jueves, 23 de agosto de 2018

DÉCIMO DÍA: AMERICAN LIFESTYLE

Cada vez que anuncio mi  regreso  a Brooklyn, Doménico enumera  los platos que  piensa cocinar  en las horas siguientes. Así no hay manera. Le digo que me voy mañana y me replica, con la  crisis que estás atravesando, qué vas a hacer tú sola en una ciudad con  millones de personas, a las que no conoces.  Aquí estás  contenta, te  ríes mucho con nosotros. Le señalo  que sé estar sola y rebate pero si Nueva York es como en  las películas de Woody Allen y te  las has visto  todas.
Todas las noches, vienen amistades a cenar, gente que conocí en mi primer  viaje. Hi, Maria: Nice to see you,  again. Los amigos de  mis amigos son mis amigos. Anoche, Patrick que, aunque no es judío, podría interpretar, por su físico, un gran Mercader de Venecia, y Joanne de la Universidad de Yale.
Lo dicho, no hay  manera. La verdad es que en  Nueva York no hubiera  hablado ni escuchado ni una quinta parte del inglés que estoy aprendiendo aquí. Ni me hubiera enterado de la cantidad de asuntos de esta sociedad que ellos me presentan.
 Entre otros cuestiones, vine  a  observar este país, la gastronomía es una  forma  de hacerlo, las amistades  y el vecindario, otra.


Esta es la casa de Stephen Serra, el vecino de Doménico, el de la cabaña y los perros muy estúpidos, ¿se acuerdan? Por cierto, todavía no he conseguido verlos por ningún sitio, aunque los he oído. Joe , Doménico y sus amigos son gente de clase media que vota  a los demócratas  y echan pestes de Donald Trump. En la de mis amigos, cuya  foto subo a  continuación, para  dos personas hay cuatro coches: un Subaru,  un Wolkswagen, un Mustang y la inevitable Pickup si vives en el campo. Las casas son de madera, están aisladas, sin verjas, ni vallas, en mitad de un bosque y en una  zona rodeada  por tres  lagos. Por la noche, se acercan los mapaches, los puerco espines, las ardillas cruzan suicidas la carretera y Dominic no deja salir a los  gatos, por miedo a que los  devoren.
Todo está silencioso, limpio e impoluto como si la  gente estuviese condenada a la felicidad. No es país para pobres.


Anoche, la cena  fue ligera, dentro de lo que cabe. De starters, aceitunas de la Toscana, berenjenas en aceite de Jaén, variantes en vinagre de frambuesa, estos dos últimos del huerto de Doménico; la clam chowder, la sopa a base de bacon, verduras y caldo de almejas, increible, atrévanse; y los ya famosos Portabello mushroom, rellenos de crabe, parmesano y no sé cuántas cosas más y, para finalizar, melocotones en licor de albaricoques con canela vietnamita. Para morirse de gusto.
Esta  noche  nos vamos  al teatro: A chorus line.
Que sean felices, yo lo sigo intentando.








3 comentarios:

  1. La verdad es que con unos amigos así y ese entorno es mucho más fácil sentirse bien. Ojalá estuviera al alcance de todos ese tipo de vida. Disfruta mientras puedas y... ¡hazles caso! Quédate todo lo que te dejen, porque en la gran ciudad los malos recuerdos llegan con mayor facilidad. Llevas unos días geniales. ¡Da gusto verte y leerte! Un besazo

    ResponderEliminar
  2. Gracias. Como dijo el sabio, ésto también pasará, lo bueno y lo malo

    ResponderEliminar
  3. Gracias. Como dijo el sabio, ésto también pasará.

    ResponderEliminar