jueves, 29 de septiembre de 2022

EN LAS CATARATAS DEL IGUAZÚ



Hace muchos, muchos años, en otra vida, llegó una noche a casa Rafa Gálvez  y me dijo: La primera semana de septiembre nos vamos a Brasil. ¿Y eso? Le he  comprado una  bañera de hidromasaje a  Paco Campos y me  ha  regalado un viaje para  dos personas a  Río de Janeiro.

Paco y Estrella se casaron antes de  cumplir  los  veinte  años. El tío de  la  novia tenía tiendas de venta de azulejos, accesorios de cuartos de  baño  y  cocinas, por  toda la  comarca del Horta Sud. Como regalo de  bodas, les dio la tienda  de  Alfafar. Y allí los conocimos cuando nosotros  andábamos reformando  el piso de  doscientos veinte metros cuadrados que  me habían  regalado mis padres  para casarme. En realidad eran dos  pisos unidos, toda una  planta, frente a  la  plaza  de Sedaví.

Con  el tiempo y  el trabajo, Paco adquirió terrenos  en el nuevo polígono industrial de  Sedaví y allí montó una  gran  exposición y  almacén. 


¿El viaje a Brasil? En realidad, se trataba de un incentivo que una de las marcas proveedores de Azulejos Campos le había regalado a Paco. Tenía seis billetes: dos para ellos, dos para uno de sus representantes y había  decidido que otros dos serían para  un buen cliente, cuando apareció Gálvez  por su exposición.


El grupo que formaba  el viaje estaba compuesto por gente del sector con sus parejas. Los únicos clientes del azulejo y de la bañera de burbujas, nosotros. Recuerdo la imagen desde el Corcovado de  la  bahía  de Río, llena de  pequeñas islas y el chiste que  nos contaron. Dicen los de Sao Paulo que el Cristo del Corcovado tiene los brazos abiertos porque está  esperando que los cariocas se pongan a  trabajar para  aplaudir.

Recuerdo el Pan de Azúcar, las playas de  Ipanema  iluminadas por la noche y llenas de jóvenes jugando al futbol. Pero también recuerdo los niños con pozalitos por las terrazas para  que los comensales  les  vertieran las sobras de  sus  platos.

Por aquel entonces, finales de  los ochenta, en Brasil existía, como ahora he podido comprobar en Cuba  y Argentina, un doble cambio. El oficial y el negro, que en este país se llama  blue. Pues bien, la  primera noche de  nuestra llegada al hotel Meridien  de Copacabana, preguntamos a  la entrada  si  podíamos cambiar  en negro, mucho más ventajoso para  nosotros, los  turistas. Un par de  hombres, trajeteados, nos metieron en un coche y Estrella  entró en pánico. ¡Nos van a secuestrar! ¡Nos van a matar! A la mujer


de Paco, y también a Paco, le  habían metido tantas historias  en  la  cabeza  sobre  la  inseguridad de  aquel país, que iban asustados por  la calle, sobre  todo al  anochecer.

Uno de los días anteriores  a  nuestra partida, había  una  excursión opcional a las cataratas de  Iguazú, situadas a tres  horas de  avión de donde nos encontrábamos. Gálvez y yo  preferimos quedarnos en Río y dedicar el día  a pasear y a  estar solos.

La noche antes a  Iguazú, nos llevaron a una sala  de fiestas llamada ¡Oba!¡Oba!  Esta es la expresión que utilizan los hombres cuando ven una muchacha hermosa, una garota.

Paco pensaba  que los sacarían  al escenario con las bailarinas, como solían hacer  en otros viajes y, como era  muy  tímido, antes  de  salir del hotel, ya  se  empezó a  entonar con un par  de caipirinhas.

El consumo de alcohol fue in crescendo y cuando llegamos al espectáculo a Campos ya  se le había pasado toda  la  timidez.


Las mujeres más exóticas que  he  visto en mi vida, subieron aquella noche al escenario: una negra azulona con las facciones de una japonesa, una cabocla, es decir mezcla de raza indígena con negra. Brasil es  el país del mestizaje.

