sábado, 25 de junio de 2022

LAIA Y EL HILO ROJO

 


                                                       A Lourdes Tomás, por regalarme su historia.



Dicen que si una cosa es para tí, no te preocupes, no te la podrá quitar nadie.

Por fín había conseguido trabajar en un instituto, profesora de Inglés en Secundaria y Bachillerato. Después de la experiencia de  las agencias de  viajes, por mucho que le advirtieran cómo andaba la enseñanza de desorientada con tanto cambio de leyes en la educación, prefería  los alumnos a los turistas exigentes y con poco dinero en el bolsillo.


Laia se había criado en Moncada y, aunque no había nacido en la Comunidad  Valenciana, los constantes traslados por el trabajo de su padre, informático en una multinacional, la habían convertido en una joven desarraigada, que no trenzaba amistades ni relaciones muy largas. De hecho, en el instituto  de Moncada, conoció a su primer novio, Juan. En segundo de bachillerato. Después él, se  presentó a las pruebas para entrar en el ejército y destinaron a las Canarias. Ella estudió Filología Inglesa en la Universidad de Valencia. Un Erasmus en Liverpool y la primera agencia de viajes en   la calle La Paz de Valencia.

Seis años después y dos relaciones más, la consellería de Educación volvió a abrir  las bolsas de trabajo y consiguió  entrar por difícil  cobertura para cubrir una baja en Torrevieja. La baja laboral por depresión de la  profesora  a la que cubría la vacante  duró todo el año. Estudiantes de  veintisiete nacionalidades  pasaron por sus clases. Una amalgama de etnias, religiones y nacionalidades con el propósito común de adquirir la lengua franca.

En Torrevieja conoció a Mateo, un compañero profesor  de  matemáticas en su misma situación. Compartieron piso durante toda su estancia y la cosa funcionó. Pero lo que resulta maravilloso en tiempos de contienda, no admite la rutina de  la paz. Al curso siguiente, la relación no consiguió superar  la  evaluación del  primer trimestre.

  Quedaron como amigos, pero  los planes de  boda se  esfumaron la misma rapidez con la que habían llegado. Fue precisamente tras aquel desencanto  que  volvió a pensar  en Juan. En realidad, nunca había dejado de hacerlo. Quizás porque  una siempre tiende a sublimar  la primera relación. La ingenuidad con que  actúa. La inocencia de  las primeras palabras de  amor. 

Lejos ya de Bétera e instalada en el barrio de El Cabañal, repetía curso tras curso en el IES Baleares, en la avenida del mismo nombre. Casi todo el equipo docente estaba compuesto de mujeres. Más del setenta por ciento. También la directiva la formaban mujeres.  Para contradecir la estadística, el jefe del Departamento  era Guillermo G., un hombre atractivo, felizmente caso y padre de dos hijas adolescentes. Poca hierba para tan prolífico rebaño. Las clases, los exámenes, los alumnos.... Y Juan, de todas  sus historias de  amor, esa  persistía sin ajarse con el paso del tiempo.

Una compañera,  le propuso practicar un poco de deporte los fines de semana. Y el culo de Laia que empezaba a expandirse conforme pasaban los años, aceptó el reto del sillín. 


El primer sábado llegaron  hasta Cullera. La vuelta, por el carril bici de Pinedo, las llevó de vuelta hasta  la playa de  La Malvarrosa. Laia se sentía espléndida. El ejercicio les había abierto el apetito, pero ninguna de las dos propuso tomar algún aperitivo. Se despidieron y marchó a casa.


Una semana de agujetas y muchas ganas  de seguir con el deporte. Pero se  organizaron mejor. Desde el Cabañal pensaron en llegar al puerto de  Silla. 

Carril bici de Pinedo, carretera de  El Saler a Alfafar hasta encontrar el Cordell Vell  de Russafa y llegar a  Silla. Y unas ganas tremendas de  mear. El problema, que en la Marjal no hay ni un solo árbol. 

