miércoles, 15 de octubre de 2014

UNA FAMILIA NORMAL




                                                                                Todas las familias felices se parecen,
                                                                                las desgraciadas lo son cada una a su manera.
               
                                                                                        Anna Karenina, León Tolstoi



Tomar la decisión de convertir la granja de mi padre en un restaurante no nos llevó mucho tiempo, puesto que se trataba de una osadía. Hay mucha diferencia entre los valientes y los osados. Los primeros calculan sus fuerzas y el riesgo que asumen. Los osados se lanzan a la piscina sin siquiera comprobar primero si tendrá agua.
Sabíamos tanto de restaurantes como los esquimales de vender arena del desierto. Así que se fueron acumulando un montón de problemas no solo económicos, sino también familiares y emocionales.
Pero Rafa Gálvez y yo eramos personas adultas y mi padre se encontraba en tal situación que se hubiera cogido a un clavo ardiendo. La cuestión es que no íbamos solos, en la mochila traíamos una niña que cumplió siete años con el restaurante recién estrenado y que pasó de vivir en un piso de doscientos metros cuadrados, luminoso y cómodo en la plaza de Sedaví, a un cuarto, junto a la barra, con un sofá cama, un perchero y un pequeño televisor, porque se nos acabó el dinero y hasta dos años después no pudimos remodelar el pisito que ya tenía la granja. Una niña cuyos padres dejaron una vida cómoda y estable y le dieron un giro de ciento ochenta grados mirando hacia el abismo.
Sin embargo, los niños no viven las tragedias como nosotros. Construyen un castillo en el aire y se parapetan en él, se fortalecen hasta que llega la adolescencia y se viene todo el edificio abajo.
Muchos días, el abuelo, le decía Helena, a ver cuántas niñas de tu colegio tienen la suerte de poder mear por las mañanas debajo de una higuera.
La niña, aparentemente, disfrutó de la nueva situación. Ahora vivía en el campo, tenía perros,  gatos y mucho espacio para correr. Los festivos más señalados, como el día de Navidad, la sentábamos a comer con algunos clientes de confianza, para que ella también tuviera su fiesta familiar, mientras nosotros intentábamos aprender, sobre la marcha, el funcionamiento de un restaurante y como el nuestro  era pequeño...
Los domingos, después de trabajar, nos la llevábamos a cenar a La Piccoleta, una pizzería cerca de Obispo Amigó y esa era toda la fiesta del fin de semana que nos permitían las obligaciones. Los veranos, Aqualandia y su piscina eran su territorio natural. Amparo la sentaba a la mesa como una más de la familia.
Algunas tardes, al recogerla del colegio de El Saler, nos acercábamos hasta el Carrefour de Alfafar, entonces Continente, y comprabámos cosas que se nos habían olvidado: un paquete de sal, galletas, algún capricho para cenar. La compra grande del restaurante se hacía por las mañanas, pero siempre te dejas algo. Cogió la costumbre de decirnos, en esas visitas al comercio ¿vale que eramos una familia normal? Tanto se empeñaba en aquel juego que un día le preguntamos, pero Helena, ¿qué es para tí una familia normal?Aquella que cuando va al hipermercado compra poco, los domingos no trabaja y pasea al perro. Sin darse cuenta, nos había dado las claves de lo que en realidad pasaba por su cabecita y las carencias que estaba viviendo.
Tengo la certeza de que se crió demasiado sola y, como muy bien expresó en una ocasión nuestro amigo Joan Roig, el problema es que nuestros amigos fueron los suyos y esa, la falta de amigos en su adolescencia, es una carencia que siempre arrastró.






