lunes, 30 de diciembre de 2019

KENZA YA NO BAILA BACHATA





                                                                               No hay nada que el hombre  no tema más 
                                                                             que el toque de lo desconocido


                                                                                           Masa y poder 
                                                                                         Elías Canetti


El avión de Ryanair en el que recorrimos la distancia que separa Valencia de Marrakech, tuvo que dar vueltas durante media hora sobre la ciudad porque el aeropuerto se encontraba cerrado, a causa de la llegada del avión del rey, Mohamed VI.
Pacientemente, Carmen y yo, atravesamos los requisitos de la aduana, la recogida de maletas, la retirada de dirhams en un cajero del moderno edificio y, por fin, un taxi nos llevó hasta la medina y el hostal en que pasaremos dos noches.
Kenza Lamouasni, mi amiga marraquí, a quien conocí en la Provenza hace cinco años, no podrá recogernos hasta el día siguiente por la tarde porque tiene guardia en el hospital esa misma noche. Kenza cursa sexto de medicina y espera graduarse el próximo junio.
El hostal donde nos albergamos, dentro de la medina, está limpio, ordenado y es muy barato, pero me equivoqué al hacer la reserva y solo tenemos dos noches. Jounnes, uno de los dos chicos que lo regentan nos indica que hará lo posible por solucionarlo. Pero en Marrakech no cabe un alfiler. Junto al millón y medio de personas que la habitan, y que han decidido no quedarse en casa, se suman los extranjeros llegados de cualquier parte del mundo a celebrar el final de año.
Marrakech incorpora la Navidad a sus fiestas, como nosotros hemos introducido Halloween a nuestras costumbres. Sin tradición, pero con mucho consumo. ¡Viva la globalización para quien la quiera!
Pasamos frío la primera noche. Durante el desayuno Jounnes nos dice  por qué no le pedimos otra manta. Pues también es verdad. En la pequeña cocina donde preparan el desayuno, se amontonan.
Salimos a la medina   abarrotada ya de buena mañana. Jemaâ El Fna cuenta con un escenario en el que, por las noches, hay actuaciones. Cenamos ayer, a nuestra llegada, en uno de los muchos puestos de comida de la plaza. Harira y tajin de pollo. Aceitunas y berenjenas asadas.
La Koutubía, esa otra Giralda marroquí, nos saluda en frente y nos dedicamos a pasear durante toda la mañana. A primera hora de la tarde nos encontramos con Kenza en el Café de France. Esta mucho más delgada que en abril, cuando estuve aquí. Se ha alisado el pelo en la peluquería y su tono es dulce y su sonrisa paciente, igual que siempre.
Nos vamos para el palacio de La Bahia.



Mientras paseamos por los jardines de este palacio que ocupa cerca de dos hectáreas, obra del gran visir Ahmed Ben Moussa, construido entre 1894 y 1900, Kenza nos cuenta que los estudiantes de Medicina estuvieron cinco meses de huelga y que han perdido muchas clases. Deben apretar los codos si quieren graduarse en junio. Así que Kenza, a la que llevé unos hermosos zapatos para sus clases de baile latino, en abril, ahora no tiene tiempo para la bachata, la salsa. Ni siquiera encuentra hueco para estudiar alemán, porque realizar la especialidad en Alemania es otro de los retos que se plantea.
Cogemos el coche de Kenza para volver a la medina y cenar en algún local, pero el caos de la ciudad es un caos circulatorio árabe, nunca mejor dicho. Así que después de una hora de atasco, nos bajamos, Carmen y yo. Seguimos a pie y nos adentramos en la medina, conforme podemos, tras cruzar la plaza. Están a punto de empezar la actuación.



Hacemos cola en el primer puesto de bocadilllos que encontramos. No somos los únicos. Los extranjeros nos mezclamos con los autóctonos. Los burros con las bicicletas, las mujeres, veladas y con carrito, con los limpiadores de zapatos. No cabe ni un alfiler. Si en este momento alguien gritara ¡FUEGO! sería la catastrophe. Por fin nos hacemos con los bocadillos, una botella de agua y dos bricks en otro puesto. Me encantan los bricks que son de origen tunecino. Triángulos de pasta filo rellenos de pescado, carne, queso o verduras. Y por fin llegamos al hostal.


Jounnes, este chico alto y desgarbado, nos espera con una sonrisa y con la noticia de que no hay habitación para nosotras la próxima noche en este hostal. Le pedimos que indague si podemos albergarnos cerca de aquí. Al cabo de un rato regresa con una nueva sonrisa y con la cabeza nos niega posibilidad alguna de encontrar una chambre para las próximas veinticuatro horas.
Oh, mon Dieu! La catastrophe! Ante mi desánimo me propone que nos quedemos a dormir en la pequeña cocina, en el suelo, con sus cuatro compañeros. Vale, le respondo. ¿Cómo que vale? Inquiere Carmen. ¡Pero si también hay una gata con cinco gatitos!