Y Laia, que no puedo  más, Lucía, que me meo encima. ¡Lucía, a la izquierda, a la izquierda! ¡Esa casa azul, para, para, que  no puedo más! 


 



La verja  estaba abierta y no se lo pensaron dos veces. Apoyaron las bicis en la pared de la entrada, se quitaron los cascos y Laia entró  veloz como perseguida  por los duendes.

En seguida se dio cuenta de  que se trataba de un restaurante, aunque por fuera les había parecido una casona de campo. Pero se dio de bruces con la barra. ¿El lavabo? Apoyado en el zinc, un joven  leía el periódico. Al fondo a la iz... ¿Laia? ¿Eres tú verdad? Habían pasado quince años  desde  la graduación en el instituto. Y sí, era Juan. Sin noticias de Juan durante tres lustros y de repente, Juan estaba allí. Lo había  encontrado sin buscarlo. ¿O quizás sí? 

Después del lavabo, la invitó a un café, le dijo que, de momento  trabajaba allí los fines de  semana. Había dejado  el ejército hacía mucho. Un matrimonio, una hija, una separación. Un grado en la Universidad en Económicas, estaba terminando un máster. ¿Y ella? Le dijo que volvería, que tenían pendiente una cita para contarse cómo les fue  la vida. Afuera, Lucía, se estaba cansando de esperar.


Y dos meses después, muchas pedaladas y bastante masa muscular adquirida, le sugirió a Lucía que fueran a almorzar a la casa azul, ni siquiera recordaba el nombre del  restaurante. Lógicamente, su intención  era  otra. Volver  a encontrarse con Juan. No había dejado de pensar en él desde aquel día.
Con  el corazón en un puño, cruzó la verja, aparcó la bicicleta, y no esperó la llegada de Lucía, sino que se  tiró de cabeza hacia  la  entrada y ...


¿María, tú qué haces aquí? Detrás de la barra, María, la profesora de Francés del Baleares, se preparaba un café con leche. Pues, yo vivo aquí. María sonreía y cogía por las manos a Laia. ¿No sabías que tengo La Matandeta? 
Se sentaron en la terraza. El arroz despuntaba y el horizonte respiraba verde. Laia le contó su historia y su encuentro con Juan. María cerró los ojos un momento y, como si se concentrara, respiró profundo y dijo: Hay una leyenda japonesa que habla del hilo rojo. Según ella, las personas  unidas  por este  hilo están  destinadas  a  encontrarse  o volver a  encontrarse  independientemente del momento, el lugar o la circunstancia. Es un cordón mágico que se puede estirar, enredar, pero nunca romperse.

Juan hacía un mes que ya no trabajaba en La Matandeta. le contó María. Había terminado el máster y trabajaba... María no lo podía recordar. ¿Y su número de teléfono, lo tendrás? María, puso cara  seria. Lo tenía en mi móvil y esta semana me fui a Gandía, a un curso del CEFIRE. A la salida, llovía  como si Noé hubiera terminado su arca. No salían trenes, así que  me quedé en un hotel. Al día síguiente, salí a  escape  a  las siete  de  la mañana. Tomé el tren  de  las siete y veinte. Tenía  clase a las nueve. Nos tuvieron hora y media retenidos  en  Cullera. Había obras en la  vía. Al final nos llevaron en autobús  hasta Valencia. Y me dí cuenta de que no  tenía  el  móvil, Llamé a   Las tres Anclas. Ni rastro de  mi móvil. Era como si hubiera  perdido media  vida. No sé. Quizás realmente  la  haya  perdido.


Si. Mucho hilo rojo, mucha leyenda japonesa.  La  única posibilidad que tenía  Laia de encontrar  a Juan se  acababa  de esfumar. Ni María encontraría su  teléfono, ni Juan volvería a La Matandeta.
Pasó el  verano y llegó septiembre. A Laia le volvieron a  adjudicar el IES BALEARES. Estaba contenta, le pillaba cerca. María, interina como ella, no regresó.
Una tarde del mes de octubre, Laia salía de la clase de francés  en el Baleares. También sede la Escuela Oficial de Idiomas. Aprovechaba para sacarse el B2 de cara a las oposiciones.
Lo encontró sentado en un  banco de la entrada, leyendo un periódico.
¡Qué haces aquí? Esperarte. María me contó vuestro encuentro. Fui a comer un  domingo. No apareció su móvil. ¿Tienes algo que hacer  el resto de tu vida?


