martes, 30 de abril de 2013

EN LAS TERRAZAS

Han terminado las clases y ha desparecido todo el mundo como por arte de magia. Mis amigas irlandesas Rose y June han vuelto a su país con sus parejas. Liz se ha quedado aquí. Los Erasmus andaluces partieron en pos del cocido de la mamá y los valencianos en busca del arros passejat.
 
Podría haber cogido un Ryanair y marcharme a casa. No será que no los echo de menos. Pero, entonces no miraría ni un apunte, me pondría nerviosa y pondría nervioso a todo mi alrededor. Cosa que me sucede cada vez que vuelvo. Así que mi familia ha dado un respingo cuando ha sabido que me quedaré aquí, tranquilita entre los libros.
 
Es lunes por la mañana, en la biblioteca apenas hay gente. Reina el silencio y hay ordenadores a disposición y sin guardar turno. Sobre midi aparece Eva, a quien conocí en enero cuando andaba perdida con las fechas de los exámenes y solícita me acompañó a solucionar entuertos. Eva habla perfectamente español, estuvo de Erasmus el año pasado en Madrid. Este año termina y se marcha en febrero a trabajar a Argentina en un programa de cooperación. Debería estar muy contenta, pero tiene problemas con un ex-novio cordobés, a quien no consigue sacar de su vida. Le digo que se calme y que se centre en los exámenes. Cosa que yo también debería hacer.

Son las cuatro de la tarde y hace mucho calor. Quedarse encerrada en la biblioteca durante horas fue una gozada este invierno, pero de sopetón y sin previo aviso, los libros se han quedado mudos. Afuera la vida y la primavera andan zascandileando y habrá un montón de historias que observar y contar.

Así que cierro los libros, recojo mis cosas y me despido de Eva. Por la avenida Schuman, subo hasta alcanzar el Germinal y de aquí, la place des Dauphins y el cours Mirabeau, Las terrazas están llenas, la gente balade sin rumbo fijo, disfrutando de l'après- midi.  En la place des Agustins están de obras y se hace difícil transitar, Por la rue du Marechal Foch se puede llegar al Hòtel de Ville y emprender la salida de la ciudad por Avenue Pasteur. Aix-en-Provence es una ciudad burguesa y pequeña donde la gente es muy elegante. No es que se vistan a la moda, sino que decenas de  generaciones, bien alimentadas e instruidas, les hubieran dejado esa pátina en los genes.

La viajera tiene calor y antes de reanudar la salida hacia el campo para llegar a su residencia en Puyricard, decide sentarse un rato en la terraza del Café des Negociants. Hay obreros tomando cervezas después de su jornada de trabajo. Se pide una Perrier  con limón. Siempre que toma este agua se acuerda de Sigourney Weaver en La calle de la Media Luna. Asociaciones gratuitas.
Ha llegado a la mesa vacía que tiene en frente un hombre de unos cincuenta y cinco años, rubio y sin afeitar. También vuelve del trabajo y conoce a los demás que tiene a su izquierda. Ella y su mesa han quedado a la derecha. El hombre la mira fijamente a los ojos y sonríe. Cambia expresiones divertidas con los demás. La vuelve a mirar. Ella sabe que le está calculando la edad, el origen y los minutos que tardaría en hacerla reir.
De súbito, una pareja que pasea entra en la escena: Bonjour, Jeanon! Comment ça va? Muchos recuerdos de tu compagnon, el español.
¿De quién?
De tu compagnon español, Antón. Trabajó contigo en la obra, allá en Eguilles. Dice que se acuerda mucho de las farras que os corríais.
Ah! Jeanon, tú siempre con tus juergas. ¿Y tu familia, cómo la tienes?
Los chicos los crié y andan por ahí. Mi mujer volvió a su país. Cosas de la vida.
Mais, oui, Jeanon, no aprenderás nunca, tú y el alcohol.
No, ya no bebo. Solo una cerveza de vez en cuando después del trabajo.
Cuídate Jeanon, nos alegramos de verte.

La pareja sigue su paseo y el hombre toma lentamente un sorbo de cerveza y mira en frente. Quizás se acaba de comprar la planta, le queda mucho para poder cuidar de un perro y ni se imagina el tiempo para iniciar otra relación.
No ha movido la mirada de la calle. Se levanta y sigue su camino sin volver la espalda para despedirse.

sábado, 27 de abril de 2013

TEQUILA



Para S. Vergara, porque siempre nos quedará Paris.