Pues entonces... Nos queda la posibilidad del Hotel La Mamounia. ¡Pues nos vamos al Mamounia!



En la barra del bar, yo me siento como si fuera Doris Day, a la espera de que James Stewart me traiga un dry Martini, tel comme il faut en El hombre que sabía demasiado. Pero nos vamos a la terraza a tomar un café que será lo más sensato.

Transcurren varias horas, delante de nuestro cremoso y sabroso café. La gente a nuestro alrededor habla muy bajito, Más que hablar, susurran las palabras. Todo está limpio, impoluto. Las camareras son guapas, educadas. No hay nada que se salga de escuadra. Así que nos dedicamos a investigar, a buscar fantasmas por los pasillos... Maurice Ravel, Orson Welles, Colette, Edith Piaf, Charles Aznavour... Estelas luminosas de un pasado que ya no existe, que se esfumó como los espíritus de las lámparas mágicas.


 Nos paseamos un buen rato por le jardin potager. Hay naranjos, limoneros, olivos, hierbas aromáticas, achicorias, apio y patatas violette. Vemos un carrito de helados, gente tomando ya el aperitivo. Y nos decimos que no. Que nadie habla con nosotras, que no hay foule, ni gritos, ni ruidos. Nos sentimos fuera de lugar cuando suena un mensaje en mi móvil. Es Jounnes, al final nos ha conseguido una habitación en el Riad Venezia, en pleno corazón de la medina. Con sus olores, sus colores, su gente trajinando. ¡Vivan las voces de Marrakech!

Pedimos la cuenta, nuestras maletas y locas de contento volvemos a la medina, atravesando el jardín de la Koutubia. A estas horas, Marrakech transpira a veintisiete grados.



Cruzamos Jemaâ El Fnaa, nos adentramos en el laberinto de callejuelas. Comemos en una pequeña terraza, ensalada marroquí, couscous vegetal, tajin de pollo. Y nos dirigimos a nuestro hospedaje. Entre el gentío, los burros, una cabra que anda suelta, los vendedores de chilabas, de especias, de sueños ...





Y otra vez a la calle, a respirar el caos y escuchar la voz única de Marrakech. Con Elías Canetti en el corazón. Salve y ustedes lo pasen bien, que ya se acaba el año.

viernes, 13 de diciembre de 2019

NOSTALGIA








                                                                                   La nostalgia ya no es lo que era

                                                                                              Simone Signoret




Cuando llegué el domingo por la noche a Vinaròs empezaba a llover. Y yo sin paraguas. Debo de tener el récord mundial de paraguas perdidos sin estrenar. A paso precipitado llego hasta mi apartamento en la calle Castelló, frente a la RH Aura, cuyas luces de neón azuladas me responden cada buenas noches. El lunes no llueve, pero el Mestral ha llegado al Deltebre y aledaños. Es un viento muy frío, peleón, que en Francia soplaba con rabia en la zona de Aviñon y volvía a la gente desorbitada, o al menos eso decían ellos. Aquí, muchos padecen de migrañas.
Pensaba ir a buscar a Miguelito a la playa de El Clot, pero no creo que permanezca sentado en el murete con este viento. Así que solo me atrevo a bajar al Mercadona y de regreso, cargada con las bolsas que me sirven de lastre, una señora que pasea un minúsculo perrito, me dice que han cerrado el paseo marítimo y que mejor no me acerque.
El Mestral para en seco, siempre lo hace. Solo deja rastro de su presencia por los montículos de hojas. A veces, aparece sobre las dos de la madrugada, te despierta y te cuesta volver a conciliar el sueño, y sobre las cinco vuelve a desaparecer. Cerca de Amposta, está el Perelló, como en Valencia. Perelló en árabe significa lugar de vientos.


 Recuperé mi vieja carpeta con entrevistas y artículos publicados en Diario16 Comunitat Valenciana y entre ellos encontré la que le hice  a Alberto Martínez, amigo del alma de Miguelito. Se la enseño este jueves, junto a El Clot. Miguelito se emociona. Mira, qué jóvenes éramos en el 97. Y tanto. Miguelito empieza a enumerarme las ferias, las capeas, los espectáculos taurimos en los que participó y la nostalgia que siente de todo ese mundo que perdió. 
Yo recuerdo los artículos que he reencontrado, mi forma de escribir durante aquella época en la que tenía treinta y tantos años. Las entrevistas. Hay personajes a los que siquiera pongo cara. Y la poca o ninguna  nostalgia que siento de todo ello. 
El pasado se lo llevó el viento. El Mestral, o Mistral. O cualquier otro, terrible y violento. Frío y devastador. Dejando solo el presente. Que hay que comerse a bocados y sin atragantarse.
Ya lo dijo Simone Signoret en su libro de memorias La nostalgia ya no es lo que era.
Ahí dejo a Miguelito con la suya, mientras canturrea. Era muy poco en la vida, tan poco, tan poco era... Yo me voy al Mozart, a corregir los exámenes de 2º de la ESO, delante de una manzanilla bien calentita.
Salve y ustedes lo pasen bien.

sábado, 7 de diciembre de 2019

EL VECINO DE LA CASA DE ENFRENTE



                                                               
                                                                Nosotros estamos hechos de la misma materia  
                                                                que los sueños.

