martes, 6 de agosto de 2013

LECHE CON COLA CAO

Uno de los placeres de haber vuelto a casa, fue volver a recoger a mi nieto al colegio. El niño presume de abuela, que se marchó a hacer la Francia y a mí se me cae la baba de verlo salir con la sonrisa en la boca. He pasado a saludar a su profesora. Una mujer encantadora a la que se le nota que disfruta con su trabajo. Me invita a sentarme en una de las sillitas de sus jóvenes alumnos y envía a Manuel a la clase de al lado. Ya sabes que cuando hablo con los papás, las aias y los abuelos, vosotros nunca estáis delante.
La maestra de Manuel empieza por enumerarme los muchos progresos que ha hecho el niño desde el punto de vista de los conocimientos: A pesar de ser el más pequeño de la clase, puesto que nació el 2 de diciembre y tiene compañeros que lo hicieron en el mes de enero y a los que les saca prácticamente un año de diferencia, el niño ha aprendido a leer y escribir correctamente, es trabajador y le gusta aprender y adquirir nuevos conocimientos,
Pero... el niño se comporta emocionalmente como si tuviera tres años:  Le entran rabietas, constantemente quiere llamar la atención, se enfada y se pelea, siempre quiere estar jugando. En definitiva, el niño no sabe qué hacer con sus emociones. Mientras la señorita de Manuel habla y habla sobre el comportamiento que tiene mi nieto con sus emociones, yo llego a la conclusión de que no sé si me está hablando de mi hija, o de mí misma. Porque a pesar de mis cincuenta y dos años, yo nunca sé que hacer con mis emociones. La única forma que tengo de neutralizarlas consiste en escribir sobre ellas.
La maestra de Manuel me deja muy preocupada y decido convertir al niño adorado que tengo por nieto, en un sujeto digno de estudio psicopedagógico.
Rafa Gálvez, tras escuchar mis elucubraciones me pregunta si no tengo nada más interesante en la vida con qué calentarme la cabeza. Y yo le digo que sí, con la crisis, pero ya estoy harta de ella.
Me voy a comer con mi amiga, la periodista Maite Comins, que además de estar exultante porque está trabajando en la promoción mensual  de los Parques Naturales de la Comunidad Valenciana, me cuenta que colabora con un amigo que ha patentado  un programa informático sobre la detección precoz del fracaso escolar. Me entran ganas de decirle que se lo aplique directamente a mi nieto, a ver si algún día será catedrático en paro o ingeniero a la fuga de este país. Pero como decidí volver muy moderada a mi país, sólo me intereso en saber cómo funciona el estudio. Se trata de una serie de tests que deben responder los padres, y los maestros si quieren. Se hacen preguntas de  si el niño, entre dos y quince años, ha padecido otitis o pesadillas. Si pronuncia bien todas las palabras. Toda mi vida he padecido de pesadillas y siempre saqué muchas matrículas. Mi nieto dice Mardit y pierda. Pero pronuncia correctamente Tríodos y Drag Queen.
Vienen a comer Nieves y Alfonso, un matrimonio interesante y encantador. Sus dos hijos, investigadores, se han tenido que marchar a Alemania para poder trabajar. Le cuento a  Nieves, maesra de francés jubilada, las elucubraciones que me consumen y me inquietan. Ella me consuela diciéndome que en estos momentos en la enseñanza  hay protocolos para todo;  A partir de tal edad, ya no pueden dormir en la cama de los padres, tienen que vestirse solos, comer en su plato, hacer sus deberes solos.
La inteligencia emocional de Daniel Goleman llegó a los escuelas españolas.
Yo sigo con mis inquietudes, ya sé que no soy una madre, sino una abuela que pretende documentarse. Llega mi amigo Joan Ribera, padre soltero, su hijo, Santi y Manuel se llevan apenas días de vida. Le cuento mis zozobras, a ver si voy a tener un nieto ... Entonces Joan me suelta el siguiente relato: Él trabaja a turnos, es padre soltero, además está en cuarto de Lenguas Modernas y se ha sacado un grado de formación profesional por si se lo exigen en el trabajo... Por no hablar de los problemas de salud de su padre. Un día que volvía de una guardia de veinticuatro horas, lo citó la señorita de su hijo: El niño dice que no duerme solo, sino en tu cama, que todavía se toma la leche de la mañana en biberón, que.... Qué quieres que tu hijo no sepa resolver solo sus emociones y el día de mañana no llegue a Universidad.
Joan no entendía nada, de lo que le estaban diciendo. Se levanta a las siete de la mañana y en una hora tiene que tener resueltos un montón de problemas: Hacer sus necesidades fisiológicas y que las haga el niño, arreglar la casa, darle el desayuno y salir pitando, cada uno a sus quehaceres.
Joan coge a Santi y le dice: ¿Cuándo la señorita te pregunte en qué cama duermes, qué tienes que responder? En la mía.
¿Y cuando quiera saber dónde te tomas la leche con Cola Cao, qué le dirás? En un vaso de cristal.
Muy bien, hijo mío, asunto resuelto.



2 comentarios:

  1. La solución más sencilla a este tipo de problemas "emocionales" infantiles es obviar las mandangas académicas y hacer caso de nuestro instinto. Creo que ninguno de los que hemos tenido hijos los hemos tenido con manual o asesoramiento contínuo y, más o menos, nos han salido todos bien (o menos mal, que también es importante). Las nuevas modas sobre la educación consiguen en ocasiones sacar de quicio al más pintado a la hora de plantearse todos los posibles problemas que van a tener los niños dentro de """"x"""" años (aún recuerdo comentarios sobre los problemas digestivos del "meloman" que seguro que le impedía conseguir hacer carrera y mira "ande está") Hay que darle menos vueltas a ciertas cosas, ir saliendo del paso con soluciones sencillas, caseras, familiares y darse cuenta de que cada edad es cada edad, todos los niños no son iguales (ni todas las madres ni todas las abuelas ni, por supuesto, todas las maestras) y cada uno evoluciona como le toca evolucionar así que con paciencia y una caña, cariño, buenos alimentos (eso en esa casa está más que garantizado) todos llegaremos a nuestro destino.

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  2. Los niños tienen que dormir solos cuando están preparados, no cuando diga ningún manual. Si no pueden, pasa algo que no se arregla forzando y obligando. Se llama infancia y es diferente de la vida adulta. Por desgracia, desaparece con el tiempo.

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