domingo, 19 de junio de 2022

CAMBIO DE TERCIO

 

        Hay muchas formas  de mirar un jardín. Para un poeta puede                                                                         representar una metáfora visible de la felicidad; para un pintor un                                                                 paisaje  inspirador; para un arquitecto un espacio construido con                                                                 plantas; para un biólogo una comunidad biótica; para un urbanista un                                                        pulmón verde; para un paisajista, naturaleza domesticada. Y así                                                                   sucesivamente.
                                                                               Verdolatría. La naturaleza nos enseña a ser humanos
                                                                                                Santiago Beruete



Lau y yo nos ocupamos del jardín. Uno de los rincones que más nos gusta contemplar son las glicinas de la  entrada, Este invierno las podamos y ahora nos regalan sus flores. Como la fachada de La Matandeta da al norte y las glicinas están plantadas en  ese  lugar, les gusta  el frío del invierno y el  frescor del verano que allí se puede encontrar.
Lau nació en  la India y los domingos, cuando viene  a ayudarme, no quiere comer. ¿Por qué? Porque mi religión prohibe comer carne los días festivos. ¿Eres indú? No, sij. Me contesta. Tuve un alumno sij en el Rodrigo Botet de Manises. Era  un chico muy inteligente que  hablaba  perfectamente en  valenciano y cubría su cabeza con un turbante en el que  enrollaba su larga melena. Lau lleva el pelo corto. Mi padre, sí que  usa  turbante y  nunca se ha cortado  el  pelo, me comenta.







En cuanto llega la primavera se despierta el jardín. Pero como han desaparecido las estaciones intermedias, se nos ha  juntado, de  repente, mucho trabajo. Hemos  arreglado el montículo de  la  terraza que  nos  ha dado bastantes  quebraderos de cabeza. Parecía una selva inexpugnable y Lau, machete en  mano, la ha ido reduciendo  hasta rescatar  la buganviglia morada, que apenas se  veía. Las bignonias han crecido tanto que hay que dirigirlas para que cubran la pérgola. El ficus le da  miedo a  Maury, más que un árbol parece  un monstruo suele  decir desde que levantó el suelo  del  lavabo de  los  minusválidos y lo encontró lleno  de  raíces de este magnolio.


Los  clientes  que  aman las plantas se  fijan  en cómo hemos vuelto a cuidar el jardín. Observan, preguntan los  nombres, se llevan esquejes  que  les corto o  les regalo alguna  maceta. Estoy esquejando murcianas, citronellas, malvarrosas y cactus crasos.


Pero  no todos  se  fijan  en  el jardín. Habéis  cerrado los  comedores ¿por qué? Me pregunta un chico que me cuenta  que  se trata de  su primera  visita. Yo estoy regando las bignonias y le explico que  no hemos cerrado nada, solamente que  los clientes prefieren comer  en  las  terrazas, incluso en  la  pinada.

No, me he  asomado y he comprobado que los comedores  están  cerrados y nadie come dentro. Le vuelvo  a  repetir que no se  trata  de que  hayamos cerrado  nada, sino de  que  nuestra distinguida clientela prefiere disfrutar del ágape al aire  libre. Y que después de  la  cuarentena a nosotros nos salvaron las terrazas con  que  cuenta  La  Matandeta. La gente  que  no pudo servir al aire libre, en muchos casos, por desgracia, tuvo que  cerrar.

Y  él insiste e  insiste en que nadie ha comido dentro. Y yo le intento explicar por enésima  vez  que  si nadie ha  comido dentro no es  porque  nosotros lo hayamos decidido, sino porque  lo han decidido los  comensales, pero  que no se preocupe que si vuelve, le  pondremos la mesa dentro  la  próxima vez.


Helena me llama  para  que  le haga una factura. La  termino  y se la  entrego  a la  pareja  que tengo  delante. El caballero, por llamarlo de una forma asertiva, me  pregunta qué  es eso de  dos  euros el cubierto. Le explico que  es  como la  bajada  de  bandera  en  los  taxis. El cubierto, que  se viene cobrando desde  hace años  en  los  países de la  Unión Europea, significa el derecho a  un cubierto  en una  mesa, en  nuestro caso, además los  aperitivos  que  sirve  la casa y todo  el  pan del que  seas capaz de  comer.

El hombre  me  interroga ahora ¿cinco euros por una gaseosa desventada? Le digo que no, que cinco euros por un tinto de  verano con vino de su mismo nombre, un sorbito de vermut, hielo, limón y una gaseosa en ningún caso desventada, porque la abrí yo misma que  fui  quien le preparó la bebida y  que  si hay algo que  no soporto es  un vino con gaseosa  desventada y por tanto, mis clientes  tampoco.

Entonces él me  replica que así no vamos  a  durar nada y yo le espeto que  por eso será  que  solo llevamos treinta años abiertos. Treinta años tomando el pelo a  la  gente, grita. ¡Claro, por eso usted  está calvo! le  replico. ¡Y usted gorda! me responde a grito pelado.

                                               


          Justo en ese momento me entra un ataque de risa. Me empiezo a  reir como si no hubiera un mañana. Cuanto más me  rio, más grita el hombre. No puedo contener la risa. En Ucrania siguen matando gente. Los argelinos han roto relaciones comerciales con España por culpa de la  política  diletante de  Pedro Sánchez sobre  el Sáhara. Llueve calor como si llovieran piedras ardiendo. Y este hombre, triste, siniestro y grosero me llama gorda. Claro, que yo antes lo llamé calvo.

Me meto en la cocina porque no se me detiene la risa y Helena le cobra a la mujer que no le deja tocar su tarjeta de crédito y que no le pide las hojas de reclamación porque dice que no se encuentra bien.

                                 


             

                                          ¡Ay, Dioses! Y el mundo sigue  girando y nosotros, si pudiéramos, nos  mataríamos  por  nimiedades. L'étrange pouvoir des petits riens.

Salve  y  ustedes lo pasen bien.          

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