El Buida la Cambra comenzó nada más volver de mi año francés. Una de las primeras cosas que me sorprendió de vivir en La Provenza fueron los anuncios del Vide grenier. Y eso, ¿qué es?
Había una noticia en el periódico local La Provence. Yo me tomaba un cortado en Le Germinal y leía la prensa. Una noticia de portada, al mes de llegar, es que había habido una manifestación delante del ayuntamiento porque el alcalde y la corporación municipal habían reducido los puestos del Vide grenier de octubre a 350, cuando el año anterior se acercaron a los 750 y colapsaron toda la ciudad.
Los franceses son los reyes del reciclaje, de hecho, la ropa de segunda mano lleva nombre francés en cualquier parte del mundo... Vintage.
Así que cuando volví a casa propuse hacerlo porque a mí me había entusiasmado la idea y su concreción. Rafa Gálvez lo tradujo por Buida la cambra y en eso estamos...
Teresa llamó para el primer Buida y le contó a Helena que, aunque nunca había estado en La Matandeta, su hermano había sido un cliente habitual durante muchos años. Ahora ella se estaba separando de su marido después de veinticinco años de relación. Estoy desmontando la casa y no quiero nada de nada, ni el más mínimo recuerdo. Teresa llegó al Buida acompañada de su hija. Traían cosas increíbles, a precio de saldo. No me quieras tanto, pero quiéreme bien. Teresa me contó sus traumas conyugales, me habló de su futuro y yo no me separé de ella en todo el día porque necesitaba un hombro donde descargar.
Vinieron más Buida la cambra y Teresa siguió acudiendo con sus cosas, incluso cuando no le quedaban ya. ¿Cómo estás? Le preguntaba yo. Bien, ahora estamos de novios y nos vemos a escondidas de mi padre y de nuestros hijos. Pero estamos muy bien.
Hace un par de Buida, Teresa apareció acompañada de un hombre muy atractivo e interesante. ¿Y este chico tan guapo, quién es? Le pregunté yo. Es Lucas, mi marido, me contestó.
Pasamos un día muy agradable y entre ellos había muy buena relación.
Por la noche, Rafa Gálvez me preguntó: ¿Y el hombre que vino con Teresa, quién era? Su marido, le contesté. ¿El actual? No, el de siempre. ¿ Pero no había desmontado la casa y lo saldaba todo porque se habían separado y ella no lo aguantaba más? Don't ask me, dear... Don't ask me...!
Clara también es de las primeras. Siempre acompañada de su niña, Rebeca, clavada a ella. Pelo azabache y unos increíbles ojos verdes como los de las ondinas de los lagos medievales. No se separan muchos metros una de la otra. Nunca jamás. Una tarde de primavera y después de muchos Buida la Cambra, Clara nos contó su historia.
He puesto una pica en todos los continentes. Os podría contar muchas cosas. Pero...
Una vez tuve un novio holandés, vivíamos a muy pocos kilómetros de la frontera con Bélgica y una noche me llevó a un club de intercambio de parejas. En la vida os podéis imaginar la fauna humana que había allí. Recuerdo que se disfrazaban. Que había una gran cama en la que por turnos mujeres desnudas se dejaban tocar... Y al día siguiente, todo el mundo a las ocho dispuestos a trabajar.
Cuando volví a Valencia, se lo conté a un amigo que terminaba la carrera de psicología y... lo quiso convertir en un trabajo de investigación. Así que durante un mes nos dedicamos a visitar los Swingers de Valencia. Recuerdo una señora muy mayor que esperaba y le preguntamos... Y usted, qué hace aquí. Yo, esperar a mi marido que está con una chica. Mis hijos no lo saben. Pero a él le gusta y después en casa está más contento.
Ricardo apareció como tres Buida la Cambra atrás y se puso a bailar al son de Bob Marley delante de mi paraeta. Es un chico encantador de cincuenta años con el que inmediatamente conecté. Siempre embuido en sus vaqueros y su polo de color turquesa. En realidad, creo que es su uniforme de los fines de semana. Ese día él bailaba y a mí me pareció muy simpático, pero no hablamos. Empezó a venir a almorzar a La Matandeta y a contarme su historia. Si tengo que decir que he conocido un hombre tierno en esta vida, tengo que decir que es Ricardo. Es como un gran peluche que sonríe, habla y se te acerca. Y nunca sientes frío a su lado.
El último Buida la Cambra que celebramos apareció mi amigo Pascual. Hemos tenido una relación muy íntima durante muchos años.
De contarnos cosas que no nos atreveríamos delante de los focos. Pero un día ocurrió una mala circunstancia y yo no se lo perdoné durante años.
Ahora, he llegado al firme compromiso conmigo misma de enfadarme muy poco, laisser faire, laisser passer, que dicen los franceses. Un día, hace un año, nos cruzamos a la entrada del polideportivo de Alfafar y nos pusimos a charlar como si el tiempo no contara para nada. Creo que nos hemos perdonado mutuamente. Y, además, ¿qué importa todo?
Pascual me dio la alegría de volver a vernos. Nos sentamos a almorzar con Teresa y su marido. Clara y su niña y otra amiga más.
