viernes, 22 de julio de 2022

PASEO POR EL VEDADO

 Mi amiga María Asunción Mateo, viuda del poeta Rafael Alberti, me envía un audio y me corrige. Dulce María Loinaz sí que viajó a España a recoger el Premio Cervantes. Ella misma la acompañó junto con su sobrina. Estuvieron juntas en el hotel en el que se hospedaba y después en la ceremonia de entrega. El discurso de agradecimiento lo leyó el escritor cubano Lisandro Otero. Gracias, Marisu.



Miguel Ángel enerva las cejas cuando entra en nuestra habitación ¿Todas esas medicinas?  Para regalarlas, le contesto. ¡Pero tú te has creído que eres la madre Teresa de Calcuta? Si las regalas, las venderán. Pues las llevaré a un hospital. Entonces las venderán los médicos.


 Apenas hay farmacias en La Habana. Hemos visto tres y en todas, normalmente vacías, junto al farmacéutico hay un guardia.

Después de la visita a la Fundación Dulce María Loinaz, nos dirigimos al Museo de Artes Decorativas. Un jardinero nos avisa que hasta las diez no abren. Así que seguimos paseando por Vedado. Una señora, de unos cuarenta y cinco años, mulata y muy guapa, nos sugiere que visitemos la Fundación Fidel Castro Ruz. 

El lider revolucionario dejó escrito que no quería ni avenidas, ni calles a su nombre, ni estatuas que lo homenajearan. Eusebio Leal, historiador de La Habana sugirió la ubicación de la fundación dedicada al hijo del


gallego Ángel Castro, en esta casa construida por Enrique Conill, héroe de la guerra de la Independencia cubana.

Margarita, la guía, nos ubica junto a un grupo de ancianos militantes del Partido Comunista Cubano. Allí conocemos a Daisy una funcionaria del ministerio de Asuntos Exteriores, jubilada hace  veinticinco años, que tiene una hija casada en Lérida y a la que visita cada dos años. 


Daisy me cuenta que trabajó a las órdenes del ministro Raúl Roa García, emblemático dirigente de la revolución, diplomático ante la OEA, conocido como el canciller de la dignidad por su defensa  de Cuba y de su revolución ante los organismos internacionales.

La guía nos introduce en una sala  en la que se encuentran todas distinciones y medallas concedidas a F  Fidel Castro durante su largo mandato y hace recalar nuestra atención sobre una figura de Don Quijote. Margarita nos cuenta que tras la revolución, el  primer libro impreso en Cuba fue la obra maestra de la literatura hispánica, cien mil ejemplares que fueron repartidos  por todo el país. Fidel Castro veneraba la figura de Don Quijote.

Ángel Castro, padre de Raúl y Fidel, y de cinco hijos más nacidos de su matrimonio con Lina Ruz, a quien doblaba  la edad fue cabo del ejército español en la guerra de la independencia cubana, luego regresó a Láncara natal, en la provincia de Lugo. Debió pensar que allí no saldría nunca de pobre y en Cuba estaba todo por hacer. Regresó a la Antilla Grande con una mano delante y otra detrás y se estableció en la zona oriental de Mayarí, donde las compañías norteamericanas se hacían de oro a costa de los braceros cubanos. 

Ángel Castro trabajó en la construcción del ferrocarril, regentó una taberna llamada El progreso y coordinó grupos de trabajadores que cortaban la leña utilizada en los ingenios de los norteamericanos. Ganó dinero como contratista y empezó a comprar lotes de tierra en Birán. Se convirtió en un adinerado terrateniente con diez mil hectáreas de tierra y varios cientos de trabajadores a sueldo.

Cuando triunfa la revolución, su padre ya ha fallecido y Fidel Castro nacionalizará la Finca  Manacas en la que creció.

Hemos pasado dos horas contemplando los logros de la revolución: La ley de Reforma Agraria, la ley de Educación, la ley de Vivienda...



Contemplamos el jardín botánico de la casa donde crece el croto, la palma real y el caiguarán. Nos despedimos de Daisy y del resto de ancianos y nos vamos a coger la guagua. En ella hay que usar  el nasoboca, que es como llaman aquí a la mascarilla, aunque algunos no lo hacen y nadie dice nada.

En la guagua vamos como sardinillas en lata, no, lo siguiente. Hay un chico barbudo a mi lado y le pregunto si es español. De Valencia, me responde. Vaja! Y empezamos a  hablar en valenciano. Ha venido a  la  isla por dos meses. ¿Eres profesor, verdad? ¿Cómo lo sabes? ¡Hombre, por las vacaciones que tienes! ¿Sedaví es el pueblo de Ferran Torrent? Claro, por eso muchos de sus personajes se apellidan Baixauli. Nos despedimos, Sergi y sus amigos, holandés y francés, van a  empalmar con la guagua que  les llevará a las playas.

Llegamos al apartamento 203 del edificio Sloppy Joe's completamente empapados en sudor. 



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