. Me invitó a sentarme y compartir con él la cena. Había  preparado una ensalada con rúcula, canónigos, queso  parmesano, arándanos  y manzanas. Y le había añadido  un sofrito de  bacon. Estaba rica, también tenía fiambres y quesos y una  botella de shyraz australiana. Nunca había probado la  shiraz australiana.
Me contó que se  ha casado y divorciado cuatro veces, pero no tiene hijos. Así le durarán poco los duelos, pensé. Ya se sabe  que  la  experiencia hace maestros.
Hablamos de  muchas  cosas, los  temas surgían  solos. Le conté el relato de Patrick White Las cacatuas, que leí a los diecisiete años. Un matrimonio, que lleva muchos años separado, aunque  viven en  la misma casa, en diferentes pisos, un día  vuelven a comunicarse porque en el patio aparecen unas cacatúas que se  instalan alli.  Se sorprendió  de que hubiera  leído a  su compatriota. Me habló  del libro que está escribiendo desde hace tres años y no consigue terminar. Mira, otro Batterbly como yo.
Estuvimos cerca de dos horas  conversando hasta que me dí cuenta  de  que me empezaba a mirar raro.
Cuando un hombre  te  mira raro te está dando dos opciones: O que salgas corriendo o que  te plantees que  ropa interior te pondrás la primera noche que te invite a  salir. Le hubiera pedido una foto, pero lo habría malinterpretado, porque yo pensaba salir corriendo.
Hoy  me  voy al MOMA. Salve y que  lo pasen bien.




martes, 28 de agosto de 2018

DECIMOQUINTO DÍA: DE PASEO POR NUEVA YORK

Ayer por la tarde llegué a Brooklyn agotada. Solo me equivoqué una vez con el metro. Un señor, muy amablemente cargó mi maleta y me acompañó hasta el andén correcto. En el landmark una chica de color limpiaba una habitación y el australiano preparaba huevos revueltos en la cocina. Me preguntó dónde me  había metido y cuando se lo expliqué se echó a reir y me invitó a compartir su cena, pero prefirí subir a mi habitación y descansar un rato. Después comprobé que en mi estante de la nevera, solo habían dos plátanos negros y un brick con zumo. Así que salí a la calle en busca de provisiones. La avenida  con que cruza Sterling Street es Nostrand Avenue, muy concurrida, llena de lavanderías, deli, peluquerías y tabaccos. Y también llena de negros, o tengo que decir gente de color, o afroamericanos, ¿qué es lo políticamente correcto? Bueno, pues eso.
Esta mañana me he ido a hacer turismo, esa cosas típicas que hace la gente cuando viene por aquí, a ver la ciudad y dar paseos. He cogido el metro hasta Wall Street y he buscado el toro. Había cola para hacerse una foto, así es que le he buscado el trasero y he comprobado que allí no quería nadie retratarse.Cambia  la perspectiva y cambian las cosas.



Estaba muy cerca de Clinton Castle, la fortificación que construyeron los holandeses, que fueron los primeros  colonos europeos que llegaron aquí, desde allí se  coge el ferry para ir a la estatua de la  libertad y a Ellis Island, donde se  encuentra  el museo de inmigración y adonde llegaban los inmigrantes a pasar la cuarentena antes de poder entrar en la ciudad.




Por  la tarde, después de  comer en un chino de la Avenida  Broadway he cogido el ferry para Staten Island.Es gratis, estaba lleno de turistas. Hemos llegado a la estación, bajamos y dimos la vuelta para subir en otro que nos trajera de regreso. Nadie se ha quedado para visitar el barrio, pero yo me sentía como Melanie Griffith en Armas de mujer de vuelta a su trabajo en Wall Street.
El calor es sofocante y pegajoso, Nueva York es una ciudad mucho más húmeda que Valencia. En fin, turismo, turismo. Todos los  días no se puede ser una intrépida viajera.