- ¿Qué te habrán puesto en el tequila para que hayas vuelto así?
- Pues que me van a poner, mamá, tequila. Pero ya sabes que no tengo vesícula y me sienta  mal el alcohol.
- Entonces ¿por qué bebes?
- Porque quiero ser como ellos, no diferente, sino como ellos. No quiero que me aparten del grupo y ya me cuesta disimular el acento.
- ¿Y por qué no prefieres ser tú?


Mi madre era capaz de hacerme razonar de vez en cuando. Sin embargo a mí, adolescente extranjera en tierra de acogida, me costaba hacerle caso. Acabábamos de llegar de  Argentina. Mi padre se vino antes, encontró trabajo y la abuela nos acogió durante un tiempo, poco, porque vivir con la abuela es difícil, tanto, que no lo resistió ni el abuelo.
Ahora estábamos bien, todos juntos, mis hermanos gemelos, los mayores, en sus sillas de ruedas, Caterina, la pequeña, y yo. Mamá y papá. Todos juntos.

Ellos se habían conocido en una verbena de verano, en Santa Fé, y a los dos meses ya vivían bajo el mismo techo. A los dos meses porque fue cuando mamá supo que estaba embarazada de los gemelos. Los novios apenas tenían veinte años. Nacieron Pablo y Marcelo, con problemas desde el primer momento. Falta de mielina en el cerebro dijeron los médicos. Papá se amargó desde entonces y se volvió taciturno y retraido. Mamá creció, ensanchó sus límites para seguir viviendo.
 
Después llegué yo y ocho años más tarde Caterina. Venir a España no fue divertido. Pero mucho más fácil para nosotros que para ellos. Pablo y Marcelo acudían a un colegio especial, los recogía un autobús a primera hora de la mañana y mamá tenía tiempo de ir a trabajar. Nunca se le cayeron los anillos. Encontró trabajo en una empresa de limpieza, algo que jamás hubiera hecho en Santa Fé donde era otro su estatus social. Pero nos jodió el corralito.
 
 
Cuando los demás me dicen que debe ser dura la vida con unos hermanos así, yo respondo que no lo sé porque no he conocido otra.
Pero un día Marcelo se fue. Y sí, sí que fue duro. Mamá lloró durante semanas encerrada en su cuarto. Sin consolación. Papá no dijo nada. No lloró, pero no dijo nada.
Ella siempre peleó por ser una buena madre, él se enrocó.
He terminado el máster y me han ofrecido trabajar de lectora en Francia. Ella me ha dicho que me vaya, que crezca y que ame. Héctor se viene conmigo.
No sé si algún día conseguiré ser como ella. Si tendré la mitad de su valor para seguir adelante. Ella no lo sabe, pero ser como ella es mi meta. Lo demás, lo iré sumando y añadiendo.
 

viernes, 26 de abril de 2013

LAS OSTRAS DE LOS VIERNES

Uno de los placeres de vivir en esta parte de Francia son las ostras que, como  ya les he explicado en alguna otra ocasión, constituyen para mí todo un manjar, un regalo de los dioses gastronómicos. Tener una ostra en la boca es como tener en ella todo el sabor del mar.
Este semestre me las arreglé para no tener clase los viernes. Eso sí, a cambio los lunes me pego una panzada de ocho horas seguidas. Así alargo el fin de semana un día por si viene alguien a verme, o quiero hacer una excursión. Ni lo uno, ni lo otro han sucedido. Pero al trueque he conseguido lo siguiente: Los viernes se celebra mercado en Puyricard. Así que me acerco hasta alli, compro algunas verduras y me encuentro con André Navarro, el vendedor de ostras de Bouzigues. André Navarro se llama así porque su abuelo era español y él habla nuestro idioma a la perfección. Le encanta la literatura y mientras me abre la docena que me suelo comprar, me va relatando sus autores preferidos: Stendhal, Proust, Celine. Dice que en el colegio le enseñaron que España no es un país de filósofos, de ensayistas. Que en España la filosofía la importamos y la copiamos siempre.
 
 Quizás tenga razón. Jovellanos y Moratín, copiaron de  los franceses, Ortega y Gasset de los alemanes. El sr. Navarro dice que Proust fue un rico que volcó su aburrimiento en la literatura para darle algún sentido a su vida, pero que en España a los ricos no les da por crear, sino por destruir. Sea a través de las inmobiliarias o de los bancos. Sabia reflexión.
Entre tanto sofisma, yo he comenzado a distinguir la calidad y los días de vida que tienen las ostras.
Por ejemplo, las de hoy no son muy buenas, hace tiempo que empezaron a decrecer, Cuando la ostra lleva muchos días fuera del agua marina comienza a menguar y a encogerse. Pero no le digo nada, porque hay que vivir y dejar vivir. Y aunque el sr. Navarro me las cobre, no le pone precio a su sabiduria autodidacta y eso es muy de agradecer.



