domingo, 25 de mayo de 2014

EL ANILLO DE MOEBIUS

Me desperté a las tres de la madrugada, según mi horario francés, que a pesar del año transcurrido, todavía no he  conseguido cambiar. Problema tal vez de nostalgias.
Rafa Gálvez y Manuel dormían plácidamente en el sofá cama del salón. Era una noche de aventuras.
Lavabo, un poco de soja y mejor lo dejamos estar un par de horas más.
Apago la luz del flexo y ploff! me lo tiro encima del ojo izquierdo. Noto instantáneamente cómo me sale un chichón en el párpado. Sería inútil levantarme y aplicarme cubitos de hielo, la huella del desastre se ha hecho presente. Mejor sigo durmiendo ahora que he conseguido no perder el hilo de Ariadna. Por la mañana se lo enseño a Rafa Gálvez, y él me pregunta si es un orzuelo. No sabe nada de mi tragedia con el flexo, a horas intempestivas.
Nos despedimos. Tenemos empresas diferentes que llevar a cabo este domingo de final de mayo. Elecciones y comuniones. Exámenes y nieto.
Son las diez de la mañana y apenas puedo abrir el ojo. Rafa me aplicó un antiinflamatorio, pero el derrame ha ocupado su espacio natural. Me duele mucho la cabeza. Pero no tengo miedo. Si fuera una mujer sensata y prudente, debería marcharme a urgencias y que me lo miraran. Pudieran haber implicaciones cerebrales. Pero si voy a urgencias, dado las características del hematoma, de oficio entrará en funcionamiento el protocolo de lesiones por violencia de género. Y a mi marido le pueden buscar las cosquillas, un caballero de melena plateada, tan educado, tan serio.
Así, que no me debato entre mi dolor de cabeza en aumento y el honor de mi respetuoso marido.
Manuel tiene examen mañana. Tiene que saber para qué sirve un alcalde y sus concejales y por qué trabajan en el ayuntamiento.
Le digo que a los alcaldes y a sus ayudantes los elegimos en las urnas entre todos. Y que hoy tenemos elecciones para decidirlo. Como todavía no sabe qué es Europa, le simplifico la problemática y le digo que esta  tarde iremos a elegir alcalde y concejales con nuestro voto en las urnas.
Pero a decir verdad, que si voy a votar con mi cara deconstruida en un pueblo en el que nada es lo que parece, van a soltarse las malas lenguas, que nunca me importaron, acerca de la bonhomía de mi marido, cosa que siempre me importó. Y si no voy a votar por esta causa, parecerá que renuncio ante mí misma a un derecho que nos costó tanto alcanzar entre todos.
Pero si voy, parecerá que quiero seguir contribuyendo con un sistema en el que no creo.
A ver cómo me lo han vendido, ahora que se cargaron hasta los programas Erasmus, que hicieron más por la construcción de Europa, que siglos de teóricos.
¿Qué quieren, que siga creyendo en lo que ni tan siquiera creen ellos?
Pero si me quedo en casa, no habré participado en la transformación de la sociedad y del individuo en la que sí creo.
Si me quedo en casa, a qué explicarle a mi nieto, eso de los servicios públicos, de los alcaldes y su función social. Pero si salgo de casa esta tarde y voy a votar, todo el mundo mirará mi ojo amoratado y no pensará en mi historia, sino que cambiará la imagen que tienen de mi marido.
Me duele la cabeza y mi ojo cambia de color. Y pienso en el flexo. Y en el cuento de Cortázar. Y en Lacan. Y en el anillo de Moebius.
 
 
 



 

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