Al final, a Paco no lo subieron al escenario, pero ya andaba muy tocado del ala. De  regreso al hotel, él y varios más, en  las mismas circunstancias, cogieron un taxi y se marcharon a  un club de  chicas, ante el cabreo de  las  respectivas, incluída Estrella. Nosotros y  algunos más, le habíamos dado dinero para  que  nos trajeran cosillas de  Iguazú: Rolex falsificados, polos, baratijas. No supimos  de  ellos hasta  la  noche siguiente a  la  hora  de  la cena  de  despedida.


Estrella llegó a la  mesa  en la  que estábamos sentados con un cabreo de  tres pares, la  seguía  Paco con cara de cordero  degollado. La  muchacha pasó a  relatarnos lo sucedido: Sobre las cuatro de la  mañana llamaron a la puerta  de  la  habitación. Yo  no había  pegado ojo en toda  la noche. Abrí y me encontré con dos guardias de seguridad que  a duras  penas sostenían a Paco. No recordaba ni su nombre. Conforme  pude, vestido y con zapatos, lo metí en la  bañera y abrí la ducha mientras le gritaba:"¿Tú eres un hombre?" ¡Tú, lo que eres, es una mierda!".

Al cabo de una hora empezó a  reaccionar, se cambió y nos  bajamos al hall donde ya  estaban casi todos para  irnos al aeropuerto. En el avión, yo me  dormí enseguida. Paco, a mi lado, según me han contado, empezó a  vomitar y a ahogarse. Le tuvieron que dar  oxígeno, mientras yo, agotada por  la noche  pasada y  los  nervios, roncaba a  su lado, sin  enterarme de nada.

A todo esto, volvió sin  un  escudo. No recuerda si lo atracaron o invitó a  champagne  a  todas las  mulatas que encontró a su  paso.

A su lado, Paco  asentía, modosito  y  callado, mientras el resto  de  comensales  nos partíamos de  la  risa. Paco, le  pregunté  en un momento dado, ¿cómo son las cataratas del Iguazú? Pues como van a  ser, me contestó, como en las postales. ¡Ja, ja, ja! Todavía me río de vez en cuando de la  respuesta que  me  dio y de  la  noche toledana  que  tuvo  en la  ciudad carioca. 

El tiempo  nos dispersó. Paco  y Estrella se separaron  hace muchos años. Gálvez y  yo  no hace  tanto. Pero, cuando quiero  recrearme en  los  buenos  momentos vividos, siempre viene a  mi memoria Paco Campos y su respuesta sobre las cataratas del Iguazú.




La cataratas de  Iguazú no se  parecen en nada  a  las postales, ni a la  mejor fotografía con  la  mejor cámara  reflex y el zoom más sofisticado. La emoción, el escalofrío  que te produce ver el océano  precipitarse en  el abismo son indescriptibles.

Iguazú  en guaraní significa agua  grande y se encuentran situadas  entre  la provincia argentina de  Misiones y el estado Brasileño de  Paraná. Dos días hemos  estado. Uno del lado argentino y otro  del  brasileño.  Si  tienen  que escoger, háganlo del lado brasileño, la  panorámica que  ofrece  es  impagable. 


Las cataratas  del Iguazú están  consideradas  una de  las  siete  maravillas naturales del mundo. Están formadas  por doscientos  setenta y cinco saltos, el ochenta  por ciento del lado argentino. La Garganta del Diablo es el más alto, ochenta metros, y el más espectacular. Están totalmente insertadas  en áreas  protegidas. Fueron descubiertas  por  Álvar Núñez Cabeza de Vaca en 1542, mientras  realizaba  una  travesía  desde el océano Atlántico hasta  Asunción en Paraguay.

Es indescriptible  la sensación, las emociones y la  carga  de  energía positiva que Paco se  perdió. Salimos  embobados, turbados, silenciosos, emocionados, al  fin y  al cabo.

Y para  aterrizar  otra  vez  en  el  suelo, nada  mejor que una  parrillada argentina, acompañada de  una  malbec de  Cafayate.

Salve y  ustedes lo disfruten desde  lejos.








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