jueves, 21 de septiembre de 2017

LA MERIENDA DE VICTOR IÑÚRRIA


Decía el poeta Rainer María Rilke que la auténtica patria del hombre es la infancia y añadía que la única patria feliz, sin territorio, es la conformada por los niños.
La infancia de Victor Iñúrria, catedrático de la Escuela de Arquitectura, presidente en su  día, de la Federación de Pelota Valenciana, erudito, viajero y hombre que ha vivido  la  vida con esfuerzo y pasión, tiene un territorio llamado Ruzafa. Un niño que vive realquilado y que observa el mundo y sus circunstancias. Un niño nacido  en plena posguerra que aprende de la vida a  través de los platos que come y de las manos que  los preparan. Las comidas de nuestra vida tienen mucho que decir de por qué somos como somos. En ellas se atesoran recuerdos y vivencias y definen nuestros gustos actuales o nuestras fobias.Resultado de imagen de victor iñurria montero

Victor Iñúrria, cuyos ojos azules no se cansan de contemplar la vida, ha escrito un poemario titulado Manducare, donde sus recuerdos de infancia, riman con los platos que le enseñaron a comer,  y a conocer el mundo. El libro tiene varias lecturas. Además de tratar un paisaje y una forma de vivirlo que ya no existen, el poeta nos da todo un recetario de cocina. El puchero valenciano, los arroces, ya sean con acelgas, con fessols i naps, passejat... y cómo no, la paella valenciana, auténtico plato de germanor, de fiesta familiar.
Pero a comer y cenar nos obligaron, sin embargo, a la hora de merendar, elegimos nosotros.
Si hay una comida por antonomasia que defina una infancia, esa es la merienda. Contaba Martí Dominguez en su novela Els horts que la manera que tenían los niños de comerse el chocolate y el pan de la merienda presagiaba mucho de su carácter. Había quien se comía primero el chocolate para quedarse luego royendo el pan a secas. Se había comido lo mejor al principio, todo de sopetón, para dejarse el duro pan como final. Había quien se comía entero primero el pan y se dejaba el chocolate para el final.  Comenzaba por lo más duro de la vida y se dejaba la dulzura para el final.
Victor en su poema, merienda a medias chocolate y pan. Según Martí  Dominguez nos daría a entender un carácter sereno y equilibrado. El mismo que muestra cuando te dice que la vida nos trae lo que nos trae y así hay que aceptarlo.
El poeta, el arquitecto, el hombre de cultura y el que ama su lengua y su país estará mañana por la noche con nosotros, alrededor de un menú que ha diseñado Rubén Ruiz Vilanova, atendiendo a los platos y los recuerdos de Manducare. Y para acompañar la charla y los platos, nadie mejor que Dani Belda y sus vinos, el bodeguero más atractivo e interesante de Terres dels Alforins.
Vengan y disfrutemos. Que la vida son cuatro días y ya vamos por el tercero.











