sábado, 25 de diciembre de 2021

LOS ABUELOS

     


                                                       La diferencia  entre los  padres y los  abuelos estriba  en que los                                                               segundos tienen las respuestas a  las preguntas que los  primeros                                                               todavía  se están formulando.

                                                                               Caperucita  en Manhattan                                                                                                                                        Carmen Martín Gaite        


       Vino  el primo Victor Blanch, del Clan de la Rifa, sección Chaparros, y me  trajo este retrato que se hicieron mis abuelos paternos el día de su boda.

El retrato siempre estuvo en una de  las paredes de la casa en la que nací, que era  la  suya, en la calle Colón, número dos de Sedaví. Tenía un marco un tanto historiado y cuando nos mudamos a la  casa   de enfrente que construyó mi padre. Mi madre, que nunca tiraba nada, le pidió al  pintor que le diera una pasada de purpurina  dorada y lo colgó. Mi madre no era de desprenderse  de  los objetos. Las cosas se  sucedían  en su vida  por estratos. Guardaba todo. Yo no puedo hablar mucho porque haber usado un jersey de lana durante treinta  y cuatro años, ya es haberlo más que usado, amortizado. Y encima devolverlo a su país  de  procedencia.

Supongo que ese afán de guardar las cosas, de transformarlas en otras, tiene  mucho que ver con haber nacido en  tiempos de  precariedad. Por ejemplo, mi madre se cosía  un vestido, al cabo de unos años de ponérselo, lo convertía en dos  faldas, una  para  mi hermana  y otra  para mí. Después, las faldas pasaban a ser una  bolsa de pan y ésta acababa de turbante para el pelo. Vamos, que no estamos inventando nada. No hacemos más que andar el camino desandado.




           Observo la foto de  mis abuelos, Doloretes y Paco. ¿Cuántos años tendrían? Mi padre nació en el 33, mi tío Paco, le precedió  ocho años. El primogénito  murió muy joven, Mi abuelo hizo tres  años de mili, la costumbre de entonces. ¿Debía ser pues, a  principio de los años veinte? Quizás. 

Contemplo su cara  de circunspectos, su seriedad, a diferencia de  la  alegría  que muestran los novios en   las  fotos actuales. Parecen  tan formales, tan puestos  en su lugar. ¿O es que atisban ya la tragedia  que algún día  llegará, que  pesará  sobre  varias  generaciones?

Mi abuelo Paco era el mayor de los nueve hermanos del Clan  de la  Rifa: Cuatro hombres y cinco  mujeres, si mal no recuerdo. Mi padre solía  contarme muchas anécdotas del abuelo  y  sus  hermanos. Con tanta  familia, que además siempre  ha  gozado de un gran  sentido  del humor, el  repertorio resultaba  inacabable.

Los  riferos, a  su  vez  tenían variantes. Están els  chaparro,  els Jeroni, els  Matanda...

Els chaparro viene por el tío Pepico, que fue  el  enterrador y campanero  de  Sedaví  durante  muchos  años. El domingo  de mi  bautizo, día de Santa  Bárbara, volteó  las  campanas como si  fuera  fiesta mayor. Era  bajito y muy dinámico. Sin embargo, su hijo Pepe, mi primo el  Chapi, es alto y bien plantado. Y cerca  de los  setenta sigue  conservando la dentadura más blanca  que he visto  en mi  vida.

Els Jeroni son alegres. Tienen una  habilidad innata para sacarle la parte divertida  a  la  vida. Con ellos, nunca te  aburres. Puedes estar en la  situación más tremenda que  sabrán sacarte unas risas. Ahí están  Pepa y su  hermano  Ferrán. Pero en general, ese sentido del humor, forma  parte de todo el clan. Todos  hemos  nacido con el don de la  ironía. Saber aplicarle humor a la  inteligencia para  exprimir  más partido a  las circuntancias. Si, ¿no somos nosotros y nuestras circunstancias?

Y también están els Matanda, a la que pertenezco. El apodo viene dado por  mi abuela Doloretes. Esa chica de  la  foto, cargada de  pecho y de  seriedad. En esta  rama siempre hay como un aire  infausto. Un argumento de  tragedia  griega. Doloretes  morirá  por una confusión. Una  tarde, mientras  cosía  a  la  fresca con  las vecinas,  se  sintió mal  del estómago.  Terminada la costura entró en casa y buscó el frasco de  la  medicina que el médico le había  recetado a  su hijo Manuel para  sus problemas de úlcera. Se lo tomó, pero el recipiente  no contenía  la  ansiada  medicina sino arsénico para  matarle los piojos, la miseria  a la mula.

Mi padre había  puesto el arsénico allí, sin  pensar  en las consecuencias que podía  tener su negligencia. Mi abuela  murió  al cabo de unas horas.