He llegado a casa feliz y contenta como niña con abrigo recién estrenado el día de la Purísima. Derek Moxon, sentado en su sillón, me mira escéptico. Cómo puedes comerte eso. Y yo le replico y usted cómo puede comerse un pedazo de carne de  cordero asado con una mermelada llamada chutney por muy especiada que esté.
Decía el escritor Josep Pla que en todas las cosas de la vida se puede hacer el loco, menos en la cocina. Claro que la locura gastronómica, cada uno la entiende a su modo.
Le he dicho a Derek si puedo acompañarlas con la botellita de champagne quer tiene en la nevera y me contesta asombrado ah ¿pero que no es tuya? No, yo no compro champagne. Prefiero el cava. No estaré a la page, pero prefiero el cava.
Hoy es viernes, estoy sola y no sé por dónde andan mis caballeros. Menos mal que  Bohumil Hrabal y yo hemos empezado a entendernos.

jueves, 25 de abril de 2013

LOS FRANCESES Y LA EDUCACIÓN

Anoche me comentaba Derek Moxon, mi casero, que parece que la ciudad de Aix se haya llenado de señoras inglesas. ¿Cómo es eso? Le pregunto. Porque ayer por la tarde Derek fue de compras y de regreso, cuando estaba a punto de rater el autobús, una señora que iba detrás suyo echó a correr y consiguió que el chófer esperara a Mr. Moxon. Después, otra que ya estaba en el interior del vehículo le ayudó con las bolsas de les courses.
¿Y por qué tenían que ser inglesas? Le espeto a continuación. Porque los franceses no son tan amables, me contesta este anciano en cuya casa habito desde mi llegada a la Universidad Aix-Marseille.
Ya habrán deducido ustedes, por todos los comentarios que les llevo haciendo que, a mi casero inglés, no le gustan los franceses, a pesar de que estuvo casado durante cuarenta y cuatro años con una francesa, Paulette, a la que conoció en la Universidad de Londres, y a pesar de llevar más de treinta años viviendo en Francia y de tener nietas francesas.
Para mí que cree que la Guerra de los Cien Años todavía no ha terminado y en cualquier momento una nueva versión de Juana de Arco aparecerá para acometer contra ellos, aquí en Francia, lejos de la Pérfida Albión.
Al contrario que mi casero, yo he llegado a la conclusión de que los franceses son muy educados. Tendrán otros defectos, pero uno de ellos no es precisamente la mala educación.
A mí me encanta verlos discutir, porque son incapaces de levantarse la voz. Y no a grito pelado como lo hacemos nosotros.
Este verano pasado, una noche de las que compartimos en casa de Carina y Ludo, ellos estaban hablando entre ellos desde hacía rato en voz baja. Hasta que caí en la cuenta: ¿Estaís discutiendo verdad? Si, no estamos de acuerdo. ¡Qué gusto daba oirles, así tan tranquilos y peleándose! Nosotros ya hubiéramos organizado la de San Quintín, a ver quién más grita, más razón tiene.
 
 
 
Vas a la boulangerie a por una baguette, aparte de que todo el mundo guarda la queue, cada vez que un nuevo cliente se acerca a la vendedora, ella sonrie y le dice Bonjour, madame, monsieur, qu'est-ce que vous désirez? Toda conversación se inicia con el Bonjour, aunque sean las cinco de la tarde. Y siempre te despiden con un Bonne journée o bonne soirée. Eso al principio, choca un poco, ver cómo la gente, al llegar a su parada, se despide del conductor, deseándole que pase un buen día o una buena noche, llegado el caso.
 Cuando voy a la piscina de mi pueblo, Sedaví, y termino, antes de partir, suelo decir a las personas que han compartido conmigo el vestuario Hasta otro rato, que tengáis un buen día, que paséis un feliz fin de semana. Entonces se giran y me observan, como diciendo, mírala ahora le ha dado por meterse a monja seglar y va repartiendo bendiciones.
Los franceses son educados, siguen utilizando el usted para todo. Carina habla de usted a sus empleadas, aunque algunas de ellas no pasen de los veinticinco años. Los profesores hablan de usted a los alumnos y viceversa. Y ya no les pongo los casos históricos y peculiares como el de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir que es conocido no llegaron a tutearse ni  en la intimidad. En La Matandeta, descuelgas el teléfono y escuchas: Oye, ¿no tendrás una mesa para las tres? Sin saber quién es tu interlocutor y a mí me entran unas ganas enormes, que apenas puedo contener, de soltarle: Caballero, usted y yo, ¿en qué cama nos hemos encontrado?.
En el diálogo no utilizan el no me has comprendido, sino el no me he sabido hacer comprender. Ellos no lo sienten, ellos están désolés. Ellos no te acompañan a un sitio con ganas, ellos lo hacen avec plaisir.  Una lengua dice mucho acerca de la forma de pensar y entender de la sociedad que la utiliza y la tiene como origen.
Sin embargo este savoir vivre tan francés, dicen ellos se está perdiendo. Las relaciones sociales se degradan, según leo en un artículo publicado en Le monde. En un sondeo efectuado por el Instituto Ipsos a mil personas, ante la pregunta de cuál era la  mayor preocupación de los franceses en su vida personal, los encuestados, antes que el dinero, el transporte público y el ruido, un sesenta por cien contestó que su mayor desasosiego era producido por la falta de savoir vivre.
La educación se pierde en nuestros paises, pero parece ser que son los franceses quienes peor lo llevan.
Quizás, porque como ellos mismos dicen, los buenos modales han formado parte de su cultura desde siempre, por lo que los sociólogos añaden que los franceses no tienen otra aspiración que ver sus relaciones sociales rehumanizadas.
Y ahí los tienen, organizando campañas en los metros, publicando un libro blanco sobre le lien social, y otras cosas por el estilo. Claro que como en esta vida todo es relativo y todo depende del cristal y la vara con que se  mire y se mide, a mí me siguen pareciendo muy educados.
 