                                                                                   La tempestad
                                                                                W. Shakespeare


El vecino de  la  casa de  enfrente  se  ha convertido en alguien  muy cercano a nosotros. Los  viernes, cuando  llego a La Matandeta, hay cena familiar con  mis hijos y, el vecino, muchas veces, cena con nosotros. Es  un hombre  culto y erudito, que ha  elegido la soledad. Estudió derecho  y  trabajó durante más de veinte años  en el  mundo editorial. Me  habla de los autores, de Carlos Ruiz Zafón y sus manejos mercantiles, de cómo las editoriales fabrican  los best sellers.




Este viernes pasado, después de hacerle los honores  a un  par  de lubinas  que estaban horneadas en su punto, sobre  un lecho de patatas y cebolla, me contó cómo crea sus personajes. Porque el vecino de la casa de enfrente escribe.



Estuvo en la Isla  de  Man y, harto de dar  vueltas y de que no ocurriera  nada, entró en  el pub del pueblo en que se hospedaba, buscó al pelirrojo más alto y más fuerte y le escupió directamente a la cara. El puñetazo que recibió, lo tuvo medio  atontado  durante  las  tres semanas siguientes. Pero, por fin, algo le había sucedido, en medio del mar de Irlanda.


Me cuenta que fue nicaragüense ingenuo en el París de  los años ochenta. Que tuvo tres  amantes y que  las  tres lo dejaron el mismo día. El vecino de la  casa de enfrente me señala que  escribir sobre  sí mismo le  produce pudor, cosa que  no comparto con él,  en  absoluto. Que la maldad, es maldad intrínseca y  que no se le  puede  buscar justificación. Como tampoco la tiene  la bondad.



El vecino de la casa de enfrente me  confiesa que algunas noches, para escribir, utiliza la técnica Bukowski. Al irreverente y rebelde americano  le  preguntaron  por qué bebía alcohol y contestó porque ninguna buena historia comienza con estaba yo comiendo una ensalada.
Hace rato que nos hemos quedado solos. Seguimos hablando de literatura y de  géneros. A  él le  gusta el epistolar. Yo comparto su  gusto.
Le propongo que me deje leer sus escritos. Y él me sugiere que lo acompañe el sábado por la tarde a la  Filmoteca. Pasan Intolerancia, de Griffith. Pero, Manuel y yo tenemos otros  planes. Fuimos a ver Si yo fuera rico. Necesitaba reírme como si no hubiera un mañana.
Que sean felices y sigan bien.


miércoles, 4 de diciembre de 2019

LA SANTA CATALINA EN VINARÒS



El último lunes de noviembre amaneció el Leo lleno de papallones, se celebraba el día Contra la Violencia de Género.  Hubo representaciones teatrales de  micromachismos. Yo les hablé  a mis alumnos, a partir de cuarto de la ESO, de la historia  de la cantante Bárbara y de su canción L'aigle  noir, que en España conocimos en la versión mallorquina de María del Mar Bonet. 
L'aigle noir es una bella metáfora de la violencia que sufrió la cantautora francesa a manos de su padre.
Mientras tanto, las pastelerías de Vinaròs se habían llenado de  merengues con frutas escarchadas, que es el dulce con el que celebran Santa Catalina, patrona de las niñas estudiantes y San Nicolás, patrón de los niños. En los colegios de  primaria de  la localidad, hay fiesta, regalos y tómbola para el  fin de curso.



El  viernes se inició con una triste  noticia. El único hermano de mi compañera y jefa de departamento, moría súbitamente cuando se disponía a entrar en clase en el IES Ifach de Calpe. Hay muertes, que  aunque  te parezcan extrañas a  tí, no dejan de sorprenderte. Sobre todo  porque compartes el dolor  de tus próximos. María Teresa  está  deshecha. Muy unida a su hermano, solo los separaban tres  años de diferencia. Te quedas sin palabras, o tienes  tantas que  no sabes qué decir.



Hay tan poca distancia entre la vida  y la muerte, solo una línea, un segundo de  tiempo y ya no estamos  aquí. Esa es la  única certeza que tiene la condición humana.
Esta semana fue toda de  evaluaciones y hoy de bursitis, una bursitis  crónica de cadera que me deja hecha polvo. Pero sigo  viva.
Salve y feliz puente de la Purísima.

jueves, 21 de noviembre de 2019

5+9 = 14






                                                                      Si uno vive lo suficiente, todos los círculos
                                                                      se cierran.

