domingo, 7 de junio de 2020

UN VIAJE A VINARÒS



Es lunes, primero de junio. Helena y yo emprendemos viaje hacia Vinaròs. He saldado mi deuda con la inmobiliaria y, puesto que este curso ya no volveremos al Leo, voy a desmontar mi pequeño apartamento de  la Avenida Castelló. Hemos pensado que a la vuelta, llamaremos al amigo del alma, Joan Roig y comeremos con él en Alcossebre, en su casa, frente al mar. Vamos un poco somnolientas, pero pensando que nos espera un día estupendo.
 Dos horas de viaje, por una autopista que, desde enero,  ya no es de peaje. Pero a la altura de  Borriol  nos equivocamos y cogemos ruta hacia Sant Mateu. Por aquí se va a Morella. Y eso que conduce  Helena.
Llegamos un poco más tarde de lo previsto a las puertas del Instituto. Es el primer día que se incorpora el personal no docente. Están acondicionando el espacio físico a las nuevas medidas que regirán en septiembre, cuando  se incorpore el alumnado.
Está Javier Ferrer, el secretario. Me alegro y se alegra de verme. Intercambiamos comentarios. Devuelvo el manojo de llaves. Teresa anota que he estado aquí y nos vamos a por mis cosas.
Tengo una sensación muy extraña al entrar en el piso. Se ha quedado todo como hibernado, suspendido en un sábado 13 de marzo. Los limones, las naranjas que dejé en el frutero sobre el banco de la cocina están completamente cubiertos de polvo verde. Llenos de bichitos. No sé si armarme con una lanza, como D. Quijote, para abrir la puerta de la nevera....
¡Por Dios lo que debe haber ahí dentro!
Un trozo de salmón que gruñe como un troll. Los dos troncos de brócoli parecen los árboles vivientes del jardín encantado del Mago de Oz. La escarola   es como la cabeza de la malvada medusa. Y los huevos han hecho amistad con los yogures caducados. La botella de leche fresca hace dos meses y medio que dejó de serlo. Las patatas y las cebollas se han cocinado ellas mismas en su podredumbre. Lo tiro todo en bolsas que voy bajando al contenedor mientras Helena llena maletas  y cajas  con toda mi ropa. No me extraña que dijeras que no volverás  a comprarte  ropa en lo que te queda de vida. Me dice sarcástica. Es que había enfrente del Mercadona una tienda vintage muy barata ...
Los libros, los apuntes, los ejercicios desparramados sobre la mesa. Yo comía con una bandeja apoyada en una silla mirando la televisión. Manías solitarias.
Cuando ya tenemos todo cargado en la Picasso, en el último viaje, mientras yo cierro el piso y le doy dos vueltas a la llave, oigo a Helena ... Mamá!!!!! Se me ha caído la llave del coche por el hueco del ascensor. Lo que faltaba. Son las dos y media de  la tarde. Llamo a la de la inmobiliaria que me viene a decir que me las apañe como pueda. Llamo al número que figura en el ascensor. Hasta las tres no llega el mecánico. Nos vamos a pasear a la Platja del Clot.



Le hago una foto a Helena, donde tantos amaneceres me fotografié yo. Le enseño la terraza de LaLola Café, la casa de Miguelito, el pequeño, el enano torero, que no aparece por ninguna parte, le señalo Peníscola. Y me llaman del servicio técnico que el mecánico llegará en quince minutos.
Así es. Visto y no visto, consigue recuperar la llave del foso, lleno de agua. Menos mal que no era electrónica.
A las cuatro y media nos comemos dos bocadillos y una ensalada en la terraza del Bar Sevilla de Benicarló, regentado por unas chicas colombianas. Y vemos cómo funciona la gente con las nuevas medidas sanitarias en los establecimientos públicas.
Al  pasar a  la provincia de Valencia, hay un control de la Guardia Civil y nos hacen parar. Llevamos el coche a tope. Le explicamos al agente cuál ha  sido el motivo de nuestro viaje entre provincias. Y después de dudar un rato mientras lee mi carnet  del Leo y el papel de  la inmobiliaria nos deja seguir. Uf!
Por fin estamos cerca de  casa. Hemos emprendido ya la comarcal que nos lleva a La Matandeta. A la altura de la gasolinera de los taxistas, hay mucha policía, dos ambulancias y un hombre en el suelo al que  están tratando de reanimar. No cometemos el error del efecto mirón. Y seguimos.
Por fin! Ya hemos llegado. ¡Qué bien se está en casa!

4 comentarios:

  1. Hola! Soy Pozo, tras leerte, me alegra saber que tuvieses un buen viaje y aunque digas que te "equivocaste" pasando por la carretera del interior donde pasas por Sant Mateu, hay algunos compañeros que los he mandado por ahí para que vean el paisaje donde además hay menos tráfico.

    Curiosa la anecdota del piso y las llaves pero bueno saber que todo se ha areglado.

    Pienso que este curso, lo veo como una despedida agridulce: sin despedirnos de los alumnos, de los compañeros/as y ni tan siquiera una comida o cena de despedida.

    En cualquier caso, me alegra saber que ha ido bien y esperemos que nos encontremos en algún centro.
    ¡Cuídate!
    Jose Juan

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    1. Gracias, José. Me alegro de que me cuentes lo de la carretera porque suelo equivocarme por ahí y dar la vuelta. La próxima vez no lo haré. Sí, efectivamente, este final de curso tiene un sabor agridulce. Un curso que no olvidaremos jamás. Y claro que nos volveremos a encontrar. El camino es largo y la aventura interesante. Un abrazo muy grande y gracias por escribirme.

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  2. Tu vida da para muchos libros, ja, ja, ja.

    Me alegro que volvierais bien, un abrazo y a por el verano, que ya casi llega, a trabajarlo tan bien como siempre y a superar los baches.

    Julián

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  3. Efectivamente, Julián. Mi vida da para muchos libros y me has sugerido una entrada que publicaré dent4ro de un par de semanas. Y a superarlo todo. Como siempre.
    Gracias por escribirme. Un abrazo muy fuerte para Svetlana,.


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