En las fotos que he escaneado aparece con el abuelo plantando chopos durante las obras del restaurante. El abuelo le enseñó muchas cosas: a cuidar de los animales, a aletargar las anguilas en una bolsa de plástico con colillas de puro, a hacer ajo aceite a mano y cuajarlo tanto que, al darle la vuelta al mortero, no se cayera; a aliñar olives xafaes. El abuelo era su cómplice. Decía la escritora Carmen Martín Gaite que la diferencia entre los padres y los abuelos estriba en que estos últimos tienen las respuestas a las preguntas que los primeros todavía se están formulando. Un psicólogo me contó una vez que los nietos son un regalo de los dioses a los padres por no haber matado a sus hijos. El abuelo fue, durante su adolescencia, su refugio y su paño de lágrimas, por eso cuando murió fue la que más lloró y todavía hoy lo sigue echando de menos. Y por eso ella también le hizo su mejor regalo: a su hijo lo llamó Manuel.
Cuando Rubén Ruiz vino a trabajar con nosotros y a vivir con ella, el abuelo lo cogió por banda y le anunció mira, estas dos están locas. Se pasarán la mañana discutiendo y a la hora de comer se sentarán juntas a la mesa. No te metas por medio.
El año que pasé en Francia como estudiante Erasmus conseguimos cortar el cordón umbilical entre las dos. Me dejé una niña y al regresar me encontré con una mujer.
Hoy es dieciséis de octubre y cumple treinta años. Sabe que las coordenadas de espacio y tiempo son ficticias  dentro de nuestra imaginación y por eso esperará que llegue su abuelo, alegre y risueño con un ramo de treinta capullos rojos. También espera una carta de su madre. Hace mucho tiempo que ya no se escriben, como cuando era niña y siempre se las estaban mandando entre las dos para resolver los enfados. Sí, pero esta vez, no fallará el recado. Su madre, en sus ratos libres, ejerce como prestidigitadora de las emociones y hace malabarismos con las palabras.
 Se siente rara, lleva todo el año así, revuelta consigo misma, como si lo viejo no acabara de morir y lo nuevo no acabara de nacer. Y el abuelo, a la hora de comer y celebrar su aniversario, le susurrará otra vez a Rubén  al oido... No les hagas caso, están locas...

martes, 23 de septiembre de 2014

UN ELEFANTE Y CUARENTA BOCADILLOS


Hay muchas personas interesadas en saber por qué la oscarizada actriz Gwyneth Paltrow vino a parar a La Matandeta para grabar junto al cocinero italo-americano Mario Batali el programa dedicado a Valencia y a la paella y cuánto dinero nos costó participar en la serie Spain in the road, again. Empecemos por lo último: nada, absolutamente nada, es más, pagaron la comida de cerca de treinta personas que es a lo que subía el número de componentes del rodaje.
Pero la historia no empezó el 5  de marzo de 2.008, día de la grabación, día que Rafa Gálvez y yo celebrábamos veinticinco años de matrimonio. Como todos los buenos relatos, la historia comenzó a fraguarse bastantes años antes y así sucedió...

Era octubre y Helena tenía diecinueve años. Con la edad, para no perder la memoria, me apoyo en las asociaciones. Era octubre porque el 24 es el cumpleaños de Rafa Gálvez y nosotros, él y yo, Rafa Pérez y Mari Carmen Domingo de El Pelegrí, de Chiva andábamos por Mallorca para asistir al concurso de sumilleres de España en el que se presentó Bruno Murciano por la asociación valenciana.
Y Helena sé que acababa de cumplir los diecinueve porque tenía recién estrenado el carnet de conducir y porque su cumpleaños también es en octubre.
En el paisaje mallorquín se percibían  los últimos coletazos del verano  y en la Marjal había terminado la siega del arroz, mientras  recorríamos la carretera de Palma a Manacor para celebrar en Algaida y en el restaurante Ca'l Dimoni, el aniversario de Rafa con ses sopes mallorquines, que en realidad no lo son porque son secas y sin caldo. Durante todo el tiempo sonó el móvil y tuvimos a Helena colgada del hilo inexistente de la comunicación.
- Mamá, aquí al lado, en una era, están grabando un anuncio publicitario, hay un montón de gente.
Ha venido uno de ellos a pedirnos que les preparemos unos cuarenta bocadillos.
La Matandeta estaba cerrada cuatro días por descanso. Es muy raro que cerremos nunca más de una semana de vacaciones, nos las apañamos como podemos para descansar, y mira por dónde, hasta con la puerta cerrada, pueden ocurrir cosas importantes en el edificio de tu vida.
- Pues los preparáis, ¿para quién es el anuncio?
- Para El Corte Inglés. Han traido un elefante y están simulando  el paisaje de la India.
- Pero si nosotros no vendemos bocadillos. ¿De qué los preparamos?
- Coge el coche y vete al horno de El Saler.¿ No tenéis patatas, cebollas, huevos, fiambre, embutido, aceite de oliva, tomates...? Pues hacéis bocadillos.
- ¿Y qué cobramos de cada bocadillo?

