miércoles, 1 de noviembre de 2023

OTRA VEZ, LAS FLORES DE MI MADRE


Es víspera de la Toussant y le explico a mi alumnado que por estas fechas los estudiantes de primaria y secundaria, así como los universitarios franceses disfrutan de vacaciones. Mucho hablar de los españoles y de la cantidad de  fiestas y puentes que tenemos, pero resulta que nuestros vecinos, cada mes y medio tienen unos días de congé. Unos tienen la fama y otros cardan la lana.

Las vacaciones francesas de la Toussant surgieron porque los  paysans, al llegar estas fechas, recogían la cosecha de las  patatas y se llevaban a sus hijos al campo para ayudarles. Las escuelas se quedaban  vacías, así que decidieron cerrarlas y dar fiesta.

Hablamos de Hallowen y de su vocabulario en francés: ¿Truco o trato? De bonbons ou de friandises? Les explico que no es una fiesta  americana, sino irlandesa de  origen celta, llevada a EE.UU. por los emigrantes de la hambruna de la patata la segunda mitad del siglo XIX que, a falta de los gruesos nabos  que decoraban en su país natal, se encontraron con las calabazas.

Halloween se ha tragado a nuestro Totsants y eso me produce un poco de rabia porque no ha llegado aquí desde la isla esmeralda, sino que ha pasado  primero por Norteamérica. Cualquier año nos ponemos a celebrar el Día de Acción de Gracias. Ya estamos con el Black Friday...

Hoy amaneció un día de Totsants de los de toda la vida, cuando se estrenaba el gabán  y toda la familia rendía homenaje a sus difuntos. Yo también he ido con Manuel al cementerio de Sedaví. No quiero que mi madre se enfade  conmigo. Ya tengo dieciséis años más que ella. Ahora soy la mayor de las dos. La que debería dar los consejos y dictar las normas.

Hace diez años, yo estaba en Francia, de Erasmus y allí escribí la entrada que me acompaña. No quiero ponerme triste. Hoy también he llevado al cementerio las flores de mi madre.


Mi madre y yo siempre estábamos discutiendo. Ahora lo veo como las disquisiciones típicas de la juventud, frente al orden establecido. He vuelto a pasar por ello con mi hija, pero claro está, desde otra perspectiva. Pero nuestra relación se rompió ahí. No tuvo continuidad, ni más etapas. La quebró su muerte.
Durante mucho tiempo tuve el empeño de vivir más años que mi madre, superarla en el tiempo. Pensaba que era una obsesión mía, pero cuando he conocido gente que también se quedó sin padres a edad temprana, he visto que les sucede lo mismo.
A medida que pasa el tiempo, mi madre se apodera de mí. No se asusten, les cuento. Me miro en el espejo y me doy cuenta de que mi físico, poco a poco se asemeja más al suyo, de que su retrato, al principio difuminado, adquiere verdades en el mío. El color de los ojos es evidente, la  punta  de la nariz, la comisura de los labios. Hasta las arrugas son heredadas. Pero lo más curioso es la expresión. Mi cara está adquiriendo la expresión de mi madre. Cuando estaba contenta, cuando reprochaba... Ella, poco a poco, ha llegado hasta aquí, mi interior. Desde allí se sigue expresando...


La confirmación más cierta la obtengo si me cruzo con algun familiar que hace tiempo que no me ve. No hace falta que me diga nada, lo veo en sus ojos. Noto la sorpresa que le produce mi rostro. Está claro que él también se ha dado cuenta de la transformación que se ha operado en mí con los años.
Una nunca llena vacíos vitales, simplemente se va acostumbrando a vivir con ellos.
A mí me gusta imaginar que ella ha vuelto y tenemos una larga conversación.
Primero le cuento todas aquellas cosas que se perdió porque ya no estaba aquí. La nieta que no conoció, mis primeros trabajos, mis viajes, la gente con la que me he cruzado  y con la que he compartido retazos de vida. Nos quitamos la palabra, nos atropellamos verbalmente, pero esta vez es ella la que me tiene que escuchar. Ahora soy yo la mayor. Le saco ya muchos años de edad. Soy yo la que tiene más experiencia, la que da los consejos y hace los reproches. La que le dice que las cosas no fueron tan terribles como ella me pronosticó. Que no había nada que temer al echar a andar. Que el camino no era sinuoso, ni retorcido, ni lleno de trampas y fieras escondidas. El camino era difícil, nada màs.
Que ni los hombres se aprovecharon tanto de mí, ni me hicieron tanto daño. Solo el justo para aprender la lección y meterlo en la mochila. Y seguir andando y experimentando.
Y entonces, sí. Entonces le digo que siempre la echo de menos. Que nada volvió a ser igual desde que se marchó. Que noté mucho su ausencia el día que nació mi hija, el día que no supe qué hacer con mi padre y con el resto de la familia, el día que ...  Y tantos días.
A mi madre le gustaban las flores los días señalados. Y el día 1 de noviembre era uno de ellos.
Ya sé que no está aquí, que más allá, lo más probable, es que no exista nada. Que cuando uno muere se acaba y todo se acaba. Pero no lo puedo evitar. Tengo que llevarle siempre flores. Porque le gustan, porque así estará contenta conmigo y no se enfadará otra vez cuando llegue tarde; cuando le anuncie otro viaje, otra aventura. Le llevaré flores y no me dirá una vez más por qué tengo que ser tan diferente de mis amigas, por qué no puedo ser como  ellas y portarme bien y no intentar siempre confundirla. Y no querer ser, a toda costa, la que tenga la última palabra.
Sí, lo mejor son los claveles rojos. O los gladiolos rosa. Así tendré fuerzas para decirle que ahora estoy en Francia y que he vuelto a estudiar. Y que no se enfade que en casa todos están bien y de acuerdo. Y que no frunza el ceño y me riña.
Vuelvo a casa por las flores. Ya lo dijo El Principito, "los ritos son necesarios".


Nos vemos en La Matandeta. Salve y feliz día de Totsants.







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