 

miércoles, 24 de abril de 2013

ABRIL EN PROVENZA

En su última visita al Barbas no le dió la gana arreglarme la bicicleta de la difunta Mme. Moxon.
Dijo que él no era quien para tocar la bici de nadie y menos de una fallecida.
Falsas excusas de filósofo abstemio, puesto que en septiembre y antes de volver a España fue, me compró un candado y un bombín.
En realidad, teme que su osada señora coja la bici todos los días para cubrir el trayecto Puyricard-Aix, por la carretera.
A falta de bici, ahora que llegó abril, los días son más largos y se ha instalado en el paisaje la primavera, voy y vengo de la Fac con el coche de San Fernando: un ratito a pie y el otro andando.
Con tanta marcha por las montañas, arriba y abajo, a mis fesses les ha dado un subidón que parece que de momento hubieran derogado la ley de la Gravedad a mi alrededor.
A las siete de la mañana emprendo la ruta por los chemins que rodean a Puyricard y lo unen con la ciudad, sin necesidad de tomar la autopista o la carretera.
Suelo coger el chemin de Lauves una de las rutas Cézanne en cuyo inicio y casi pegado a Aix se encuentra el  que fuera taller del pintor.
A la media hora de caminata aparece ante mi vista la Sainte-Victoire, que a esas horas se puede apreciar a través de la bruma matutina, y que entonces es mía como antes lo fue de Picasso y de Cézanne. Qué lástima que yo no sepa pintar, ni dibujar, porque esta montaña tiene un perfil impresionante, digno de ser retratado por la mano de quien lo fue.


Les puedo confirmar que era cierto lo que me habían augurado: la primavera en la Provenza es espectacular. Una lujuria de colores y olores para los sentidos. Un despertar la vida como recién nacido y crado el mundo. La otra tarde, de regreso de la ciudad y con los ojos y la nariz abiertos y receptivos,  pasé por un lugar increible, cuya foto nunca revelará ni la mitad de lo que era aquello.
El silencio solo era interrumpido por el canto de los pájaros y el murmullo del viento. La vista se rercreaba ante tanto color y no acertaba a dónde mirar.
Empecé a caminar entre las flores blancas y amarillas. Una gran planicie de color y la sensación de que me encontraba en un locus amoenus, en mitad de un poema. Me senté un rato en la mullida alfombra de colores y desde allí contemplé la Sainte-Victoire. Tanta flor y tan salvaje, dioses.
Tal era mi ensimismamiento que no me dí cuenta de unos cajones de madera, por decenas, que se encontraban a mis espaldas. Unas cuantas abejas habían empezado a revolotear a mi alrededor. Y su número iba creciendo. A los pocos minutos, eché a andar hacia las cajas y solo entonces comprendi la  situación: Decenas de cajas de madera, las había por todas partes y las abejas salían de su interior. Me había metido en una zona de colmenas.
Pies para que os quiero. ¡Ay, de mis fesses si me llego a sentar sobre aquello! Ni locus amoenus, ni ley de la Gravedad que valga, ni tête de veau con salsa de ragout. No paré hasta llegar al camino y perder de vista las flores, la Sainte-Victoire y toda la gloria del universo pictórico.
Esas son las cosas que me pasan, mientras acaban las clases, llega el buen tiempo y me escriben los amigos.

