martes, 19 de julio de 2022

¡ASÚCAR!

 


Le pregunto a Marisol, la mucama de Miguel Ángel, si hay guagua para ir a la playa. No hay petróleo,  me responde. ¡Qué bien una playa caribeña toda azul turquesa sin residuos de petróleo! ¡No, que no hay petróleo para las guaguas!

Cuba recibe petróleo de Venezuela a cambio de sus profesionales: médicos, ingenieros, arquitectos, que pasan largas temporadas trabajando en el país amigo. Pero ese petróleo está sin refinar y va a parar a las fábricas. Hay serios problemas de abastecimiento para los carros y guaguas.

La economía cubana se sostiene gracias al turismo y a las remesas de dinero que envían los tres millones de cubanos repartidos por el exterior. Con ello, la élite política cubana se mantiene. Otra cosa es el pueblo.



Durante el mandato de Barak Obama se relajó el bloqueo y norteamericanos millonarios llenaron plantas enteras de hoteles en Varadero y los Cayos. ¿Recuerdan el cumpleaños de Madonna en la terraza de La Guarida?

Con el mandato de Trump las cosas volvieron a su lugar y el bloqueo a presionar Cuba.

Cuba en estos momentos importa azúcar para consumo interior. Ha pasado de ser una potencia mundial en la producción de caña a tener que recurrir a las importaciones. El azúcar cubano es, al contrario que el tabaco, un extranjero en la isla. Fue Cristóbal Colón el primero en plantar raíces de caña de azúcar en el Caribe. Así lo cuenta César G. Calero en su libro Cuba a cámara lenta, de donde extraigo los datos que a continuación les relato.  Desde aquella época, finales del XV, el clima húmedo y caliente favoreció el desarrollo de los cañaverales. Del resto se ocupó la gran demanda de azúcar en Europa. Sin embargo, esta planta, que dirigirá la vida en Cuba, el Caribe y otras zonas de Latinoamérica como el nordeste brasileño, aportó fortuna y dicha a unos pocos y miseria y desgracias a muchos.



El azúcar fue el órdago para el enorme comercio de esclavos negros procedentes de África. Y allá donde crece la caña la tierra se desgasta, pierde humus el subsuelo. El cañaveral gana terreno y destruye el bosque tropical cubano. Los ingenios azucareros necesitan cuanta más tierra, mejor. La sacarosa engrosará las cuentas corrientes de la burguesía del XIX, también conocida como sacarocracia. En España, volverán los indianos ricos a construir casas como en Asturias. El ferrocarril cubano, el primero que se construye en Latinoamérica, dibuja su trazado respetando las centrales azucareras.

Por otra parte, el vecino Haití protagoniza revueltas e insurrecciones negras lideradas por Toussaint, mientras que Cuba se convierte en el primer productor mundial. En los primeros años del siglo XX Cuba duplica su actividad azucarera, a la vez que van desapareciendo los bosques de palmas y caobas y otras actividades económicas. En 1920 la isla registró el mayor ingreso per capita de América Latina. Sin embargo en diciembre de ese mismo año, el precio del azúcar se desploma y estalla la crisis. Oportunidad que no desperdicia Estados Unidos y compra centrales a precio de saldo.

La recuperación solo alcanzó hasta la crisis del 29. Después las cosas irán de mal en peor para la industria azucarera. El negocio no remonta hasta 1948 cuando Cuba recupera una cuota significativa del mercado norteamericano, la tercera parte. El golpe de estado de Fulgencio Batista en 1952 aparece acompañado de la de la mejor zafra, que es así como llaman a la cosecha: siete millones de toneladas. Sin embargo, fue pasajero, al año siguiente cayó a cuatro millones.

Cuando triunfó la revolución, Cuba contaba con trece ingenios en manos norteamericanas que sumaban el 47% de cañaverales de la isla y se embolsaban cerca de doscientos millones de dólares por cada zafra. Los americanos controlaban también la industria del níquel y el manganeso y la mafia era la dueña de la economía del ocio.

Fidel Castro acabó con la red de corrupción gubernamental y dependencia económica de EE.UU   . La revolución se volcó en una reforma agraria y el apoyo popular fue masivo.

Por desgracia, el nuevo gobierno revolucionario continuó dando prioridad al cultivo de la caña de azúcar hasta convertirlo en una cuestión de Estado. No se hizo caso a las palabras de José Martí: “El pueblo que confía su subsistencia a un solo producto, se suicida”. Castro movilizó a toda la población cubana para la zafra de 1970. Machete en mano, obreros e intelectuales, campesinos y estudiantes trabajaron en el llamado “esfuerzo decisivo” con el fin de conseguir una cosecha histórica de diez millones de toneladas. La proclama fue “los diez millones van, de que van, van”, la población anímicamente revolucionaria se dedicó a cortar caña. Se consiguieron ocho millones y medio de toneladas y a  pesar del carisma del  líder y de la cantidad récord lograda, quedó entre los cubanos un regusto amargo por las energías y la ilusión derrochadas.

Cuba pagaba una mínima parte de los artículos provenientes de la Unión Soviética con el azúcar y éste sigue en los planes económicos hasta 2002, cuando el desplome internacional de su precio lleva a Fidel Castro a cerrar la mitad de los 156 ingenios cubanos. En una intervención televisada en 2005, Fidel Castro llega a decir que “el azúcar es la ruina del país”. A pesar de ello, un año después, repunta el precio del azúcar y reinicia la apertura de los ingenios paulatinamente.

A partir de 2007, las zafras rondan el millón de toneladas, cantidad que apenas llega a cubrir la demanda interior. Los compromisos adquiridos anteriormente para la exportación, obligan a Cuba a comprar una parte de su consumo interno en el mercado exterior.

Mientras tanto, los cantantes cubanos establecidos en Miami, siguen proclamando el grito de guerra de Celia Cruz: ¡Asúcar Siempre hay gente en las calles habaneras, a cualquier hora del día. Y la salsa, nacida neoyorquina, suena por todas partes.



 













































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