La suerte favorece a los espíritus preparados Luis Pasteur
Creo que, excepto las primeras navidades, en los treinta años que tiene de existencia La Matandeta, tal día como hoy, veinticinco de diciembre, siempre se ha preparado el tradicional puchero de las casas valencianas. Lo hacía mi abuela, después mi madre y durante muchos años, lo preparé yo en La Matandeta.
Recuerdo que, siendo Helena una niña, no tenía otra obsesión cuando llegaba este día, que preguntarme: mamá, cuando tú te mueras ¿quién preparará el puchero? Yo no sé hacerlo. Y yo, invariablemente, le contestataba: No te preocupes, la vida traerá la solución. Pero ella no se quedaba muy convencida y Navidad, tras Navidad volvía a repetir la pregunta. Y la vida trajo la solución.
No había cumplido dieciocho años cuando apareció una señal en forma de viaje. Pataleó, se enfadó, se reveló, pero yo, su madre, estaba de parte del Universo y me la llevé a estirones.
Era un viaje por Aragón, acompañando a la Agencia Valenciana de Turismo en sus promociones. Comparti viaje con mi amigo del alma Joan Roig. Yo llevé a Helena y él fue acompañado de Rubén. Lo demás es una historia de amor que con el tiempo trajo a la vida a Manuel y la solución al puchero de Navidad, sin necesidad de que yo me muriera antes.
La primera vez que oí hablar del concepto de sincronicidad fue este pasado verano, gracias a Conrado, director de la oficina de la Caixa Ontinyent donde tenemos cuenta abierta. Yo le estaba hablando de los acontecimientos que estaban teniendo lugar en mi vida. Aparentemente extraordinarios. Y él me regaló la teoría del psiquiatra Carl Jung.
En 1952, Carl Jung acuñó la teoría de la sincronicidad para definir la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido, pero de manera acausal. Es decir, la coincidencia temporal de dos o más eventos, que guardan relación entre sí, pero no son causa uno del otro, sino que su relación es de contenido. En otras palabras, Helena no quería ir a aquel viaje. Le molestaba, no lo veía necesario. Sin embargo, sí que era necesario para que se encontrara con Rubén, para que ocurrieran hechos necesarios e importantes en la vida de mi hija y en la mía. Para que un día naciera Manuel.
Y así, la vida trajo la solución al puchero. ¿No les parece divertido? Las señales que constantemente está emitiendo el universo y que dan un vuelco a nuestras vidas, las ponen del revés.
En la sincronicidad, tal como la entiende Jung, se da una coincidencia entre la realidad interior (subjetiva) y una realidad externa (objetiva), en la que los acontecimientos se vinculan a través del sentido que nosotros les damos.
Carl Jung contó una de las sincronicidades más extraordinarias que había conocido, relativa a una de sus pacientes. Una madre alemana, fotografió a su bebé en 1914 y llevó la placa a revelar a una tienda de fotografía de Estrasburgo. Al poco, estalló la Primera Guerra Mundial, circunstancia por la que no pudo recoger la fotografía. Dos años después, la mujer compró una placa de película en Munich, a kilómetros de distancia, en este caso, para tomar una foto a su hija recién nacida. Al revelarla, el técnico descubrió una doble exposición: la fotografía de la niña estaba superpuesta con la primera foto que la mujer había tomado a su bebé en 1914. Por alguna razón, la placa original, adquirida en Estrasburgo, no había sido revelada y había sido revendida como si fuera virgen. La misma mujer, en dos ciudades distintas, había comprado la misma película para fotografiar a sus dos hijos recién nacidos.
La vida nos sorprende con estas señales, estas coincidencias mágicas, esos encuentros fortuitos, personas o circunstancias que surgen en el momento preciso en que las necesitamos, como si fueran señales del camino que debemos emprender.
¿Lo han entendido? A Helena le llevó años hacerlo. Yo estoy en ello.
Salve y que tengan una buena Navidad. Salud y paz a raudales.