sábado, 16 de julio de 2022

EN EL AGRO

 

Lo primero que te sorprende al salir del aeropuerto es el bofetón tropical que te da en el rostro el calor y la humedad de Cuba. Ríete tu del clima de la Marjal. Y eso que ya son cerca de las siete de la tarde. Un cura de larga sotana y ojos verdes que rondará los cuarenta y cinco se apercibe de que no podemos llamar por teléfono y nos ofrece el  suyo. Ya estamos en La Habana. Lo demás será coser y cantar.

 


A las siete de  la mañana toda la ciudad se  ha echado a la calle aprovechando el fresco. Más tarde, a partir de las once, el calor te aplatana, te impide avanzar el día, así que desde pronto hay que aprovechar.

Después de desayunar en el buffet del Parque Central, con la compañía de  Miguel Ángel Jiménez, nos vamos por el paseo de Prado hacia el malecón. A esas horas no hay nadie. Un hombre pesca sin llevarse nada. Dice que  demasiado petróleo  en las aguas. Otro nos saluda y nos cuenta que su padre era de Bilbao y emigró a Cuba en los cincuenta. Se casó con una cubana y aquí está él que ya tiene nietos. Les damos bocadillos españoles. Nos dice el medio gallego que  para sus nietos a la salida del colegio. Porque  aquí este curso, las clases no terminan hasta el veintidós de julio. Hay que  recuperar la pandemia.

Nos aconseja  que vayamos a las familias de las cooperativas de  tabaco. Durante veinticuatro horas al mes tienen derecho a vender puros, cajas a mitad de  precio para comprar  materiales conque reparar  sus casas.

Nos despide en la esquina del Hotel Prado  y sigue  su camino. Por esa calle, tres esquinas  y a la derecha. Nos encontramos con un tal Freddy que lleva  una camiseta  del Barça. Dice que nos vió ayer en el Hotel, que somos familia del Chef Farándula. Nos  acompaña. Compramos una caja de Montecristo por ochenta y cinco euros. No sé para qué, nadie de mi alrededor fuma puros, al menos podrán comprar materiales. Les damos bocadillos. A Freddy también que se despide de  nosotros, ciruela en mano  y se va a ver a su madre.

Salimos al malecón. Están cambiando las farolas y yo meto el pie en un socavón. Creo que me he  roto la rodilla. Me sangra. El dolor es terrible. Pero consigo seguir andando. Lo peor vendrá por la tarde.

Estamos en Habana Vieja. Me pasaré  la tarde  con mucho dolor y durmiendo por los calmantes. ¡A quién se  le ocurre fiarse de desconocidos!, ¡Te han timado!No hay ningún Freddy que trabaje en el hotel a no ser que sea negro azulón. Te voy a quitar todo el dinero que llevas y te lo guardo yo. ¡Ingenua! Ya verás cómo en España  los puros no te huelen a chocolate y miel, me espeta Miguel Angel.

Al día siguiente, volvemos a desayunar en el buffet del Parque Central. Los camareros llevan mascarilla, pero yo juraría que ese  de la  entrada es Freddy, me ha saludado de una forma familiar. Pero Miguel Ángel insiste en que no …

 


Tres horas y media intentando abrir mi watshap en el ordenador. Óscar Aguilar, licenciado en Relaciones Internacionales y a punto de hacerlo en Derecho es  un crack. Ha conseguido abrirlo, pero  apenas tengo contactos así. Le envío un audio a Helena y milagrosamente  el audio revota a noventa y dos personas que empiezan  a contestarme y  a  incorporarse  al watshap del ordenador. De poner en marcha mi nuevo iPhone ni hablar. El bloqueo americano.

Si quieren recibir mi blog, por favor, envíen mensajes a mi watshap. Poco a poco lo conseguiremos.

Son cerca de las once y media cuando nos dirigimos a la calle del Obispo, una de  las más concurridas de Habana Vieja, llena de locales comerciales. Hay colas, pacientes colas que resisten  a la  escasez y al calor. Nada que  ver con las postpandémicas que podían alcanzar las mil personas.



Damos una vuelta por la plaza de Armas, la plaza Vieja. Nos fotografiamos junto a  la escultura de  Antonio Gades, sentada  en un banco, cuyas cenizas reposan junto a las de Fidel Castro.

Recuerdo mi primera visita. Con Joan Roig, mi amigo del alma. Lo echo de menos. Debería estar aquí, pero  cuida de  su salud en su casa de  Alcossebre.

Vamos al agro, el mercado de frutas  y verduras. Los vendedores parecen adormilados por el calor, salvo dos jóvenes que cantan y bailan al son de  la música. Nunca  había visto unas papayas tan  grandes, ni unos aguacates como melones. Compramos. Olvido mi móvil en una parada. Pero mi ángel de la guarda  anda muy despierto, afortunadamente.

Salimos del agro. Cruzamos por Obispo, siguen las colas, el calor. Dicen que se está preparando otra vez una buena …







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