Laia y Juan se casaron en La Matandeta hace cinco años. Tantos como tiene su pequeño. ¿De verdad que  existe un hilo rojo? Fábulas, leyendas, mentiras y ahora ya  no pueden ser cintas de  video.
Salve y ustedes lo pasen bien.

domingo, 19 de junio de 2022

CAMBIO DE TERCIO

 

        Hay muchas formas  de mirar un jardín. Para un poeta puede                                                                         representar una metáfora visible de la felicidad; para un pintor un                                                                 paisaje  inspirador; para un arquitecto un espacio construido con                                                                 plantas; para un biólogo una comunidad biótica; para un urbanista un                                                        pulmón verde; para un paisajista, naturaleza domesticada. Y así                                                                   sucesivamente.
                                                                               Verdolatría. La naturaleza nos enseña a ser humanos
                                                                                                Santiago Beruete



Lau y yo nos ocupamos del jardín. Uno de los rincones que más nos gusta contemplar son las glicinas de la  entrada, Este invierno las podamos y ahora nos regalan sus flores. Como la fachada de La Matandeta da al norte y las glicinas están plantadas en  ese  lugar, les gusta  el frío del invierno y el  frescor del verano que allí se puede encontrar.
Lau nació en  la India y los domingos, cuando viene  a ayudarme, no quiere comer. ¿Por qué? Porque mi religión prohibe comer carne los días festivos. ¿Eres indú? No, sij. Me contesta. Tuve un alumno sij en el Rodrigo Botet de Manises. Era  un chico muy inteligente que  hablaba  perfectamente en  valenciano y cubría su cabeza con un turbante en el que  enrollaba su larga melena. Lau lleva el pelo corto. Mi padre, sí que  usa  turbante y  nunca se ha cortado  el  pelo, me comenta.







En cuanto llega la primavera se despierta el jardín. Pero como han desaparecido las estaciones intermedias, se nos ha  juntado, de  repente, mucho trabajo. Hemos  arreglado el montículo de  la  terraza que  nos  ha dado bastantes  quebraderos de cabeza. Parecía una selva inexpugnable y Lau, machete en  mano, la ha ido reduciendo  hasta rescatar  la buganviglia morada, que apenas se  veía. Las bignonias han crecido tanto que hay que dirigirlas para que cubran la pérgola. El ficus le da  miedo a  Maury, más que un árbol parece  un monstruo suele  decir desde que levantó el suelo  del  lavabo de  los  minusválidos y lo encontró lleno  de  raíces de este magnolio.


Los  clientes  que  aman las plantas se  fijan  en cómo hemos vuelto a cuidar el jardín. Observan, preguntan los  nombres, se llevan esquejes  que  les corto o  les regalo alguna  maceta. Estoy esquejando murcianas, citronellas, malvarrosas y cactus crasos.


Pero  no todos  se  fijan  en  el jardín. Habéis  cerrado los  comedores ¿por qué? Me pregunta un chico que me cuenta  que  se trata de  su primera  visita. Yo estoy regando las bignonias y le explico que  no hemos cerrado nada, solamente que  los clientes prefieren comer  en  las  terrazas, incluso en  la  pinada.

No, me he  asomado y he comprobado que los comedores  están  cerrados y nadie come dentro. Le vuelvo  a  repetir que no se  trata  de que  hayamos cerrado  nada, sino de  que  nuestra distinguida clientela prefiere disfrutar del ágape al aire  libre. Y que después de  la  cuarentena a nosotros nos salvaron las terrazas con  que  cuenta  La  Matandeta. La gente  que  no pudo servir al aire libre, en muchos casos, por desgracia, tuvo que  cerrar.

