sábado, 22 de agosto de 2020

AMOR AMARGO



                                                                     Y fue entonces cuando pensé: "Así debería mirarme mi 
                                                                     padre. Con los ojos bien abiertos para verme". Y se me   
                                                                     ocurrió que sería una buena idea... "

                                                                                               Mírame
                                                                                           Diana Cerdá






La primera vez que Diana Cerdá y yo quedamos a cenar, no hubo cena. Ni encuentro.
Descubrí su faceta de escritora el año que estuve viviendo en Fontanars dels Alforins. Intentando salvar lo que ya no tenía solución. Una tarde fuimos a Ontinyent y vimos en una librería Mirame, su libro. Me faltó tiempo para entrar y comprármelo. .
Diana  y yo nos conocimos con cinco y seis años. Para entonces ya tenía una personalidad apabullante. Me  encanta la gente así.
Cuando acabé de leer su novela, le escribí una entrada. Se emocionó con las cosas que conté de aquella  infancia en la playa de El Perellonet. Mi padre y mis tíos habían construido un pequeño bloque de apartamentos en esa zona. De los primeros. Así nos conocimos. Eran de  Vallada. Yo nunca había oído la palabra mante. 
Su padre, y sus dos hermanos tenían una fábrica de muebles de  ratán. Daban trabajo a media Vallada.
Y un buen día Paqui y Pepe se marcharon a Filadelfia a montar un fábrica para introducir sus muebles en EE.UU. Sin hablar  una palabra  de ingles.
Diana fue la última de los cuatro hermanos en salir de España. Acabó el COU y se presentó al selectivo.
Estudió Psicología y Sociología en  la West Virginia University e hizo un máster en Psicología Clínica en la New School for Social Research  de Nueva York.
También fue la primera en volver de EE.UU.
Después de la entrada que yo escribí, sus padres vinieron a comer con parte de la familia. Diana y su hermano Pepe estaban en una feria, en  China.  Hace  poco llegó con su pareja un domingo a La Matandeta. Ambas nos alegramos de volver a encontrarnos después de tanto tiempo. Me propuso una cena.
Sí y quedamos. El día y la hora eran perfectos. Pero yo no encontraba las llaves de mi casa por ninguna parte.  Mi familia no estaba. El taxista detrás de la verja. Yo encerrada dentro de  La Matandeta y mi amiga esperándome en Russafa. La reina del despiste no conseguía recordar dónde había metido las llaves. De hecho, todavía no han aparecido. Estarán en algún pequeño lugar, un cajón, un bolso, detrás de unos libros, esperando que vuelva a perder cualquier otro objeto y al buscar este último de con ellas. Yo confío que será por Navidad.



En fin, que la cita quedó aplazada para quince días después. En la bodega Sabor amargo, la calle Mosén Femenía. Lo que antes era la bodega Seguí cuando yo iba al Instituto San Vicente Ferrer, de la calle Almirante Cadarso. Durante cuatro años, crucé esta calle hasta la de Cádiz, para coger el autobús de Sedaví. A mediodía, nos quedábamos viendo las mesas del restaurante Los pedralbinos, pensando que algún día nosotras también nos comeríamos allí un buen asado. Ahora hay un restaurante mejicano.
Mientras espero a mi amiga, le pregunto a la camarera, el por qué del nombre y me contesta que es el título de una canción de Bruno Lomas (Amor amargo tu me das, amor amargo sin piedad, pretendes que mi amor no tiene ya valor. No, no digas eso por favor).



Nos ponemos  al día, de los derroteros de nuestras vidas, en los  cincuenta últimos años. ¡Madre mía! Hablamos ya, como lo hacía mi padre y sus amigos. Y yo no podía  abarcar con la mente tanto tiempo.
En la esquina, hay un restaurante sardo. Según Diana, muy bueno, del otro lado, otro italiano y después el mejicano. La de años que no venía por aquí.
Subimos al piso de Diana, a dos pasos de donde hemos cenado. Es un piso con mucho gusto, con su personalidad. Una casa de revista de  decoración. Pero lo que más me gusta de todo, es su biblioteca. Para ella, como para mí, el libro sigue siendo un objeto. Y se nota, los hay por todas  partes.
Rematamos la velada con una copa en El Desván y proseguimos en su piso la conversación, ya con su pareja.
Diana, junto a su familia tiene una fábrica de almohadas de viscolástica en Vallada. Creo que es la primera vez en la vida que oigo  la palabra. O nunca me fijé en ella. Dan empleo a sesenta trabajadores en Vallada. Así que me quedo a dormir y por la mañana  me deja en La Matandeta, antes de emprender su ruta diaria hacia  La Costera.




Esa es una de las cosas buenas de  la independencia. Sabes a qué hora saldrás de  tu casa, pero no a la que volverás. Y además no tienes que darle explicaciones a nadie.
Háganme caso, lean la novela Mírame, de mi amiga Diana Cerdá. Quedó finalista en el Premio Ateneo de  Sevilla y finalista en el premio La Trama.
Salve y ustedes lo pasen bien.


2 comentarios:

  1. Ojalá pronto empieces a escribir tu primer libro !!!! Y algo en mi me dice que poco falta ya y que va a ser lejos de aquí !!!

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