Entre Helena, mi padre, Anie y el jovencito Miguel sirvieron la comida al equipo del anuncio de rebajas para El Corte Inglés: bocadillos con jamón y su pan con tomatito, tortilla de patatas con un pelín de cebolla y esponjosa por dentro, de mortadela y salchichón, de blanco y negro con francesa. En la variedad estuvo el gusto de los artistas cocineros, unas papas, unas olivas chafadas, pebreres poco picantes, cacaos, botes de bebida, naranjas de postre  y café de termo. Y el catering estuvo listo y servido.
Charly Pinsky, productor ejecutivo del asunto, debió de quedar contento porque un par de años más tarde volvió a aparecer por La Matandeta con la intención de grabar la preparación de una paella a leña. Pero hacía mucho viento y se marchó a L' Alter de Picassent.
Un año después vino de nuevo a comer con un par de compañeros y ahí tuvo lugar nuestro primer diálogo:
- ¿De dónde eres?
- De Nueva York.
- Mira, como Woody Allen, pero tú eres más guapo y más simpático.

La cosa de esta historia tiene gracia, porque tres meses después de que Manuel llegara al mundo, volvimos a cerrar una semana de descanso. Rafa Gálvez partió de nuevo a una reunión de sumilleres esta vez a Málaga; Helena y Rubén, un corto viaje de enamorados a Granada y Manuel y yo nos quedamos montando guardia en La Matandeta, con libros, películas y biberones cada tres horas.
Y volvió a suceder...http://www.spainontheroadagain.com/vv_valencia.shtml.







https://sp.yimg.com/ib/th?id=HN.608024265389572247&pid=15.1&P=0

Volvió a suceder que con La Matandeta cerrada al público sonara el teléfono y me dijeran desde la Agencia Valenciana de Turismo que al día siguiente llegaría un productor americano para hablar con nosotros acerca de una grabación.
Y al día siguiente, llegó primero Rafa, que se puso un poco nervioso al ver que no acudía nadie a la cita y era nuestro último día de vacaciones, hacía sol y sería muy agradable comer en la playa de Pinedo y pasear a Manuel en su carrito.
Pero desde el otro lado del teléfono, un técnico de la Agencia insistía e insistía en que no nos moviéramos de allí, que los americanos llegarían y que aquello era muy importante para nosotros.
Con hora y media de retraso sobre la hora convenida, apareció un todo terreno del que bajaron un joven asturiano con barba, un japonés y ... el inefable Charly Pinsky, el neoyorquino como Woody Allen, pero más simpático. Solo les pudimos ofrecer unas cervezas y unas papas, pero él nos enseñó en su ordenador la serie que andaba grabando por toda España Spain in the road, again con  Paltrow y un cocinero que era a los Estados Unidos lo que Adriá a Europa.
Charly, que habla un perfecto castellano, nos contó que nos había elegido para grabar el capítulo de la paella porque siempre recordaba con agradecimiento el día que aquella jovencita morena le resolvió la papeleta al prepararle una improvisada comida para cuarenta personas.

El día de la grabación, como ya dije antes, fue un cinco de marzo, día ventoso donde los hubiera.
Recuerdo que vinieron algunos amigos nuestros a ver cómo trabajaban y sobre todo, a conocer de cerca a la bellísima Gwyneth Paltrow, pero no nos dejaron tomar fotos, cosas de la imagen de las estrellas.
También recuerdo que el técnico de la Agencia Valenciana de Turismo, Juantxo Llantada, me repetía entusiasmado, María Dolores, ¿eres consciente de que os van a ver ciento treinta millones de personas en todo el mundo? Ya será alguno menos, le contestaba yo, escéptica.
Lo bien cierto, es que desde que se empezó a emitir en cadenas de televisión, primero americanas, y después de cualquier parte del orbe, por La Matandeta no dejan de aparecer ciudadanos del cosmos que con patente de viajeros, preguntan dónde está Manuelo, el maestro zen de la paella, mi padre, que murió  justo un año después, el 22 de marzo, convencido de que en cuanto cerrara los ojos, desaparecería del mundo sin que lo recordaran y mira por dónde hasta la coreana Sunnie Wonsun Yang, llegó desde Seul preguntando por él, con una edición del libro de la serie, editado en coreano.
Dicen que la casualidad no existe, que siempre hay algo o alguien que la provocan. En esta ocasión fueron un elefante y cuarenta bocadillos.
Salve y que lo pasen muy bien. Yo, el domingo me voy a ver a Derek Moxon, mi casero inglés en Francia, Ya les cuento, un beso y feliz otoño.