Y  él insiste e  insiste en que nadie ha comido dentro. Y yo le intento explicar por enésima  vez  que  si nadie ha  comido dentro no es  porque  nosotros lo hayamos decidido, sino porque  lo han decidido los  comensales, pero  que no se preocupe que si vuelve, le  pondremos la mesa dentro  la  próxima vez.


Helena me llama  para  que  le haga una factura. La  termino  y se la  entrego  a la  pareja  que tengo  delante. El caballero, por llamarlo de una forma asertiva, me  pregunta qué  es eso de  dos  euros el cubierto. Le explico que  es  como la  bajada  de  bandera  en  los  taxis. El cubierto, que  se viene cobrando desde  hace años  en  los  países de la  Unión Europea, significa el derecho a  un cubierto  en una  mesa, en  nuestro caso, además los  aperitivos  que  sirve  la casa y todo  el  pan del que  seas capaz de  comer.

El hombre  me  interroga ahora ¿cinco euros por una gaseosa desventada? Le digo que no, que cinco euros por un tinto de  verano con vino de su mismo nombre, un sorbito de vermut, hielo, limón y una gaseosa en ningún caso desventada, porque la abrí yo misma que  fui  quien le preparó la bebida y  que  si hay algo que  no soporto es  un vino con gaseosa  desventada y por tanto, mis clientes  tampoco.

Entonces él me  replica que así no vamos  a  durar nada y yo le espeto que  por eso será  que  solo llevamos treinta años abiertos. Treinta años tomando el pelo a  la  gente, grita. ¡Claro, por eso usted  está calvo! le  replico. ¡Y usted gorda! me responde a grito pelado.

                                               


          Justo en ese momento me entra un ataque de risa. Me empiezo a  reir como si no hubiera un mañana. Cuanto más me  rio, más grita el hombre. No puedo contener la risa. En Ucrania siguen matando gente. Los argelinos han roto relaciones comerciales con España por culpa de la  política  diletante de  Pedro Sánchez sobre  el Sáhara. Llueve calor como si llovieran piedras ardiendo. Y este hombre, triste, siniestro y grosero me llama gorda. Claro, que yo antes lo llamé calvo.

Me meto en la cocina porque no se me detiene la risa y Helena le cobra a la mujer que no le deja tocar su tarjeta de crédito y que no le pide las hojas de reclamación porque dice que no se encuentra bien.

                                 


             

                                          ¡Ay, Dioses! Y el mundo sigue  girando y nosotros, si pudiéramos, nos  mataríamos  por  nimiedades. L'étrange pouvoir des petits riens.

Salve  y  ustedes lo pasen bien.          

