sábado, 18 de diciembre de 2021

UN RITUAL NECESARIO

 


  

Al día siguiente volvió el principito.

 - Hubiese sido mejor venir a la misma hora - dijo el zorro-. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto: ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón ... Los ritos son necesarios.

 - ¿Qué es un rito? - dijo el principito. - Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días; una hora de las otras horas

                                                 El Principito Antoine de Saint-Exupéry



 

Quedaban pocas horas para que despegase  nuestro  avión rumbo  a  Valencia. A nuestra morada,  a nuestro espacio habitual donde la rutina es la señora de todas las bondades. Quedaban pocas horas en Cracovia y todavía algunos ritos por celebrar.


Primero, fuimos   al mercado, muy cerca  de la  Barbacana y de la puerta de San Florián. Queríamos  comprar  quesos. El típico queso ahumado que hay que pasar por el fuego antes de comer y que  habíamos degustado  en los montes Tatra. Unos cien zlotys en nuestro fondo  común y no queríamos  cambiar. Una anciana los vendía, elaborados por ella misma, junto a  gorros que también había  tejido. Nos faltaban  diez zlotys, que son dos euros y medio, para cubrir la compra  que le habíamos hecho. Le  ofrecimos euros. No quiso. Le  di mi bufanda y mi gorro de color lila, comprados en Francia. Se puso muy contenta. Se los quedó, pero  no aceptó. No nos  llevamos el queso que nos faltaba.







Volvimos a cruzar la puerta de San Florián y por la calle Florianska llegamos a una iglesia de ladrillo rojo. No recuerdo su  nombre, pero la imagen de un joven con  rastas orando en actitud ferviente y recogida, acaparó mi atención. No es que visite yo muchas iglesias en España, pero nunca había contemplado una escena como  esa. Los polacos son un pueblo muy católico.


Volvimos  a la plaza del Mercado. Entramos en el café Europeiska y desayunamos un contundente  plato de  salchichas, huevos fritos y tocino. Brindamos con café con leche. Volvimos a  entrar  en la basílica de Santa María, pero las luces estaban  apagadas. En la  oscuridad  del templo, no pudimos  apreciar  por  última vez el retablo más grande  de Europa. Nos quedaba llegar  hasta  el castillo Wawel y su catedral.


Entramos  en la  catedral de Wawel, la  que  compite  con la  Basílica de Santa  María en  majestuosidad y  lujo. La que se  construyó para  coronar  a los  reyes de Polonia  y servirles  de sepultura. Apenas nos  tropezamos con gente. Un  par  de curas, jóvenes y guapos, hablaban  en  español a  unas  chicas  desorientadas. Recorrimos  las  diecisiete capillas de la  catedral que  sirven de tumba  a personajes  ilustres y también la  cripta  real. Nos detuvimos en la dinastía  de  los Vasa. Entonces decidí que era el mejor lugar  para  cumplir con el rito al  que  había  venido a Cracovia. Un rito  necesario  el del  viaje  de regreso a  Polonia. Una acción simbólica para dar forma a mi suelta de lastre, mi despedida de parte de mi pasado. Lo dije al principio de estas  crónicas y lo mantengo. No hay presente sin pasado. Este constantemente presiona, ejerce  su capacidad  de  influencia. Es, a veces, tirano. Pero sin él, no seríamos lo que somos: nuevas versiones mejoradas de nosotros mismos que el tiempo y  las circunstancias moldean. Mi jersey polaco de lana. Mi viejo jersey polaco de lana formaba parte de mi historia. Le podía haber  dedicado una novela, a modo de las de Manuel Mújica  Laínez, en la que  fuera protagonista indiscutible de todos los acontecimientos que había compartido junto a mí.

Sin embargo, nada de eso le había dado. Así que, al menos, un ritual de  despedida. Un rito digno de una prenda  de su categoría. Desde 1988 en mis armarios, escuchando las banales conversaciones de mis gabardinas, siempre discutiendo entre ellas. Esperando pacientemente que me dignara llevarlo a ver la nieve, a recordar, aunque de lejos, el paisaje en el que se criaron las ovejas de  las  que salió la lana  con la  que una ancianita allá en Katowice lo tejió y  me lo vendió en  una  calle. 

Y por fin, podía hacer algo por él, digno de su categoría de prenda usada por mí a través de varias décadas, muchos inviernos e imprevisibles acontecimientos. Un viejo jersey polaco de lana que también necesitaba un lugar para su descanso eterno.


En la  capilla de  los Vasa, dinastía de origen sueco,  reinante en Polonia de 1587 a 1668, ante  la tumba de Segismundo III, dejé mi viejo jersey polaco. Reposando después de tantas batallas libradas como el rey. Atravesando países, personas, aventuras y tiempo.

Me dio pena, pero era un ritual necesario el que había venido a cumplir este  principio de diciembre del año  en curso, 21, del siglo XXI. Un rito de crecimiento: desprenderme de una vieja piel. Dar paso a una nueva versión de mí misma. Quién sabe. Quizás alguno de  aquellos jóvenes y guapos sacerdotes de piel blanca, ojos azules y pelo rubio, se habrá percatado  de él y lo habrá hecho llegar a alguna persona  necesitada de calor y de  afecto. Quién sabe  si una nueva historia, esta vez sí, en su país, le estará esperando.

Ya lo dijeron  El Principito y el filósofo surcoreano Byung-Chul-Han, un rito es una acción simbólica. Los rituales, al fin y al cabo, son necesarios.

Salve y ustedes lo pasen  bien.





1 comentario:

  1. Si, los ritos son necesarios para dar la posibilidad de dejar ir aquello que nos ha acompañado durante un trayecto de nuestras vidas, y tener la posibilidad de dejar entrar en ella algo nuevo y que esa esperanza con haga felices de nuevo. Enhorabuena amiga un abrazo .

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