martes, 19 de noviembre de 2019

LA VISERA






                                                                      Todo lo que escribimos, en parte son relatos de 
                                                                      desconocidos. En parte porque el que  escribe 
                                                                      es un desconocido para sí mismo y en parte 
                                                                      porque escribimos para conocer o para cono-
                                                                      cerlo. Para conocernos.


                                                                                             Campos de Flandes
                                                                                        José Luis de Juan


Dejé olvidados una visera y un libro en  Lalola Café, la terraza que abre  todo el año, frente a la playa de El Clot, donde muchos días veo amanecer. A esas horas, un hombre pequeño, que  vive muy cerca, la barre y recoge los restos olvidados de una madrugada alcóholica que acaban de cerrar algunos jóvenes. Se llama Miguelito, lo sé porque vive en frente de la misma playa y  muchas tardes lo encuentro allí sentado, saludando y saludado por los paseantes: Hasta luego, Miguelito. Qué tarde tan magnífica, Miguelito.
Le conté a Miguelito el extravío de mi visera y me aseguró que preguntaría  por ella.
Al cabo de un mes, coincidímos una tarde en la playa. El, sentado en  el murete de contención de la playa, yo, paseando. Ah, tú eras la de la visera! Me saludó. Espera un momento, la tenía la camarera. Y cruzó la calzada, todo lo rápido que su pequeño cuerpo le permitía. De regreso, me trajo mi visera, con la que cubro mi rostro de los rayos del sol cuando salgo a caminar.
Le dí las gracias y nos sentamos a charlar un poco. Hacía días que había recuperado mi libro, Le pain nu, de Mohamed Choukri, en Lalola.
Miguelito me preguntó si era de fuera. Sí, de Sedaví. Ah! Sedaví, sí. Yo he estado trabajando ahí. Con la banda de El Empastre. 


La banda de El Empastre, de Catarroja, cuántos recuerdos para mí. Las fiestas de Sedaví. Las charlotadas. Hoy actúa la banda de El Empastre. Y Miguelito prosigue su cháchara sin necesidad de que yo le pregunte nada. Actué muchos años, en muchos circos, muchas plazas de toros. Recorrí España  con mis compañeros. Qué tiempos. Estuve también en  América. Solamente un mes, porque no me gustó. Demasiada pobreza. Somos nueve hermanos, pero solo yo soy pequeño. Mi padre murió el año pasado, vivo con mi madre y uno de mis hermanos, el que va al mar. Limpio la terraza de  Lalola, antes también las escaleras de estos dos edificios de  apartamentos, ahora ya no. Los lleva una inmobiliaria y se los dieron a una  contrata de  limpieza. No tengo miedo a morirme, pero sí a hacerme viejo. He visto cómo tratan a algunos viejos. Pero qué tiempos los de los Enanos Toreros, cómo los echo de menos. Había más de  sesenta espectáculos en  toda España. No parábamos de trabajar. Ya  no queda ni uno. En Valencia, tengo a mi amigo del alma, en la avenida del Puerto, Albertito. Cómo lo quiero.



Albertito? Pero si a Albertito lo conozco yo. Coincidimos un par de años en el gimnasio de la Avenida del Puerto. Le hice una entrevista para  Diario 16, donde yo publicaba una sección  a doble página llamada Contracorriente. Tenía miedo de que por la entrevista se enteraran de su vida en el mundo del espectáculo y le quitaran la pensión. Por supuesto que no pasó nada.
Le prometo a Miguelito que la buscaré cuando vaya a La Matandeta y se la traeré.
Miguelito sigue desgranando recuerdos de su vida grande  en un cuerpo pequeño. Cae la tarde, se encienden las luces de la terraza de La  Lola Café y el sol empieza a desaparecer por las estribaciones del Maestrat.


2 comentarios:

  1. Ja sabia jo que Miguelito seria tot un personatje. La vida es mil voltes millor que qualsevol ficcio.

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  2. Me encantan tus aventuras y las de tus personajes 🤩

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