                                                                                      Largo pétalo de mar
                                                                                           Isabel Allende




Hoy es el día de Santa Cecilia, patrona de los músicos. Hoy, veintidos de noviembre, cumplo cincuenta y nueve años. Esta decena se acaba. La inicié matriculándome en la Facultad de Filología, la termino, trabajando en la enseñanza. Una decena intensa. Aquella noche, de la fiesta sorpresa que me organizó en La Matandeta, Helena, mi hija, poco podía imaginar la de cosas que estaban por llegar. Repito, una decena intensa. Pero, ¿cuál no lo es? Quizás la mayor de todas, la primera. Hay en ella tanto que aprender como ser humano. Física y mentalmente.
Pero cinco y nueve suman catorce. A los catorce años, tenía las ideas muy claras: Nunca me casaría, estudiaría toda mi vida, viajaría  por todo el mundo para conocer el mayor número posible de lugares y de personas. Y escribiría. Hoy, a los cincuenta  y nueve afirmo que nunca me casaré, que estudiaré mientras viva, que intentaré conocer el mayor número posible de lugares y de personas. Y que escribiré. El mío, ha sido un círculo muy amplio. Podía haber andado en línea recta, puesto que lo tenía  todo  al  alcance de  la mano y, sin embargo no lo hice. Un círculo muy vasto que, tengo la sensación, de estar cerrando.
Pasado el duelo de los últimos acontecimientos en  mi vida, tengo  la certeza de  que todo  irá  bien, aunque nunca nada volverá  a ser lo mismo.
Psicológicamente, empiezo  a encontrar serenidad y espero que no me vuelva a atacar la tristeza. Por mi propio bien y el del círculo más cercano y más íntimo de mis amigos. Estoy contenta e ilusionada con un nuevo  proyecto  del que muy pronto les hablaré.
Mientras tanto, doy mis clases, camino mucho. Las caminatas producen  en mí el mismo efecto que la  meditación. Me  reequilibran. Hace poco un amigo me  preguntó si no me daba miedo desnudarme emocionalmente como lo hacía a través de  lo que escribo. No, todo lo contrario. Lo que me produce pánico es no saber controlar mis emociones. La  escritura me ayuda a  ello. Al mismo tiempo y aunque, como me ha ensañado mi amigo Paco Baixauli, la experiencia es intransferible, pienso que quizás lo que he vivido y cuento sirva a otras personas. Que quizás consiga con ello hacerlas sentir menos solas.
Hay días buenos y otros menos buenos, pero me he dado cuenta que  los días que veo amanecer son francamente mejores.
Por eso, para  celebrar el día de mi cumpleaños, aquí  les traigo un regalo. Un nuevo amanecer.
Salve y ustedes lo  pasen  bien. 




miércoles, 20 de noviembre de 2019

EL CIRCO

Me quedé el fin de semana en Vinaròs. Tengo ciento seis estudiantes y muchos exámenes y trabajos que corregir. Por la tarde, cansada de darle al rojo, salgo a pasear con el propósito de acercarme al circo que han instalado en la plaza de toros. Pero antes busco a Miguelito que anda repartiendo sardinas a los gatos que transitan cerca de la casamata que hay en lo alto del  mirador de  El Clot. Las sardinillas se las trajo su hermano ayer, el hermano que trabaja en el mar, me especifica. 
Lo invito a acompañarme a la sesión de circo y me la  rechaza con un punto de tristeza. No puedo, me dice, me pondría nostálgico y te daría la sesión. Mejor que no vaya. Cae la tarde y se encienden las luces del espigón, la luz verde del faro.


Así que a falta de  otra compañia, me voy con la niña que sigue habitando en mi interior. Para mí, el circo es la infancia y el día de Navidad. Todo un ritual. Por la mañana, feria, puchero a mediodía  en casa de la iaia, por la tarde, sesión de circo. Para mí, el circo es Burt Lancaster arriba del trapecio en El mayor espectáculo del mundo. Para  mí, el circo es Pinito del Oro, la  canaria que inmortalizó el trapecio español. Para mí, el circo es felicidad.



El Circo Raluy Legacy, no es solamente un circo,  sino también un museo de carromatos antiguos que fundara el padre de Lluís Raluy Tomás, éste último, nacido en 1942 en Sant Adrià del Besós, aparte de payaso de cara blanca, es matemático y escritor.


A los diecinueve años, emprendió una gira de dos años y medio, junto a su familia, que los trasladó a países como Uganda, Kenya, Tanganika, Madagascar, Macao, Singapur... Lugares con nombres fantásticos. La afición por las matemáticas ha llevado a Lluís Raluy, payaso de cara blanca, a escribir tres libros sobre esta materia: Visión matemática del espacio y el tiempo, Ámbito de los números primos, su estructura y distribución, conjetura de Goldbach. Pero también ha publicado El secret dels miratges y El circ dels saltimbanquis. 
¿Un matemático que hace payasadas? ¿O un payaso que hace cálculos matemáticos?


