domingo, 1 de enero de 2023

ESPETOS

 


A las ocho de la mañana, todavía  no ha  amanecido en Málaga, pero no estoy sola en la playa de La Malagueta. Varios corredores me he cruzado por el paseo, caminantes y chicos que  cantan en espera del  alba. Hay unas luces entre tinieblas  y claros  que  mi cámara capta. Doy  un corto paseo y  me siento a esperar al astro sol.





Me duelen mucho las lumbares. Cuando ayer Carmen me recogió no podía ni cargar la  maleta. Tengo un ataque de lumbalgia desde hace unos días. Nunca me había  ocurrido  tan  agudo. Si tuviera  conocimiento o sentido común, me  hubiera quedado en casa de reposo. Pero  como no lo tengo, aquí estoy, esperando  la salida del sol  en  una playa  urbana del sur de España.

Una señora espera junto a mí. Le pido  que me  haga la foto. Es noruega. Apenas  habla dos palabras de  español. Para  su tranquilidad, le sugiero que  se pase  al inglés. Entonces me  cuenta que es  de  un pueblo  a  treinta kilómetros de Oslo. Le digo que en mi adolescencia viajé por su país.



Pasa una japonesa y sonríe. Un señor corre con los auriculares puestos. Hay gente de muchas nacionalidades que van y vienen. Me acerco hacia el faro de esta playa. Suena mi móvil. Carmen y Delfina me esperan con  el café en la mesa. el lumbago persiste y comienza un largo día.


Nuestro apartamento está muy cerca del centro. Nos acercamos a la gran catedral de Málaga, de estilo renacentista. La llaman La Manquita porque una de sus torres está sin terminar. Hay grupos de turistas, gente que va y viene como si toda la ciudad se preparara para la noche. Para finiquitar este año. Como si todos tuviéramos ganas de estrenar una nueva etapa, que se aleje de tantas decepciones y frustraciones de este viejo, cansado y defenestrado 2022.


El anfiteatro es pequeño y está en pleno centro. Delfina entra en una farmacia y me compra nolotil. No lo venden sin receta. Pero los convence de que me encuentro muy mal y venimos de fuera. Aparentemente funciona.


Cogemos el autobús para acercarnos a la playa de El Palo. Queremos comer espetos. Los espetos son  sardinas ensartadas por el lomo en una mitad de caña de azúcar, Se asan cerca de la llama, en barcas repletas de arena. Así los asadores no padecen o acabarían peor que yo de las lumbares.





Al principio, los espetos eran solo a base de sardinas, pero ahora se cocinan así también, toda clase de pescados, calamares, sepias. En toda  la costa de Málaga y en la de Granada los preparan. Los amigos de esta tradición han pedido que la UNESCO los declare patrimonio inmaterial de la humanidad.

La tarde invita al paseo, a la contemplación de un mar en calma, a tomar en las terrazas. Nos instalamos en la de El Balneario. Si la vida fuera como esta tarde, todos seríamos felices. Aún con lumbago.



Volvemos al apartamento y me tomo ahora un ibuprofeno. Me instalo en la cama a leer. La propuesta es salir a cenar y recibir el nuevo año en la plaza de la Constitución. A la hora de arreglarnos, recobro la sensatez perdida y les digo a mis compañeras que yo me quedo. No puedo seguir con este dolor. Se quedan decepcionadas, pero lo entienden.

Me como un sandwich de salmón y aguacate y me doy otro chute  de ibuprofeno. El hombre que amaba a los perros y Padura me hacen compañía hasta que a las diez me duermo. Mañana ya recibiré al nuevo año.

Por cierto ¿se lo he felicitado a ustedes? Ni me acuerdo.

Pues eso y salve y ustedes lo pasen bien.






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