domingo, 2 de enero de 2022

EN LA CIUDAD DE LA AMARGURA

 


                                                                La belleza  del paisaje está en su amargura 

                                                                                Ahmet Rasim


Bahar  en  lengua  persa significa  Primavera. Así se llama la joven guía  que  nos  acompaña esta  mañana plomiza, gris, amenazante de  lluvia, mientras atravesamos  callejuelas  en busca  de  una  pequeña  mezquita, escondida, entre  paradas de aceitunas y  dulces. La mezquita  fue  construida por  un  visir, es decir, un ministro del sultán. Es modesta. Bahar nos da las primeras indicaciones sobre  el  rezo musulmán. Cinco plegarias a  lo  largo  del día, siempre mirando a  la Meca.

En el muelle  subimos  a  un paquebote de  los que cruzan  el estrecho del Bósforo, ese río terapéutico de  vida, salud y felicidad, que  une el mar de Mármara y el mar  Negro. Y tendremos otra  perspectiva  de  esta  mítica  ciudad. Bizancio, Constantinopla, Estambul, la  ciudad  de  los tres nombres y las mil mezquitas. La única ciudad del mundo  ubicada  en dos  continentes. Lugar  estratégico, lleno de  historia. La  ciudad  de  la amargura según el escritor Orhan Pamuk. 


Para el premio Nobel  turco, el espíritu y la fuerza de  Estambul le  vienen del Bósforo, que en turco significa garganta. Y añade: El placer de pasear por el  Bósforo, se debe a que uno siente que se halla en un mar en movimiento, poderoso y profundo dentro de una ciudad enorme, histórica y descuidada. El paseante, avanzando a toda velocidad por la corriente del Bósforo, nota que le sobrepasa la fuerza del mar en medio de la suciedad, el humo y el ruido de una sociedad superpoblada, e intuye que todavía le  es posible estar solo y ser libre entre tanta gente, tanta historia y tantos edificios. No se puede comparar ese brazo de agua que recorre la ciudad por dentro con los canales de Amsterdam o Venecia ni con los ríos que parten en dos Roma o Paris: lo de aquí tiene corriente, viento y olas, y es profundo y oscuro.

Venir a Estambul con la obra de Orhan Pamuk bajo el brazo, es otra forma de saborear el paisaje. En Estambul.  Ciudad y recuerdos, nos habla de la amargura colectiva que produce esta ciudad a los que la habitan. No se trata de melancolía, puesto que esta es  individual, sino de  que en Estambul la Historia y los restos  de las victorias y las civilizaciones del pasado están demasiado próximos. Por muy descuidados, ignorados y enterrados entre montones de cemento que se encuentren, tanto los grandes monumentos de la ciudad y las gigantescas mezquitas conmemorativas  como también los diminutos restos de acueductos, fuentes y los oratorios que hay en cada esquina recuerdan a los millones de personas que viven entre ellos que son lo que queda de un gran imperio.

Estambul actualmente cuenta con dieciocho millones  de habitantes y, al contrario que en las ciudades occidentales que han formado parte de grandes imperios hundidos, en Estambul los monumentos históricos no son cosas  que se  protejan como si estuvieran en un museo. Simplemente, se vive entre ellas.

Es muy elocuente este párrafo: Cada vez que empiezo a hablar del Bósforo, de Estambul, de la belleza de sus calles oscuras o de  su poesía, una voz interior me previene de que no debo exagerar la belleza de la ciudad en la que vivo para no ocultarme a mí mismo las carencias  de la vida que llevo en ella, tal y como les ocurría a los escritores de generaciones anteriores a la mía. Si la ciudad nos parece hermosa y mágica, así debe ser nuestra vida.





La palabra hüzün, amargura, es de raíz árabe y aparece en el Corán con un significado parecido al que tiene en el turco actual. Pamuk declara que, el sentimiento más poderoso y permanente de Estambul y de sus habitantes durante todo el siglo XX fue el de amargura. Un sentimiento que aparece en la música y la  poesía de esa  época. Para comprender los orígenes de la profunda amargura que despertaba en mí el Estambul de mi infancia hay que acudir por un lado a la Historia, a los resultados del desplome del Imperio otomano, y por otro a la manera en que se ha reflejado en los hermosos paisajes de la ciudad y su gente. En Estambul, la amargura es una manera de ver la vida, una actitud mental y lo que supone el material que hace a la ciudad ser lo que es.



Llegar hasta aquí, vía Frankfurt, fue toda una odisea, incluídos los resultados de la PCR que no tuvimos hasta unas horas antes de coger el vuelo. Quién se  iba a imaginar estas cifras de incidencia cuando compramos los billetes. No quiero pensar en el regreso, todavía quedan muchos días  en Turquía como para amargárselos y además el año nuevo acaba de empezar. Desde aquí les  deseo mucha paz y salud a raudales para lo que esté por llegar.


5 comentarios:

  1. Bon any ,M.Dolors.Gaudeix de Turquia i continua deleitant-nos amb les teues narraciones.Bon viatge.

    ResponderEliminar
  2. Qué chulo! Gracieeess! Un abra¢.

    ResponderEliminar
  3. María Dolores Magnifico relato, Sigue así y disfruta de
    disfruta del viaje , Un esazo

    ResponderEliminar