lunes, 30 de diciembre de 2019

KENZA YA NO BAILA BACHATA





                                                                               No hay nada que el hombre  no tema más 
                                                                             que el toque de lo desconocido


                                                                                           Masa y poder 
                                                                                         Elías Canetti


El avión de Ryanair en el que recorrimos la distancia que separa Valencia de Marrakech, tuvo que dar vueltas durante media hora sobre la ciudad porque el aeropuerto se encontraba cerrado, a causa de la llegada del avión del rey, Mohamed VI.
Pacientemente, Carmen y yo, atravesamos los requisitos de la aduana, la recogida de maletas, la retirada de dirhams en un cajero del moderno edificio y, por fin, un taxi nos llevó hasta la medina y el hostal en que pasaremos dos noches.
Kenza Lamouasni, mi amiga marraquí, a quien conocí en la Provenza hace cinco años, no podrá recogernos hasta el día siguiente por la tarde porque tiene guardia en el hospital esa misma noche. Kenza cursa sexto de medicina y espera graduarse el próximo junio.
El hostal donde nos albergamos, dentro de la medina, está limpio, ordenado y es muy barato, pero me equivoqué al hacer la reserva y solo tenemos dos noches. Jounnes, uno de los dos chicos que lo regentan nos indica que hará lo posible por solucionarlo. Pero en Marrakech no cabe un alfiler. Junto al millón y medio de personas que la habitan, y que han decidido no quedarse en casa, se suman los extranjeros llegados de cualquier parte del mundo a celebrar el final de año.
Marrakech incorpora la Navidad a sus fiestas, como nosotros hemos introducido Halloween a nuestras costumbres. Sin tradición, pero con mucho consumo. ¡Viva la globalización para quien la quiera!
Pasamos frío la primera noche. Durante el desayuno Jounnes nos dice  por qué no le pedimos otra manta. Pues también es verdad. En la pequeña cocina donde preparan el desayuno, se amontonan.
Salimos a la medina   abarrotada ya de buena mañana. Jemaâ El Fna cuenta con un escenario en el que, por las noches, hay actuaciones. Cenamos ayer, a nuestra llegada, en uno de los muchos puestos de comida de la plaza. Harira y tajin de pollo. Aceitunas y berenjenas asadas.
La Koutubía, esa otra Giralda marroquí, nos saluda en frente y nos dedicamos a pasear durante toda la mañana. A primera hora de la tarde nos encontramos con Kenza en el Café de France. Esta mucho más delgada que en abril, cuando estuve aquí. Se ha alisado el pelo en la peluquería y su tono es dulce y su sonrisa paciente, igual que siempre.
Nos vamos para el palacio de La Bahia.



Mientras paseamos por los jardines de este palacio que ocupa cerca de dos hectáreas, obra del gran visir Ahmed Ben Moussa, construido entre 1894 y 1900, Kenza nos cuenta que los estudiantes de Medicina estuvieron cinco meses de huelga y que han perdido muchas clases. Deben apretar los codos si quieren graduarse en junio. Así que Kenza, a la que llevé unos hermosos zapatos para sus clases de baile latino, en abril, ahora no tiene tiempo para la bachata, la salsa. Ni siquiera encuentra hueco para estudiar alemán, porque realizar la especialidad en Alemania es otro de los retos que se plantea.
Cogemos el coche de Kenza para volver a la medina y cenar en algún local, pero el caos de la ciudad es un caos circulatorio árabe, nunca mejor dicho. Así que después de una hora de atasco, nos bajamos, Carmen y yo. Seguimos a pie y nos adentramos en la medina, conforme podemos, tras cruzar la plaza. Están a punto de empezar la actuación.



Hacemos cola en el primer puesto de bocadilllos que encontramos. No somos los únicos. Los extranjeros nos mezclamos con los autóctonos. Los burros con las bicicletas, las mujeres, veladas y con carrito, con los limpiadores de zapatos. No cabe ni un alfiler. Si en este momento alguien gritara ¡FUEGO! sería la catastrophe. Por fin nos hacemos con los bocadillos, una botella de agua y dos bricks en otro puesto. Me encantan los bricks que son de origen tunecino. Triángulos de pasta filo rellenos de pescado, carne, queso o verduras. Y por fin llegamos al hostal.


Jounnes, este chico alto y desgarbado, nos espera con una sonrisa y con la noticia de que no hay habitación para nosotras la próxima noche en este hostal. Le pedimos que indague si podemos albergarnos cerca de aquí. Al cabo de un rato regresa con una nueva sonrisa y con la cabeza nos niega posibilidad alguna de encontrar una chambre para las próximas veinticuatro horas.
Oh, mon Dieu! La catastrophe! Ante mi desánimo me propone que nos quedemos a dormir en la pequeña cocina, en el suelo, con sus cuatro compañeros. Vale, le respondo. ¿Cómo que vale? Inquiere Carmen. ¡Pero si también hay una gata con cinco gatitos!




Pues entonces... Nos queda la posibilidad del Hotel La Mamounia. ¡Pues nos vamos al Mamounia!



En la barra del bar, yo me siento como si fuera Doris Day, a la espera de que James Stewart me traiga un dry Martini, tel comme il faut en El hombre que sabía demasiado. Pero nos vamos a la terraza a tomar un café que será lo más sensato.

Transcurren varias horas, delante de nuestro cremoso y sabroso café. La gente a nuestro alrededor habla muy bajito, Más que hablar, susurran las palabras. Todo está limpio, impoluto. Las camareras son guapas, educadas. No hay nada que se salga de escuadra. Así que nos dedicamos a investigar, a buscar fantasmas por los pasillos... Maurice Ravel, Orson Welles, Colette, Edith Piaf, Charles Aznavour... Estelas luminosas de un pasado que ya no existe, que se esfumó como los espíritus de las lámparas mágicas.


 Nos paseamos un buen rato por le jardin potager. Hay naranjos, limoneros, olivos, hierbas aromáticas, achicorias, apio y patatas violette. Vemos un carrito de helados, gente tomando ya el aperitivo. Y nos decimos que no. Que nadie habla con nosotras, que no hay foule, ni gritos, ni ruidos. Nos sentimos fuera de lugar cuando suena un mensaje en mi móvil. Es Jounnes, al final nos ha conseguido una habitación en el Riad Venezia, en pleno corazón de la medina. Con sus olores, sus colores, su gente trajinando. ¡Vivan las voces de Marrakech!

Pedimos la cuenta, nuestras maletas y locas de contento volvemos a la medina, atravesando el jardín de la Koutubia. A estas horas, Marrakech transpira a veintisiete grados.



Cruzamos Jemaâ El Fnaa, nos adentramos en el laberinto de callejuelas. Comemos en una pequeña terraza, ensalada marroquí, couscous vegetal, tajin de pollo. Y nos dirigimos a nuestro hospedaje. Entre el gentío, los burros, una cabra que anda suelta, los vendedores de chilabas, de especias, de sueños ...





Y otra vez a la calle, a respirar el caos y escuchar la voz única de Marrakech. Con Elías Canetti en el corazón. Salve y ustedes lo pasen bien, que ya se acaba el año.

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