miércoles, 3 de octubre de 2012

LA MAÑANA QUE ME ENCONTRÉ CON SAMUEL BECKET.

No me gustaría caer en el vicio de los estereotipos, aunque mi casero, Derek Moxon, es muy dado a ellos. Ya saben, aquello de que los valencianos somos meninfot, los andaluces vagos y los franceses antipáticos; pero he empezado a darme cuenta de algunas cosas.
¿Sabían que los conductores de autobús franceses hablan por el móvil mientras nos transportan? Y no me refiero a un caso esporádico, no. Casi parece lo normal.
Al principio me pareció que se trataba de un manos libres. Pero, no, hoy he tenido la posibilidad de confirmarlo, tanto en mi viaje de ida a Aix, como de vuelta a Puyricard.
Se lo cuento a Derek y me contesta con su flama inglesa "Y de qué te asombras, no sabes que estás en Francia, donde las leyes se hicieron para no ser cumplidas". Sin embargo, yo pensaba que eso ocurría en mi país y que esa es la fama que nos acompaña. "No, mujer, la fama la tienen los italianos".
Puestos a contar otra de los franceses en esta línea, les relato una que raya con el absurdo.
El otro día me crucé media ciudad andando porque necesitaba un certificado médico para poder obtener el carnet deportivo. Sonia Lefèvre, de la Oficina de Relaciones Internacionales,  me recomienda un gabinete, completamente gratuito para los universitarios donde hacen revisiones médicas. Y allí que me presento a las ocho y media de la mañana.
Mi primera interlocutora me solicita la cartilla de vacunación y yo le contesto que en España los adultos, que yo sepa, no tenemos cartilla de vacunación. Entonces me recibe una doctora más mayor que yo, pero de ese tipo de francesas que tanto se da en estos lares, de las que no comen por no ensuciar el cuarto de baño, y me vuelve a pedir mi cartilla de vacunación, requisito sin el cual no me pueden dar el certificado médico.
Le vuelvo a repetir que yo no tengo cartilla de vacunación y que vengo de España, el país vecino, no del tercer mundo. "A no, sin cartilla, no hay certificado. Cartilla con las vacunas del tétanos, ....." y contra la rabia que siento.
Al final del día, será mi marido y un amigo médico quienes, vía internet, solucionen mi problema.
¿No les parece absurdo? A estas alturas ya deben de afirmar conmigo que la realidad siempre suele serlo mucho más, que la ficción.
Martín Asslin, calificó de absurdo en los años sesenta el teatro de Ionesco, Becket, Adamov y éstos respondieron, "¿absurdos, nosotros? No, la realidad es la que es absurda".
Me tomo une nouasette, en el Germinal, el café que tengo yendo hacia la Facultad de Letras, y abro las páginas de La Provence y me encuentro con la siguiente noticia: Una nonagenaria ha sido encontrada muerta en una papelera. Tras la autopsia practicada a la anciana se ha podido comprobar que la muerte fue debida a causas naturales . La mujer fue encontrada con todo su dinero, cerca de la residencia donde vivía.
Y entonces me acuerdo de Final de Partida, la obra maestra, según el crítico Harold Bloom, de Samuel Becket. Considerada una de las piezas más crueles del teatro contemporáneo,  el autor situa en el escenario cuatro personajes que viven encerrados desde tiempos inmemoriales en una habitación sombría. Nada del mundo exterior penetra en ese agujero, apenas una débil luz, difundida por dos ventanas demasiados altas.
Hamm, el padre, Clov, el hijo, que no dejan de torturarse.
Pero Nagg y Tell, los abuelos, sin piernas después de un accidente de tandem en el que las perdieron, están casi ciegos y viven en dos papeleras situadas una al lado de la otra. ¿Dónde mejor ubicar lo que ya no sirve para nada que en una papelera? Como a la nonagenaria de Saint Rémy-d'Hèrez.
Nada, lo dicho: nada tan absurdo como lo real.
Menos mal que esta tarde llega Pilar desde Valencia.



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