martes, 23 de abril de 2013

MISTRAL

Dice mi amiga Yolanda Moreno que con la edad, todos tenemos un aire, pero hay quien tiene un auténtico vendaval. Vivir es enriquecedor, pero también oxida, horada, destruye y hace daño. Vivir nos mata. Las experiencias que hemos tenido, las puñaladas metidas en el alma, el pudo haber sido y no fue, los fracasos concebidos, todo en la espalda y subiendo con la piedra la montaña, tales Sísifos somos, que nuestra gran tragedia, metidos en nuestra condición humana, es llegar a la cumbre, resbalar con la piedra y volver a empezar otra vez.
Yo no resbalé el otro día con la piedra, sino con una botella de licor de endrinas Zoco.
Les cuento. Madame Fridrun Rinner, es nuestra profesora de Littérature comparée: les écrivains de l'Europe centrale à partir de 1970 y se jubila este semestre.
Solo por el hecho de haber conocido a esta mujer, nacida hace sesenta y seis años en Austria, que domina diez lenguas y ha escrito varios libros sobre la Mitteleuropa, ya hubiese merecido la pena el año Erasmus en la Provenza.
El caso es que me inscribí en su asignatura porque no quería tener clases los viernes y de rebote la encontré a ella, a su sabiduría y su forma de entender la vida. Los lunes nos ha dado clase de dos a cinco de la tarde. Son esas cosas que me suceden a mí. Parece que la casualidad domina mi  vida y, sin embargo, no creo en ella. Todo sucede como si hubiera una ley imperiosa que marcara los aconteceres y el camino, ya trazado, que debieran seguir.
Pero dejémonos de digresiones. El caso es que era la última clase de Mme. Rinner y lo íbamos a celebrar. Ella preparó un strudel austríaco y vino de naranja, yo llevaba una botella de ese licor rojo anisado con sabor a bayas del bosque que me quedaba de los productos españoles que siempre trae mi marido en una maleta roja cuando viene a verme y que yo voy repartiendo entre mis amigos y conocidos.
El caso es que eran las ocho de la mañana y yo subía las escaleras de la biblioteca cuando dí un traspiés, resbalé y me caí de espaldas con la mochila a cuestas y la botella se hizo añicos. Eran las ocho de la de la mañana y yo tenía clases seguidas hasta las cinco de la tarde,´por lo que  de volver a casa a cambiarme, nada de nada. Así que me pasé el día oliendo a pacharán vasco.

Los chavales me miraban con una sonrisa cínica, como diciendo, míra la que dice que nunca va de fiesta y de buena mañana, un lunes, nos llega colocada. Hay situaciones en las que mejor no te excuses porque corres el peligro de hacer un ridiculo mayor. Así que puse cara de circunstancias y de efectivamente haber prolongado demasiado la fiesta. Menos mal que era la última semana de clases y parece como si todo el mundo practicara la comprensión y la conmisceración.

 Mme. Rinner se marchó con dieciocho años a la antigua Unión Soviética porque quería aprender literatura y lengua rusas. Lo primero que hicieron los bolcheviques fue ponerle un espía entre los dos compañeros estudiantes con quienes compartió estudio y que se lo dejó claro el primer día: Podemos hacer dos cosas, me cuentas todo lo que haces y te dejo en paz, o te tendré que seguir a todas partes. Habla además de ruso y alemán, su lengua materna, polaco, húngaro, servo-croata, búlgaro, checo, italiano, francés e inglés. Con cuarenta y seis años emprendió la aventura de venirse a Francia como profesora de literatura comparada. Ha conocido a escritores de la talla de Claudio Magris, Milan Kundera, Bohumil Hrabal, Danilo Kis. Ahora se jubila y piensa escribir un libro sobre cocina comparada de la Europa Central. Le encanta cocinar y elabora su propio aceite de oliva. Pero sobre todo es una mujer que habla de la necesidad de comprender al otro, de analizar los desastres históricos a través de la literatura para que no vuelvan a ocurrir.
Ha sido una tarde simpática, después de un día raro. Afuera sopla Mistral. El Mistral es frío y racheado, un viento de brujas. Como lo son el Siroco, el Poniente, la Tramontana. Nos marean, ponen de mal humor y no traen nada bueno. Un viento que se hace sentir sobre todo en la zona de Aviñón. Sobrecarga de iones positivos, sensación de dolor de cabeza y depresión.
Menos mal que por la noche llegó la lluvia...
 

