viernes, 15 de julio de 2022

UNA TEMPORADA EN LA HABANA

 

 

                                                       Uno de los aspectos más apasionantes del caos es su espíritu                                                                        aventurero. Ignoramos con quién toparemos y a dónde nos llevará                                                                la corriente. Los cruces donde se trastoca el rumbo aparecen cuando                                                            menos se esperan y nos ofrecen senderos intransitados. Lo desconocido                                                        atrae y amilana. La típica antítesis del caos.

                                                                                    Caos, virus, calma                                                                                                                                            Núria Perpinyà


En la novela de Graham Greene  Nuestro hombre en La Habana, el protagonista James Wormold, británico de cuarenta y cinco años, vendedor de aspiradoras, abandonado por su mujer que se marcha con un norteamericano, padre de una adolescente, acaba siendo reclutado por el servicio secreto británico. En un momento de la obra, Wormold para  evitar al alemán doctor Hasselbacher, entra en el Sloppy Joe’s,un lugar de reunión de turistas.

El Sloppy Joe’s es un lugar mítico de La Habana reabierto desde el 2013, después de  permanecer cerrado durante cuarenta  y ocho años, en las esquina entra la  calle de Las Ánimas y Zulueta, en Habana Vieja, por él pasaron Frank Sinatra, Hemingway, Ava Gardner, Nat King Cole, John Wayne y tantos otros… Pero como  todos los lugares míticos tiene su propio inicio, en este caso, en la segunda década del siglo XX, un gallego nacido en Ares, Coruña, llamado José Abeal, llegó a Cuba previo paso por Florida. Allí aprendió el mundo de la coctelería y la importancia y la figura  de los barmans en la época. Una vez instalado en La Habana, decide  invertir  sus ahorros en un lugar que, aunque bastante destruido, tenía  una excelente ubicación. Corrían los años de la Ley Seca, en EE.UU,, que duraría hasta 1933 y el turismo de alcohol y juego se incrementaba  en Cuba.

Llegó a tener la barra más larga que hasta  hoy se conoce en Cuba. Pura caoba negra; una excelente y codiciada  madera cubana convertida en dieciocho metros de mostrador.

Sloppy significa desordenado, desaliñado y también hay una leyenda en torno al  nombre de este bar que inventó, entre otros, el sándwich que lleva su nombre. Pero esa leyenda la dejaremos  para  otro  día. Porque al principio se llamó La Victoria y era una mezcla  de ultramarinos, bar y restaurante.

Pues bien, justo  al lado del Sloppy se encuentra la residencia de la embajada griega y el piso de Miguel Ángel Jiménez, en cuyo enorme salón, a las a las cinco de la madrugada, hora local, les escribo. El resto de  componentes de esta residencia duerme, incluido Manuel, mi nieto, que en eso ha salido a su madre. Primero no quiere ir a nuevos lugares y después no quiere volver  de ellos.

La relación entre Miguel Ángel y yo es muy peculiar. Llegó a La Matandeta con dieciséis años, estudiaba  cocina en San Vicente Ferrer. Yo había estado unos días antes pegando carteles por  los  pasillos de la  escuela solicitando un pinche de cocina que me ayudara en el  restaurante. Por si no  lo saben, pasé doce años de mi vida dirigiendo la  cocina de mi restaurante, sin ser  cocinera. En esta  vida, las hay de atrevidas para todo.

Tan como yo pegaba los carteles, Miguel Ángel los fue quitando para  que nadie  le  birlara  el puesto. Apareció con su recién estrenada motocicleta y lo  recibieron  mi padre y su perro  Willie. Él cuenta que tuvo la sensación de que aquel lugar lo estaba esperando

Fueron cinco años. Después siguió  su camino, no sin  antes echar  pestes de  mí y  prometerse que no  me volvería a  ver en la vida. Nos reencontramos cinco o seis años después, él flamante  propietario de  un local cerca de  la avenida  Aragón, llamado xxxxxxx, compartimos una semana de congreso de Gastronomía  en Donostia, junto  a mi amigo Joan Roig, le vendí una termomix que no me pagó, supongo que en venganza  a todos los sufrimientos que yo le  había inflingido y le  perdí la  pista nuevamente  durante quince años hasta que ….

Era una madrugada, durante la cuarentena que nos mantuvo encerrados algo más de tres meses, en  la que yo no podía  dormir. Repasando las entradas de mi blog, me dí de  bruces con una carta suya escrita desde  La Habana. Me contaba lo sucedido en su vida  durante todo ese lapsus de  tiempo en que no supimos nada el uno del otro. Y me  hablaba de lo  que  había supuesto en su vida La Matandeta, mi familia y yo misma. Me contaba que llevaba diez años trabajando en Cuba, confinada  también en aquellos momentos y que, en cuento pudiera visitaría a sus  padres y después a  mí.

Lo demás quedó estampado en una entrada  de  mi blog titulada Cartas de La Habana. La vida es extraña, muy estraña. Los momentos no llegan cuando uno desea sino cuando ellos deciden. Y aquí me tienen, sentada  en el salón de la residencia de Miguel Angel Jiménez, flamante  chef ejecutivo del hotel  cinco estrellas de La Habana Parque Central, para muchos, el mejor hotel de la ciudad, con ochenta y seis personas a su cargo. Sentada, con un ventilador, y un ordenador, sin internet, total  porque un día, hace muchos años, se me ocurrió pegar carteles en la escuela  profesional de La Torre y un chaval avispado de dieciséis años los fue arrancando para que  nadie le quitara su destino.

Es extraña la vida. Justo la noche anterior de  emprender este viaje se me murió  el iPhone y se me rompió en mil añicos un vaso por la mañana.

Me compré uno nuevo en el aeropuerto madrileño, sin saber  que como es americano en Cuba es imposible configurarlo. Todavía no sé cómo podré enviar mis crónicas a mis seguidores, pero  algún modo habrá de que compartan  conmigo este viaje.

Es extraña la vida. Suceden causas que no tienen nada  que ver con los  hechos que vendrán después, pero son necesarias para  que  aquellos acontezcan. Cada vez más creo en  la teoría  de las sincronicidades de Carl Jung. Es cierto que una mariposa mueve  las alas en Tokio y baja la  bolsa de  Nueva York.

Que tengan un feliz  día. Ustedes que están a punto  de alcanzar el mediodía. Aquí vamos por  las seis de  la mañana y todavía no amanece.

Salve y ustedes lo pasen  bien.

 



 

                                                                    

                                                        

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