Me compro una entrada de platea, que por algo he sacado a la niña que siempre va conmigo, me siento en primera fila. Y aplaudo a rabiar cada número. A mi lado, Mireia, con su hija Alice y su marido. Empieza el espectáculo que durará dos horas. Se me hacen cortas. El circo está casi lleno.





A las nueve y media de la noche, salen todos los artistas a saludar y despedirse. He disfrutado de lo lindo. Si la infancia es la única patria que tenemos, el circo, para mí, es su territorio natural.
Si se cruzan alguna vez con este circo-museo, no lo duden. Saquen al niño que todos llevamos dentro y cómprenle una entrada, a poder ser de platea. No lo lamentarán.






martes, 19 de noviembre de 2019

LA VISERA






                                                                      Todo lo que escribimos, en parte son relatos de 
                                                                      desconocidos. En parte porque el que  escribe 
                                                                      es un desconocido para sí mismo y en parte 
                                                                      porque escribimos para conocer o para cono-
                                                                      cerlo. Para conocernos.


                                                                                             Campos de Flandes
                                                                                        José Luis de Juan


Dejé olvidados una visera y un libro en  Lalola Café, la terraza que abre  todo el año, frente a la playa de El Clot, donde muchos días veo amanecer. A esas horas, un hombre pequeño, que  vive muy cerca, la barre y recoge los restos olvidados de una madrugada alcóholica que acaban de cerrar algunos jóvenes. Se llama Miguelito, lo sé porque vive en frente de la misma playa y  muchas tardes lo encuentro allí sentado, saludando y saludado por los paseantes: Hasta luego, Miguelito. Qué tarde tan magnífica, Miguelito.
Le conté a Miguelito el extravío de mi visera y me aseguró que preguntaría  por ella.
Al cabo de un mes, coincidímos una tarde en la playa. El, sentado en  el murete de contención de la playa, yo, paseando. Ah, tú eras la de la visera! Me saludó. Espera un momento, la tenía la camarera. Y cruzó la calzada, todo lo rápido que su pequeño cuerpo le permitía. De regreso, me trajo mi visera, con la que cubro mi rostro de los rayos del sol cuando salgo a caminar.
Le dí las gracias y nos sentamos a charlar un poco. Hacía días que había recuperado mi libro, Le pain nu, de Mohamed Choukri, en Lalola.
Miguelito me preguntó si era de fuera. Sí, de Sedaví. Ah! Sedaví, sí. Yo he estado trabajando ahí. Con la banda de El Empastre. 


La banda de El Empastre, de Catarroja, cuántos recuerdos para mí. Las fiestas de Sedaví. Las charlotadas. Hoy actúa la banda de El Empastre. Y Miguelito prosigue su cháchara sin necesidad de que yo le pregunte nada. Actué muchos años, en muchos circos, muchas plazas de toros. Recorrí España  con mis compañeros. Qué tiempos. Estuve también en  América. Solamente un mes, porque no me gustó. Demasiada pobreza. Somos nueve hermanos, pero solo yo soy pequeño. Mi padre murió el año pasado, vivo con mi madre y uno de mis hermanos, el que va al mar. Limpio la terraza de  Lalola, antes también las escaleras de estos dos edificios de  apartamentos, ahora ya no. Los lleva una inmobiliaria y se los dieron a una  contrata de  limpieza. No tengo miedo a morirme, pero sí a hacerme viejo. He visto cómo tratan a algunos viejos. Pero qué tiempos los de los Enanos Toreros, cómo los echo de menos. Había más de  sesenta espectáculos en  toda España. No parábamos de trabajar. Ya  no queda ni uno. En Valencia, tengo a mi amigo del alma, en la avenida del Puerto, Albertito. Cómo lo quiero.



Albertito? Pero si a Albertito lo conozco yo. Coincidimos un par de años en el gimnasio de la Avenida del Puerto. Le hice una entrevista para  Diario 16, donde yo publicaba una sección  a doble página llamada Contracorriente. Tenía miedo de que por la entrevista se enteraran de su vida en el mundo del espectáculo y le quitaran la pensión. Por supuesto que no pasó nada.
Le prometo a Miguelito que la buscaré cuando vaya a La Matandeta y se la traeré.
Miguelito sigue desgranando recuerdos de su vida grande  en un cuerpo pequeño. Cae la tarde, se encienden las luces de la terraza de La  Lola Café y el sol empieza a desaparecer por las estribaciones del Maestrat.


sábado, 2 de noviembre de 2019

UN CURSO JUNTO AL MAR




                                                                                 Uno escribe para descubrir qué es lo que quiere                                                                                      decir.

                                                                                                      J.M. Coetzee.