http://youtu.be/AXeTp_LPKyE

jueves, 4 de septiembre de 2014

MULTAQA EN LA MATANDETA

Multaqa es un término árabe que hace referencia al encuentro amistoso en un espacio abierto. Es un término que ha utilizado la Unesco española para recordarnos lo mucho que supimos convivir durante varios siglos, en el espacio ibérico, las tres culturas. Y ha sido  también el pretexto a lo largo  de diez años, para reunir en un foro, que se celebra en el Real Monasterio de Santa María de la Valldigna, a personalidades integrantes de esas tres culturas. 
Con motivo de la Multaqa, José Manuel Gironés me llamó hace varios años y como el restaurante estaba cerrado, y a falta del número de mi móvil, recurrió hasta al Ayuntamiento de Alfafar, con tal de dar conmigo. Quería que Federico Mayor Zaragoza y su esposa, camino del aeropuerto de Manises, se comieran un paella en La Matandeta. Al sr. Mayor Zaragoza le debió de encantar el trato, el ambiente y la paella y desde entonces Gironés, que continúa colaborando para Unesco Valencia como director de actividades, no deja de llamar todos los años, sobre el mes de junio y acude a nuestra casa con participantes al encuentro de la Valldigna como Agustín Remesal, corresponsal de TVE en el extranjero, el futbolista Iniesta, Alberto Moncada, reputado sociólogo y presidente del Centro Unesco Valencia. O esta pasada convocatoria, con el aristócrata siciliano Emmanuele  F.M. Emmanuele, Barón de Culcasi y Marqués de Villabianca, un señor simpático y encantador, que no quiso probar la paella sino un contundente plato de jamón.
José Manuel Gironés es hiperactivo y sentimental, además de otras muchas cosas, como premio extraordinario fin de carrera de periodismo por la Universidad de Navarra, asesor en Moncloa con el gobierno de Adolfo Suárez en el ministerio de Asuntos Exteriores con J.P. Pérez Llorca, co-fundador de Historia 16, director del periódico Levante en la época del 23-F, doctor Honoris Causa por la Universidad F. Pessoa de Oporto y por la Complutense de Madrid y director del gabinete de prensa de la Generalitat Valenciana a finales de los ochenta en la época en que fue mi jefe, que al fin y al cabo, es lo que me interesa contar en esta entrada de final de verano.