sábado, 20 de abril de 2013

MATERIA DE BRETAÑA

Es curioso cómo las palabras y las expresiones pueden anunciarse en nuestro camino, en nuestra vida, sin que tengamos en cuenta el cariz que tomarán en un futuro.
Me explico, la primera vez que escuché el enunciado Materia de Bretaña fue en la portada de un libro que mi hermana se acababa de comprar. Era el título de la novela con la que la escritora valenciana Carmelina Sánchez Cutillas ganó en 1975 el premino Andrómina. En la contraportada se mencionaba que la obra trataba de los recuerdos de infancia de la escritora transcurridos en Cap Negret y en Altea.
Recuerdo que a mis quince años yo me pregunté qué tendría que ver la infancia en Altea con la Bretaña, pero en aquel momento no leí la obra.
Tres años después, la materia de Bretaña, sin que yo supiera que se trataba de ella, volvió a cruzarse en mi camino a través de la lectura de John Steinbeck, El rey Arturo y los caballeros de la tabla redonda.
La materia de Bretaña alude a todos los relatos, cuentos y poemas que hacen referencia a la leyenda artúrica y a la historia de los bretones y fue enunciada como tal por Jean Bodel en el siglo XII, en su poema Chanson de Saisnes. El contrapunto lo pone la materia de Francia  compuesta por las canciones de gesta, crónica de la formación del imperio carolingio y en donde la figura del rey Carlo Magno es ensalzada. Seguro que les suena la Chanson de Roland, cuya muerte tuvo lugar, según la leyenda en el desfiladero de Roncesvalles, en una emboscada de los sarracenos de Zaragoza.
Viene todo esto a cuento de que las leyendas y las aventuras del rey Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda han conformado todo un bagage histórico que ha perdurado hasta nuestros días.
Un mito, con más de mil años de antigüedad, de una sociedad en la que la vida se fraguaba a través de tres órdenes sociales: oratores, laboratores y bellatores: los que rezan, los que trabajan y los que guerrean; donde  los caballeros partían en pos de aventuras a través del bosque, escenario de lo desconocido, y a través de las cuales probaban su amor a las reinas y damas, y se hacían merecedores de sus encantos.
La literatura medieval francesa tiene una riqueza que ha perdurado hasta nuestros días. Descubierta y estudiada a partir del siglo XIX, es el mudo testimonio de una época, la medieval, que abarcó más de mil años y quedó en la oscuridad y ensombrecida a causa del Renacimiento, que así la enunció, edad media, para hacer referencia a lo que existió entre ellos y los clásicos de la antigüedad.
Estudiosos como Umberto Eco, han tratado de resituarla en las coordenadas que se merece. En El nombre de la rosa, el profesor italiano nos da una visión práctica de lo que fue aquella época y del significado de la cultura y del conocimiento como forma de dominar el mundo a través de la religión.
Este curso y aquí en Francia, me matriculé el primer semestre en la asignatura Littérature classique: le roi et le prophète, donde analizamos las obras Lancelot du lac y Merlin de Robert de Boron. La profesora, Elodie Burle-Errecade, a quien ustedes ven en una foto que no le hace para nada justicia, me sugirió que puesto que tan interesada estaba en la materia de Bretaña, me inscribiera el segundo semestre en una asignatura  que ella impartía: Lire le texte medieval, en donde me iniciaría en el francés medieval, entendiendo por tal el francés  utilizado  entre  el latín y el francés moderno.
Mme. Burle, que tiene un gran parecido a Ana María Minguet, la hermana de mi amiga del alma, nos llevó de la mano y sin estridencias a través de la foresta inexpugnable de una lengua, la francesa, y de una literatura que han llegado hasta nuestros días.
Un tiempo en el que lo real y lo maravilloso se mezclaban sin orden. Miraviglia, lo que se percibe y asombra a través del ojo. Caballeros errantes en busca de aventuras con que ser merecedores del amor de la dama. El amor cortés. Las hadas que viven en los lagos y se peinan en el borde las fuentes. El rey arturo y sus caballeros y doce años de paz durante los cuales todo fue posible.
En definitiva, unos mitos que perviven y se revisionan todavía hoy.
Pero... ¿El héroe es perfecto? No, si lo fuera, no existiría el relato  que se basa precisamente en sus fallos y defectos. Y si no, piensen en todos los héroes que conocen y analicen de qué va su historia.
 