Desde pequeña, mi padre  me contó la muerte de  mi abuela, sin embargo, nunca nos  dijo que  se había  tratado de un error  suyo. Hasta  que, muchos  años  después, yo ya  era  madre y habíamos abierto  La Matandeta, una  mañana, la Linda, la  perra favorita de mi padre, la  que  lo había  acompañado desde que  abrió la  granja, tenía  mucha miseria. y mi padre  la embadurnó con  unos  polvos. Al  día  siguiente, la perra  apareció muerta. Los  gritos  y  los  lloros de  mi padre nos  partían  el corazón: En tanto que me creo que soy! Y no soy nada!  Así también  maté  a  mi madre!

Cuánto tenía  que  haber  aguantado aquel hombre ese dolor contenido, escondido dentro  de  su alma, sin encontrarle solución. Llevar una  vida normal, cuando la tragedia  te corroe  por dentro. Entonces  comprendí. Su aire desvaído  muchas  veces. Sus ganas  de  evasión. Sus silencios. Su capacidad de comprender a los  demás y de  no juzgarlos. Su generosidad y su  bondad sempiternas. Ese vacío  de  su corazón, esos monstruos  escondidos no hay terapia  ni  medicina  que  lo arregle. Simplemente, hay  que acostumbrarse a  vivir con  ello. Y mi padre  así  lo hizo, hasta  la mañana en que  encontramos  a  la Linda muerta. Entonces, todos  sus  monstruos salieron a  pasear...

  La muerte  de mi primo Paquito, su único sobrino, el hijo que le hubiera  gustado  tener, fue otra  tragedia que lo marcó. A los quince años, Paquito se cayó del quinto piso de la  finca que estaban construyendo mi padre, su cuñado y mi  tío Paco. Estuvo  ingresado durante mucho tiempo. No  puedo  recordar el número de operaciones a que lo sometieron. Y con  veintisiete años, sin haber conseguido superar  un cáncer que  lo consumió, lo enterraron  el mismo día  que  Silvia, su hija, cumplía tres. La víspera  de  su  muerte, mi padre volvió del IVO donde estaba  ingresado y  donde  había  pasado la  noche a  su  lado. Rompió en  lágrimas y sollozos. ¿Por qué se tiene  que ir, si no le ha hecho daño a nadie? ¿Por qué no me voy yo, que sí lo he hecho? Mi madre estaba allí y consiguió calmarlo. La mañana  de la Linda, esas frases regresaron a  mi  cabeza. Entonces, comprendí.

Con  cuarenta  y  seis  años muríó mi madre, su sostén, su faro, el norte  al que recalar cuando  la  conciencia  no lo dejaba  tranquilo.

Por eso digo, que  en els Matanda, hay una línea trágica que  exorcizamos conforme podemos. Yo, utilizo mi capacidad de relatar. ¡Pero cuántas narrativas  hay en ti! me suele decir mi terapeuta.

Sí, exorcizar la tragedia  a  base de historias, de ironía  y, si es preciso, de sarcasmo. La ironía es inteligente, el sarcasmo suele tirar a  matar. 

Y si no, también están las rosas amarillas, para alejar los malos augurios. Lo aconsejaba García Márquez.

Salve y ustedes lo pasen bien. Dentro de nada, si los virus lo permiten y  el fuego de los dioses nos acompaña, nos vamos de  viaje.

Les escribiré.

                                                                                            

                                                                        

                                                                                        

                                                     

4 comentarios:

  1. Opino que ha hecho usted mal relatando la confesión, tan personal y delicada que le hizo su padre, máxime cuando está muerto y no le ha dado permiso para que el MUNDO se entere de su confesión. Si le sirve de consuelo, tod@s vivimos con nuestros demonios que exorcizar y que han marcado nuestra personalidad, algun@s guardamos indeleblemente en nuestro disco duro escenas y vivencias de nuestros padres de las que fuimos espectadores en nuestra más tierna infancia, lo que hoy sería perseguido y denunciable, en aquel entonces se gozaba de impunidad porque denunciar era impensable "por el que dirán". Era algo que sucedía pero que no trascendía fuera del entorno familiar y, curiosamente, tod@s los integrantes de la unidad familiar tenían un extraño pacto tácito de no hablar entre ell@s sobre el tema, como si nunca hubiese ocurrido. Un consejo:deje a l@s muert@s descansar en paz, algun@s se llevaron sus vivencias, sus miserias y sobretodo sus silencios para que nadie hablara de ell@s.

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  2. No le puedo agradecer su comentario puesto que usted me envía un anónimo. Efectivamente, todos vivimos con nuestros demonios. Ya lo dijo Freud. Y dándoles nombre y número empezamos a liberarnos de ellos. El nombre de mi padre es sagrado para mí y con esta entrada no hago más que bendecirlo y hacer que me acompañen los demás en su catarsis y en la mía. Escribo desde la sinceridad y sin pudor. No entiendo otra forma de hacerlo y suelo dar muy pocas veces mi opinión. Un consejo: procure usted no dar consejos a los demás. Cada uno entendemos la vida a nuestra manera y así la llevamos a cabo.
    Gracias.


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  3. Genial narració. Ets la millor.
    La vida és sempre una incertesa , la qual costa molt véncer cada día.Jo també, com tu,crec que cal contar-la en memòria dels nostres. Una abraçada.

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  4. Una gran historia que evidencia el gran corazón de tu padre y el tuyo.

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