domingo, 14 de agosto de 2022

HEMINGWAY Y CUBA

 



      Hemingway tenía una gran cultura etílica. Nunca  había oído una  forma  tan elegante de llamar  a  alguien borracho. Así comienza nuestra  visita  a Finca Vigía, la casa de Ernest Hemingway en San Francisco de Paúl, a 15 km. de La Habana. El eufemismo es de la guía que nos acompaña esta  mañana para  enseñarnos el lugar en el que habitó el Premio Nobel, enamorado de la Gran Antilla.


Hemingway llegó por primera vez a Cuba en 1928, en el vapor Orita, procedente de La Rochelle, Francia. Apenas estuvo unas horas que aprovechó para pasear por Habana Vieja. El olor a salitre y ron le marcaron el camino de regreso a  la isla. Decidió volver y así lo hizo. Sus crónicas sobre la pesca de la aguja, la Corriente del Golfo y muchas más prueban sus constantes viajes a la isla, donde después de saciar la sed en los bares  costeños, partía en el Anita, de su amigo Joe Rusell, hacia el Estrecho de Florida, para arribar a su casa de Key West con un buen cargamento de licores de contrabando. 

Se establece en La Habana en 1936 durante una larga temporada. En la tranquilidad del hotel Ambos Mundos, escribe y lee. El hotel, ubicado en la calle del Obispo, conserva su habitación que se puede visitar, aunque hasta el mes de diciembre permanece cerrado por reformas.

Al inicio de la misma calle se encuentra el Bar-Restaurante El Floridita donde bebía sus tragos, leía la prensa y charlaba con los amigos. Amó El Floridita y éste le correspondió su amor con dos acciones inolvidables: el daiquiri, trago a base de ron, limón y hielo molido; y un busto en bronce develado en vida. Parco y vital, el inolvidable autor de Por quién doblan las campanas, dijo: Es demasiado honor.


Aunque no existe registro gráfico, solo una frase conservada en el respaldo del bar de La Bodeguita del Medio, ésta le ofreció sus mojitos, a base de ron y limón con yerbabuena y trozos de hielo.

En esta segunda estancia la relación entre Hemingway y La Habana se consolidó y decidió su estancia permanente junto con su barco de pesca: Pilar.



Es Martha Gellhorn, su tercera esposa, quien encuentra Finca Vigía. Papa Hemingway queda prendado del lugar. El primer año la alquila y después la compra por dieciocho mil quinientos dólares de la época. Ha decidido instalarse definitivamente en Cuba. 
Hemingway amó este lugar que llenó de gatos y donde se conservar más de dos mil quinientos libros. Es la segunda vez que la visito. Hace trece años todavía era posible contemplar por aquí a los felinos descendientes de los que acompañaron al autor de El viejo y el mar.
La casa se erige entre el espesor del follaje y aunque no se puede entrar en ella, las puertas  y ventanas están abiertas y se vislumbra sin problemas el interior.
Hemingway escribía de pie, en Finca Vigía se conservan su tablilla y su máquina de escribir Royal. Cada madrugada tecleaba no más de cinco mil palabras del conjunto de obras con que hizo vibrar a la humanidad. Alcohólico, mujeriego, vividor, gran pescador y cazador. Una persona que vivió intensamente cada minuto de su vida. En 1960, donó la Finca al estado cubano y se marchó. Le detectaron una enfermedad terminal y en 1961 se pegó un tiro. No le merecía la pena la vida que  le esperaba.

No sé si a estas alturas del blog, se habrán dado ustedes cuenta de que su autora es una gran fetichista literaria. Si no lo han hecho, se lo ratifico yo misma. En esta vida, a cada uno nos da por una cosa. Como anuncia mi carta de presentación, la literatura y los viajes son mi pasión, como otras personas coleccionar sellos o maridos.
Cada uno, a lo suyo y yo a seguir pateando La Habana en busca del rastro, ahora a seguir los pasos de Lorca que en su vida enamoró a los habaneros.



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