martes, 5 de septiembre de 2017

UN PASEO POR LA VENDIMIA

Hay dos carreteras que unen Ontinyent con Fontanars: L'Ombría y La Solana. La gente del pueblo utiliza más a menudo la segunda. La primera queda para los que estamos de paso, queremos disfrutar del paisaje y no perdernos el Pou Clar, las piscinas naturales que el tiempo y la erosión han creado en el río Clariano. L'Ombría es una carretera llena de curvas, algunas muy cerradas, que serpentea entre viñedos, girasoles, cereal  y muchos olivos. No sé quién le hizo el flaco favor de llamar a estas tierras La Toscana Valenciana. Primero porque las comparaciones son odiosas y porque la zona italiana está cincelada a base de colinas y no de sierras. Pero puestos a escoger, solo le falta el color morado de la lavanda para acercarse mucho más a la Provenza francesa. Es decir, uno de sus mayores valores es el paisaje. Un paisaje que parece haberse librado de especulaciones y actuaciones inmobiliarias truculentas. Siguiendo por esta carretera y dejando atrás el pueblo de Fontanars dels Alforins, se llega hasta el Pla a los pies de la sierra de Beneixama, donde está la casa de Merche y Dani Belda. Por las noches, y también por las mañanas, es posible escuchar allí todos los sonidos del silencio.
Me gustan esos sonidos. Que yo sepa, solo Pedro Zarraluqui se preocupó en su novela  de investigar La historia del silencio. Y yo me apunté hace mucho a ese club.
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Hasta la primera mitad del siglo pasado, la gente de Fontanars vivía en casas diseminadas por el campo como la de Dani, que heredó de su abuelo.  Ochenta y dos casas y sesenta y siete bodegas que elaboraban vino a granel. Los restos de aquellas fincas todavía se pueden observar en el paisaje, como los vestigios del palacio y los jardines del marqués de Torrevellisca, que además acudía en carro todos los domingos a escuchar misa en la iglesia del pueblo.  Pero las gentes  abandonaron  las casas y se instalaron  alrededor de la ermita, creando lo que luego sería un núcleo  de amplias y cuadriculadas calzadas.
Hasta los años noventa, solo se mantuvo la bodega del abuelo Belda. Las bodegas ya no eran rentables.Se construyeron las cooperativas de Moixent y La Font de la Figuera. La gente se iba a a trabajar a la industria textil. El nieto Belda, inquieto e inconformista, renovó el mundo del vino en esta zona.  Aparecieron unos suizos que compraron una bodega y un estudio de la Universidad de El Fresno, California constató las variedades que podían funcionar.  Dani, en aquella época, consideraba que los vinos de este país eran huérfanos sin apellidos. Conservó la verdil e introdujo la chardonnay, en blancos. En tintos conservó la monastrell e introdujo la cabernet-sauvignon, la shiraz y la pinot-noir. Viajero incansable, inconformista y aventurero, con un punto de loco del rock and roll, arriesgó y llegó. Conocimos a Dani hace  veintitrés años por su vino Ponsalet.
.Lo ví por primera vez en la puerta del paellero de La Matandeta. La primera cata que organizamos de Els divendres dels tastavins fue la suya y esa noche sus caldos estuvieron marinados con nueve platos a base de anguila.



Pero volvamos a Fontanars, ya es tiempo de verema. Un grupo de curiosos, amantes de las bodegas, nos hemos apuntado al paseo con Dani de conocer las variedades, a pie de cepa. El bodeguero nos hablará de grados Baume y graduación: si quiero un vino de menos graduación, lo vendimio antes. Si quiero un vino de quince grados, lo vendimiaré màs tarde. El verdil se vendimió el dieciséis de agosto y será el primer blanco en beberse en el hemisferio norte. Le verdil est arrivé, sobre el nueve de octubre.
La vendimiadora hace el trabajo de cuarenta personas. En quince minutos recoge mil doscientos kilos. Doce personas en quince minutos vendimian ciento veinte kilos.




Este sábado de verema, nuestro grupo es variopinto. Una americana de New Jersey y su colega, que trabajan como informáticos en el centro de la ONU, en Quart de Poblet. Una encantadora familia rusa, cuyos hijos hablan valenciano como yo, que viven en Fontanars. Una tía y un sobrino enamorados del vino, una pareja de El Campello que practica el noble deporte de visitar bodegas...
 Es sábado y el día invita a pasear y aprender `por el campo. A beber el primer mosto y a degustar en la tienda los vinos y los productos de la zona que nos han preparado.



Kate, la americana está entusiasmada con el tinto Heretat de Belda. Y no se queda atrás el resto. Alguien dijo que Dios creó el agua, pero el hombre hizo el vino. Y este bodeguero de eso sabe mucho. Habrán otros sábados de vendimia para probar estos caldo. Los próximos 9 y 16 de septiembre.  Todavía están a tiempo. Una excusa como otra para conocer la Terra dels Alforins.
Pero, por favor, si les gusta, no se lo cuenten a nadie.