viernes, 22 de marzo de 2013

LA VIDA ES UN VIDE GRENIER

Una de las aficiones favoritas de los franceses de esta parte del país, junto con les boules o petanca, el pastís del apéro, el pique-nique y la randonnée, son los vide grenier. En cuanto llega el buen tiempo, empiezan a anunciarlos por todas partes, incluidos los periódicos.
Para que se hagan una idea, vide grenier podríamos traducirlo por vacía desván y consiste en que convocan en un lugar, un día y a una hora a la gente que quiere desprenderse de  ropa usada, juguetes de los niños cuando eran más pequeños, libros leidos y releidos que ya no caben en casa, las colecciones que tanto costaron de reunir y que ya no hay dios que sepa dónde meterlas, la vajilla de duralex de la abuela, rayada de tanto darle al estropajo, cualquier cacharro, que ya no hace falta ni en nuestra vida, ni en la cambra.
La primera vez que ví un vide grenier fue en la película Memorias de África. Basada en la novela autobiográfica de la escritora danesa Isak Denisen, nos cuenta la historia  de Karen Blixen que a comienzos del siglo XX decide casarse con su primo lejano el Barón Blixen-Finecke e irse a vivir a  Kenia, entonces colonia británica, para dirigir una plantación de café.
El matrimonio de conveniencia se viene abajo, pero la baronesa se siente feliz porque descubre aquel lugar y su gente a la vez que a Denys Finch Hatton, cazador profesional con quien recobra la alegría  y la certeza de que los mejores amores son imposibles de vivir.
Un incendio destruye la cosecha del café y Karen se arruina y decide volver a Europa a la zaga de la Primera Guerra Mundial. Bueno, pues antes de partir organiza en el jardín de su finca un vide grenier con todo su ajuar, al que están invitados a asistir y a comprar todos los integrantes de la colonia. Allí lucen las vajillas, cristalerías, los objetos y los muebles que decoraron y ambientaron la vida de la baronesa durante su estancia en Kenia y que ya no volverán con ella a Europa, dejando atrás una etapa ya vivida.Una forma inteligente de desprenderse del pasado. Los viajes vitales hay que emprenderlos ligeros de equipaje.

En octubre pasado, la Mairie de Aix organizó el tradicional vide grenier de otoño y hubo muchas protestas de los vecinos porque en esta convocatoria el poder municipal solo permitió la instalación  de doscientos veinte  puestos de venta. El año anterior fueron trescientos cincuenta los vecinos y amigos que salieron a vender sus utensilios y colapsaron gran parte de la ciudad.
El ambiente del vide grenier era el de una auténtica fiesta. Adolescentes que habían sacado del baúl de los juguetes perdidos sus disfraces de Astérik o de legionario romano, así como los cuentos en los que aprendieron a descifrar su primer mundo mágico; señoras con las pieles gastadas o los abrigos de marca que les quedaron pequeños.
Andando por el Cours Sextius encontramos una pajarera de las Mil y una noches que siempre tuve ganas de tener. Intenté traérmela en el último viaje a Tunicia en la cabina del avión, pero desistí del empeño, convencida de que mi marido hubiera sido capaz de pedir el divorcio exprés..
Y mira por dónde, la pajarera intacta y al módico precio de diez euros, me estaba esperando en la Provenza.
Ahora cuelga, bonita y sosegada en el porche de entrada de La Matandeta.

Para las mujeres que nos encanta vestir de una manera atemporal, a lo Annie Hall, los vide grenier y las tiendas vintage de Francia son un auténtico paraiso. Me cuentan mis amigas que en Valencia han empezado a abrir algunas. Esa será alguna de las cosas buenas que trajo la crisis: aprender a reutilizar sin complejos.
En España hay mucha gente que no sabe què significa la palabra vintage, aunque la hayan oido. Les pondré un ejemplo.
Cuando Penélope Cruz recibió el Oscar le preguntaron de qué diseñador era el modelo que llevaba y ella contó que se trataba de un vintage que había visto en una tienda de Los Angeles nada más llegar para emprender su aventura americana. En aquel entonces no se lo podía permitir y no se lo compró.
Pasados los años y bastantes películas, la actriz se supo nominada para los Oscar y se acordó de aquel precioso vintage, así que se dirigió a la tienda y sí allí estaba esperándola, inasequible al tiempo y a otras tentaciones.


