sábado, 7 de diciembre de 2019

EL VECINO DE LA CASA DE ENFRENTE



                                                               
                                                                Nosotros estamos hechos de la misma materia  
                                                                que los sueños.

                                                                                   La tempestad
                                                                                W. Shakespeare


El vecino de  la  casa de  enfrente  se  ha convertido en alguien  muy cercano a nosotros. Los  viernes, cuando  llego a La Matandeta, hay cena familiar con  mis hijos y, el vecino, muchas veces, cena con nosotros. Es  un hombre  culto y erudito, que ha  elegido la soledad. Estudió derecho  y  trabajó durante más de veinte años  en el  mundo editorial. Me  habla de los autores, de Carlos Ruiz Zafón y sus manejos mercantiles, de cómo las editoriales fabrican  los best sellers.




Este viernes pasado, después de hacerle los honores  a un  par  de lubinas  que estaban horneadas en su punto, sobre  un lecho de patatas y cebolla, me contó cómo crea sus personajes. Porque el vecino de la casa de enfrente escribe.



Estuvo en la Isla  de  Man y, harto de dar  vueltas y de que no ocurriera  nada, entró en  el pub del pueblo en que se hospedaba, buscó al pelirrojo más alto y más fuerte y le escupió directamente a la cara. El puñetazo que recibió, lo tuvo medio  atontado  durante  las  tres semanas siguientes. Pero, por fin, algo le había sucedido, en medio del mar de Irlanda.


Me cuenta que fue nicaragüense ingenuo en el París de  los años ochenta. Que tuvo tres  amantes y que  las  tres lo dejaron el mismo día. El vecino de la  casa de enfrente me señala que  escribir sobre  sí mismo le  produce pudor, cosa que  no comparto con él,  en  absoluto. Que la maldad, es maldad intrínseca y  que no se le  puede  buscar justificación. Como tampoco la tiene  la bondad.



El vecino de la casa de enfrente me  confiesa que algunas noches, para escribir, utiliza la técnica Bukowski. Al irreverente y rebelde americano  le  preguntaron  por qué bebía alcohol y contestó porque ninguna buena historia comienza con estaba yo comiendo una ensalada.
Hace rato que nos hemos quedado solos. Seguimos hablando de literatura y de  géneros. A  él le  gusta el epistolar. Yo comparto su  gusto.
Le propongo que me deje leer sus escritos. Y él me sugiere que lo acompañe el sábado por la tarde a la  Filmoteca. Pasan Intolerancia, de Griffith. Pero, Manuel y yo tenemos otros  planes. Fuimos a ver Si yo fuera rico. Necesitaba reírme como si no hubiera un mañana.
Que sean felices y sigan bien.


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