El curso anterior, hubiera dado lo que fuera porque me enviaran a trabajar a un instituto ubicado en un lugar de costa, junto al mar. Me daba igual Castellón que Alicante, Oropesa, que Alfaz del Pí. Se trataba de acabar de pasar mi duelo a solas, en  donde no me conocieran, donde a nadie le importara qué me ocurría, de dónde venía o hacia dónde pensaba dirigir mis días. Lo peor del duelo son los rebrotes de tristeza que aparecen de repente, de forma descontrolada.
Me tocó Requena, el último lugar, entre ciento cincuenta que había señalado. Hace mucho frío entre viñedos. Hay un microclima de inviernos duros. Pero a todo se habitúa una, cuando las ganas son fuertes. Requena vende paisaje. Y te convence. La senda del telégrafo, el pico del Tejo. Los alumnos, los compañeros. Al final de curso... Quiero repetir en Requena. Y va y  me envían junto al mar.




A veces, tengo la sensación de que hay alguien moviendo los hilos de mi vida, quien decide cuándo es el momento oportuno para cada suceso, cuándo cruzarán mi espacio, otras vidas, qué papel tendrán en mi historia y cómo influiré yo en la suya.
En Vinaròs, tengo un apartamento a tres minutos de la playa de El Clot. Cuando me despierto lo primero que veo es el mar. Y solo por eso, ya me siento afortunada. Reparto amaneceres entre mis amigos. Y el Mediterráneo despierta a personas que conozco en Milán, Roma, Ufa, Dublin, Marrakech,  Requena, la Vall d'Albaida o el barrio de Russafa.
En el IES Leopoldo Querol, somos casi cien profesores y cerca de mil alumnos. Todo el mundo habla en valenciano, incluidos los Ahmed, Yassim, Bogdan, Polina, Nadia, Sabrina, Sabah, Jawa... Y cuando les preguntas de dónde son, te responden con cara de perplejidad... Pues, d'on vaig a ser? De Vinaròs! Entonces reformulo, d'on van vindre els teus pares, els teus avis? Ah, bé, eixa és una altra qüestió. D'Argèlia, de Paquistà, del Marroc, de Moldavia, de Guinea Konacri...
Vinaròs, por el norte, es el último pueblo de la Comunidad Valenciana antes de entrar en Cataluña.
Una preciosa ciudad que vive de cara al mar, su mayor referente. La gente es amable y bondadosa, como ya  me anunciara mi amiga Yolanda Martínez que estuvo aquí hace dos cursos.
Pasado el período de adaptación, estoy contenta. Voy y vengo andando, doy largos paseos, preparo mis clases, descubro a los alumnos y a mis colegas, entre los que se encuentran varios escritores. Tengo tiempo para leer y vuelvo a escribir. Y en el paseo de la playa, enfrente de la plaza de toros, he conocido a Miguelito.
Salve y ustedes lo pasen bien.





martes, 22 de octubre de 2019

LA AMIGA DEL ALMA

Puede ser que fuera septiembre. Lo digo por la luz que tenía la mañana. Estaba sentada en mitad del banco de la entrada de la escuela. Llevaba un lazo azul.  Hacía poco que había muerto su abuelo. El lazo del uniforme del colegi de color rojo. Era tan guapa. La invité a mi casa el día que teníamos que estudiar el tema del caballo. Primero de EGB. ¿Qué es un caballo? Cruzamos juntas la adolescencia. Cada una a su modo. Y la vida nos llevó por donde quiso. O  por donde nosotras dejamos que lo hiciera Hoy es su cumpleaños. No podré llamarla porque me dejé el móvil en La Matandeta. Cuando soplaron malos tiempos en nuestras vidas... Ella siempre estuvo ahí. Una puerta a la que llamar. Un respiro. Y no se le ocurrió otra cosa que echarle los tejos. Y además contarme su gran hazaña de pavo real..
Tu eres tonto, le espeté. No sabes que ella es una chica de matrícula y las chicas de matrícula no engañan a sus amigas.
Hoy mi amiga del alma cumple años. Y yo estoy lejos y no tengo teléfono.

viernes, 16 de agosto de 2019

FERRAGOSTO


No me canso de admirar el arte normando. Ayer estuvimos en el Palacio de los Normandos y la Capilla palatina es impresionante. El palacio es hoy sede del Parlamento de la  región siciliana. Primero fue  una fortaleza de defensa  fenicia y romana. En el siglo IX, los árabes consolidaron  la estructura y construyeron el palacio del emir.
Los normandos, junto con los suebos , lo ampliaron y emplearon una decoración bizantina y árabe. Lo convirtieron en un centro de civilización y cultura. Federico II de Suebia hizo de su corte en Sicilia un albergue de poetas, escritores, filósofos y científicos. Por todas partes del palacio aparece el escudo de los Ausburgo.