Materia de Bretaña, Carmelina Sánchez Cutillas, quince años. Lancelot du Lac, Elodie Burle-Errecade, cincuenta y dos años. Sí, pienso que mi proyecto final de grado versará sobre la materia de Bretaña. Yo creo mucho en las intuiciones.

viernes, 19 de abril de 2013

VARIACIONES ESTUDIANTILES

El otro día, en la clase de Lire le texte  medieval, los alumnos andaban mareados buscando la convocatoria de rattrapage, es decir de recuperación ante la sonrisa conmisciente de la profesora. Este año se ha eliminado por primera vez esa convocatoria y ellos no se han enterado, a pesar de que la profesora Elodie Burle, de Ancien Français, lo anunció el primer día del curso.
Hasta ahora, Francia ha pasado de los planes de Bolonia, al menos en lo que a su aplicación práctica se refiere.
De diez materias que he dado, solo en dos, Littérature au Moyen Age y Lire le texte medieval, ambas pertenecientes al mismo departamento, se está aplicando la nueva metodología de la evaluación contínua, que por cierto, los alumnos no llegan a entender en qué consiste.
No hay guias docentes en ninguna materia, no existen las tutorías, no hay trabajos en común ni se tiene en cuenta la asistencia a clase y la utilización de nuevas tecnologías como apoyo material a las clases brilla por su ausencia. Cuando lean mis compañeros valencianos que María Dolores Baixauli echa de menos los power points se reirán a gusto.
Hubo algún amago de concentración durante el curso en contra de lo que se les avecina, pero nada que ver con aquellas manifestaciones estudiantiles en nuestro país contra la aplicación de Bolonia. Las clases siguen siendo magistrales y algunas se complementan con lo que ellos llaman TD, es decir trabajos dirigidos.
Hay clases que duran tres y hasta cuatro horas, clases magistrales, en los que el profesor se limita a dictar el tema y los alumnos a tomar notas.
No existe la discusión, ni la reflexión. C'est-à-dire, el espíritu crítico impera precisamente por su ausencia.
Pero lo curioso no es que los alumnos no se hayan enterado de que empieza Bolonia, sino que los profesores no se han molestado en anunciarles lo que les viene. El otro día una secretaria iba detrás de Madame Burle para que esta le diera su fecha de rattrapage, que ya ha desaparecido. Este año, por primera vez, en la esta materia no habrá recuperación.
A mí, en enero, me llevaron de cabeza cuando se produjo mi coincidencia de exámenes. La secretaria de departamento que era quien tenía que solucionarlo me envió a la División de Estudiantes, sin saber que los Erasmus no tenemos derecho a esa convocatoria de rattrapage, a la que se acude cuando tienes coincidencia de fechas. Pero es que en la misma División tampoco lo sabían, porque me la dieron. Al final, Sonia Lefevre del Bureau de Relations Internacionaux, solucionó el embrollo. Por aquellas fechas, mitad de enero, las fichas pedagógicas de los estudiantes internacionales todavía no estaban pasadas, así que no aparecíamos por ningún lado.
El Departamento de Francés de la Facultad de Valencia había iniado trámites con el Departamento de Español de la Universidad de Aix-Marseille para obtener la doble titulación. Pero me cuenta el profesor Evelio Miñano que los franceses se han echado atrás. No me extraña con la de entuertos que tienen aquí, cómo se van a meter en otras aventuras.
Este ha sido el primer año de la unificación de las dos universidades Aix y Marseille, así que si las cosas ya estaban bastante complicadas, todavía se han complicado más.
La fecha de los exámenes finales es organizada por la División de Estudiantes. Convocan a todos los grupos de los diferentes tramos de materia y son los empleados de la división los que acuden a la ejecución de los exámenes, no el profesor que ha impartido la asignatura.
Pero para que entiendan un poco más de qué va esto, les pondré un ejemplo práctico. En la asignatura que tú debes inscribirte, por ejemplo Literatura Francesa, dentro de ella hay diferentes opciones. Puedes elegir, Literatura medieval, Estudiar a Rousseau, Literatura de viajes o Literatura comparada. Es decir que los alumnos de primero, por ejemplo, pertenecientes todos al mismo grado, no tienen por qué estudiar lo mismo.
El grado, que aquí se llama licence, dura tres años, frente a los cuatro español, y el master que le continúa, dos, frente a uno en nuestro país.
Los alumnos franceses de la Fac de Lettres pagan ciento ochenta euros de matricula al año. Nosotros, mil.
Mme. Elodie Burle-Errecade es la responsable del programa de becas internacionales para Canadá e Irlanda y el otro día nos comentaba que los alumnos franceses que son a quienes están destinadas las becas, no le dan ningún trabajo. Para Irlanda solo ha recibido una solicitud de una estudiante francesa y para Canadá ninguna. Y nuestro compañero valenciano Vicente Plana volviéndose loco a ver cómo la consigue para irse a estudiar a Montreal. Los franceses no quieren salir a estudiar al extranjero. Apenas hay estudiantes franceses que sean Erasmus en otros paises europeos. Según esta profesora, los franceses tienen miedo a salir.
Yo creo que Vicente Plana lo tiene fácil si sigue mi consejo. Se viene el próximo curso aquí, paga la matrícula del curso, cuyos gastos no llegarán a doscientos euros, habla con esta profesora, rellena la inscripción y como no encontrará competencia, ya lo veo rumbo al Canadá con una beca francesa bajo el brazo, como ciudadano europeo, tiene derecho a ello.
Una de las cosas que me ha gustado son los comedores universitarios. Todos los días hay menú compuesto de un primero a base de ensalada, un segundo  de carne, pescado, pastas o barbacoa y postre. El precio que fija el gobierno, es de 3'10 euros.
El trato entre alumnos y profesorado es de usted, aunque te encuentres hablando en los pasillos y tu profesor pudiera tener la edad de tu hijo.
El edificio de la Facultad de Letras está que se cae a pedazos. Al lado están terminando uno nuevo.
Conste que no les hablo de la competencia del profesorado, sino de lo que rodea a eso.
Si he de serles sincera, esperaba otra cosa. Ahora, entiendo perfectamente y me alegro del título de Excelencia concedido a la universidad valenciana.
 

