miércoles, 28 de agosto de 2024

UNA CENA EN EL LAGO DE LA ALBUFERA

 Alejandra Múgica tenía muchas expectativas puestas  en el viaje que iba a emprender el veintidós de julio. Desde marzo que no veía a Juanjo, su marido, instalado en su tierra natal con el propósito de iniciar su última etapa  laboral  cerca  de sus orígenes.

Ale cerró la maleta, repasó los últimos encargos para su hijo, recorrió una a una las habitaciones de su casa en Santiago de Chile y subió al taxi que la conduciría al aeropuerto Arturo Merino Benítez. Por delante quedaban  muchas horas de vuelo.

No era la primera  vez que  viajaba a España. Durante  veinte años, tanto  como  duraba  la relación con Juanjo había  podido  conocer  las diferentes  regiones. Dicen  que los  chilenos son  uraños, tristes. Pero no deja  de ser  un estereotipo más. Los  españoles son alegres, si estás en  la  costa  y  secos, si te  paseas por el interior. De todo hay en  la  viña del Señor.

Venecia, Módena y  Toledo eran los  itinerarios que  Juanjo Alarcón había consensuado con Ale para  este mes de  vacaciones. Y conocer a  las amigas del colegio de su marido.

En Chile ahora es invierno y el calor húmedo de Valencia  golpea y se  te clava en  los huesos. Pero cambiar  de paisaje y  de gentes, aunque no de  idioma produce una sensación de ruptura de  lo cotidiano.

La cita fue en el puerto de  Silla a las siete y cuarto, con el sol todavía  muy alto.  La cena, organizada por el restaurante La Matandeta, junto con  el escritor Paco Baixauli, en una barca tipica del lago de la Albufera. El lago  del lago si traducimos del árabe.

 Había  gente de diversas nacionalidades. Una familia  italiana y un inglés. Para el resto, autóctonos era también la primera vez de esta  experiencia. 

La  barca fue fondeada cerca de la mata de Sant Roc. No había vaivén ni olas, apenas un viento que ayudaba  a  alejar a los  mosquitos. La luna, casi llena, reinaba en todo su esplendor.

Y el menú tuvo reminiscencias a matas y cañas: Chips de allipebre. Llisa  bien lisa. Cangrejo azul y tenca ahumados y al vapor. Empanadilla de titaina. Costilla a la miel de romero y azahar. Mollet de  blanc i negre con ajos  tiernos. Pastelón de la abuela. Todo regado con los vinos de Noemí Wines y Bruno Murciano.



Ale ha regresado  al  frío de su ciudad, Santiago  de Chile, a su rutina y a su trabajo. Pero el regusto  que aquella  noche y su cena inesperada han quedado fijadas en su memoria  y le servirán de combustible para  resistir hasta  el regreso de  Juanjo, la próxima Navidad.

Salve y ustedes lo pasen  bien.







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