jueves, 6 de diciembre de 2012

EL TREN DE LAS SIETE.

Domingo y es el cumpleaños de Manuel. Hace seis años, tal día como hoy, yo estaba en Marrakech, con Joan Roig . A estas horas, tomábamos  un té perfumado a la  hierbabuena y veíamos pasar la vida desde una terraza que daba a la plaza de Djemaa El Fna, sin que yo tuviera la mínima sospecha de donde me encontraria justo un ano después: En la habitacion de un hospital recibiendo en mis brazos el mejor regalo que me han hecho en la vida.
Cinco años después, la abuela de Manuel está en Francia y se ha perdido su fiesta medieval. El rey Arturo y sus amigos han jugado a las sillas y a los torneos.
Me espera una semana dura. Tengo que preparar una disertación de diez páginas para Fred Astaire, el tema que he elegido: Orson Welles et Citizen Kane: L'auteur et son chef-d'oeuvre. Tengo que redactar cinco comentarios lineales sobre  textos del medioevo francés, que tendré que exponer en un examen oral. No voy a estar para nada, ni para nadie. Pero antes de que me entre la desazón y la ansiedad, propia de esta época estudiantil, aquí les dejo, para que se entretengan, un cuento que escribí y publicó Diario 16 Comunidad Valenciana, el lunes 29 de julio de 1996. Creo que aquel día se vendieron tres ejemplares del periódico. Uno de ellos lo debió adquirir Vicente Torres, aunque por aquel entonces, todavía no nos conocíamos personalmente. Será por eso que me aprecia tanto. Que lo disfruten.



EL TREN DE LAS SIETE.

Para V.J.S. por la amistad de aquellos días.


A las diez y media de aquella mañana de lunes húmedo y aciago, Vicente Servet supo que todo el pescado lo tenía vendido, en expresión marinera de la calle de la Reina, donde había nacido. El universo estaba perdido. Todo, no. Su vida solamente. Así que sonrió con rutina a su secretaria, cerró tras de sí la puerta del despacho, se acercó a la ventana y entretuvo el tiempo unos segundos con el cambio de guardia de los soldados en Capitanía General. Después movido por un resorte inconsciente y mecánico, pulsó el botón del compacto, se acercó al espejo, que a modo de meridiano de Greenwich, partía de forma ecuánime la funcional estancia que durante tantos años lo había cobijado y buscó su mirada en el azogue. Se derrumbó sobre el sofá y sobre sus cincuenta y cinco años.