José Manuel me encomendó la tarea de ayudarle, en lo que a la Generalitat correspondía, en el I Congreso sobre el Genoma Humano, que se realizó en el fenecido Hotel Sidi Saler, que contó con la presidencia del ínclito profesor Santiago Grisolía. Así fue como también me encontré con Rosalina Lasso de la Vega, esta esplendorosa señora que aparece en la foto y que con el tiempo se convirtió en la esposa de José Manuel. 
Aunque yo ya había trabajado en la organización de varios congresos, nunca antes había visto reunidos tantos premios Nobel como en  aquel. Hasta siete, con sus respectivas esposas, acudieron a Valencia a refrendar el proyecto, así como otras muchas personalidades y periodistas como Tom Burns, nieto del doctor Gregorio Marañón, con el que recuerdo una velada en la plaza del Negrito, derrochando agua de valencia y anécdotas acerca de su  célebre  abuelo. Un día en que la cosa parecía que iba a salirse de madre con tanta ilustrísima, a mí se me ocurrió decir que tenía ganas de llorar y que me quería morir. Recuerdo que Rosalina, un encanto de mujer, cogiéndome fuerte del brazo y sin perder la sonrisa,  me susurró: No, chica, tú no te mueres por esto.
Poco después a mi jefe Gironés se le ocurrió organizar el I Congreso de Periodismo Valenciano y, al mismo tiempo un Encuentro Internacional de Periodismo Iberoamericano. Teníamos que trasladarnos a veces a Pamplona para reunirnos con el decano de la Facultad de Periodismo, el coordinador de los cursos de dicha institución en  Iberoamérica y un tercero que ahora mismo no consigo recordar su cargo, no me pregunten nombres que ya no me acuerdo. 
Como a veces surgían problemas en Presidencia y el Molt Honorable de aquella época, como de todas, solía buscar la cabeza de turco en el responsable de prensa, José Manuel me enviaba a mí sola para que me las arreglara con los navarros y los eventos siguieran adelante: Y no te enfades si no te invitan a cenar, que todos son numerarios del Opus. Yo no me enfadaba y ellos, unos señores muy amables, sí que me invitaban a cenar y hasta me acercaban a la estación para tomar  el tren que de madrugada me llevaba a Madrid, donde por la mañana tenía otra entrevista concertada en el Ministerio de Exteriores con un antiguo colaborador de José Manuel, para hablarle de lo mismo. Por si yo no tenía bastante con tanto ajetreo, a mí se me ocurría quedar a comer con una antiguo  también, pero en este caso, novio mío y periodista de Televisión Española, que me llevaba al restaurante La Oficina, donde él daba fe de que yo continuaba devorando codillo con el mismo afán que cuando estábamos juntos, y yo certificaba que él seguía siendo el mismo gilipollas de siempre.
Recuerdo que en una ocasión, después de mis vacaciones, en las que por cierto, habíamos estado una semana en Brasil porque  Rafa Gálvez tuvo la feliz idea de  comprarle a un conocido una bañera de hidromasaje, que llevaba añadido un viaje para dos a la ciudad carioca (a las personas poco convencionales nos ocurren cosas inesperadas), llegué al despacho de la calle Caballeros todavía con el jet lag incorporado, cuando mi jefe Gironés me anunció que ya tenía el billete preparado para irme al día siguiente a Madrid, a primera hora de la mañana a reunirme con los navarros: 
- Y tú, ¿no vienes?
- No, hay marejada en la planta noble.
- Y, ¿dónde hago la reunión?
- Pues en el aeropuerto de Barajas, pides una sala.
- Y ¿si no me la dan?
- Te las apañas como puedas.
La reunión la hicimos en el hueco de una escalera, en el aeropuerto, donde encontramos una mesas y unos butacones. Yo muy puesta en mi papel de colaboradora del jefe de prensa de la Generalitat Valenciana ante aquellos señores que confiaban en mi eficacia y eficiencia.  Tenía veintisiete años y como ustedes podrán comprobar, siempre andaba metida en líos. Pero puedo asegurarles que José Manuel Gironés es una de las personas responsables de que yo haya tenido recursos en la vida, sí, eso que ahora está tan de moda, porque  no sólo de títulos académicos se nutre el curriculum de una persona, sino de enfrentar   situaciones y salir adelante.
Que José Manuel Gironés siga contando conmigo, al menos una vez al año, para traer a personas de todo el mundo, es un orgullo para mí y para esta casa.
Aquel congreso de periodismo se convirtió en una jornada en el Hotel Astoria en la que  ya no trabajé, pero asistí de igual manera.
 Al catedrático de Política Económica lo habían nombrado conseller y me propuso hacerme cargo de las relaciones con los medios de comunicación. Pero esa es otra historia.
Salve y feliz rentrée. A ver si poco, a poco, cogemos de nuevo el ritmo.

martes, 12 de agosto de 2014

VELA LATINA

Nos invitó Paco Baixauli Mena a navegar por la Albufera en una barca con vela latina. Era sábado y la jornada comenzó con un contundente almuerzo en un bar de Silla. Una mesa corrida para cuarenta personas y nosotros que compartimos hueco con Xavier el dueño de la barca. A las doce, ya estamos posicionados para salir, al final de la ensenada del puerto de Silla. Hace calor, es un sábado de verano y la luz se tamiza a través de la bruma y el lluern. Paco va señalándonos los parajes naturales donde ambientó los cuentos que aparecen en su última novela El llibre del tarquim: La mata de Sant Roc, la mateta, l'Antina, el Tancat de Zacarés, Paco va recordándonos el nombre de cada cuento y su ubicación: L'escala de Baldomera, El geni de Marieta, La neu d'Adrià, la Sanxa, Zaida i Qasim. En ellas, Paco Baixauli una vez revisiona historias de otras autores como Blasco Ibáñez, Washington Irving, y las contextualiza en las tierras del tarquim, otras inventa y crea más leyendas 


Le pregunto a Paco si este libro es un regalo que se ha hecho a sí mismo. Y creo que lo he pillado en un renuncio. Hijo de pescador, pescador él mismo en sus ratos libres, El llibre del tarquim, es también un tratado de pesca de la Albufera: Pescar a la morulla, la pesca de llisa a la pasta, la pesca de la anguila a la molinà, pescar a la fitora. Paco Baixauli ha vertido su sabiduría sobre el lago y su entorno en esta novela.


Aunque parezca mentira, y después de vivir tantos años en el Parque Natural de la Albufera, para Rafa Gálvez  y para mí es nuestro primer viaje en barca con vela latina, no digamos para Manuel que se durmió plácidamente durante más de una hora.


