viernes, 7 de abril de 2023

PARADA FORZOSA Y VIERNES DE DOLOR

Mi espacio vital se ha reducido al movimiento de rotación sobre mí misma y a un pequeño triángulo con el vértice en el sofá. De aquí al lavabo, del lavabo al dormitorio y vuelta al sofá. Cuando necesito una pausa, riego las dimorfotecas que planté  en el balcón, antes de la operación de juanete y dedo martillo, que me tendrá anclada esta Semana Santa en mi apartamento de La Matandeta. 


Tenía que estar el  miércoles   en ayunas a las  ocho de  la  mañana, en  el Peset. El traumatólogo que me atendió hace meses en  Consultas  Externas era un chicarrón con un leve acento  andalúz y rastas. Nunca había  visto un médico ejerciendo y con  rastas. Eso me dió confianza. ¿Por qué? Porque se salía  de la norma y los extremeños  nos  solemos tocar.

Me  atiende  una  doctora, la anestesista, con  los  ojos muy maquillados. Me  pregunta por los papeles que me dió el anestesista cuando me hizo las  pruebas  en diciembre. No hay papeles. No se lo cree. Yo tampoco que no me  los dieran, pero así es. Me  dice que me  sedarán, que  notaré durante la  operación unas sacudidas eléctricas, que serán molestas, pero necesarias.


Una  enfermera  me  pone una  vía. Lleva un gorro de tela muy bonito, con un estampado de bacterias coloristas. Se lo hago ver, sonríe. Viene Vicent fuerte y me habla en valenciano. Me inspira confianza. Vamos para el quirófano. A los cinco minutos llega el  traumatólogo, el de  las  rastas. Las ha  cambiado por un moñete. Se lo hago ver y lo niega  con una  sonrisa. Nunca ha  llevado rastas.

Me da la sensación de que  ha pasado un minuto, he dormido todo el tiempo. Oigo a mi lado la voz de  Vicent. Ja està, s’ha acabat. Cincuenta minutos de operación. Me voy a casa. Otra enfermera, la que me acompañó a desvestirme, con la mitad de la  cabeza rapada y la otra con una pequeña melena pelirroja, me advierte  del dolor que me espera y me aconseja  que empiece a tomar calmantes. El problema no es la operación sino el posoperatorio.


Veinticuatro horas  después, mi pie sigue dormido. No me ha dado una mala  noche. Es jueves y vamos otra  vez al hospital. El doctor, Diego Torres, alto, fuerte como un gladiador, un ligero acento sevillano, me atiende. Le  vuelvo a interrogar por las rastas. Sonríe. Ayer, en el quirófano, me preguntó lo mismo y niega haberlas llevado, me habla de un compañero de Facultad que sí las  tenía. Le digo que un médico con rastas es como un cura  con vaqueros. Aunque no seas  creyente, te cae simpático. Me cambian el vendaje. Le  damos una tarjeta de La  Matandeta. Nos pregunta si puede llegar en moto. Traerá a su  chica.

Cuando nos despedimos nos señala que  sí que vendrá. Le digo que puede traer las  rastas y todo el personal suelta una  carcajada.

No me  duele. Pero mañana es viernes de dolor y la herida  despertará.

Salve y ustedes  lo pasen bien.



3 comentarios:

  1. Vamos animo soy pilar de consultas de trauma todo pasara

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Pilar. Un beso

    ResponderEliminar
  3. Mucha suerte, toda adversidad afrontada de una manera u otra nos hace más fuerte 💪.

    ResponderEliminar