miércoles, 15 de junio de 2022

CAMBIO CLIMÁTICO

Uno de los placeres que apareció a partir del mes de marzo es poder  ir a trabajar en  bicicleta. Por el carril bici de  Pinedo llego hasta la avenida Baleares y por tanto al IES del mismo nombre. Ver amanecer en la playa de  Pinedo es un lujo que no cuesta dinero. Como tantos otros.
Pero la superbicicleta holandesa se pinchó tres veces seguidas y tuve que llevarla hasta la tienda donde la compré muy cerca de  Antig Regne. Así que la primera vez, después de  dejarla a buen recaudo, me marché por esta avenida hacia  la Estación del Norte. A mitad de camino me  detuve en la tienda de  productos japoneses. Entré en busca  de  jengibre y wasabi y me  atendió el dueño. Un hombre muy amable que me recomendó unas crujientes  galletas de matcha. Qué raro, pensé, un español que tiene desde hace muchos años una tienda de  productos japoneses, mucho antes  de que  esta cocina estuviera de  moda en  esta ciudad. Pero no le  pregunté nada.
El segundo pinchazo, en apenas una semana más, me llevó otra vez  por la misma ruta y me detuvo en la misma  tienda. Esta vez no  estaba el hombre español, sino una mujer japonesa que hablaba perfectamente en castellano. Le pregunté por las galletas crujientes de matcha y me respondió que no las conocía. Que ella no había probado todos sus  productos y mucho menos los dulces porque  estaba a dieta y llevaba  ya perdidos veinte  kilos. Yo le  respondí que tenía un restaurante y por supuesto que había  probado todos los platos de mi carta.
Entonces le dí una tarjeta de La Matandeta. Se me quedó mirando y añadió: La primera vez que  fuimos, Salvador y yo, tu hija estaba embarazada. La segunda vez, vimos  un rollizo bebé. La tercera vez, yo había conseguido reunir a mis hermanas y mis padres en Valencia. Una vive en Estados Unidos, otra en Japón y mis padres en Brasil. Teníamos mucha ilusión, reservamos la mesa, escogimos el arroz. Pero el domingo de la comida llegamos y nos encontramos un cartel que decía  que el abuelo había fallecido y por eso estaba cerrado.
En otra ocasión, tú nos explicaste el significado de Matandeta. Tu marido lleva barba y es muy guapo.
Sonrío y le  explico que su información está desfasada.
¡Madre del Amor Hermoso! La cantidad de información que tiene esta mujer sobre mi vida. 
Miriam nació en  Brasil, en  Sao Paolo, que  cuenta con una colonia de cuatro millones de japoneses. Conoció a Salvador, el que  es  su  marido, de  momento, como ella añade, en  el Camino de Santiago hace veinticinco años. Por eso, Valencia cuenta con una tienda de  productos japoneses  desde hace  más  de  veinte años. Se alinearon dos  astros y el resto lo hicieron ellos. Las leyes de la sincronicidad son así.



Recojo mi superbici holandesa por tercera vez  tras un pinchazo provocado por un radio suelto y emprendo el camino hacia La Matandeta. Estamos a principios de junio. En treinta años, nunca había visto  este  paisaje seco. En junio, el arroz está  plantado y  ya alcanza el medio metro. Pero  las lluvias de  abril inundaron los campos  cuando  no  tocaba. La tierra estaba gelà, no se hicieron los  trabajos que  tocaba en esa temporada. Y para  el  quince de junio, que es cuando escribo  esta  crónica, todavía no ha  habido  plantà.


A partir del día 10, empezaron a soltar el agua, el paisaje de la marjal nuevamente se transformó. Mientras pedaleo  hacia casa pienso que el cambio climático no es algo que acontezca en algunas partes del mundo, lejos de aquí, sino que  ya  está entre  nosotros. La tierra  habla  y lo hace  de  una  forma  angustiosa. Como angustiosos han sido los 111 días que  hoy se cumple de la  guerra rusa contra Ucrania. ¿Febrero? ¿Fue en febrero cuando escribí por última vez en este blog? Se me pasó el  tiempo volando, ocupada  en un montón de conflictos. El conflicto es consustancial a la vida y no hay que evitarlo, sino aprender a  resolverlo. Así y todo, prefiero  las leyes del cosmos a las humanas. Me fío más de las primeras. Pedaleo en mitad de la ola de calor, pero me da en la cara la brisa suave del mar.


Pienso en todo  ello, mientras pedaleo tan deprisa como puedo hacia mi casa, a La Matandeta. Y me digo, a veces es como si vivieras dentro de  una película  de acción y aventuras.
Y, a  toro pasado, me digo que  me gusta. Pero solo, cuando el conflicto pasó. Creo que voy a escribir  mucho los próximos días. La novela empieza así:   Supo que no estaría  presente el día de su cumpleaños....
Tengo la teoría de que de un hecho malo, siempre se deriva algo bueno. El mal asunto fue el pinchazo de la bicicleta. De ello se derivó que me encontré a Miriam y a su vez, Miriam volvió a La Matandeta.










Si, este será un verano de mucho calor y muy movido. Lo presiento. Ya me lo anuncian las leyes del cosmos. Salve y ustedes disfruten de mi rentrée.