viernes, 8 de marzo de 2013

EN EL TREN

La viajera ha salido antes del amanecer de la casa en la que habita con el viejo ingeniero inglés.
No hay nadie en l'arrêt de l'autobus. Los bordes de la papelera rezuman escarcha. Hace mucho frío, ese frío que siempre le recuerda los polos de colores en el congelador. ¿Por qué? No lo sabe pero es así.
En la estación de Aix, apenas dos personas, entre ellas una  joven rubia con cara de querer estrenar las vacaciones universitarias del mes de febrero. Hay que composter el billete o tendremos problemas con el  revisor.
Apenas cinco minutos para cambiar de tren en Marsella y partir hacia Montpellier. Ahora sí, la viajera adquiere su condición como tal y se complace con la elección del medio de viaje. Tiene que volver a su ciudad de origen por unos días, firmar papeles, abrazar a la familia, unos pocos amigos, antes de volver a su paréntesis. Pero estos viajes le producen confusión. ¿Dónde se encuentra el paréntesis? ¿Aquí en Francia, donde ya lleva seis meses instalada?.¿O en su propio paisaje, donde pasó apenas tres semanas durante todo ese tiempo ? La  viajera sabe que va a tener mucho tiempo para cavilar y sobre todo ejercitar su capacidad de observación. Es por eso que ha elegido el tren para desplazarse. La otra alternativa, viajar en avión hasta Madrid, llegar a las once de la noche y buscar transporte a Valencia, no la seducía  nada. Además en el tren puede hacer la descompresión. Es decir, tomar conciencia lentamente del cambio de paisaje, de lengua, de cultura, de costumbres. Habituarse a su otra vida, ¿otra vida?, ¿cuántas vidas en una misma?




Los asientos están numerados, la empleada de la SNCF de Aix tuvo el detalle de ponerle siempre asiento de fenêtre en vagón de non fumeur, en Francia todavía se puede elegir, en los cinco trenes que tendrá que tomar a lo largo del día. De Marsella a Montpellier, comparte asiento con Marielle Ferrandez, cerca de la cuarentena. Viaja todos los fines de semana para encontrarse con su compagnon, un sexagenario viudo que conoció por casualidad, a través de unos conocidos comunes, en la galería comercial del Carrefour de Marsella. Está contenta y sonríe cada vez que habla. Trabaja de recepcionista en el Hotel Ibis de la Place Castellane de Marsella, justo donde la viajera tomó el autobús la semana anterior para ir a Cassis con sus amigos adolescentes.
Marielle lee el Hola en su versión inglesa. Vivió durante diez años en Londres y domina la lengua. Hablan de trivialidades hasta que surge la pregunta, una pregunta que jamás hacen los hombres: ¿Cómo conoció a su marido? Los tíos de Marielle viven en El Campello, sus abuelos eran españoles, aunque ella nunca estuvo alli. Piensa que su apellido, Ferrandez, es causa de un error, una confusiòn de algún empleado del registro. Yo nunca lo había oido.

En Montpellier, cuna del rey Jaume I, la viajera solo estuvo de paso. Ahora tiene cuarenta minutos de espera hasta el próximo tren. Así que decide salir de la estación, sentarse justo en frente, en la Brasserie de la Gare y tomarse una noissette. Hace mucho frío, pero elige la terraza. Entonces comienza el espectáculo. Ve pasar, apenas dos metros delante de ella, un tranvía silencioso, multicolor, decorado. No será el único, la plaza es atravesada constantemente por tranvías hermosos, como cuadros andantes de una pinacoteca exterior. Se lo hace notar al garçon y éste sonrie, Oui, madame, c'est très joli, c'est comme ça.


Ahora, en su trayecto hacia Figueras, la viajera comparte asiento con un hombre árabe, alto y fuerte que viaja desde Paris hasta Perpignan. Lleva una pequeña bolsa deportiva, de las que se pusieron de moda cuando las olimpiadas de München. Él hombre no habla, dormita y solo mira al frente. Así que la viajera se pone a imaginar que debe vivir en los arrabales de la ciudad Luz, en Saint Ouen o quizás Saint Denis, que trabaja en una fábrica y un fin de semana al mes viene a visitar a su hermana y a su prole.
Como no hay conversación y el paisaje se ha vuelto monótono, la viajera decide leer.




Una de las cosas buenas que trajo el segundo semestre en la Facultad fue la asignatura de Litterature comparée: L'Europe centrale à partir des années 70.
He conocido el concepto de Mitteleuropa, algo nuevo para mí y descubierto autores de la talla de Milos Dor, Danilo Kis, Imre Kertesz., pero sobre todo, Bohumil Hrabal. Los cinéfilos españoles quizás lo recuerden por "Yo serví al Rey de Inglaterra" o por "Trenes rigurosamente vigilados" o "Una soledad demasiado ruidosa", con Phillippe Noiret en el papel de M. Hanta. En todo caso, unas lecturas muy recomendables y un escritor, maestro de la metáfora para denunciar el totalitarismo, cuyos escritos, como los de Kafka, no pierden vigencia.
Pero de pronto, y sin previo aviso, aparece el mar, atravesamos Sète, y bordeamos L'Étang de Thau. Entonces la viajera se pierde en sus ensoñaciones y se recuerda en Bouzigues, hasta siente el sabor metálico y salobre de las ostras en la boca, como si de una madalena mojada en té se tratara.