lunes, 27 de agosto de 2018

DECIMOCUARTO DÍA: ELLA Y YO

- Conque dieciocho días sola en Nueva York. Y va y te lo crees y se lo haces creer a todo el mundo. ¡Ay, pobrecita mía que me la han abandonado y traicionado! ¡Qué lastima que nos da a todos que la seguimos por el mundo a través de  su blog!¡Madre mía, la pobre, a  su edad, sola y recién divorciada, pasando su duelo en Nueva York!
- ¡Cállate y ayúdame con la maleta! Vengo cansada y hoy estoy de  bajón.
- ¿Ya empezamos? La que debería estar de bajón soy yo, que me has tenido aquí, encerrada durante diez días, sin saber qué iba a pasar conmigo, si pensabas volver o no. 
- Bueno, todo  fue imprevisto. Pensé  que se trataba solo del fin de semana, pero la cosa se alargó. Estaba tan a gusto con  ellos, me hicieron sentir tan bien...
- Claro, y yo aquí, en esta habitación Airbandb que has pagado durante diecisiete días y en la que solo dormiremos seis noches, si  es que conseguimos  hacerlo. ¡Es absurdo!
- Así es, en el Año Absurdo que llevamos, suelen ocurrir cosas absurdas.
- Pues, todavía nos quedan cuatro meses. A ver, qué vas a hacer.
- De momento, descansar. Ayer la fiesta acabó tardísimo. Ellos se pasaron la  cena bebiendo vodka `polonesa. Joe y yo, solo vino neozelandés. Y haz el favor de levantarte del suelo que hay sillas y butacones. O recuéstate aquí en la cama conmigo.
-Pareces  mamá. Siempre te decía  lo mismo: María Dolores, no te sientes en el suelo. Ahora tú desempeñas su  papel. Con la edad  se te está  poniendo la misma cara, sobre todo cuando te enfadas y sacas el carácter. Cuando sonríes te  sigues pareciendo a papá.
- Si, ahora yo sería la  mayor, la  jefa. Tengo ya diez años  más que mamá, ella me  tendría  que  obedecer.
- Eso, será de lo que tú la obedecías a  ella. O no te acuerdas. No he  visto  en  mi vida a nadie con tanta imaginación para contar bolas en la  adolescencia.
- Ta geule!
- No, no me callo. Además, ¿para qué me hiciste venir si me has dejado sola, aquí encerrada? Por cierto, no pusiste bien la clave y la puerta estaba abierta. Los tres niños que viste a tu llegada no han hecho más que entrar y tocarlo todo.
- ¿De verdad? Pero tampoco dejé nada de importancia. Y te dije que vinieras porque no quería estar sola del todo. Este viaje podía acabar como el monólogo interior de Molly Bloom.
- ¿Y esa quién es?
- Cómo que esa quién es. Pero si me la presentaste tú. No recuerdas, en el San Vicente Ferrer de la calle Burriana, el BUP y el COU. Mientras tus compañeras fumaban por los rincones y hablaban de chicos, tú te encerrabas a la hora del patio en la biblioteca y devorabas libros. Aquel que te leiste durante dos semanas y del que no entendiste nada. París, Shakespeare and Cco, Sylvia Beach.
- ¡Ah! El Ulysses, de Joyce. No entendí ni papa. ¿Lo has vuelto a leer?
- Todavía, no, pero lo haré.
- ¿A que no te acuerdas de Miguel Angel Asturias?
- ¿Señor Presidente? No, para nada. Pero recuerdo dónde estaba mientras lo leía. En casa de papá y mamá. En primero de BUP.
- No nos desviemos de nuestro tema. ¿Para qué querías que te acompañara en este viaje? 
- Para no estar sola.
- Tú nunca estás sola. Vamos, anda, ponte guapa y salgamos a la calle. La vida nos está esperando.





DECIMOTERCER DIA: THE LAST DINNER

Son las cinco de la madrugada y oigo traginar a Doménico  por la cocina. A las ocho, cuando bajo y los saludo, the great  cooker ya  ha  sacado del horno  el  pan y acaba de meter lionesas, está batiendo la crema conque las  rellenará y encima de la mesa tiene  una  gran  lasaña preparada y me ennumera  los diferentes ingredientes que la  componen. También hay una ensalada de tomates con ajo y hierbas de Provenza y una caprese. Además, tres bandejas grandes llenas de tomates de  diferente  tamaño procedentes del jardín de Joe, quien añade que  es nuestra tomatina particular y que algún día le gustaría asistir a la verdadera, en Buñol. En el poco espacio libre, yo escribo con mi  ordenador. Hoy a las cuatro, tenemos cena ¿o comida? Yo no me aclaro, en el  jardín, y vienen varias amistades. 
Anoche la cena fue ligera, clams, o sea almejas crudas que compró y abrió Joe y la clam chowder que nos quedaba. Nos bebimos una botella  de prosecco con los aperitivos y un Sauvignon blanc neozelandés que había comprado yo. Les he dicho que de los vinos me ocupo yo porque se empeñan, ellos y sus amigos, en agasajarme con vinos españoles y no consigo hacerles entender que no quiero vinos españoles porque ya los conozco y lo que quiero probar son los de Napa, Australia, Sudáfrica, Nueva Zelanda, los tienen como rosquillas. Los blancos de Nueva Zelanda son frescos, muy afrutados, ligeros y dejaron atrás, hace tiempo, el corcho y los tapones de silicona. Todos vienen con rosca. 
Aquí el alcohol no se  vende en los supermercados ni en las tiendas, sino  en centros especializados, tan grandes como the groceries. Y ocurre con los vinos lo mismo que con los alimentos: puedes pedir lo que quieras, de la parte más recóndita del mundo, que te lo han traído.
Un blanco neozelandés viene a costar unos diez dólares y a partir de ahí, puedes ir subiendo.
Esta mañana con Joe, hemos hecho nuestro recorrido  habitual de  los tres supermercados, no sea cosa que a Dominic le entre  el mono y tengamos un disgusto. En una sociedad tan consumista, los supermercados abren todos los días, de ocho de la mañana a nueve de la noche. Cuando salíamos, hemos encontrado a Steven y sus tres, ya famosos, perros. Tres setter. Sigo intrigada  con los perros.
Después de the groceries a la playa. Pero, Dominic cambiará dos veces la hora de la cena: a las cuatro, no. A las cinco, tampoco. A las seis y media. Una gran cena de despedida entre amigos que también son míos. Mucha  risa y demasiada comida.  Dominic nos deleita con su plato estrella: Mejillones con chouriso portugués y  beans, La cena acabó con  los marshmallows a la barbacoa, que son una especie de chucherías a base de albúmina y azúcar que se pinchan en un palo y se pasan por el fuego. Entonces saben a merengue, están buenas y todo.
Mañana, lunes, vuelvo a Brooklyn. Aquí les dejo la crónica fotográfica del día. Feliz semana.