Siempre fue un niño noblote y tranquilo que se asió al salvavidas de la imaginación y los libros para cruzar la infancia. A los diecisiete años un grave problema hormonal esclavizó su cuerpo hasta el punto de darle una extraña apariencia de trolebús urbano. Diecisiete años y ciento cuarenta kilos de peso. El endocrino no atinaba con el diagnóstico y consolaba a su madre con la idea de que era una cuestión pasajera. Con los años, Vicente conseguirá controlar su metabolismo porque no hay razón física, ni química que expliquen esta obesidad..
Mientras tanto, ahí lo tenías a él: Incontenible en aquel púber continente. Si no fuera por las sesiones dobles del cine Astoria, se habría muerto de tristeza. Era la edad del pavo: Los chicos con las chicas y a Vicente lo utilizaban como diana en que estrellar toda su energía de gallitos.
Hasta el verano en que descubrió la Estación del Norte. El padre trabajaba en Renfe y se ocupaba 
de organizar el transporte de las mercancías. El factor Servet pensó que al chico le vendría bien el trajín de los paquetes y las carretillas. El hastío veraniego, sería mejor llevado con un poco de ejercicio que hiciera bajar al ensimismado Vicente de su columpio nebuloso.
Su buen conformar le ayudó a fabricar, paquete va, paquete viene, un mundo nuevo, lleno de presencias que parten y guiones viajeros. Una ciudad, dentro de la ciudad; gente que se mueve y nunca llega a ninguna parte; encuentros fugaces y eternos desencuentros; merodeadores a la búsqueda del azar. Además, era tan bonita la fachada de la estación, que varios momentos al día, la fantasía se le colgaba del cuerno de la fortuna o de los buenos deseos de viaje impresos en cerámica que surcaban la entrada, a modo de despedida.
A las seis y media de la tarde, el calor acumulado durante el día y el volumen propio de su cuerpo jugaban una mala pasada al muchacho que comenzaba a desfallecer. En esos casos, eludía el  malestar físico volviendo a las ensoñaciones como salvoconducto. El tren más concurrido de la tarde partía a las siete y era precisamente cuando Vicente se empeñaba a fondo. Su inagotable imaginación empezó a idear que en ese tren alegre y repleto de humanidad, viajaban sus actores favoritos. Estrellas rutilantes que en la penumbra del cine Astoria le habían ayudado a sobrellevar su propia mole, mucho más que el endocrino. 
A lo lejos divisaba a un enigmático James Dean con la mirada estrábica y extraviada, acercándose sin ganas al tren de las siete, mientras a duras penas sostenía un cigarrillo en la comisura del labio derecho. Gary Cooper aparecía  por la puerta de la derecha con un gran baúl que portaba en una carretilla un botones negrito salido directamente de Imitación a la vida, detrás venía Lana Turner, que no quería perderse el estrellato de esta versión de Douglas Sirk. El tímido y huidizo Monty subía al tren por el vagón 22. También estaban James Cagney, Richard Burton con su inseparable petaca de Bourbon, que de cuando en cuando ofrecía a un Humphrey Bogart, hablando entre dientes. Los hermanos Marx hacían de las suyas y convertían su compartimento en una nueva versión del camarote. 
En ese preciso instante en que los altavoces anunciaban la inminente partida del tren de las siete, justo en la ventanilla que tenía enfrente, aparecía ella. Con sus hermosos ojos violeta, una sonrisa comprensiva y un elegante vestido en satin, que ceñía su talle. Si esa Cleopatra surgió del Nilo y de los estudios de la 20Th Century Fox, ella se asomaba desde el compartimento del tren de las siete, bajaba el cristal y murmuraba unas palabras, que Vicente nunca llegó a descifrar, a la vez que con una mano le invitaba a subir. Cuántas tardes de aquel verano estuvo en un tris de seguirla, de comprar su propio billete hacia el viaje de la vida. Hasta entonces y hasta mucho tiempo después jamás sintió con tanta fuerza el peso de un deseo, que se convirtió en algo físico, palpante y lacerante. El único deseo de aquella adolescencia deforme e inevitable. 
Y por fin sucedió el milagro. En las Navidades de sus veinte años, su cuerpo comenzó a menguar y sintió la misma liberación que un preso al romper su condena. El estúpido endocrino no se había equivocado y el reloj biológico había arrancado  de forma acelerada y sin bajar el ritmo. A la vuelta del servicio militar, un atlético y apuesto Vicente Servet abrió las maletas en una pensión de Madrid, dispuesto a estudiar peritaje mercantil, en el mismo instante vital en que Said abría en la misma ciudad su equipaje emocional. Fue el único amor de su vida, un marroquí de piel aceituna que recalaba, tarde sí, tarde no, en los bares cercanos a la escuela.  Pero Said se esfumó como lo hicieron los años de estudio y de juventud. Se sucedieron otros amores, hombres y mujeres que ya marcaron un compás a destiempo. Recurrió al trabajo como tarea monótona para colmar la vida. Como aquel niño noblote y tranquilo que una vez fue, se convirtió en un vendedor de seguros paciente y trabajador. Y ascendió y ascendió... Y los años, poco a poco, se le fueron burlando.
El viernes se lo había anunciado la secretaria: El señor Harry estará aquí el lunes a primera hora, quiere verlo y no volverá a llamar.
El señor Harry director para Europa de Spencer & Spencer, primera multinacional de seguros para vehículos abrió lentamente la puerta del lunes, a la vez que lo hacía de la sala de juntas. Su español había mejorado notoriamente desde la última reunión que habían mantenido. Servet estamos muy contentos con su trabajo, tanto que hemos decidido gratificarle adelantando su jubilación, junto con un extraordinario plan de pensiones. Emolumentos, incentivos, reconocimiento. Eufemismos. Gente joven,  nuevos planes de marketing , cachorros agresivos, estrategia de empresa.
En ese momento de la mañana del lunes, derrumbado sobre el sofá y sobre su vida, el deseo reapareció, físico y vivo, como si no hubiera transcurrido el tiempo hasta entonces. Lleno de rabia e impotencia, como hacía años que no sentía, le escupio a la cara delante del espejo, con un dolor asfixiante repleto del sabor del tiempo perdido. Sin perdonarse, se preguntó por qué cojones no se subió aquella tarde, cualquier tarde del verano y de la juventud perdida al tren de las siete.