El sol pica de valent y Paco Baixauli me habla de su interés por la herejía de los cátaros y del castigo a través de Simón de Monfort, que se les infrigió hasta hacerlos desaparecer. Él no cree que en realidad existan personas ateas y hablamos de esto y de lo otro, y atravesamos matas y casi nos perdemos.

Hay que arriar las velas y atar los cabos y seguir navegando por el lago. Nunca me cansaré de repetirlo: Los valencianos no conocemos el parque natural de la Albufera. Creemos que con una visita al mirador del lago y una paella en El Palmar, está todo resuelto. Si quieren iniciarse en este mundo ancestral de hombres que cuidaron del medio natural que les dio casa y trabajo y que fueron ecologistas avant la lettre no se pierdan El llibre del tarquim y después vayan a conocer a su autor. Lo encontrarán casi todos los fines de semana en el puerto de Silla iniciando en su mundo a los neófitos.

domingo, 25 de mayo de 2014

EL ANILLO DE MOEBIUS

Me desperté a las tres de la madrugada, según mi horario francés, que a pesar del año transcurrido, todavía no he  conseguido cambiar. Problema tal vez de nostalgias.
Rafa Gálvez y Manuel dormían plácidamente en el sofá cama del salón. Era una noche de aventuras.
Lavabo, un poco de soja y mejor lo dejamos estar un par de horas más.
Apago la luz del flexo y ploff! me lo tiro encima del ojo izquierdo. Noto instantáneamente cómo me sale un chichón en el párpado. Sería inútil levantarme y aplicarme cubitos de hielo, la huella del desastre se ha hecho presente. Mejor sigo durmiendo ahora que he conseguido no perder el hilo de Ariadna. Por la mañana se lo enseño a Rafa Gálvez, y él me pregunta si es un orzuelo. No sabe nada de mi tragedia con el flexo, a horas intempestivas.
Nos despedimos. Tenemos empresas diferentes que llevar a cabo este domingo de final de mayo. Elecciones y comuniones. Exámenes y nieto.
Son las diez de la mañana y apenas puedo abrir el ojo. Rafa me aplicó un antiinflamatorio, pero el derrame ha ocupado su espacio natural. Me duele mucho la cabeza. Pero no tengo miedo. Si fuera una mujer sensata y prudente, debería marcharme a urgencias y que me lo miraran. Pudieran haber implicaciones cerebrales. Pero si voy a urgencias, dado las características del hematoma, de oficio entrará en funcionamiento el protocolo de lesiones por violencia de género. Y a mi marido le pueden buscar las cosquillas, un caballero de melena plateada, tan educado, tan serio.
Así, que no me debato entre mi dolor de cabeza en aumento y el honor de mi respetuoso marido.
Manuel tiene examen mañana. Tiene que saber para qué sirve un alcalde y sus concejales y por qué trabajan en el ayuntamiento.
Le digo que a los alcaldes y a sus ayudantes los elegimos en las urnas entre todos. Y que hoy tenemos elecciones para decidirlo. Como todavía no sabe qué es Europa, le simplifico la problemática y le digo que esta  tarde iremos a elegir alcalde y concejales con nuestro voto en las urnas.
Pero a decir verdad, que si voy a votar con mi cara deconstruida en un pueblo en el que nada es lo que parece, van a soltarse las malas lenguas, que nunca me importaron, acerca de la bonhomía de mi marido, cosa que siempre me importó. Y si no voy a votar por esta causa, parecerá que renuncio ante mí misma a un derecho que nos costó tanto alcanzar entre todos.
Pero si voy, parecerá que quiero seguir contribuyendo con un sistema en el que no creo.
A ver cómo me lo han vendido, ahora que se cargaron hasta los programas Erasmus, que hicieron más por la construcción de Europa, que siglos de teóricos.
¿Qué quieren, que siga creyendo en lo que ni tan siquiera creen ellos?
Pero si me quedo en casa, no habré participado en la transformación de la sociedad y del individuo en la que sí creo.
Si me quedo en casa, a qué explicarle a mi nieto, eso de los servicios públicos, de los alcaldes y su función social. Pero si salgo de casa esta tarde y voy a votar, todo el mundo mirará mi ojo amoratado y no pensará en mi historia, sino que cambiará la imagen que tienen de mi marido.
Me duele la cabeza y mi ojo cambia de color. Y pienso en el flexo. Y en el cuento de Cortázar. Y en Lacan. Y en el anillo de Moebius.