Yo tengo una historia peculiar con un vintage que paso a relatarles, si les quedan unos momentos para seguir leyendo...
Sucedió que hace dos veranos pasé cinco semanas en Paris. El primer domingo de mi estancia me acerqué hasta Saint Ouen donde los fines de semana se celebra el Marché-aux-Puces y en una de las galerías que lo conforman, ví a la entrada de una tienda una Burberry amarilla. Soy una fanática de las gabardinas y aunque en  Valencia el clima no es muy proclive a ellas, tengo varias.
A medida que me acercaba, me percaté de que ella también se había fijado en mí, puesto que empezó a guiñarme un ojal. Le levanté las mangas para comprobar el estado de los dobladillos y la gabardina comenzó a susurrarme su historia.
Había llegado a Paris diez años antes en el baúl Louis Vuitton de una cantante de rock londinense y se habían hospedado en el Ritz de la Place Vendôme. A su vez la cantante, cuyo éxito llegó hasta nuestro país, más por sus excentricidades que por su melódica voz, la había adquirido en un charity de Picadilly circus, donde la anterior propietaria, otra  cantante, preciosa, rubia de ojos azules, que se hizo muy famosa durante los años sesenta con aquella canción, Downtown, la depositó después de usarla durante años y habérsela regalado su mejor amiga, actriz a su vez, quien la compró al atrezzo de la película El rolls royce amarillo, donde esta actriz, que acabaría muchos años después recibiendo un oscar de Hollywood por una pelicula ambientada en Florencia poco antes de la  segunda guerra, titulada Te con Mussolini; la llevaba puesta mientras Roger Moore le hacía el amor dentro del susodicho rolls.
Así que se trataba de una espléndida gabardina inglesa con historia, mucha historia detrás, que la convertía a mis ojos en un prenda de vestir valiosísima, a pesar del roto que tenía a la altura de la cintura y de que le faltaba la hebilla del cinturón.
Pedían cien euros por ella, pero la gabardina me chivó que le había oido  decir a la dueña  que ya estaba harta de tenerla y con tal de quitársela de encima, lo que le dieran. No le gustaba el color amarillo, que asociaba a los crisantemos que llevaba todos los meses a la tumba de su último marido.
Le prometí a la gabardina que si el último domingo de mi estancia en París, todavía seguía allí en venta, haría lo imposible para que se viniera conmigo a Valencia. Así quedamos, aunque al despedirme le noté los ojales húmedos y las solapas abatidas, quizás presagiando que nunca vería la lluvia mediterránea.
Cuatro domingos después, mi compañero universitario y sin embargo amigo, José Vázquez y yo nos acercamos hasta Saint-Ouen. Le había contado la historia de la gabardina amarilla y este con su visión práctica de la vida me dijo que nada de sensiblerías. Si la gabardina me sentaba bien, a por ella. Pero si no, a otra ingenua con esa nouvelle. Cuando llegamos, la dueña de la tienda fumaba apoyada en la entrada  A su lado, el maniquí con la vieja gabardina. La dueña era rubia y desgarbada. No sonreía ni ante la posibilidad de una venta.
Me la probé y José dio su  placet. Empezamos a marchander con la dependienta, quien no hacía más que valorar y sobrevalorar la prenda, aunque yo sabía que en realidad estaba ansiosa por deshacerse de ella. La conseguimos por la mitad de su precio: cincuenta euros, una auténtica gabardina Burberry inglesa que rezumaba historia.
Qué felices íbamos a ser juntas, mi gabardina y yo, en cuanto llegaran el otoño y la gota fría a Valencia. La utilizaría solo para las ocasiones especiales: un examen de literatura en la facultad, una cena con un antiguo amor para recordar tiempos pasados, el día de mi cumpleaños, para asistir a una conferencia del escritor Enrique Vila-Matas, si es que venía a  Valencia.
Al llegar a mi casa y deshacer el equipaje, lo primero que hice fue llevarla a la tintorería del Carrefour de Alfafar, donde somos clientes desde hace muchos años.
La empleada, que no destaca precisamente por sus luces, al comprobar el estado de mi gabardina amarilla inglesa, esgrimió una mueca sarcástica en la comisura del labio izquierdo y me espetó:Qué mal estáis  en casa,  ¿verdad? Hasta tienes que ponerte la ropa que ya llevaron otras.

Sans commentaires, mes cheries, sans commentaires. Para algunas la vida es así de ramplona.

7 comentarios:

  1. Me encanta tu relato!!!graciass!!!

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  2. A pesar de la certeza, siempre incorregible: buscando los mejores amores imposibles de vivir.

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  3. Les gabardines com els amors són de "Quita y pon" per a algunes persones, i arroseguen històries i sentiments, el problema és qui els llueix en cada moment, què pot aprofitar de la seua Història i què li afegirà per la seua PART.

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  4. M'ha agrada't molt. ....ho fas arribar. Enhorabona

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  5. Esa gabardina la llevo Petula Clark ..?? Aún así me has dejado intrigado con quién era la otra cantante londinense.

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  6. La gabardina amarilla la llevó Petula Clark. La otra cantnte fue Sandy Show.

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