13 comentarios:

  1. Muchos hubieran querido coger el tren de las siete, muchos otros subieron y otros esperamos, a que llegara el momento de coger el tren de las 7 ,01, ese minuto marca la diferencia de oportunidades.
    Mi tren, el tren de las 7, me subiré en el sin saber que rumbo lleva, pero con la seguridad de ir con la mujer mas valiente y encantadora que he conocido.
    Juntos en el tren de las 7 y el mundo por destino.
    Hace cinco años también a mi me hicieron un gran regalo.

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  2. Citizen Kane, eh erasmus?
    Espere que en el teu treball no t'oblides de Herman J. Mankiewicz que va ajudar prou a l´auteur Orson...
    (entre sabudets cal ajudar-se)

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    1. Si el germà plus année de Josep, qui arruinà a la Century Fox amb Cleopatra, pero li ho perdonem tot per haver dirigit La comtesse sans chaussures.
      Herman creà amb Orson el guio pero no aparegué mai en els tituls de crèdit perquè en el contracte de Welles amb la RKO, dia que este escriuria, dirigiria i actuaria, segons conta Barbara Leaming en la seua extraordinaria biografia sobre Welles.
      Per a sabuda jo!

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  3. Même si tu profites du temps, erasmus-L.
    Moi j´aurai choisi "All about Eve"...

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  4. Es un texto atemporal, de plena vigencia también ahora, sin duda. Y bueno, eso de la desazón y todo ese blablabla es la hoja de ruta del estudiante, en cualquier país, en cualquier disciplina y a cualquier edad así que, bienvenidos sean esos sentimientos, que seguro que al final, hay recompensa.

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    1. Hola Armario:
      Encantada de saber de tí. Yo te he conocido a través de Helena, mi hija. Me encantan tus entradas, aunque tengamos estilos tan diferentes. Al fin y al cabo, a ambos nos mueve el mismo estímulo: las palabras y el afán de comunicar.
      Espero poderte conocer personalmente la próxima vez que vaya a Valencia.

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  5. "Imitación a la vida"... uf! Com plore cada vegada que la veig! És un senyor peliculón. Jo també sé de tu per Helena, i t'admire profundament. Quina mare i quina filla... Je vous donne més félititations!

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    1. Xus, eixa pelicula forma part del nostre patrimoni emocional. La primera vegada que la vaig vore,deuria de tindre nou anys, va ser amb ma mare i a la televisio en blanc i negre. Encara m,en recorde del nuc a la gola i els plors durant l'escèna de l'enterrament.
      Espère poder coneixer't el proper viatge a València, Helena propiciarà l'encontre. Bonne semaine.

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  6. Yo tendré algún día que subir al tren de las 7 pm????

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  7. Me ha encantado, como siempre. Un 😘

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  8. Me alegro porque la obesidad se ve que es muy jodida.

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