jueves, 18 de abril de 2013

MELÓN CON JAMÓN

Ustedes estarían pensando ¿qué habrá sido de nuestra Erasmus a los 50, que hace semanas que no tenemos crónica de ella?,¿Se la habrá tragado algún laberinto minotáurico de la Facultad de Letras?, O habrá partido en el Bateau Ivre de Rimbaud? Algo mucho más prosaico me apartó de ustedes: se me rompió el ordenador. Así, entre que me dí cuenta e intenté solucionarlo y encontré cómo hacerlo pasó bastante tiempo.
Todo empezó porque no conseguía conectarme al wifi de la casa de Derek Moxon. Ni siquiera el informático de la biblioteca pudo ayudarme. Al final fue Gabriel, mi vecino, un chico encantador que es músico e hijo de españoles, quien me ayudó a solucionarlo.
Pueden imaginarse la de cosas que tengo para contarles.
En esto de viajar y ver pasar la vida, cada uno le echa su puntito de imaginación.
Un amigo me escribe y me envia un power point de su reciente viaje al Japón. Todas las fotos aparecen con un primer plano de su incipiente calva y como telón de fondo los diferentes escenarios que ha ido visitando. Eso sí que es un modo original de ver pasar la vida, tomando de primer referente la noticia de cómo lo está haciendo por la tuya.
El sr. Gálvez vino a visitarme con el mejor regalo que me podía hacer: trajo a Manuel.
Yo no le anuncié a Derek que llegaba mi marido con el niño, no fuera cosa que su flema inglesa se resquebrajara ante la llegada de un loco bajito que perturbara su metódica vida. Pero la verdad es que no hubo problema. Ambos, Manuel y Derek se comportaron, aunque como dice él, cinco y ochenta no hacen un buen melón.
Y hablando de melones, les contaré que una de las excursiones que realizamos fue a Aviñón, la ciudad de los Papas. Hacía más de diez años que estuvimos en ella y yo solo recordaba el puente Saint Bézenet, ya saben aquel de Sur le pont d'Avignon, on y dance, on y dance, tout en rond; y el palacio papal, maravilla del gótico. Pero no, su hermoso casco antiguo, muy bien conservado y parapetado tras las antiguas murallas.
Y viene al caso lo del melón, porque los papas que procedentes de Roma, habitaron en Aviñon se hicieron plantar los melones italianos de Cantalupo, que nosotros conocemos como melones de la Galia y aquí se llaman melones de Cavaillon.
 Hay una cosa que siempre me ha llamado la atención: el hecho de poner en un plato dos tajadas de melón con dos lonchas de jamón serrano. Siempre me pareció que no pegaba ni con cola aquello tan hispánico y que durante muchos años se sirvió a los turistas, tal cual, y nos quedamos tan panchos.
El origen de este plato es italiano, pero se hacía con esos melones amarillos, apenas dulces a los que se añadía jamón de Parma que también tiende a dulce y no salado, como el serrano. Y entonces, sí que tiene más sentido la cosa.
En fin, que merece la penar darse un paseo por Aviñón y balader `por sus callejuelas.
Aunque, les cuento cosas que sucedieron a finales de marzo, ya estamos en abril y aquí es primavera.
Pero mejor se lo relato otro día. Son horas de madrugada y mañana tengo mucho que hacer. Un saludo desde la Provenza florida.