sábado, 3 de agosto de 2013

LA BODA DE MARÍA

Me hubiera encantado acabar  el mes de junio en la Provenza. Ahora que había dejado de llover, terminado las clases, conseguido buenas notas y había tanta gente que me invitaba a su casa.
A pesar de las muchas veces que he estado en la Provenza, antes y ahora, nunca he visto los campos de lavanda florecidos. Eso acontece a mediados del mes de julio.
Pero teníamos una cita ineludible: el 6 de julio, María, la hija de mi amiga del alma, celebraba su boda en nuestro restaurante, La Matandeta. A María la vimos, por primera vez, una víspera de Navidad, solo tenía un día de vida. Fue un hermoso regalo, rubia y de ojos azules, para sus padres. Su madre y yo nos habíamos conocido con siete años en las puertas del Colegio Sedaví.
Aprovechando que la ocasión la pintan calva, y que el novio de María, Alberto, es escayolista le propusimos que nos arreglara el techo del comedor amarillo, un tanto maltrecho después del terremoto de hace un año cuyo epicentro se situó en Lugar Nuevo de la Corona.
Alberto tiene inscrita en la mirada su condición de buena persona, vino el sábado 22 con su primo José y el andamio prestado del vecino Juan Alberto, agricultor y padrino de pila de la novia.
Pero se nos ocurrió entonar la canción Y ya que estamos....
Y ya que estamos.... Picaremos la humedad de las paredes, las rellenaremos de megafino y volveremos a pintar el comedor de la entrada.
Y ya que estamos... Pintaremos la terraza de un azul Santorini y mediterráneo que hará más juego con los manteles provenzales que nos trajimos.
Y ya que estamos... Pintaremos las paredes del pasillo de la parra que da al parking.
Y ya que estamos... Construiremos nuevas jardineras.
Y  ya que estamos... Cambiaremos los cuadros, los muebles y las mesas de lugar, le daremos otro aire al conjunto.
Y ya que estamos... La cara de la novia era todo un poema. Dos semanas para darle la vuelta a la mitad de nuestra historia. La más tranquila, su madre. Sabía que esta prueba era  imposible que nos la suspendieran. Es más, le envié recado de que íbamos a por matrícula de honor, directamente y sin competencia.
Aquí se ha implicado emocionalmente todo el mundo. Inma, tía de la novia se ocupará de la decoración de las mesas, el arroz será el protagonista. La novia es hija y nieta de arroceros. El primer día que nos vemos, Inma me presenta a su novio, Diego, que lo primero que se le ocurre decirme es que las becas Erasmus no sirven absolutamente para nada, mejor que las suprimieran. Pero yo no he vuelto beligerante. La que marchó de aquí hace un año y yo, aún siendo las mismas, hemos cambiado y nos cuesta reconocernos. No tengo ganas de discutir con nadie, solo de observar, sin que se den cuenta de que lo hago.
Ha pasado ya una semana. El comedor amarillo está arreglado. Hemos quitado cosas, aligerado el ambiente, dado tranquilidad y desahogo, así nos los hacen ver los primeros clientes que aprecian el cambio.
La segunda semana, seguimos por fuera, contra reloj. Rubén, tú a la cocina. El protagonismo será de los novios y tuyo. Y de Helena, por supuesto, que lleva al límite su creatividad.
Víspera de la boda. Las nueve de la noche y rellenando jardineras con la ayuda del padrino Juan Alberto.
Al Mou, que hace quince días que lo tenemos de albañil y pintor, mañana le toca cubrir la guardia junto a los fogones. Nos gusta la gente con recursos.
No sé qué pasó en la iglesia de Sedaví. El cura, un ataque de celos. Los Melomans que se pierden y no saben dónde ubicarse.
La sonrisa de la madre de María y mis nervios podrán con todo.
Plato estrella, después de tan largo aperitivo y de una ensalada de mariscos, crustáceos y arroz aromatizado con cítricos, pierna de cabrito asada con salvia, patata gratinada y brunoisse de verduras. El secreto culinario: Asar al horno, después de salpimentar la pierna, digo asar al horno con agua, salvia y ajo. Un chorrito de soja imprescindible. ¿Qué tienen que ver el ajo y la soja? ¿El Mediterráneo y el Lejano Oriente? No lo sé, pero el resultado les sorprenderá.
Son las seis y media de la noche. No, de la madrugada. No, de la mañana. Todo el mundo se ha marchado. Aquí, despiertas solo quedamos Helena y yo.
Mi hija ha caido en la cuenta de que la familia de Mari Carmen Minguet está muy unida y son como una piña. Yo lo he sabido siempre. ¿Y eso cómo se consigue, mamá? Hija, hacen falta generaciones para ello.
Mi amiga del alma me hizo el mejor regalo, aunque sé que no el único, que me podía hacer: Celebrar la boda de su hija en nuestra casa, La Matandeta y confiar en nosotros.























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