Pascual no quería almorzar, decía que meterse una copa de vino a esas horas lo iba a dejar tumbado. Se pidió un café con leche y unas tostadas. Pero, mientras nosotros almorzábamos, se sirvió una copa de vino. Yo le dí medio bocadillo. Se fue al lavabo y en la barra le dieron un café con leche que trajo a la mesa, mientras una camarera le traía otro. Y también las tostadas. Vas a tener que pagar el doble, le susurré.
A mí es que me gusta mucho la ginebra, nos soltó sin venir a cuento. El gin-tonic ¿querrás decir? Le preguntó el marido de Teresa. No, la ginebra a palo seco.
Cuando se marchó lo acompañé hasta la salida. Me voy a EE.UU. Pues escríbeme, como lo has hecho tantas veces desde Paris o Venecia. No sé si te lo mereces, pero te quiero.
El próximo domingo, 18 de diciembre tendremos en La Matandeta Buida la Cambra. Vendrán los de siempre a compartir sus cosas y sus vidas. Se acerca la Navidad, esa festividad que parece que nos ponga a todos ñoños. Seguro que lloverá y lo haremos dentro, en el comedor verde, como el color de la esperanza. Compartiremos nuestros sueños y nuestras depresiones. De eso se trata, ¿no? De comer el mismo pan. No me digas, que una vez más, te lo vas a perder y te conformarás con que te lo cuenten. Vamos, de ti depende.
Clara también es de las primeras. Siempre acompañada de su niña, Rebeca, clavada a ella. Pelo azabache y unos increíbles ojos verdes como los de las ondinas de los lagos medievales. No se separan muchos metros una de la otra. Nunca jamás. Una tarde de primavera y después de muchos Buida la Cambra, Clara nos contó su historia.
He puesto una pica en todos los continentes. Os podría contar muchas cosas. Pero...
Una vez tuve un novio holandés, vivíamos a muy pocos kilómetros de la frontera con Bélgica y una noche me llevó a un club de intercambio de parejas. En la vida os podéis imaginar la fauna humana que había allí. Recuerdo que se disfrazaban. Que había una gran cama en la que por turnos mujeres desnudas se dejaban tocar... Y al día siguiente, todo el mundo a las ocho dispuestos a trabajar.
Cuando volví a Valencia, se lo conté a un amigo que terminaba la carrera de psicología y... lo quiso convertir en un trabajo de investigación. Así que durante un mes nos dedicamos a visitar los Swingers de Valencia. Recuerdo una señora muy mayor que esperaba y le preguntamos... Y usted, qué hace aquí. Yo, esperar a mi marido que está con una chica. Mis hijos no lo saben. Pero a él le gusta y después en casa está más contento.
Ricardo apareció como tres Buida la Cambra atrás y se puso a bailar al son de Bob Marley delante de mi paraeta. Es un chico encantador de cincuenta años con el que inmediatamente conecté. Siempre embuido en sus vaqueros y su polo de color turquesa. En realidad, creo que es su uniforme de los fines de semana. Ese día él bailaba y a mí me pareció muy simpático, pero no hablamos. Empezó a venir a almorzar a La Matandeta y a contarme su historia. Si tengo que decir que he conocido un hombre tierno en esta vida, tengo que decir que es Ricardo. Es como un gran peluche que sonríe, habla y se te acerca. Y nunca sientes frío a su lado.
El último Buida la Cambra que celebramos apareció mi amigo Pascual. Hemos tenido una relación muy íntima durante muchos años.
De contarnos cosas que no nos atreveríamos delante de los focos. Pero un día ocurrió una mala circunstancia y yo no se lo perdoné durante años.
Ahora, he llegado al firme compromiso conmigo misma de enfadarme muy poco, laisser faire, laisser passer, que dicen los franceses. Un día, hace un año, nos cruzamos a la entrada del polideportivo de Alfafar y nos pusimos a charlar como si el tiempo no contara para nada. Creo que nos hemos perdonado mutuamente. Y, además, ¿qué importa todo?
Pascual me dio la alegría de volver a vernos. Nos sentamos a almorzar con Teresa y su marido. Clara y su niña y otra amiga más.
Pascual no quería almorzar, decía que meterse una copa de vino a esas horas lo iba a dejar tumbado. Se pidió un café con leche y unas tostadas. Pero, mientras nosotros almorzábamos, se sirvió una copa de vino. Yo le dí medio bocadillo. Se fue al lavabo y en la barra le dieron un café con leche que trajo a la mesa, mientras una camarera le traía otro. Y también las tostadas. Vas a tener que pagar el doble, le susurré.
A mí es que me gusta mucho la ginebra, nos soltó sin venir a cuento. El gin-tonic ¿querrás decir? Le preguntó el marido de Teresa. No, la ginebra a palo seco.
Cuando se marchó lo acompañé hasta la salida. Me voy a EE.UU. Pues escríbeme, como lo has hecho tantas veces desde Paris o Venecia. No sé si te lo mereces, pero te quiero.
El próximo domingo, 18 de diciembre tendremos en La Matandeta Buida la Cambra. Vendrán los de siempre a compartir sus cosas y sus vidas. Se acerca la Navidad, esa festividad que parece que nos ponga a todos ñoños. Seguro que lloverá y lo haremos dentro, en el comedor verde, como el color de la esperanza. Compartiremos nuestros sueños y nuestras depresiones. De eso se trata, ¿no? De comer el mismo pan. No me digas, que una vez más, te lo vas a perder y te conformarás con que te lo cuenten. Vamos, de ti depende.
No hay comentarios:
Publicar un comentario