En la plaza  de la catedral, nos cruzamos con unos  franceses de la  Saboya. Prácticamente, por el centro, todos somos extranjeros, hoy es Ferragosto, una fiesta laica que los  italianos celebran desde la época del emperador Augusto y que el catolicismo hizo coincidir con la Virgen de la Asunción, con la Virgen de Agosto. Ferragosto es el momento culminante del verano italiano. Las ciudades se vacían y la gente come en familia o con amigos en la playa o en la montaña. Hay desfiles, fiestas, procesiones por todas partes. Y en Siena  celebran el Palio.



Volvemos al Vicolo Guascone atravesando el mercato di Ballarò. Las terrazas están repletas, pero hoy solo trabajan unos pocos vendedores. En nuestro apartamento, nosotros también tendremos nuestro pranzo di Ferragosto a base de una ensalada de rúcula con pimientos asados, tomates secos de Sicilia, mozarella y pesto, gnoccis de patata con champiñones, albahaca y pomodoro.



Vendrán Laura y Margareta con una amiga a brindar por Ferragosto y por nuestra despedida. Y pasaremos la tarde en el barrio de la Calza, en el Giardino Garibaldi y en  el puerto. Mañana nos vamos del vicolo Guascone. Como decía Ernestina  en La importancia de llamarse Ernesto, de Oscar Wilde... Qué triste es despedirnos de las personas que acabamos de conocer. 
Mañana, vía Roma, llega Roberta Barbuscia. Nos vamos de Palermo.






jueves, 15 de agosto de 2019

LA MIRADA CENITAL

Me he traído dos libros a Sicilia. Uno de Enrique Vila-Matas, Marc y su contratiempo. Y la primera novela de la periodista valenciana Amparo Tórtola, Apenas unos segundos. Anoche la terminé. Tórtola recrea la historia del barco Winnipeg, a través de la vida de cuatro mujeres, dos de ellas  reales, Delia del Carril, esposa de Pablo Neruda, argentina, artista, comprometida con su época y el momento que le tocó vivir y la suiza Elisabeth Eidenbenz, creadora de la maternidad Elna.
 La periodista recurre a la técnica narrativa de cruzarnos a través del tiempo y en  diferentes espacios, a cuatro mujeres. La Valencia de los años treinta y su calle de la Paz,  la Francia de la inmediata finalización de la guerra civil española y el campo de concentración de Argèles-Sur-Mer, la maternidad de  Elna, en los Pirineos Orientales y  la Casa de Michoacán de los Guindos, en Chile, en 1984, donde una Delia del Carril, muy mayor, todavía vive y recuerda, le sirven para contarnos una historia real que tanto tiene que ver con nuestro pasado.



El Winnipeg fue un barco paquebote francés construido en 1918, pero sobre todo, y es la historia en la que Amparo nos embauca. fue el empeño de Pablo Neruda de enviar a 2000 refugiados republicanos españoles a  Chile para que emprendieran una nueva vida. Llegaron a Valparaíso un 2 de septiembre de 1939 y no fue una empresa fácil ni exenta de riesgos.
Todo se inició con una carta del último embajador republicano español en Chile, Rodrigo Soriano, dirigida al gobierno chileno, en febrero de 1939, en la que demandaba si este concedería asilo a refugiados españoles en Francia, en pésimas condiciones de vida. Insuperable la descripción que Amparo Tórtola nos ofrece del campo d'Argelès-Sur-Mer: Al menos noventa mil españoles recluidos allí desde hacía dos largos meses. Rodeado de una alambrada con púas, sin más protección que las improvisadas chozas y chamizos que los prisioneros habían construido con los materiales expedidos por el mar, el campo contaba con otra extensa valla que se introducía en el agua y servía para delimitar los perímetros de dos zonas de reclusión: la restringida para los hombres y la reservada a las mujeres y los niños.
La autora, con un lenguaje preciso nos retrata Los lloros de las criaturas ateridas de frío y hambrientas, los lamentos de desesperación de sus madres y los quejidos de los moribundos rompían el silencio espeso y melancólico que presidía aquella cárcel al aire libre. Seguramente, hemos olvidado que en enero de 1939, con la caída de Barcelona, último reducto importante  republicano, se produjo la mayor diáspora  de nuestra  historia reciente. Medio millón de refugiados buscaron huida a Francia como única salvación. Familias enteras que hicieron el trayecto a  pie, a través  de los  pasos de Irún, la Junquera y Portbou. Hasta la mitad de febrero de ese mismo año,  ingresaron en el Departamento francés de  Pirineos Orientales, que  contaba  con una población de cerca de 250.000 personas, cerca  de 350.000, huyendo del terror de la  guerra y sus miserias. El gobierno francés se  vio desbordado y estableció campos en  Argelès-Sur-Mer y otras playas cercanas, sin ningunas condiciones de higiene ni de habitabilidad. Solo la arena  y el cerco de  las alambradas.
El presidente chileno Pedro Aguirre nombró al poeta Pablo Neruda, cónsul especial para la inmigración republicana española con sede en Francia. Pero no todos los chilenos estaban a favor de esta empresa, de ofrecer acogida a  un grupo de  dos mil españoles. Como señala Tórtola El siguiente tropiezo que el poeta debió lidiar -en ello estaba- era la insidiosa campaña a la contra puesta en marcha por la oposición al gobierno del Frente Popular de Pedro Aguirre Cerdá y apoyada, cuando no alentada por la prensa conservadora del país austral. 