Desayuno en la terraza. Los eggs and jam llegarían cinco minutos después.


Con los perros de Steven.




En la sociedad de consumo, la máquina no cierra ningún día.


Branford Point Park Harbour.




Carpe diem, memento vivere!




Joe and me. And Patrick Reynolds, El mercader de Venecia



Esperando al resto de invitados


El plato estrella de Dominic muscles with chouriso and beans.



Devorando silver queen.



Panzianella alla Domenico.



Con los marshmallows.

DUODÉCIMO DÍA: DOLCE FAR NIENTE

Esta mañana  Doménico se ha  levantado con el firme propósito de ordenar la casa y limpiarla. Pero cuando llevábamos diez minutos sentados, uno frente  al otro, tomando el desayuno, ha arqueado las  cejas y me ha mirado fijamente  a los ojos. Enseguida  le he adivinado  el pensamiento y he tratado de ser con él, lo más asertiva  posible: Pero, Dominic, con el día tan espléndido  que tenemos hoy...¿Por qué no lo dejas para  cuando llegue el invierno y tengas dos  metros de nieve fuera y no puedas recorrer ni siquiera  los supermercados? 
Out of the blue, se ha puesto de pie, ha sonreido,  ha levantado el dedo índice de la mano derecha y ha dicho: I have a good idea! Vámonos a la  playa!



La playa es una  bahía que en  inglés  es harbour, o sea que Pearl  Harbour, donde la liaron los  japoneses  y los americanos entraron en la  Segunda  Guerra  Mundial, significa Bahía  de la Perla. Por cierto, bahía es una palabra  árabe que significa maravillosa. Quan sap la meua  xica!
Nuestra pequeña bahia se llama Branford Point Park y allí nos hemos instalado, al  lado de Lorraine, una amiga  de Doménico más conocida como Big moth y a fe mía que lo es. En la vida había visto un ser humano mover la sin hueso a  tal velocidad, no le daba tiempo, ni a respirar. Además, se ponía roja, yo  pensaba  que  se  asfixiaba. Mientras tanto, Dominic asentía con la cabeza, yes, yes... Of course, all right, hablaba tan rápido que era imposible que yo la entendiera. La escena era muy cómica, porque no había forma  de  que Dominic pudiera  meter baza. en la conversación. La escena resultaba cómica, porque además Lorraine es mucho más alta que Dominic, un enanito en comparación.  Me ha entrado tal  risa, que  me he tirado al agua  de cabeza, no fuera a  pensar Lorraine  que  la española era una maleducada.



Cuando he salido del mar, Big Moth  había vuelto a su hamaca y dormitaba. Ahora, entiendes el apodo? Es que no para, es imposible detenerla. Ha tenido tres maridos y debieron de salir huyendo  la noche de  bodas. Dominic! Hemos oído a  nuestras espaldas, ¿Qué está comiendo tu amiga? Dominic ha gruñido y me ha dicho sin contestarle ¡Y a ella qué le importará! Y a continuación, muy amablemente ha pasado a  enumerarle las exquisiteces que me había preparado para este mediodía . Eso sí, él solo ha tomado un  yogurth griego. Ni en la playa dejan de pasar   la mano por la pared, a mediodía.


La toalla de Big Moth estaba llena de libros y le he  preguntado a Doménico que para qué traía tantos libros a la playa. Pues, ¿para qué va a ser? ¡Para leerlos! Elemental, querido Watson. No sé ni para qué pregunto. ¿Todos a la vez? ¿No sabrá que existe el e-book?


En fin, un par de días de relax, sol, playa, risas y dejarse querer y cuidar por los amigos.
Salve y que  tengan  un feliz fin  de semana.