En Figueras, ya del otro lado de la frontera, el cielo y el idioma han cambiado. Lo primero es gris, lo segundo, familiar. Sólo cinco minutos de tren a tren, así que anuncian la vía por los altavoces, no vaya a haber algún despiste. Tres amigas viajan a su lado. Todas leen en su e-book y la viajera ávida de conversación y de curiosidad, pregunta por las ventajas del nuevo invento. Es práctico, no pesa, tiene diferentes tamaños de letra, se puede subrayar y una pequeña lamparita incorporada para leer por las noches sin molestar a nadie. Pero yo adoro el libro como objeto, como un compañero que al abrirlo habla, rie, llora, que no es aséptico, ni higiénico, que se ensucia y sobre todo, que envejece conmigo.
La estación de En Sants, de Barcelona, es toda una algarabía, un bullicio por estrenar. Lo primero, localizar el tren para Valencia, lo segundo comer algo. Faltan cuarenta minutos para la salida.
En la primera cafetería, la viajera demanda si puede pagar con tarjeta, la empleada, cuyo origen ecuatoriano adivina sin ninguna dificultad, le responde que no.
Así que sale, está mareada y en la confusión se da cuenta de que no lleva su bolso. Sí la maleta morada, si la bolsa con el ordenador. Vuelve sobre sus pasos, entra un poco desencajada y grita ¡Mi bolso!, ¿Dónde está mi bolso? En la misma barra donde preguntó lo encuentra, pero está abierto sin la cartera. A su lado, un joven con barba y mochila. La viajera se la registra. El hombre trata de calmarla. Señora, nadie ha tocado su bolso.
La cartera está en la bolsa del ordenador. La viajera siente angustia, vergüenza, pide disculpas.
La semana pasada vió la película de Robert Bresson Pickpocket y tiene grabada la secuencia de los ladrones actuando en las estaciones.
Al final, no tiene tiempo de comer. Se dirige al tren. Otra vez asiento de ventanilla. A su lado, Pau, una joven valenciana que estudió Publicidad y Relaciones Públicas en Barcelona y trabaja en ella. Todos los fines de semana viaja a Valencia y sueña con encontrar un trabajo allí. Es optimista, inasequible al desaliento. Lleva hamburguesas del McDonalds.
En la pequeña pantalla de video una película de ciencia ficción. La viajera tiene hambre y mira por la ventanilla.



Piensa en otros viajes en tren, otro tiempo, en la juventud perdida. Pero no siente nostalgia, solo hambre y confusión por lo vivido apenas una hora antes en la estación de En Sants. Se dirige al vagón cafetería.
Una joven rubia sostiene a una niña de unos ocho años de ojos muy exóticos, achinados. La abraza, la besa, cantan una canción. Hay que esperar turno para pedir un bocadillo, unas papas, una cerveza.
La joven se llama Laura, muy bella, la niña Teresa. Viajan juntas una vez al mes a Valencia para que la niña pase el fin de semana con el padre. Sentencia judicial obliga. Ahora se llevan bien. Pero tuvieron muchos problemas. La niña no es de origen chino, ni adoptada, ni siquiera diferente. La niña nació exótica.
El bocadillo, para ser lo que es, está bueno. O será el hambre. ¡Oh, Dioses! No es posible. ¡Qué vergüenza! El joven de la barba al que registró la mochila en la cafetería, se encuentra justo en frente de ella. Mira el paisaje y no la ve o no quiere verla. Pero ella sabe que la mejor forma de superar el miedo es enfrentarse a él. Hola, ¿te acuerdas de mí? Me da vergüenza lo que te hice, para compensarte me gustaría que vinieras a comer a casa.
¿Qué ocurre, esta mujer está loca? Primero te registra la mochila y después te quiere llevar a su casa.
La viajera le da una tarjeta. Restaurante La Matandeta, quizás así entienda. El joven sonrie, se llama Ximo, también viaja todos los fines de semana a Valencia.
Anuncian la llegada a Joaquín Sorolla. Hay que alcanzar el asiento, recuperar el equipaje, descender del tren para encontrarlo. Al Caballero de la Melena Plateada.. Sí, aquí está de nuevo mi vida.










3 comentarios:

  1. Vida y ficción en paralelo, muy literario. Pero controla los cortocircuitos, viajera.

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  2. Me alegra que lo hayas vuelto a publicar.Me ha gustado mucho con tantas referencias literarias y vitales...que comparto.

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  3. Genial como siempre Dolors. El trol con sus comentarios, que se lo haga mirar

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