Tórtola recupera la historia de la maternidad de Elna y de la figura de  la enfermera suiza Elisabeth Eidenbenz que permitió  el  nacimiento  de más de medio millar de  niños de  madres refugiadas de la guerra civil española, internas en campos de concentración del sureste de  Francia y de más de doscientos hijos de mujeres judías perseguidas por  el nazismo durante la II Guerra Mundial, hasta que la  maternidad fue  cerrada  por la  Gestapo en 1944.
La autora  ha creado  una historia bien construida, bien escrita y muy, muy bien documentada. Pero, sobre todo, Amparo Tórtola  nos ofrece una impagable metáfora, en la que, recurriendo a las vivencias del  pasado, no es difícil ver reflejada la  realidad actual de esos miles de supervivientes de abusos que proceden de países que generan  refugiados y  con los que Europa no sabe qué hacer. Una mirada cenital sobre el ayer, reflejado en el día a  día de lo que  estamos  otra vez  viviendo, están viviendo miles y miles de personas que huyen de la barbarie y la muerte. Una mirada  inteligente sobre  nuestro presente, a  través de  nuestra  propia  historia.
Como  dicen aquí... Brava, Amparo!



miércoles, 14 de agosto de 2019

TEATRO MASSIMO



Michael Corleone sale muy satisfecho del debut de su hijo Anthony (Frank D'Ambrosio) en Cavalleria Rusticana y sobre la alfombra roja de la escalinata del Teatro Massimo declara sin ambages:  A partir de ahora, el nombre de los Corleone se asociará a la música. Pero Mary (Sofía Coppola) se acerca a su padre para recriminarle que haya interferido en su relación con Vincent (Andy García). Es el precio que este tiene que pagar para ser nombrado Don, Don Vincenzo Corleone y heredar la jefatura de un Michael cansado y enfermo. No hace falta presentar a Al Pacino.


En ese mismo instante, Mosca (Mario Donatone), disfrazado de sacerdote, asesino contratado por Don Altobello (Pietro Mascagni), intenta asesinar a Michael y dispara dos veces. Un tiro apenas hiere a Michael y el otro  traspasa  el pecho de Mary y la  mata.
La familia llora en una escena desgarradora. Connie Corleone (Talia Shire) se cubre la cabeza en señal de duelo, Kay Adams (Diane Keaton) llora desesperadamente  ante la muerte de su hija. 
Al Pacino grita en silencio, en un llanto angustioso junto al cadáver de su hija. El actor interpreta una  de  las escenas  más conmovedoras de  toda su carrera.


Esta tarde, calurosa y llena de  turistas, yo rememoro la escena frente a la  fachada  del Teatro Massimo. Antes de venir, se la he  mostrado a Manuel en el ordenador. Al menos una vez al año, vuelvo a ver la trilogía del Padrino. Los Corleone y Sicilia.
Aunque en la tercera parte, la  crítica se cebó en Coppola, no deja de ser  menos interesante por cómo analiza los negocios de la  Iglesia Católica, entre otras cuestiones.


El Teatro Massimo de Palermo es el mayor de los teatros de Italia dedicados a la ópera. El tercero más grande de Europa, tras la Opera Garnier de Paris y el Staatsoper de Viena. De estilo neoclásico fue dedicado al rey Victor Manuel II. 



La  guía, que se  dirige a  nosotros en  francés e italiano, nos cuenta que fueron  los arquitectos Basile, padre e hijo, quienes se hicieron cargo de  la construcción, terminada en  1897 e inaugurada con la obra Falstaff de Verdi, en cuya plaza se encuentra ubicado el teatro, en pleno centro histórico de la ciudad.


El interior dispone de tres mil quinientos asientos y la entrada mínima para  la ópera, nos cuenta  la guía, es de  ciento cuarenta euros.  El teatro Massimo reabrió sus puertas en 1997, tras una larga etapa de abandono y en estos momentos en su  escenario  podemos contemplar el decorado que  están  preparando para La Traviata  que se representará en septiembre.




Antes de acompañarnos a la salida, la guía nos advierte de que tengamos cuidado con las escaleras. El Massimo también tiene su fantasma de la ópera. Puesto que el teatro fue construido en los terrenos resultantes de la demolición de la iglesia de Le Stimmate y del monasterio de San Giuliano, el fantasma de una religiosa anda suelto y empuja siempre en el último escalón, sobre todo  a los más incrédulos.
Y ahora nos vamos a tomar un helado. Salve y ustedes lo pasen  bien.